martes, 30 de abril de 2024

Comentario a las lecturas domingo 6º de pascua B

Jesús nos deja las huellas de su amor para seguirlas


DOMINGO SEXTO DE PASCUA - "B"

Eduardo de la Serna




Lectura de los Hechos de los Apóstoles     10, 25-26. 34-36. 44-48

Resumen: Dios no hace acepción de personas es el punto de partida. También los paganos pueden recibir los dones de Dios; pero para que la Iglesia pueda dar este paso fundamental el Espíritu se manifiesta con claridad mostrando los caminos de vida para todos.



El texto litúrgico es, en realidad, una serie de fragmentos de un texto mucho más amplio que es la predicación y bautismo del primer pagano, Cornelio. El texto condensa muchos elementos que merecen comentario. En realidad, la escena abarca desde 10,1 hasta 11,19. Comentaremos solamente lo que se encuentra en los fragmentos seleccionados:


vv.25-26: movido por una revelación que se repite insistentemente, Pedro (contra todo lo permitido) se dirige a casa de un pagano. Cornelio, que también actúa movido por una revelación lo recibe y se postra ante él. Como también lo hace Pablo en 14,16 Pedro insiste en que “es hombre” y postrarse ante él es algo inadecuado. No parece que Cornelio – de quien se nos dice que es “temeroso de Dios”, y por tanto acepta la religión de Israel aunque no pueda hacerla suya completamente – confundiera a Pedro con un ser divino, pero lo cierto es que al caer postrado a sus pies (algo que Jairo y un samaritano hacen ante Jesús en Lucas, cf. 8,41; 17,16; cf. Ap 19,10) realiza algo inconveniente. 


vv.34-36: Ante las revelaciones simultáneas Pedro confirma que también ha de aplicarse a esto el dicho característico de que “Dios no hace acepción de personas” (cf. Dt 1,17; 10,17; 16,19; Job 34,19; Sir 35,13; y en el NT: Rom 2,11; Gal 2,6; Ef 6,9; Col 3,25; 1 Pe 1,17…). La imagen originalmente alude a que un juez no puede guiarse por la “cara” (el término “rostro” es el que está en el término “acepción”, prosôpon) ya que Dios mira “el corazón”. Pero esto, que refiere a la justicia, Pedro lo aplica aquí a que Dios no hace acepción entre judíos y paganos y también a estos (como Cornelio) quiere hacer llegar la salvación. 


El texto aquí parece romper la lógica ya que comienza a destacar que “la palabra” de Dios se dirigió a los hijos de Israel, pero al finalizar esta breve referencia a Israel, Jesús y la pascua (omitida en el texto salvo el primer versículo) todo se interrumpe por una nueva intervención divina (que las hay en cantidad en esta unidad, como veremos). 


vv.44-48: “estaba diciendo estas cosas”, es decir, aunque se señale la preeminencia de Israel, el Espíritu Santo (a quién hemos calificado de “el gran protagonista” de Hechos) cayó sobre los que escuchaban “la palabra”. Lo que observan los “circuncisos” es que el don del espíritu también se dirige a los “incircuncisos” ya que – como había ocurrido con aquellos al comienzo – los escuchan hablar en lenguas (2,4) y engrandecer a Dios. 


Ante esta intervención de Dios, Pedro no puede sino reconocer una vez más a Dios que habla. Y entonces, “¿cómo negar el bautismo?” Si el que marca los caminos de la Iglesia (tema central de Hechos, como se ha dicho en otro momento) es el Espíritu Santo, los signos del Espíritus deben ser acatados y – aunque sólo podía bautizarse a los miembros del pueblo de Israel (salvo cuando se hacía un bautismo de purificación a uno que sería circuncidado a continuación) – ahora el Espíritu mismo invitaba a cambiar de actitud.


Quizás podamos sintetizar este acontecimiento fundamental de este modo: en una mirada rápida, todo el AT invitaba a tener con los paganos una actitud de distancia y hasta de rechazo (no se puede entrar en su casa, 10,27), y el mismo Jesús había dicho que no se dirijan a paganos sino “a las ovejas perdidas del pueblo de Israel” (cf. Mt 10,6) [esto que decimos es muy simplificado, sin dudas todo es mucho más complejo], lo cierto es que pareciera que todo estaba en contra de la predicación y aceptación de paganos, tanto la Biblia como el mismo Jesús. Por tanto, para dar este paso monumental, hacía falta una indiscutible intervención del Espíritu. De allí lo extenso del relato, la insistencia en las revelaciones de Dios a Pedro y a Cornelio, y la manifestación visible del espíritu en las lenguas. Ahora sí se puede dar el paso decisivo de la aceptación por medio del bautismo. De todos modos la cosa no quedará aquí y Pedro deberá rendir cuentas de todo esto a la comunidad de Jerusalén (donde por tercera vez repetirá las revelaciones) de modo que la asamblea de Jerusalén – donde todo se decide en Hechos – reconozca claramente que “también a los gentiles ha dado Dios la conversión que lleva a la vida” (11,18).


Lectura de la primera carta del apóstol san Juan     4, 7-10

Resumen: La insistencia – como en toda la carta – en el amor tiene también otros elementos propios: “conocer a Dios”, haber “nacido de Dios”. El amor tiene en Dios su origen y es el modelo de cómo debe ser el amor de los creyentes hacia sus hermanos.



Con un nuevo vocativo (“queridos”, v.7) el texto continúa las exhortaciones (y finaliza en v.10 ya que en v.11 un nuevo “queridos” da comienzo a otra unidad). En realidad, el tema del amor se encuentra x48 veces en la carta (x8 en esta sub-unidad) y x10 en las cartas 2ª y 3ª [y – como veremos en seguida – es sumamente importante en el cuarto Evangelio]. Como es frecuente en la Biblia, el amor aparece, a su vez, ligado al “conocimiento”. Ya en 2,5 se relaciona guardar la palabra, amar a Dios y conocerlo. Por eso “el mundo no lo conoce” (3,1). La unidad anterior finalizaba diciendo que “somos de Dios. El que conoce a Dios nos escucha…” (4,6). Este, a su vez, se repite que “ha nacido de Dios”, algo que ya se ha afirmado en 3,9: “Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado porque su germen permanece en él; y no puede pecar porque ha nacido de Dios”. Más adelante insistirá que todo el que cree que Jesús es el Cristo “ha nacido de Dios; y todo el que ama a aquel que da el ser ama también al que ha nacido de él. (5,1), éste “ha vencido al mundo” (5,4, como Jesús, Jn 16,33) y esa victoria es “nuestra fe”, el “nacido de Dios” no peca porque Dios lo protege (5,18).


Ahora bien, este amor – que es lo propio de los nacidos de Dios, los que lo conocen, tiene en Dios mismo su fuente, en el “envío” de su Hijo para que “vivamos” (única vez del verbo záô en la carta; como en el Evangelio, Juan usa el sustantivo zôê [x13] y el verbo záô en el sentido de vida divina). El amor es gratuidad, recepción: Dios nos amó (v.10) enviando a su Hijo. Este “envío” (tan importante en el Evangelio de Juan) es síntoma del amor divino (que “tanto amó al mundo que le dio a su Hijo…”, Jn 3,16).


Este hijo fue “propiciación” (hilasmòn) por nuestros pecados. El término es ambiguo y puede referir al rito (sacrificio), al día (de la Expiación) al altar o a los efectos conseguidos (el perdón). El término (o el semejante hilastêríon, en Rom 3,25) no hace referencia a rituales sino más bien a los efectos: el perdón. Por el envío de Jesús los creyentes alcanzan el perdón. 


