Escuchar al profeta Jesús en medio del conflicto
DOMINGO SEGUNDO DE CUARESMA - "B"
Eduardo de la Serna
Resumen: El texto, más allá de su prehistoria, muestra a Abraham, presentado por el relato como un modelo de obediencia a los proyectos y propuestas de Dios, sean estas las que fueren.
Muchas cosas pueden decirse de este relato que se ha llamado “el sacrificio de Isaac”. Se ha visto – probablemente con razón – como un relato en el que se justifica teológicamente la negativa a los sacrificios humanos, algo frecuente en el ambiente bíblico, y, en ocasiones, también en Israel por influencia de los pueblos vecinos (ver Lev 18,21; 20,2-5; Dt 12,31; cf. 2 Re 16,3). La proliferación futura de la descendencia de Abraham queda justificada por su fidelidad en este contexto.
De todos modos ya en v.1 se nos indica el sentido del texto: Dios quiere “probar” a Abraham. De este modo los lectores están invitados a conocer la fidelidad del patriarca a los designios de Dios, por más crueles que estos fueren. Lo que esto significaría para Abraham queda reforzado por el triple lazo afectivo mencionado por Dios en el que es llamado: “tu hijo, tu único, al que amas” (v.2) luego reforzado en el diálogo donde la relación “padre” e “hijo” es resaltada (vv.6-8).
El relato es llevado hasta el clímax ya que se presenta a Abraham solo con su hijo, luego es levantado el altar, el niño es atado sobre la leña y el padre estira la mano con el cuchillo... Es en el “último minuto” que Dios “provee el cordero”.
La promesa de descendencia ya se había destacado, lo que es indicio, una vez más, de las fuentes múltiples de las que se nutre el relato de Génesis (12,2; 15,5; 16,10).
Es probable que la referencia a Isaac como “el amado, el único”, en paralelo con el dicho del Evangelio sobre "la voz" en el monte acerca de Jesús, haya influido en su incorporación en la liturgia.
Resumen: comenzando un himno conclusivo, Pablo refuerza su confianza en que “nadie” puede separar de Dios a sus amigos.
Leyendo el maravilloso cap. 8 de la carta a los romanos llegamos a su culminación. En este caso, nos encontramos con lo que se ha llamado una suerte de “himno”, que comienza en v.31. En todo él se pregunta por “quién”. ¿Quién contra nosotros? (v.31), ¿quién acusará? (v.33), ¿quién condenará? (v.34), ¿quién nos separará? (v.35) finalizando con la seguridad de que “ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra creatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús” (vv.38-39).
Sin duda el acento está en señalar la firmeza de la relación de amor entre Cristo-Dios y los creyentes. Firmeza dada porque “Dios está por nosotros” (v.31). Pero hay que señalar que esto es la conclusión de todo lo que viene diciendo (“Por consiguiente...”, v.31) en los párrafos anteriores; el evangelio de la salvación, la justicia de misericordia, la redención gratuita obtenida por la sangre de Cristo, la pura fe del creyente a semejanza de la de Abraham, la reconciliación con Dios, la aniquilación del poder del pecado, la incorporación a Cristo, la donación del Espíritu…
“Puesto que" Dios está (en ese sentido ha de entenderse el “si Dios está”, cf. 4,2; 5,10; 6,5; 8,10.17). El “Dios con nosotros” es una expresión de confianza en Él. Es evidente que “sin Él” todo aquello anunciado es algo posible y muy probable, pero “en Dios”, “nadie” puede separarnos… (cf. Sal 27,1; 56,12; 118,6).
La referencia al padre que no perdonó ni a su hijo también (obviamente en primer lugar refiere al Padre y su hijo Jesús, cf. 3,25; 4,25) pero también remite a la escena de Abraham e Isaac (primera lectura) releído en clave mesiánica. Lo que dará son “todas las cosas” (la plenitud de los bienes salvíficos, cf 4,13; 8,17).
