Jonás, un profeta no muy fiel
Eduardo de la Serna
El profeta Jonás es bastante
conocido, pero no tanto por sus dichos o profecías, sino por lo que hizo (y
dejó de hacer). Curiosamente por esto mismo es mencionado en el nuevo
Testamento de modo distinto por Mateo (12,39-41; 16,4) y por Lucas (11,29-32)
destacando la escena del pez el primero, y la conversión de los paganos el
segundo. Fuera de esto, se menciona otro profeta con el mismo nombre en 2 Re
14,25 y Mateo nos dice también que tal es el nombre del papá de Pedro (16,17). Pero
¿qué podemos decir del profeta Jonás? ¿Del libro que tiene su nombre?
Lo primero que debemos tener en
cuenta que el libro de Jonás se parece más a una parábola que a una narración
histórica, y como tal tenemos que entenderlo.
Si hay una característica
frecuente en los libros de los profetas es que están conformados por dichos que
Dios dirige a diferentes destinatarios (reyes, sacerdotes, jueces, militares,
otros profetas, el pueblo judío en su (casi) totalidad u otros pueblos). Éstos se suelen expresar con
palabras claras en las que no hay duda que Dios se dirige a ellos y el profeta
actúa como intermediario sin dudarlo. En la parábola de Jonás ocurre precisamente
lo opuesto: Dios manda a Jonás a predicar nada menos que a Nínive, la ciudad
asiria que era paradigma de opresora del pueblo de Dios y –por supuesto- pagana
(1,2).
Lo primero que llama la atención
es que Jonás hace exactamente lo contrario de lo que Dios le encarga: va para
otro lado bien lejano para no tener que obedecer (1,3). Siempre por contraste,
se desata una terrible tempestad (enviada por Dios, 1,4) y los marineros (todos
paganos) rezan a sus dioses pidiendo la calma, mientras Jonás duerme (1,5).
Cuando lo despiertan y él reconoce que la tormenta es responsabilidad suya, los
paganos se niegan a arrojarlo al agua para apaciguar el clima con la finalidad de salvarlo (1,11.13);
viendo que la situación no mejoraba los paganos “clamaron a Yahvé” pidiendo
compasión ante lo que iban a hacer (1,14), incluso le ofrecen un sacrificio
(1,16). Una vez en el agua Jonás es tragado por un gran pez (2,1) desde donde
Jonás “ora a Yahvé” (2,2) desarrollando un hermoso salmo (2,3-10) en el que
manifiesta la confianza en un Dios que no se desentiende del orante que
arrepentido se dirige a Él.
Nuevamente –entonces- Yahvé envía
a Jonás a Nínive que –esta vez sí- se dispone a obedecer. Pero nuevamente sucede
lo impensado. Leyendo los profetas sabemos bien que habitualmente su
predicación parece caer siempre en saco roto, no es escuchada, y ¡mucho menos,
por los paganos! Sin embargo, Jonás empieza a predicar y antes de terminar de
hacerlo (tardaba 3 días en recorrer la ciudad pero al hacer “un día de camino”,
3,3-4) ya todo Nínive se convierte y arrepiente. Todos hacen ayuno, desde el rey
hasta “las bestias de ganado mayor y menor” (3,7) “claman a Dios” (3,8) y ante
el arrepentimiento de todos, Dios se arrepintió a su vez de lo que había decidido hacer
(3,10). Nuevamente Jonás queda “mal parado” ante el lector (y los paganos
quedan bien): se enoja con Yahvé por no haber castigado a Nínive. Su enojo es
porque Él es “un Dios clemente y misericordioso, tardo a la cólera y rico en amor,
que se arrepiente del mal” (4,2) lo cual le resulta intolerable al “profeta”
hasta el punto de pedirle a Dios que lo mate (4,3).
La escena cambia ahora de
ubicación. Jonás se traslada a un monte para ver desde allí si ocurre o no algo
a la ciudad (4,5) y entonces Dios hizo crecer rápidamente un ricino para darle
sombra, lo que alegró a Jonás (4,6). Pero el sol del día siguiente hizo secar
el ricino lo que afectó a Jonás hasta el punto de –nuevamente- desearse la
muerte (4,8). La pregunta de Dios, “¿te parece bien irritarte?” es repetición
de la anterior (4,4.9) lo que da pie a una nueva intervención de Dios, con lo
que cierra el libro: si Jonás se preocupa por un ricino, ¿no es razonable que
Dios se ocupe de las 120.000 personas que viven en Nínive, y de los animales?
Como se puede ver, Jonás más que
un profeta parece un “anti-profeta”, alguien que hace y a quien le sucede lo
opuesto a lo que ocurre con los profetas bíblicos: es enviado a predicar y no
va, no se nos dice en qué consiste su predicación, los destinatarios se
convierten totalmente; ¡hasta los animales! (lo cual confirma el carácter de
parábola del texto). Los paganos son los que “claman a Dios”, mientras que Jonás
refunfuña contra Él, sea por tener que predicar cuanto porque Dios es
misericordioso y tiene amor por los ninivitas. En realidad podríamos decir que
Jonás es como un “negativo” de lo que se espera de alguien frente a Dios; como
que el autor nos muestra en Jonás que lo que se ha de hacer es exactamente lo
contrario. Es decir, anunciar la palabra de Dios, compartir su misericordia por
los pecadores y alegrarse por la conversión, y reconocer en los no creyentes a aquellos a los que mostrar el camino de Dios ya que son siempre disponibles a escuchar y dejarse
conducir por Dios.
Imagen de Jonás pintado por Miguel Ángel, tomada de https://lacapillasixtina.es/simbolismo-jonas/
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