La frase más fuerte de la unidad es sin duda la afirmación de que “Dios es amor” (v.8; cf. v.16; ver también Jn 4,24: “Dios es espíritu” y 1 Jn 1,5: “Dios es luz”. Todas han de entenderse cristológicamente). La relación de Dios y el amor es sumamente frecuente en toda la Biblia (cf. Jer 3,12; Sal 130,7; 145,8), pero la afirmación de que Dios “es” amor es ciertamente novedosa. Sin duda el contraste de este amor es el “odio” del “mundo” (que como se ha dicho frecuentemente no ha de entenderse en sentido dualista, como referido a lo terrestre, sino a aquellos que rechazan el proyecto de Jesús): Jn 15,18; 17,14; 1 Jn 3,13.Hemos señalado en otro momento que aquellos frente a los que el autor de 12 Juan reacciona son también ellos seguidores del discípulo Amado. Ellos estarán de acuerdo que Dios es amor, pero han limitado el amor a un amor que excluye a los hermanos. Sólo amor a Dios, de allí la referencia al acto de Jesús capaz de conseguir el perdón en la cruz. El autor de las Odas de Salomón lo afirma: “Yo no hubiera sabido amar al Señor si él no me hubiese amado” (3,3-4).




Evangelio según san Juan     15, 9-17

Resumen: Jesús destaca una cadena de amor que comienza en el Padre y pasando por Jesús (y su amor ejemplar) llega a los discípulos que deben amarse y salir al mundo mostrando ese amor a todos.



Como señalábamos la semana pasada, el gran texto del discurso de despedida (Jn 13-17) tiene varias partes. El discurso de la vid y las ramas es una de ellas. Esta, a su vez tiene dos sub-unidades, la primera (vv.1-8) centrada en la vid y los sarmientos propiamente dicha, y la segunda (vv.9-17) centrada en el amor, que será visto como “fruto”. Lo importante es que todo esto es presentado como “mandato”. 


El amor, tema central de la unidad, aparece en una suerte de cadena: del Padre a Jesús, de Jesús a los suyos, de estos a los demás. El amor de Jesús se presenta, entonces, como amor modelo para los discípulos (cosa que ya ha indicado: 13,34-35), un amor que es “extremo” (13,1). Esto supone por parte de Jesús una entrega de su propia vida (10,18; 14,31) que para Jesús es “mandato” del Padre. Así, entonces, el (modo del) amor de Jesús es modelo y a su vez fuente del amor que los discípulos deben tener mutuamente. 


Una nota breve sobre el “dar la vida”. Con frecuencia este texto y otros semejantes se ha entendido en un sentido sacrificial, heroico. Y casi suicida. El tema es muy distinto si se lo mira desde la perspectiva del amor. El amor a los demás es un compromiso militante por su bien, por su vida. Y esa búsqueda del bien (o la justicia, o la paz, o lo que acompaña las virtudes) se vive en plenitud. Pero ocurre con frecuencia (con mucha frecuencia, lamentablemente) que hay quienes no quieren la vida de los otros, o su justicia, o su paz… La coherencia, la fidelidad en la búsqueda de esa vida plena para los otros lleva con frecuencia a los violentos a eliminar a aquellos. Pero entonces, no es la muerte (que es acción homicida de los violentos) lo que resulta meritorio y modélico, sino la coherencia, la fidelidad, el amor hasta el final. Ese amor extremo es lo que vale. El mártir no da la vida, se la arrancan. Lo eliminan. Pero el mártir es capaz de llevar su fidelidad hasta el fin, no porque quiera morir sino porque quiere que aquellos que son objeto de su amor (o de la justicia, o la paz) puedan vivirla en plenitud.


Los amigos (filíoi) son aquellos que son amados (filía), y estos no son un pequeño grupo selecto sino todos los creyentes, todos los que reciben el don del espíritu y son entonces hijos. “Él nos amó primero” (1 Jn 4,19). Así el mandamiento no es algo “mandado” despóticamente, sino algo que fluye después de haber experimentado el amor extremo de Jesús. El Jesús que a lo largo de todo el Evangelio ha hecho la voluntad de su padre invita ahora a los suyos a hacer lo mismo (v.10).


En este sentido, la intimidad es tan profunda que el que había sido “siervo de Jesús” es presentado como “amado” (= amigo), del mismo modo que lo había sido Moisés a quién Dios hablaba “como un amigo” (Ex 33,11). Este grupo de “elegidos”, “amigos” sin duda es más amplio que el grupo de los Doce (de hecho no se destaca quiénes son los presentes en esta unidad). 


Pero abruptamente el texto retoma la imagen de la vid con la que había comenzado el discurso. El grupo está “destinado” a dar fruto” y fruto que “permanezca” (recordar el verbo permanecer que destacamos el domingo pasado). El grupo – como los Doce – han sido “elegidos” (6,70), comparten con él la cena (13,18) y al ser elegidos los ha “sacado del mundo” (15,19). Pero esta elección es para un “destino”. La vida de las ovejas es el “destino” de la vida del Pastor (10,11.15.17.18), como anuncia Pedro que lo hará (13,37.38) y es el amor mayor que Jesús anuncia (15,13). Jesús, que insistentemente dice que se “va” (13,3.33.36; 14,5.28; 16,5.10.17), les dice que “vayan” a dar fruto. El marco es evidentemente misionero, una búsqueda de fruto que permanezca en los demás. Para eso cuentan con la oración en nombre de Jesús.


El amor, la característica fundamental de Jesús y de los suyos contrastará – en lo que sigue – con el odio del mundo.


El video con comentario al Evangelio 
o también en


Foto tomada de dospuntodios.com

lunes, 29 de abril de 2024

domingo, 28 de abril de 2024

Una breve nota sobre Moisés, la Biblia y la historia

Una breve nota sobre Moisés, la Biblia y la historia

Eduardo de la Serna



Es importante, antes de señalar lo que aquí nos proponemos, tener muy presente que los cristianismos históricos y los judaísmos leemos la Biblia de modo muy diferente, y de ninguna manera pretendo señalar que una lectura sea superior o inferior a otra, son simplemente diferentes modos de enfrentar los textos. Modos de lectura que dicen relación a la propia historia, la cultura, la fe…

Es sabido que hay diferentes judaísmos y diferentes cristianismos, lo cual – creo – enriquece a ambos colectivos, salvo cuando se pretende – no es aquí el caso – sostener e imponer un discurso único.

Como todo grupo tradicional, ambos se nutren de “mitos fundacionales” (en el sentido obviamente positivo que el término “mito” ha sabido conquistar), los mitos son nutrientes de las creencias. Y, como todo mito, estos deben ser asumidos, o asimilados por el colectivo.

Pero también, como todo grupo tradicional, ambos tienen su historia. La historia, como ciencia, tiene su metodología, sus criterios, sus fundamentos. ¿Los mitos ilustran la historia? ¡sin duda!, pero en la medida en que se entiendan como tales y se proceda a desmitologizarlos en orden a aportar a la ciencia. Para decirlo sencillamente, la historiografía no es una creencia, por más que haya diferentes interpretaciones de “datos”. Para decirlo, ahora, “en cristiano”, no es una cuestión “religiosa” la existencia de un personaje llamado Jesús; hay elementos y datos “históricos” que nos permiten afirmarlo con certeza; lo religioso, en todo caso, son las consecuencias que afirmamos de su paso por la historia: liberador, hijo de Dios, etc. Lo primero lo “sabemos”, lo segundo lo “creemos” (o no, por cierto).

La historia, es sabido, se nutre de fuentes, entre ellas la arqueología. Esta también – como las fuentes escritas – debe ser interpretada (y complementada con otros datos; poco serio es aquel que absolutiza un dato y niega otros para sostener sus propios preconceptos).