En el segundo y tercer “quién” se refiere a Dios en cuanto juez (“acusar”, “condenar”) pero como uno que “justifica” (5,1). El “acusador” es una figura que remite al “fiscal” y – más tardíamente - a satán. Los creyentes son presentados como “elegidos” lo que refiere en general a los israelitas o al pueblo de Israel. Es imposible “acusar” a aquellos a quienes el Dios juez “ha justificado” (cf. Is 50,8). Y, ¿quién podría “condenar” si el Hijo, a la derecha del Padre, “intercede por nosotros”? (en 8,26 se afirma que “el espíritu intercede por nosotros”) mostrándose como una suerte de abogado defensor.
Resumen: Una escena estratégicamente puesta por Marcos luego del anuncio de la pasión de Jesús y de los suyos revela a Jesús en continuidad superadora de Elías y Moisés como el profeta esperado en el que la comunidad debe confiar en medo del conflicto.
El relato de la Transfiguración en Marcos está ubicado estratégicamente. Jesús no sólo acaba de comunicarle a los suyos que lo van a matar (8,31-32a) sino que ante el malentendido que esto provoca en los suyos, manifestado en la reprensión de Pedro (8,32b-23) preocupado por lo anunciado, le(s) afirma: “no sólo a mí me van a matar”, «si alguno quiere seguirme (= ser mi discípulo) tome su cruz y sígame» (8,34). El escándalo llega hasta el fondo. Pero la muerte no tendrá la última palabra. Es en este contexto donde Marcos pone el relato de la transfiguración que tiene interesantes contactos con la resurrección. Podemos imaginarla como un relámpago en medio de la noche. Esto, de lo que un grupo selecto acaba de ser testigo, es anticipo de lo que “viene” acompañado con el escándalo de la cruz. Sin embargo (a modo de gozne) Jesús finaliza esta referencia a la cruz señalando que “entre los aquí presentes” muchos no padecerán la muerte “hasta que vean venir con poder el reino de Dios” (9,1). De eso empezará a hablar el relato.
La escena está estructurada concéntricamente:
A.- Jesús solo con los discípulos (9,2)
B.- Transfiguración (9,2-3)
C.- Elías – Moisés – Jesús (9,4)
C’.- Jesús (“ti”) – Moisés – Elías (9,5-6)
B’.- Sentido de la Transfiguración (“este es…”) (9,7)
A’.- Jesús solo con los discípulos (9,8)
La referencia a “Pedro, Santiago y Juan” no es menor en Marcos. Son – con Andrés – los primeros llamados (1,16-20), los mismos que acompañaron a Jesús a su primer milagro, la curación de la suegra de Simón (1,29), ellos tres son los mismos que son testigos de la resurrección de la hija de Jairo (5,37), son los mismos (nuevamente con Andrés) los que escucharán de boca de Jesús el anuncio de la destrucción del Templo de Jerusalén (13,3), y son – finalmente – los que acompañarán un paso más delante que los demás, a Jesús en Getsemaní (14,33). Pero son, asimismo, los que manifestarán su desconcierto cuando Jesús anuncie su pasión (Pedro en 8,33; Santiago y Juan en 10,35). El discipulado no viene dado, parece, por la cercanía o por la escucha privilegiada, sino por la fidelidad en el camino de Jesús, como el ciego de Jericó (10,52) o como Simón, de Cirene (15,21) o como las tres mujeres presentes en toda la pasión, muerte y sepultura, con María Magdalena en primer lugar.
El relato presenta una importante cantidad de paralelos con la tradición de Moisés: “seis días” (cf. Ex 24,16), tres compañeros (Ex 24,1.9) ascenso a la montaña (Ex 24,9.12-13.15.18; 34,4), vestidos resplandecientes (Ex 34,29), Dios se revela en una nube (Ex 24,15-16.18), se escucha una voz desde la nube (Ex 24,16) paralelos que se refuerzan más aún en textos para-bíblicos (Filón de Alejandría por ejemplo). Sin embargo no hay que detenerse excesivamente en estos paralelos ya que también hay otros, como diremos.
