sábado, 16 de diciembre de 2023

Una palabra, muchas palabras para este tiempo

Una palabra, muchas palabras para este tiempo

Eduardo de la Serna



Una de las cosas maravillosas y a la vez ambiguas que tiene la lengua es que hay palabras que todos entendemos, pero que para cada grupo tiene un significado distinto. Totalmente distinto. La pregunta sería, en ese caso, saber si realmente nos entendemos, pero a su vez, preguntarnos si no puede ser usada por alguien para manipular, precisamente, las distintas personas con las distintas comprensiones.

Un ejemplo que se repitió hace años es – a partir del Big Data – la idea de la libre portación de armas. Por las redes antisociales se insistía en que un candidato, a diferencia de otro, avalaba la libre portación; pero, inmediatamente, según fuera cada receptor, llegaban mensajes en los que se hablaba de armas de caza, de armas de tiro al blanco, de armas de colección, de armas de defensa personal. Las armas eran distintas, las palabras no. Y todos avalarían a aquel que les permitiera ejercer su “libertad” de portarlas.

Es enorme la cantidad de palabras que significan cosas distintas o ambiguas según el receptor… no todos decimos lo mismo al decir vida, al decir paz, al decir libertad, al decir alegría, alma, esperanza, verdad, justicia, derechos… Todas palabras demasiado fundamentales e importantes, pero, cada quién, las llena de su propio barro para que germinen.

Y me voy a permitir una palabra que en ambientes cristianos (y judíos) es muy importante y sirve para ejemplificar esto que señalo. Me refiero a la palabra “desierto”.

Obviamente un desierto es un lugar de aridez, de contraste de frio y calor, de ausencia casi total de vida, un lugar interminable en su horizonte, un lugar de muerte, bien podría decirse.

Precisamente por lo dicho, el término se utiliza también para señalar un lugar no habitado, una región desértica. Cuando se dice que Juan, bautizaba “en el desierto”, evidentemente se refiere a lugares sin gente, no a lugares sin agua. Desierto, en este caso, significa algo diferente a lo antedicho.

Pero, en un tiempo concreto, como la proliferación de cultos a las divinidades de la fecundidad a las que se atribuían y agradecían las cosechas, o los nacimientos en el ganado o abundancia de hijos, algunos profetas, como es el caso de Oseas, mirarán el desierto (precisamente por su falta de esa fecundidad) como un tiempo y lugar de fidelidad de Israel a su Dios Yahvé. El desierto, entonces, era, sobre todo, un momento ideal de encuentro y de amor en la historia.

En otros momentos, como aquellos de persecución y martirio, como el tiempo de los Macabeos, ir al desierto era un polisémico acto de resistencia. Era, por un lado, separarse de la ciudad donde se imponía el poder político que obligaba a la infidelidad; era, a su vez, estar en un espacio lejano (“lugar desértico”) para poder vivir todo aquello que el poder prohibía, aquello que los constituye como pueblo, y circuncidar a los hijos, respetar el sábado, leer los libros sagrados y reunirse (synagogê) en comunidad, pero, todavía más, era hacer memoria del tiempo de Moisés en el que Dios conducía a su pueblo, conducía las batallas, y lo encaminaba a la tierra de la promesa. Fue, en ese caso, el lugar de refugio, de guerrillas, y, como se dijo, de resistencia, también armada.

Pero, poco más adelante, en el tiempo, fue también el lugar donde una secta eligió ir a vivir (Qumrán) para no contaminarse con “el mundo”, los “hijos de las tinieblas”, y, allí poder vivir el verdadero culto, el verdadero Templo, ser el verdadero Israel… Lejos de los “kittim” (palabra ambigua que indica a “los malos”, invasores, extranjeros, aplicada a los romanos evitando, prudencialmente, nombrarlos, tanto para no darles entidad, como para no “despertar la represión”) y permaneces lejos del Israel infiel.

El desierto, como se ha insinuado, es el lugar donde algunos bautizadores, como es el caso de Juan, invitan a la conversión de los que se reconocen pecadores. Se invita, allí, a un cambio de vida según la ley de Dios, “enderezar los caminos”, limpiarse (bautizarse) de todo para cambiar de mentalidad y de vida. Es el lugar donde estos eligen vivir para bautizar a quienes van de paso.

En los Evangelios, con cierta frecuencia Jesús se retira a un “lugar desértico” para rezar, para descansar, y, en otras, con las multitudes, para predicar, pero – en el caso de Jesús – se trata sólo de un lugar “de paso”.

Sabemos que algunos personajes, que intentaron infructuosamente levantarse contra los romanos, solían convocar a la gente en el desierto. El esquema de “lugar de resistencia” y contexto pascual (liberador) resulta evidente.