Valga toda esta introducción para referirnos a Moisés. Para empezar, quiero señalar que lo fundacional de Israel, por lo que sé, no es ni la persona de Moisés, ni el éxodo, como salida de Egipto, sino la convicción de que Dios se ha elegido un pueblo. Señalo esto porque es interesante señalar que entre los grandes estudiosos de la Historia (bíblica) de Israel, no son pocos los que directamente niegan la existencia de Moisés (y del acontecimiento del éxodo) y podríamos aquí señalar muchos de sus nombres; también, como es frecuente, hay posiciones más conservadoras. Señalo aquí una postura intermedia: una vez hablando con el enorme Severino Croatto él decía que sostenía que algún movimiento desde Egipto hacia Canaán debería haber habido (evidentemente él no lo identificaba con la narración bíblica enriquecida teológicamente); “difícilmente – decía – los judíos hubieran creado un mito fundacional a partir de un personaje egipcio” (es sabido que el nombre “Moisés” es egipcio). A esto, le acompaño un breve añadido:

  •     Un grupo numeroso de migrantes (o fugitivos) es algo impensado en una época en la que Egipto estaba en todo su esplendor (lo que incluye lo militar), por lo que – de haber existido – no es sensato pensar en un grupo demasiado grande.
  •    El territorio egipcio era extensísimo y abarcaba también la tierra de Canaán hasta territorio hitita, por lo tanto, decir que “salieron de Egipto” no aporta ninguna precisión ya que “todo era Egipto”.
  •         Las escenas “milagrosas” como la partición de las aguas, las codornices, las serpientes, el maná, el agua de la roca y demás, tienen, muchas de ellas una clara explicación “natural” y otras “teológica”. Por ejemplo, ya desde 1927 se sostiene que el “maná” es una secreción resinosa que produce el tamarisco a partir de la acción de un insecto; en cambio, la interrupción momentánea del rio Jordán por un desprendimiento (como el ocurrido en el año 1267 d.C.) permitiendo el paso a pie, parece la fuente (lectura retrospectiva) de la “narración fundacional” del paso del Mar.

Señalo esto simplemente para destacar que es absolutamente razonable que los distintos grupos religiosos (y esto aplica a judíos, a cristianos y a musulmanes) vean en Moisés una serie de elementos decisivos en su gestación. Por ejemplo, de Moisés se dice – en la misma Biblia – que es liberador, que es legislador, que es profeta… y uno u otro aspecto será más resaltado que los otros en algunos relatos y no tenido en cuenta en otros.

Una lectura judía de la persona de Moisés será, por caso, diferente de otras, lo cual enriquece, notablemente al judaísmo. Es frecuente, desde la Misná al Talmud que se indique que “rabí X dijo A, y rabí Y dijo B, mientras que rabí Z dijo C”; después, cada quién aceptará una de ellas y la profundizará; es algo propio del tradicional pluralismo judío. La lectura cristiana, menos plural, de todos modos, también destacará a “la ley de Moisés”, o a “un profeta como Moisés”, o un “nuevo éxodo” en sus textos.

Ahora bien, todo esto forma parte de las convicciones religiosas. Importantísimas; pero no son fuentes para la historia, concretamente. Una lectura fundamentalista – lamentablemente la más habitual – al estilo de la presentada en la serie “Moisés” del fundamentalismo evangélico brasileño no resiste el mínimo análisis histórico.

Todo esto pretende señalar que cualquier persona creyente (incluso el presidente de la República, si fuera creyente) tiene todo el derecho del mundo de asumir una corriente de lectura y pensamiento. Muy distinto es que – con ella – comprometa a todo el país y sus políticas (por ejemplo, bélicas). Es evidente que muchas lecturas judías y muchas lecturas cristianas serán diferentes, y hasta opuestas, y no estamos en un régimen teocrático en la que se compromete a todo un pueblo detrás de limitadas convicciones.

Indudablemente es razonable, y frecuente, que mis convicciones creyentes me muevan a pensar o decidir de una determinada manera frente a acontecimientos o proyectos, pero – en ese caso – sería sensato que se las “desmitologice” a fin de presentarlas de un modo sensato y convincente con el objetivo de que sean debatidas y aceptadas o rechazadas por la sociedad. Pretender que se acepte acríticamente mis propias convicciones nos remite a épocas felizmente superadas, aunque en personas o lugares se resistan a retirarse.

Finalizo con una idea: la literatura inspirada en el libro bíblico del Deuteronomio señala que en algún momento Dios enviará un profeta semejante a Moisés. Los cristianos creemos que Jesús es ese profeta, es decir, alguien que habló de parte de Dios a su auditorio. Si Jesús nos invita al amor extremo, podemos creer que nada es mejor que eso para nuestra sociedad y nuestro pueblo. Pero no es lógico decir a la gente (salvo a los creyentes, por cierto): “debemos amarnos porque Jesús, el nuevo Moisés, lo ha dejado como mandamiento”; lo razonable es aceptar el desafío enorme de mostrar en una sociedad alimentada por el odio y el miedo, que el amor libera, que el amor vence al odio, que el amor construye y edifica nuestra sociedad, y nos garantiza la justicia y la paz… En fin, que si nos falta el amor no somos nada. Pero debemos decirlo enfrentando a los odiadores, los injustos, los violentos, los amantes de la mentira y la opresión. Enfrentándolos con amor, ciertamente, y mostrando a quienes quieran ver y oír, que el amor es más fuerte que la muerte. En suma, ¡que vale la pena!


Escultura de Moisés hecha por Michelangelo para la tumba del papa guerrero Julio II.

 

viernes, 26 de abril de 2024

La inhumanidad avanza

La inhumanidad avanza

Eduardo de la Serna



Hace ya mucho escribí algunas notas aludiendo a la humanidad. Porque creo que antes de mirar la paja en el ojo ajeno hay que mirar la viga en el propio, como pone en boca de Jesús un texto que comparten Mateo y Lucas, comencé haciendo referencia a varias actitudes eclesiásticas que están lejos, ¡muy lejos!, de la humanidad (¡recuerdo cuando Pablo VI decía que la Iglesia es “experta en humanidad!, expertise olvidada), y, luego, también a la “humanidad cero” que el macrismo mostró en sus gobiernos, tanto en la ciudad, como en la Nación (si no se ve, ¡no existe!).

Pero, si de humanidad se trata, debo confesar que mi preocupación de ayer es espanto de hoy. Parece que los destinos del país hoy los dirige una “persona no humana”, remedando el espantoso fallo judicial sobre la orangutana Sandra. Y no me refiero aquí a alguien que puede ofender o insultar a cualquiera que salga de sus acotados límites de comprensión; tampoco a la actitud de agredir a cualquiera y después pretender actuar como si “aquí no ha pasado nada”, y así poder vomitar sus habituales groserías – con las que parece moverse a sus anchas – contra presidentes extranjeros, sobre un Papa, o sobre cualquiera que tenga enfrente… La reacción de muchos de estos, a veces, revela su escasa dignidad (y no me refiero al sentido del término usado por la olvidable declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, “dignidad infinita”), o mejor su “indignidad”; a veces un puesto, o un ministerio parecen reparar agravios. Me refiero sencillamente a la evidente reacción del sujeto ante cualquier signo de humanidad que tenga enfrente. Puede estar ante inundados en Bahía Blanca, ante enfermos de dengue o cáncer, o ante un adolescente abanderado que se desmaya y nada cambia en su rictus de inhumanidad.

Todo invita a sospechar en una personalidad que se ha armado con alfileres y que se derrumba por cualquier cosa. Sólo parece emocionarse cuando habla de su hermana o de su ex perro (al que sigue haciendo referencia en presente como si estuviera vivo); escuchar al adornado vocero decirle a un periodista que le preguntó por los perros que era ofensivo hablar así de la “familia presidencial” revela un grado de desquicio raras veces visto. Pudimos verlo llorar (o simular que lo hacía) en el Muro de los Lamentos y momentos después bailar (o algo que creía que lo era) desencajado. Mientras tanto, ostenta esa inseguridad humana que expresa, cuando está con alguien, sentándose en la punta de la silla queriendo salir corriendo cuanto antes, aferrado a algo en la mano en todo momento y poniéndose por encima de todos, aunque sea sobre una tarima, al hablar como si supiera, creyendo que enseña (como el papelón que hizo en Davos) y utilizando palabras rimbombantes, como “un tonto solemne”, como decía mi viejo [sobre la ignorancia supina que manifiesta al hablar de temas bíblicos he escrito ya demasiado]. Un tipo incapaz de tener una relación humana, como la que nadie creyó que tuviera con una famosa (y que, para simularlo, tenía que estamparle un grotesco beso ante el mundo), uno que su única relación afectiva es con un perro muerto.