En Marcos el monte (óros) es el lugar donde Jesús convoca a los discípulos a su seguimiento (3,13), o un espacio donde Jesús se retira a rezar (6,46). En este caso se aclara que es un “monte elevado”. La referencia a que se trata del monte Tabor no solamente es un dato legendario, sino que resulta improbable ya que había allí un destacamento militar. De todos modos, evidentemente, no es esto lo importante. El término “transfigurar” (metamorfoô) fuera de este relato (en Mateo y Marcos, Lucas lo reemplaza diciendo que su “rostro fue otro” [9,29]) se encuentra también en Pablo:
«Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu». (2Cor 3:18)
«Y no se acomoden al mundo presente, antes bien transfórmense mediante la renovación de su mente, de forma que puedan distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto». (Rom 12:2)
Como se ve, en ambos casos se trata de un cambio profundo interior a semejanza de Cristo.
El acento está puesto en los vestidos a los que califica de resplandecientes, brillantes. Se acota que es blanco (término que sólo se repite en 16,5 aludiendo al joven en el sepulcro que anuncia a las tres mujeres que el crucificado ha resucitado) como no puede blanquearlas batanero o tintorero alguno (cf. 2 Re 18,17; Is 7,3; 36,2: el “campo del tintorero”). En el A.T. Dios blanquea al pecador que se acerca a Él: Sal 51,9; Is 1,18; cf. Ap 7,14.
A “ellos” (no a Jesús solamente) se les aparecieron Elías y Moisés. Es interesante el orden, poner a Elías en primer lugar es indicio de que Marcos no pretende resaltar a Moisés (como por ejemplo diciendo “la Ley y los Profetas”, cosa que sí parece pretender Mateo. Es muy probable que lo que se esté intentando es destacar a dos grandes profetas de Israel, y la preeminencia de Elías se deba a las motivaciones que señala el diálogo final acerca de la resurrección y los tiempos finales (vv.11/13, omitidos en el texto litúrgico) que la trasfiguración anticipa.
Pedro, que toma la palabra como “portavoz” de los presentes alude a tres “carpas”, por lo que se ha pensado que el contexto de la escena es la fiesta judía de las tiendas. De todos modos, aunque así fuera, no es el tema que Marcos intenta destacar. Es bueno no mezclar lo que puede haber ocurrido históricamente (que no es el caso investigar aquí) de lo que Marcos quiere predicar(nos). La referencia a las vestiduras que remite – como se dijo – también a Adán, que antes de la caída tenía vestiduras resplandecientes en algunas tradiciones judías:
«Y el Señor Dios hizo a Adán y su mujer túnicas de pieles (‘or), y los vistió (3, 21). En la Torá de R. Meir encontró escrito: ‘Vestimentas de luz’ (or): esto se refiere a las prendas de Adán, que eran como una antorcha [derramaban resplandor], ancho en la parte inferior y estrecha en la parte superior. Isaac el Viejo dijo: Ellos eran tan suaves como una uña y tan hermosa como una joya. R. Johanan dijo: Eran como las vestiduras de lino fino que vienen de Bet-seán. Prendas de piel que significan aquellas que son más cercanas a la piel. R. Eleazar dijo: Estas eran de piel de cabra. R. Joshua dijo: De piel de liebres. R. José b. R. Hanina dijo: Era una prenda hecha de piel que es lana. Resh Lakish dijo: Era de lana circasiana, y fue utilizada [después] por niños primogénitos. R. Samuel b. Nahman dijo: Eran hechas de la lana de camellos y la lana de las liebres. Prendas de piel significa de los que se produce a partir de la piel» (Génesis rabba 20,12).
De este modo la referencia a “qué bueno es estarnos aquí” podría estar haciendo alusión a una suerte de sentirse en el paraíso.