Eso no impide que – en ocasiones – el desierto también sea visto como el lugar en el que Israel le prestó resistencia a Yahvé; es, en este caso, el lugar de la tentación (“como en Massáh”), en cuyo caso, los muertos que quedaron tendidos son vistos como testimonio de esta tentación e infidelidad a Dios.

Muchas de estas infidelidades de Israel en el desierto – que son vistas como la razón por la que ese período se extendió por 40 años, es decir, una generación entera – son ilustradas como los tres momentos de las tentaciones de Jesús en el desierto, señalando que allí donde Israel cedió a la tentación, Jesús la vence, dando comienzo a un nuevo tiempo para su pueblo.

Finalmente, en el Apocalipsis, el desierto – nuevamente usado aprovechando la ambigüedad, y sabiendo que donde los lectores leerían una cosa, los potenciales lectores romanos, es decir, los enemigos, leerían otra cosa – es el lugar donde Dios lleva a su mujer, la Iglesia, para alimentarla, protegerla por el breve tiempo que dure la persecución del Imperio.

Pero, más tarde, en la historia de la Iglesia (y me limitaré solo a tres momentos), acabados los tiempos de persecución y martirio, algunos cristianos decidieron ir a vivir – solos o en pequeñas comunidades – al desierto (desierto, en griego, se dice erêmos, de donde viene “eremitas”). Si antes el “mundo” era perseguidor y asesino, ahora es contaminante, e ir al desierto es “fugarse del mundo” para poder vivir con la máxima fidelidad un “martirio incruento”. Es el tiempo, por ejemplo, de los que se llamaron los “Padres del desierto”, inspiradores de lo que luego fue el monacato (que viene de “monos”, en griego que es “solo”, se trata de los que eligen vivir en soledad).

Con la influencia del neoplatonismo, particularmente las importantísimas comunidades eclesiales de Alejandría, empezaron a entender desierto como una “fuga mundi”, escapar del mundo, como una característica de la espiritualidad, que es, absolutamente superior a la mundanidad, a la vida “en la carne”. Se invita, entonces, a una espiritualidad que plantea un dualismo antropológico, y entiende la superioridad de los espirituales; el desierto es, en este caso, una actitud interior, espiritual donde el alma puede liberarse (ex - stare, éxtasis) de su cárcel, es decir del cuerpo.

La liturgia, con frecuencia, plantea el tiempo de la Cuaresma como una suerte de tiempo de desierto. Algo sensato si se ve como un tiempo “de paso”, pero no como un escape del mundo malvado; algo sensato si se entiende como lugar de descanso, de encuentro y no de lugar definitivo, tiempo de preparación y recuperar fuerzas – “cargar pilas” – para vivir siempre “en el mundo” (que no es in – mundo) la fidelidad al proyecto de Dios.

Me permito una breve disquisición para evitar ser malentendido al referir al desierto y Charles de Foucauld. Entiendo que él quiso vivir allí para encarnar un momento concreto de la persona de Jesús, el tiempo desconocido de Nazaret, no como un escape del mundo, algo que – por lo que entiendo – es totalmente ajeno a su espiritualidad y vida.

Con esto he pretendido mostrar que un término por todos conocido, en este caso el desierto, es cargado de sentido histórico, político, religioso, espiritual según el tiempo, según el grupo, según el contexto vital o mortal (Sitz im Leben und im Tode). Algunos, recuperándolo hoy, quizás podamos pensar que los tiempos que se aproximan en Argentina serán tiempos de desierto, aridez y sequía, en los que quizás podamos cargar pilas, resistir, reunirnos en comunidad, mirar las propuestas de Dios para la historia y nuestros tiempos, reconocer los falsos ídolos escondidos en palabras como “libertad”, “seguridad”, “orden”, y no “escapar” de la realidad, sino confrontarla. Si desierto fuera lugar de escape, de aislamiento (o estar “solos”) difícilmente la imagen ayudaría a la resistencia de un pueblo, difícilmente sería lugar de paso hacia la vida, siendo, por el contrario, ámbito de infidelidad y muerte. Pero, en cambio, como tantas palabras, este tiempo de desierto en el que hemos entrado, bien puede ser tiempo de Cuaresma, que se encamina a la Pascua, de peregrinación con destino a la Tierra que “mana leche y miel”, tiempo de resistencia, de encuentro, y de militancia, tiempo que entre tanta muerte anunciada – y por los kittim celebrada – será tiempo de vida y de libertad verdadera, esa que elegimos vivir con “los otros”, empezando por los pobres, apostando por la vida.

 

Foto tomada de https://www.abc.es/sociedad/virus-camello-enfermedad-letal-amenaza-mundial-qatar-20221108154522-nt.html

 

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