Más allá de las políticas (espantosas) implementadas, mi pregunta pretende ir a lo fundamental: una persona que manifiesta ostensiblemente su incapacidad humana, ¿cómo puede conducir personas? ¿cómo pretende guiar a un pueblo? ¿Cómo puede sentir lo que siente una comunidad alguien que no muestra sentimiento alguno?

Después vendrá lo demás (¡lo terrible, por cierto!), pero un “demás” que nace de una empatía nula, una actitud que se manifiesta en una crueldad cínica ante desocupados, jubilados, migrantes, pobres, estudiantes universitarios, enfermos, personas en situación de calle, comedores, hospitales, víctimas del terrorismo de estado y decenas de espacios más donde la humanidad sencillamente se vive en el día a día.

Un conocido decía que los que se dedican a economía no tienen moral, porque 5 x 8 = 40, y no hay moralidad en ello. No está de más tenerlo presente al recordar que si la economía no la maneja la política, si se cree que se trata de una ciencia exacta, la vida o la muerte, la salud o la enfermedad, la educación o la ignorancia, la paz o la guerra siempre serán “sencillas consecuencias de suma o resta”. Pero creo que aquí se trata de mucho más que de moral… se trata de vida humana. Y, simplemente, a algunos no los considero ni aptos, ni preparados, ni incluidos en lo humano. Y – por lo tanto – incapaces de presidir un pueblo, formado por seres humanos (a menos que pretenda que la Argentina sea un clon – que de eso pareciera saber – de los Estados Unidos). Un buen test o examen de humanidad debería ser exigido como imprescindible antes de elegir nuestros futuros dirigentes.


Imagen tomada de https://es.123rf.com/photo_213814916_cultivar-la-empat%C3%ADa-im%C3%A1genes-humanidad-tem%C3%A1tica-ilustraci%C3%B3n-de-fondo.html




jueves, 25 de abril de 2024

Roboam, un rey necio

Roboam, un rey necio

Eduardo de la Serna




Según la Biblia, a la muerte de Salomón (cerca del año 930 a.C.) lo sucedió su hijo Roboam. Fue rey durante 41 años, pero se dice que fue causante de una gran fractura en el pueblo. En ese entonces – por lo que leemos en los textos – había dos reinos, uno al norte y otro al sur, con sus capitales en Siquem y en Jerusalén respectivamente, pero estaban unidos por un mismo monarca. Cuando un rey era coronado, luego de muerto el anterior, el sucesor debía ser ungido, y debía hacerlo en las dos ciudades para ser a su vez rey del norte y del sur conjuntamente. Muerto Salomón, su hijo Roboam, después de ser ungido en Jerusalén se traslada a Siquem (1 Re 12,3) y allí los habitantes le piden que sea menos duro con ellos que lo que había sido su padre (1 Re 12,4) quien fue sido particularmente rígido con el Norte (él era del Sur) a lo que él responde que le den tres días para pensarlo y consultar. Entonces se hace asesorar por los ancianos, consejeros que habían servido a Salomón, quienes le recomiendan que sea cercano a su pueblo, que sea «servidor de su pueblo y les dé buenas palabras» (12,7). Pero Roboam no siguió este consejo y pidió entonces asesoramiento a los jóvenes (12,8) quienes le recomendaron “endurecer” más aun lo que había hecho Salomón: «–Si mi padre los cargó con un yugo pesado, yo les aumentaré la carga; si mi padre los castigó con azotes, yo los castigaré con latigazos». (12,14). Esto - obviamente - provocó que todo el Norte decidiera romper con el Sur, eligiera su propio rey y, a partir de este momento, hubiera – para siempre – dos reinos separados, independientes y por muchos momentos, reinos enemigos.

Fue tal la consecuencia de esto que muchísimos años después un sabio escribió:

«Salomón descansó con sus padres [= murió] y dejó por sucesor a uno de sus hijos: rico en locura y falto de juicio, que con su política hizo amotinarse al pueblo. Surgió uno – no se pronuncie su nombre – que pecó e hizo pecar a Israel.» (Sirácida [= Eclesiástico] 47,23).

No nos interesan, aquí, las complejas tramas y problemas históricos, sino lo que dice el texto bíblico; y no nos detendremos en la política de Roboam, que no es en este momento un tema que interesa a la Biblia (aunque destaca que no fue servidor de su pueblo), sino en su tontera, su necedad. Y lo interesante es que esa tontera es vista como haber “seguido el consejo de los jóvenes” y no haber “escuchado a los ancianos”. El tema aquí importante es que, para la Biblia, como para muchas de nuestras culturas (no así para una sociedad que se guía por la “producción” y exalta la fortaleza y la vitalidad) la juventud es sinónimo de falta de experiencia, de falta de sentido, mientras que los ancianos son todo lo contrario, sabiduría y sensatez. Así lo dice la primera carta de Pedro:

 

«De igual manera, jóvenes, sean sumisos a los ancianos; revístanse todos de humildad en sus relaciones mutuas, pues Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes» (1Pe 5,5).

 

Los ancianos, para la Biblia, son en general modelo de sabiduría y experiencia, mientras los jóvenes no lo son. Incluso es interesante que cuando se encuentra un joven que manifiesta mucha sabiduría, como es el caso de Daniel (Dn 13,45), se dice de él que “Dios te ha dado la dignidad de la ancianidad” (13,50). En el libro de Judit se cuenta que en la ciudad hay un “Consejo de Ancianos” (4,8; 11,14; 15,8). En este sentido, otro libro de sabiduría lo dice expresamente:

 

«…tres clases de gente odia mi alma, y su vida me llena de indignación: pobre altanero, rico mentiroso, y viejo adúltero, falto de inteligencia. Si en la juventud no has hecho acopio, ¿cómo vas a encontrar en tu vejez? ¡Qué bien sienta el juicio a las canas, a los ancianos el tener consejo! ¡Qué bien parece la sabiduría en los viejos, la reflexión y el consejo en los ilustres! Corona de los viejos es la mucha experiencia, su orgullo es el temor del Señor» (Sir 25,2-6).

 

El modelo de sabio en la Biblia es el anciano o anciana, ya que es quien ha vivido, a quien su experiencia lo lleva a saber distinguir lo bueno de lo malo; y – por el contrario – el modelo de necio, el no-sabio, es el joven. El rey Roboam no supo escuchar a los sabios, a los que pueden aconsejar con la experiencia vivida, que le aconsejaban tener un pueblo feliz (algo que deberían aprender los políticos de todos los tiempos y lugares) y se dejó asesorar por la inexperiencia y la necedad juvenil. En muchas culturas de nuestro mundo hay comunidades que respetan de modo casi sagrado a los ancianos, como se respeta la vida; y son escuchados, consultados, valorados; mientras en otras culturas los ancianos son descartables, y casi una molestia. La actitud de Roboam nos debería servir para aprender a valorar a nuestros “abuelos” y “sabios” y aprender de su experiencia para conducir nuestras vidas y nuestras culturas.

 

Foto tomada de https://www.ebglobal.org/damas/articulos/de-sabio-a-necio

martes, 23 de abril de 2024

Comentario a las lecturas domingo 5º de pascua B

Los frutos para la vida de todos y todas

DOMINGO QUINTO DE PASCUA - "B"
Eduardo de la Serna





Lectura de los Hechos de los Apóstoles     9, 26-31

Resumen: Lucas quiere mostrar a Pablo, inmediatamente después de su encuentro con el resucitado, predicando en todas partes y con valentía el Evangelio, aunque su vida esté en peligro.