También un texto del apócrifo de Henoc nos pone en un marco semejante:
«En esos días me arrebató una tormenta de viento de la faz de la tierra y me puso en el borde de los cielos. Allí tuve otra visión: la morada de los santos y el lecho de los justos (…) En esos días vieron mis ojos al Elegido por la justicia y la fe, en cuya vida habrá justicia, y los justos y elegidos serán innumerables ante él por toda la eternidad. Vi su morada bajo la égida del Señor de los espíritus, y todos los justos y escogidos resplandecían ante él como luz de fuego, y sus bocas estaban llenas de bendición, y sus labios alababan el nombre del Señor de los espíritus. La justicia ante él no se agotaba, ni la verdad cesaba junto a él. Allí quise morar, y deseó mi espíritu tal mansión, donde ya tenía parte, pues así me fue asignada ante el Señor de los espíritus». (1 Henoc 39,3-8)
El Evangelio aclara que Pedro no sabía “qué responder”, pero no habiendo pregunta podemos suponer que se refiere a que no sabía cómo responder al acontecimiento. La razón es el temor reverencial (ékfoboi). Así continúa un tema característico de Marcos que es la incomprensión, particularmente de los discípulos ante la realidad de Jesús que precisan una palabra que clarifique su constante malentendido (v.7).
La “nube”, la “sombra” y la “voz” remiten a las teofanías (cf. Ex 34,29-30; 40,38) con lo que se prepara la intervención de Dios a los testigos. La voz repite las mismas palabras que “una voz de los cielos” dijo en el bautismo de Jesús (1,11) aunque allí dirigida a Jesús (“tú”) y aquí a los testigos, (“este es”), el “hijo”, y se acota: “¡escúchenlo!”, que es lo que se debe hacer con el “profeta” semejante a Moisés (Dt 18,15). Escuchado esto, “de pronto”, súbitamente se encontraron solos con Jesús. Lo que se debía decir ya estaba dicho, la voz que ahora hay que escuchar, la nueva voz profética para los seguidores de Jesús es la suya propia, ya no la de los antiguos grandes profetas.
La escena finaliza con Jesús “solo con ellos”. Una comunidad, como la de Marcos, que vive inmersa en una situación de conflicto y muerte (“tome su cruz”) es llamada por Jesús en “un monte” para “estar con él” (3,14). Así como Dios protegió a Moisés y Elías, y protegió a Jesús resucitándolo, ahora el autor nos reitera que los discípulos están “con Jesús”, él no los deja solos, incluso en momentos en que no saben qué decir por el miedo (9,6; 13,11).
El relato finaliza con el diálogo entre Jesús y Pedro, Santiago y Juan (vv.9-13). El texto litúrgico se interrumpe en v.10. Hay aquí algunos elementos a tener en cuenta brevemente:
Hay una relación entre la transfiguración y la resurrección, como se ha insinuado. En cierto modo esta escena es una suerte de “anticipo” de la resurrección.
Ellos “observan este pedido” a diferencia de lo que hacen tantos que cuando Jesús manda callar no resisten y hablan a todos.
Sin embargo ellos no comprenden “qué significa eso de resucitar de entre los muertos”. Es probable que sí lo supieran, pero el acento no está en qué significa “resucitar” sino la resurrección “del hijo del hombre”, ya que en general la creencia en la resurrección era popular. Se esperaba para el “final de los tiempos” (“aquel día”, Dan 12,2) la resurrección; pero la idea de que el “hijo del hombre” iba a resucitar y ellos estarían vivos sin duda es algo desconcertante para sus expectativas.
El diálogo luego continúa en ese sentido (acerca de Elías) pero, como dijimos, es algo que está omitido en la liturgia.
El video con comentario al Evangelio puede verse en
o también en
De paso un comentario litúrgico... el prefacio (y, por ejemplo la oración conclusiva de la semana pasada) corresponden a la lectura de Mateo, pero nada que ver con lo que dice Marcos (por ejemplo, lo que dice el prefacio de "la Ley y los Profetas").
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Cualquiera puede comentar y no será eliminado, aunque no este de acuerdo con lo dicho, siempre que sea respetuoso (caso contrario, será borrado). Pero habitualmente no responderé los comentarios, ni unos ni otros, para no transformar este blog en un foro. De todos modos, podrán expresar su opinión.