Para comprender bien el texto litúrgico es importante tener presentes varios elementos. El primero es que el autor, al que solemos llamar “Lucas”, no pretende presentar una “historia de los hechos de los Apóstoles” sino predicar cómo gracias al Espíritu Santo – el gran protagonista de su obra – la Palabra de Dios va creciendo en la geografía y en la historia. Teniendo esto en cuenta, señalemos que los acontecimientos históricos le sirven a tal fin y no duda en silenciar algunos, agrandar otros, manipular unos o exaltarlos. Del mismo modo que “Lucas” no pretende hacer una “historia de Jesús” en su evangelio, tampoco pretende una “historia de la Iglesia” en su segundo tomo. En este sentido, el regreso del perseguidor Pablo a Jerusalén está cargado de elementos teológicos, y – si interpretáramos esto desde una perspectiva histórica – deberíamos afirmar que, por un lado, nos faltan muchos elementos para poder hacerlo con seriedad, y que hay una importante contradicción o contraste con lo que el mismo Pablo afirma en sus cartas de estos hechos.

Dejando Damasco, abruptamente, Pablo se dirige a Jerusalén donde estará un breve tiempo (en Gálatas 1,18 habla de "quince días") antes de dirigirse luego a las regiones de Cilicia (cuya capital es Tarso). Es a este breve tiempo que alude “Lucas” en el texto litúrgico de hoy.

La llegada de Pablo supone los obvios recelos de los antiguos perseguidos por él, pero un seguidor de Jesús del que se nos ha hablado ya en Hch 4,36-37, Bernabé, hace suyo el relato del encuentro de Pablo con el resucitado. Nada nos dice acerca del motivo por el que Bernabé sí cree y por qué es él quien cuenta lo que narrativamente “Lucas” acaba de contar acerca de la “conversión” de Pablo. De hecho, la relación entre Pablo y Bernabé se vuelve cada vez más estrecha hasta el conflicto de Antioquía (cf. Gal 2,13; ver Hch 15,37-40) de modo que es éste quien introduce más intensamente a aquel en la misión a los paganos.

Más allá del marco histórico (que insistimos, está al servicio del objetivo teológico) el acento está puesto en que también en Jerusalén, como lo había hecho en Damasco (ver 9,20-25) predica con audacia y libertad (parrêsía) “a Jesús” o “en el nombre del Señor” (9,27.28; 13,46; 14,3; 19,8; 26,26). La parrêsía es la libertad, osadía, coraje, valentía para hablar. Como se ve en las citas (en 18,26 se dice de Apolo) es algo que “Lucas” destaca de Pablo. Pero esta valentía no impide que intenten matarlo, como ya había ocurrido en Damasco. De todos modos este elemento, la predicación valiente es propia de Pablo y – como vemos – parece el acento principal que “Lucas” quiere destacar en el relato. Una vez que se ha encontrado con el resucitado, Pablo “gasta” su vida (son términos paulinos, cf. 2 Cor 12,16) en la predicación del Evangelio que – como se dijo – es el objetivo teológico de “Lucas” en Hechos.

Una nota breve: es propio de la teología de “Lucas” que ya comienza (por ahora muy intuitivamente) a haber distinción entre judíos y “cristianos” (Lucas es el primero en utilizar el término, cf. 11,26; 26,28; cf. 1 Pe 4,16), entonces, el conflicto – que Pablo lo presenta con gente ligada al rey árabe Aretas, cf. 2 Cor 11,32-33 – es con “judíos” a causa de la predicación. En nuestro texto, el conflicto es con los “helenistas” (cf. 6,1; 11,20 donde alude a los judíos que hablan en lengua griega). El “Pablo de Hechos” es uno que desde los comienzos mismos de su “conversión” predica con tal convicción que deciden matarlo. Esto es lo que motivará que Pablo sea enviado a otra región en la cual vivirá “años ocultos” hasta que Bernabé lo rescate para llevarlo a Antioquía (11,25).


Lectura de la primera carta del apóstol san Juan     3, 18-24

Resumen: Algunos en la comunidad joánica parecen “decir” que son discípulos, pero su vida no es coherente con esto. Remitiendo a los dichos originarios, el autor de la carta invita a volver a los orígenes de la comunidad, al amor mutuo como signo de la permanencia en Dios y el don del espíritu.


La carta Primera de Juan está escrita en un evidente marco polémico. Al interno de la comunidad aparecen algunos que dicen o hacen cosas que el autor de la carta considera contrarias a lo que el discípulo fundador (el discípulo Amado) había puesto como cimientos. Muchos vocativos parecen marcar los ritmos del texto (“queridos”, “hijos míos”, “hermanos”…); por otra parte, es evidente que los frecuentes “si alguno dice…”, “todo el que...” son indicios de que había en la comunidad quienes lo decían o hacían. 

Con un “hijos míos” comienza la unidad litúrgica (el vocativo “queridos” de v.21 no marca una nueva unidad ya que continúa la referencia a la conciencia, cf. 19.20 y 21). En 4,1 un nuevo vocativo (“queridos”) da comienzo a un nuevo apartado.

El acento está en “no amar de palabra o con la boca” (v.18) sino “guardar” los “mandamientos” (22.24). Es evidente que el mandamiento es el tema central de la unidad (y de otras partes de la carta) haciendo referencia al “mandamiento del amor” que Jesús destaca en la despedida a los suyos en el Cuarto Evangelio. El primer contraste está dado entre “palabras” y “boca”, que se asemeja a los que “dicen” pero son “mentirosos” (cf. 2,4.22; 4,20) ya que no hacen aquello que dicen, por un lado, y las “obras” y la “verdad” por el otro. Ambos pares son sinónimos. La verdad, en Juan (como en general en la Biblia) no se trata de una teoría, sino de una praxis. La verdad se obra, se vive (Jn 3,21; 1 Jn 1,6; 3 Jn 8; cf. Tob 3,2; 13,6; Sal 33,4; 111,7; Ez 18,9; Dan 3,27; 4,34). Es por eso que “somos” de la verdad (v.19) porque “guardamos sus mandamientos”. 

El mandamiento (aunque en v.22 se mencione en plural, a continuación se lo presenta en singular como “un” mandamiento, v.23) tiene una doble dimensión: creer en el nombre de su Hijo y que nos amemos unos a otros “según el mandamiento que nos dio” (de esto habla el Evangelio de hoy y el de la próxima semana, precisamente). El cumplimiento de estos mandamientos provoca la “permanencia” (ver Evangelio de hoy) que es una inter-habitación mutua: él en Dios y Dios en él. Y esto en relación al espíritu que ha sido “dado”. La referencia al discurso de despedida de Juan es evidente y remitimos a esto.

Parece muy probable que en la comunidad empiezan a surgir algunos que insisten en que el ser discípulos es solamente amar a Dios y desentenderse de los hermanos. Este espiritualismo creciente (que culminará en fractura en la comunidad, como se ve en las cartas 2ª y 3ª) es ante lo que el autor alega haciendo referencia a los momentos originarios de los dichos de Jesús tal como el Discípulo Amado los ha transmitido y se encuentran en el Evangelio y por eso repite el contexto “original”.


Evangelio según san Juan     15, 1-8

Resumen: Usando el característico “yo soy”, Juan presenta a Jesús como “la vid” destacando la interrelación entre el Señor y sus discípulos, la voluntad del padre (dar frutos) y la importancia de “permanecer” en esta inter-pertenencia mutua.


En el capítulo 13 Jesús empieza, en una cena (que no es Cena Pascual), un largo discurso de despedida que recién finalizará en 17,26. Obviamente hay muchos elementos y sub-unidades en este largo texto, pero todo se presenta como Discurso. Y tiene clara apariencia de “Testamento”. Es decir, un personaje importante se despide de los suyos (hijos, familiares, discípulos) y haciendo memoria de su vida señala que los que obren en Tal cosa como él obró (o los que no cometan tal vicio como él cometió, como se ve en otros casos) serán sus auténticos herederos espirituales. De estos “testamentos” hay indicios o resabios en muchas partes del Nuevo Testamento y  - por supuesto – muchos escritos apócrifos, entre los cuales el “Testamento de los Doce Patriarcas” es el más conocido. 

Aquí, Jesús, del que se nos dice que “a los suyos” los “amó hasta el extremo” (13,1) les dirá a sus “herederos” que lo serán en la medida en que amen “como él amó” (13,15.34). 

Dentro de este largo discurso se encuentra, comenzando con el típico “yo soy” de Juan, la referencia a la vid y las ramas (= sarmientos). El texto es más extenso (aunque la imagen de los frutos finaliza en v.8 y sólo a modo de conclusión se retoma en v.16); en v.9 el acento está puesto en el amor que enmarca vv.9-17 (Evangelio del próximo domingo), aunque es evidente que el fruto (primera parte) es el amor mutuo (segunda parte).

La “vid” es interesante ya que, si bien en el A.T. con alguna frecuencia representa al pueblo de Israel (cf. Is 5,1-7; Os 10,1; Jer 2,21; 5,10; 6,9; 12,10; Sal 80,9-19…) en los sinópticos se utiliza (como otros árboles frutales, como la higuera o el olivo) para aludir a la comunidad de discípulos (cf. Mt 21,43) y – como es propio de la cristología de Juan – se concentra en Jesús quien en sí mismo reemplaza todo aquello que se afirma en Israel de los ámbitos de salvación.

Es interesante que “el Padre” aparece mencionado como de pasada en esta primera parte y ocupará un rol más importante en la segunda.

El viñador (= el Padre) quiere que las ramas den fruto (v.2 y 8). Ahora bien, las ramas no pueden dar fruto si no “permanecen” en la vid. Por eso las que no dan fruto son cortadas (v.2) como se repite: vv.4.5.6; mientras que las ramas que “permanecen” dan fruto: vv.2.4.5.7. (Como se ha dicho, habremos de esperar a la segunda parte para saber con claridad que este fruto es el amor).

Sin duda, la clave de esta parte viene dada por el verbo “permanecer” (menein). Este verbo es muy importante en este Evangelio y es interesante señalar algunos aspectos:

En un primer momento se destaca que el Espíritu “permanece” en Jesús (1,32.33). Los primeros discípulos, enviados por el Bautista “vieron donde permanecía Jesús y permanecieron con él aquel día” (1,38.39). Jesús no permanece mucho tiempo en Cafarnaúm (2,12). Pero luego de esta primera “semana inaugural”, en el cuerpo del Evangelio el término empieza a tener una mayor densidad teológica: “en que cree en el Hijo tiene vida eterna… el que se niega a creer… la ira de Dios permanece en él” (3,36). Después que Jesús “permaneció” con los samaritanos “fueron muchos más los que creyeron en él… es el Salvador del mundo” (4,40-42). Para los que no creen su palabra “no permanece en ustedes” (5,38). El alimento que da “el Hijo del hombre”, “permanece para la vida eterna” (6,27) y por eso “el que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él” (6,56). En 7,9 destaca que “permaneció en Galilea” pero luego – de incógnito – subió al templo. Claramente dirá que “si permanecen en mi palabra serán mis discípulos” (8,31); Jesús – y su palabra – nos hacen libres, y “si el esclavo no permanece para siempre, el hijo permanece para siempre en casa” (8,35). Los que no aceptan a Jesús son ciegos que se niegan a ver, y “como dicen vemos su pecado permanece” (9,41). Nuevamente Jesús permanece en un lugar (10,40; 11,6.54). Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, “permanece solo” (12,24). Los “judíos” creen que el mesías “permanecerá siempre” (12,34), mientras que Jesús será “elevado”. Jesús es la luz y el que cree en él “no permanece en tinieblas” (12,46). El Padre “permanece es” Jesús y realiza las obras (14,10), y los discípulos pueden reconocer al espíritu – el mundo no puede – porque “permanece en ustedes” (14,17). El discurso de despedida Jesús lo dice porque “permanece entre ustedes” (14,25). Los cuerpos de los crucificados no debían permaneces en las cruces por avecinarse un sábado solemne (= Pascua) (19,31). Finalmente, del discípulo amado Jesús insinúa que “permanecerá” hasta que él vuelva (21,22.23). En una misma línea el sustantivo “mansiones” (= lit. permanencias) se destaca que hay muchas en la “casa de mi Padre” (14,2) y que si uno ama a Jesús ese “guarda la palabra”, el Padre lo amará y “vendremos a él y haremos en él nuestra «morada»” (14,23).

En esta lista hemos omitido expresamente las referencias que se encuentran en Jn 15 (vv.4.5.6.7.9.10.16 un total de x11 veces). La imagen de la permanencia de la rama a la vid es la que permite dar fuerza a la imagen de los frutos. En v.9 el paso es a “permanecer en el amor”, como se ha dicho (cf. v.10).

Es interesante, a modo de síntesis, notar que fuera de aquellos lugares donde se dice que Jesús “permanece” (Cafarnaum, Galilea, Samaría…) hay un doble juego de permanecer que indican una interrelación mutua: permanecer en el pecado, lo que indica un modo de existencia, y un permanecer e interrelación: Jesús-Padre y Padre-Jesús, Jesús-discípulos y discípulos-Jesús. La recepción de los dones de Jesús (su palabra, su cuerpo y sangre) o creer en él es lo que provoca esta mutua permanencia y es lo que permite dar el fruto esperado.

Sin embargo, hay un elemento más a señalar y es la referencia a la/s palabra/s de Jesús: “ustedes” (los discípulos) que han sido “limpiados” por el viñador (el Padre) están limpios “por la palabra” (lógos) que Jesús ha dicho. Si las “palabras” (rêmata) permanecen “en ustedes pueden pedir lo que quieran y lo conseguirán” (v.7). Las palabras que se han de guardar – como los mandamientos – son las palabras que Jesús “la Palabra de Dios” ha pronunciado porque permanece en Dios y Dios en Él. Estas palabras han limpiado a los discípulos porque son palabras de vida (cf. 6,68): 
«El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos». (13,10). 
El doble esquema puede verse, entonces, de este modo:

15,1-8
15,9-17
  Padre (v.1)
  Padre (v.9)
      Palabra (v.3)
     Mandamiento (v.10)
Lo que pidan (v.7)
Lo que pidan (v.16)
     Palabra (v.7)
  Padre (v.16)
  Padre (v.8)
     Mandamiento (v.17)

Guardar la palabra (logos), 8,51.52.55; 14,23.24; 15,20; 17,6 (guardar la palabra, rêma, cf. Pr 3,1) es guardar los mandamientos: 14,15.21; 15,10. Esa es la palabra que limpia y permanece y de la que hablará la semana próxima.


Foto tomada de es.dreamstime.com

lunes, 22 de abril de 2024

viernes, 19 de abril de 2024

Presentando a Sargón I, rey de Acad

Presentando a Sargón I, rey de Acad

Eduardo de la Serna

En la vieja región de Mesopotamia, en el s. XXIV a.C surgió un imperio: los acadios (eran semitas). Su fundador: Sargón I (2334-2279 a.C.). En esa misma región la había precedido, antes, la importante ciudad sumeria de Uruk, ambas a orillas del rio Éufrates; de esa misma región, tiempo después, será rey Hammurabi (1810-1750 a.C.) cuya legislación codificada también será trascendente. Ambas culturas fueron importantísimas para que, muchos siglos después, surgiera una nueva cultura: Israel.

La importancia de Sargón – en tiempos bíblicos – radica en que un sucesor de este, asumiera su nombre más de 1.500 años después, Sargón II, rey de Asiria. Pretendía, así, remitirse a aquel mito fundacional y repetir aquel imperio. Sargón es de la misma época que la destrucción de Samaría por su ejército. La Biblia pretende, en muchas ocasiones, mostrarse en las antípodas de la archi conocida crueldad asiria, de allí que – con frecuencia – se aluda a ella.

Pero volvamos a Sargón, el fundador, Sargón de Acad, Sargón el grande…

«Sargón (Sharru-ukin), el soberano poderoso, rey de Acad, soy yo. Mi madre fue una sacerdotisa; no conocí a mi padre. Los hermanos de mi padre amaron los montes. Mi ciudad es Azupiranu, situada a orillas del Éufrates. Mi madre (sacerdotisa) me concibió y me dio a luz en secreto; me puso en una cesta de juncos y con betún selló la tapadera; me echó al río, el cual no me anegó, sino que el río me transportó y me llevó a Akki, el aguador. Este me extrajo cuando sacaba agua del pozo; Akki el aguador me recibió por hijo suyo y me crió; Akki el aguador me nombró su jardinero. Mientras era jardinero, Ishtar me ofreció (su) amor. Y durante cuatro y ... años ejercí la realeza; regí al (pueblo) de las cabezas negras y lo goberné; conquisté fuertes montañas, (talándolas) con azuelas de bronce; escalé las sierras elevadas y las sierras bajas; recorrí tres veces los países del mar ...» [J. B. Pritchard (ed.), Ancient Near Eastern Texts, Relating to the Old Testament, Princeton: Princeton Univ. Press 1969, 119]

Israel, siglos después, empezó a pensar su historia, y la recreó a la luz de lo que había escuchado de sus opresores, pero presentándola contraculturalmente. Por un lado, Moisés – como Sargón de Acad – fue rescatado (Éxodo 2,3) de las aguas de una cesta de juncos calafateada con betún (que no hay en Egipto, como sí es abundante en Mesopotamia… se llama petróleo). Pero, además, en claro contraste con Asiria (y esto contemporáneamente), debe ser su opuesto; así lo dice Ramis:

Ahora bien, la Escritura, quizá al contraluz de la crueldad asiria, señala ejemplos inusitados de clemencia con el enemigo. Cuando describe los avatares de una guerra entre Judá e Israel (2 Re 15,27–16,19; Is 7–8; 2 Cr 28), señala que los israelitas derrotaron a las tropas de Judá y capturaron doscientos mil prisioneros, que llevaron cautivos a Samaría. Cuando los presos iban custodiados, un profeta del Señor, Oded, salió al encuentro de la comitiva. El profeta, en nombre de Dios, censuró la crueldad que ejercían los soldados israelitas sobre los prisioneros judaítas, y desautorizó la decisión de someter a esclavitud a los vencidos. La actitud de Oded es sorprendente. Oded es un profeta israelita que se opone a la opresión que sus compatriotas ejercen contra los judaítas, enemigos vencidos. La predicación de Oded va todavía más lejos. Exige que los prisioneros sean liberados. Los soldados israelitas escuchan el mensaje de Oded, y los libertan devolviéndoles, además, el botín que habían tomado cuando invadieron Judá. La predicación de Oded persiste en anunciar a los vencedores la voluntad misericordiosa de Dios. Entonces, los israelitas no solo libertan a los cautivos, también visten a los desnudos y calzan a los descalzos, les dan comida y bebida, les curan las heridas, y montan a los heridos en sus propios caballos para trasladarlos a Jericó donde recibirán asistencia (2 Cr 28) [Ramis 2019, 167].

A lo mejor, bien harían los que hoy hablan – como el presidente – de Moisés, en mirar de dónde surgen los mitos fundacionales, por un lado, y lo que la Biblia pretende, en contraste con aquellos, que sea el trato de los prisioneros. A lo mejor, además, tendría otra mirada sobre el actual mundo islámico, sobre Irán y sobre los mismos textos bíblicos, que, leídos fundamentalistamente, sólo sirven para la discordia y la división.


Bibliografía breve

W. W. Hallo - W. Kelly Simpson, The Ancient Near East. A History, New York: Harcourt Brace & Company 1998; 

M. Liverani, Myth and Politics in Ancient Near Eastern Historiography, London: Equinox 2004; 

J. González Echegaray, El Creciente Fértil y la Biblia, Estella: Verbo Divino 32012; 

F. Ramis, Mesopotamia y el Antiguo Testamento, Estella: Verbo Divino 2019; 

Francesco Di Filippo, Lucio Milano and Lucia Mori (eds.), “I Passed over Difficult Mountains”. Studies on the Ancient Near East in Honor of Mario Liverani, Münster: Zaphon 2023

 

jueves, 18 de abril de 2024

Junia, una mujer apóstola

Junia, una mujer apóstola

Eduardo de la Serna



Estamos bastante habituados a hablar de “los Doce Apóstoles”, como suele leerse en los Hechos de los Apóstoles; pero este autor –a quien solemos llamar “Lucas”- utiliza ese nombre “apóstoles” con la intención de mostrar una cadena que va de Jesús, pasando por los Doce, siguiendo por Pablo para llegar a los “presbíteros” –que son los responsables del anuncio en su tiempo- los que, guiados por el Espíritu Santo, tienen la responsabilidad de hacer “crecer la Palabra”, como él llama al anuncio del Evangelio. Pero en otros escritos, san Pablo, por ejemplo, “apóstoles” son aquellos y aquellas que “han visto al Señor resucitado” y lo anuncian. Lucas, por ejemplo, jamás llama “apóstol” nada menos que a San Pablo (porque no es de los Doce) algo que por su lado Pablo afirma con insistencia. Hubo un número grande de personas que afirmaron que Jesús se les apareció resucitado, la mayoría de los cuales y las cuales son desconocidos para nosotros: por ejemplo Pablo cuenta lo que le han dicho: “que (después de a varios conocidos) se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, la mayor parte de los cuales todavía viven, aunque algunos murieron” (1 Cor 15,6). Cuando algunos en Corinto parecen dudar que Pablo sea apóstol (por las cosas que hace) él les dice: “¿no soy yo apóstol? ¿Acaso no he visto yo a Jesús, Señor nuestro?” (1 Cor 9,1). Ver al resucitado y anunciarlo a los demás es la característica principal del apostolado, para Pablo.

En este sentido no debe llamarnos la atención que en la carta a los Romanos, en los saludos finales pida a los destinatarios de la carta que, entre otros, “saluden a Andrónico y Junia, mis parientes y compañeros de prisión, ilustres entre los apóstoles, que llegaron a estar en Cristo antes que yo” (Rm 16:7). Si Pablo afirma ser el último al que se le apareció el Resucitado (1 Cor 15,8) es razonable que ellos hayan llegado “a estar en Cristo antes que” él, y es posible que sean parte de esos 500 hermanos ya señalados (lo cual seguramente incluye también “hermanas”). Y acá un elemento curioso para nuestra mentalidad, aunque no parece curioso para Pablo que lo dice con toda “normalidad”, y es que Junia es mujer y Pablo a ella y a Andrónico (probablemente su pareja) los llame -¡a ambos!- “apóstoles”. Y agrega “ilustres”.

Curiosamente en el mismo capítulo 16 de la carta a los romanos Pablo llama “parientes” a otros muchos: Herodión (v.11), Lucio, Jasón y Sosípatro (v.21); no parece que se refiera a parentesco biológico; es probable que se refiera a un grupo de su mismo “clan” (la tribu judía de Benjamín), o su grupo cercano como judío, “compatriotas” (así lo dice en 9,3 donde se manifiesta preocupado por “mis ‘parientes’ según la carne”, sus “hermanos” y se refiere a los “israelitas”). Es decir, Andrónico y Junia son judíos –probablemente del ambiente griego, no de Palestina, aunque no sabemos de qué región- que en algún momento anterior al encuentro de Pablo con el Resucitado, se incorporaron a la Iglesia primitiva y anunciaron el Evangelio.

De ellos añade, además, que fueron “compañeros de prisión”. Es muy probable que se refiera a una prisión muy complicada que Pablo padeció en Éfeso hasta el punto que creía que no sobreviviría (2 Cor 1,8); otros estaban con él en la cárcel: en Filemón 23 habla de Epafras, conocido sin dudas por Filemón. Sabemos que Pablo se aloja en casa de Aquila y Priscila cuando está en Éfeso (ver 1 Cor 16,19). Parece que ellos arriesgaron mucho (“sus cabezas”, Rom 16,4) y lograron que Pablo y los suyos fueran liberados. Así mientras Pablo se dirige para seguir la misión hacia Troade, Aquila, Priscila, Andrónico y Junia (y quizás algunos más, como Epéneto, cf. 16,5) se dirigen a Roma donde las cosas están más tranquilas, si no es que fueron expulsados de la ciudad. Ahora bien, si ambos estaban en la cárcel sin duda se debía a su participación junto a Pablo en la tarea misionera. Varios en Éfeso trabajaron intensamente porque “se ha abierto una puerta grande y prometedora, pero los enemigos son muchos” (1 Cor 16,9).

Pero en Roma, los “apóstoles” no pueden sino seguir la misión. Y así Pablo (que espera ir pronto a la ciudad) les manda saludos y pide que preparen el terreno para seguir anunciando el Evangelio cuando vaya.

Hoy nos resulta curioso que una mujer sea llamada “apóstola”, pero no debería ser extraño: en el mundo antiguo los discípulos de los diversos maestros no eran más que varones (por eso no existía el término “discípula”), pero como el grupo cristiano tuvo mujeres desde los orígenes, inventaron el término “discípula” (ver Hch 9,36), tampoco existía todavía el término “diaconisa” (por eso Pablo a una mujer, Febe, la llama “diácono”, Rom 16,1-2), pero el grupo de los orígenes no dudó en incorporar mujeres en todos los ámbitos: a la par de los varones las mujeres eran anunciadoras del Evangelio (ver Rom 16,6.12 donde “trabajar” se refiere al “trabajo apostólico”), y entre ellas se ha de destacar desde el principio una “apóstola”: “¡qué grande ha de haber sido la sabiduría de esta mujer para haber sido llamada apóstol!” (San Juan Crisóstomo).


Imagen de Junia tomada de http://www.escogidasparaservir.com/el-ministerio-de-las-mujeres-en-la-iglesia-cristiana-primitiva-junia/

miércoles, 17 de abril de 2024

Un aporte para pensar hoy a Carlos Mugica

Un aporte para pensar hoy a Carlos Mugica

Eduardo de la Serna



Cada año, cuando se aproxima un nuevo aniversario de su asesinato, empiezan a repetirse escenas en torno a la persona, vida y muerte de Carlos Mugica. Este año, al conmemorarse los 50 años de su martirio, no podía ser de otra manera; es más, se multiplican.

Así se empiezan a escuchar voces del estilo “yo lo conocí”, con el riesgo, siempre latente, de escuchar cosas insustanciales, cosas de dudosa veracidad, o, directamente “operaciones”.

Como es habitual, empiezan a repetirse las notas o comentarios acerca de quiénes habrían sido los responsables del crimen.

Y, además, una actitud sistemática de “querer llevar agua para nuestro molino”.

No pretendo aquí tener la última palabra ni mucho menos; sólo pretendo pensar.


Un crimen y sus responsables

Por un lado, ya desde el mismo momento del homicidio resultó significativo que muchos que “ayer” lo habían criticado o hasta demolido, “hoy” lo abrazaban y condenaban a “los otros” por ser responsables del hecho. Es sabido – no es novedad ninguna – que la “derecha” (El Caudillo, la Triple A), que lo había criticado ferozmente, lo “canonizó” a poco de morir responsabilizando a “la izquierda” del asesinato, mientras que – por el contrario – la “izquierda” (Montoneros, Militancia), que lo habían acusado de traicionar las causas del pueblo, rápidamente atribuyó el hecho a “la derecha”. Y nada de eso sigue faltando en estos días, aunque, puesto que parece haber más datos posteriores y una causa judicial, lo que se ve ahora son los intentos de desmentirla para que “los otros” sean los culpables.

Un ejemplo: Ceferino Reato acaba de publicar un libro sobre la persona de Carlos Mugica. He podido leer varios fragmentos, y reportajes a Reato o comentarios. Todo lo que vi y leí me pareció – por lo menos – innecesario; cargado de inexactitudes, cosas incomprobables, mentiras o falsedades; por ejemplo – lo cual revela más la ideología de Reato que la seriedad histórica de su trabajo – repitió en más de una ocasión que Mugica se fue a la villa pero nunca criticó a los ricos, sino que los seguía frecuentando como antes de su paso al barrio; eso sólo lo puede afirmar alguien que no leyó una palabra de Carlos o quien tiene una clara intencionalidad ideológica que deforma persona y palabra. Motivo más que suficiente para cuestionar el libro tan publicitado por los medios… y – otro – precisamente por los medios que lo publicitan.


¿el primer Cura villero?

Otro elemento es que – como ahora los “curas villeros” tienen bastante visibilidad – se ha repetido que Mugica fue “el primer cura villero”. Eso merecería algunos elementos para el análisis.

“Primero” puede querer decir en “jerarquía” o en “cronología”. Además, suele decirse “primer cura villero mártir”, lo que relativiza lo anterior. Si de jerarquización se trata ciertamente es materia opinable, aunque podamos estar de acuerdo, pero si se pretende indicar que Carlos fue el primer cura en ir pastoralmente a las villas creo que no es opinable, sino falso.

¿Cura villero? Empiezo señalando algo que ya dije en otras ocasiones: creo que Carlos no era un “cura villero”. Para no ser malentendido, lo explico. Creo que el término nace de la obra de Jorge Vernazza, Para comprender una vida con los pobres: los curas villeros (Buenos Aires: Guadalupe 1989). Allí Vernazza destaca que estos curas tenían dos características: la mayoría fueron a vivir a la villa y vivían de su trabajo manual (pp.13.14). Es sabido que Carlos no vivía en la villa sino en el altillo del departamento donde vivía su familia y, si bien trabajaba, lo hacía en la docencia, como profesor en la Universidad del Salvador. A eso se debe sumar que los sábados celebraba misa en San Francisco Solano (donde fue asesinado) y los domingos por la tarde en el Instituto de Cultura Religiosa Superior. Nada de esto “encaja” en el esquema de lo que eran (o son) los curas villeros. Nada de esto le quita ni un poco a la dedicación de Carlos a la villa, a la pastoral, a lo social, etc. Cuando él renuncia al cargo de asesor al Ministerio de Bienestar Social lo hace por la falta de dedicación a “los villeros” y la renuncia la hace “de común acuerdo con mis hermanos villeros”. La villa era su “lugar”, el “desde dónde”, pero no el único lugar. Por eso me pregunto si “encaja” en el esquema de los “curas villeros”. A modo sintomático, es de notar que Vernazza (que sin ninguna duda era su amigo) el libro de los curas villeros lo dedica a: «Mi reconocimiento a mis compañeros sacerdotes: Héctor Botán, Daniel de la Sierra, Jorge (sic) Meisegeier sj, Pedro Lephaile, Rodolfo Richardelli (sic), Miguel Valle, Orlando Yorio cuyas vivencias y entera dedicación hicieron posible este relato». Como se ve, no menciona a Carlos Mugica (aunque es posible que se esté refiriendo a los que entonces vivían ya que también falta Jorge Goñi que había muerto en 1982).

¿Primero? Vernazza destaca una “simultánea inspiración” de varios curas que empiezan a trabajar pastoralmente en Villas; menciona en primer lugar a Carlos Mugica, pero – sin un orden aparente – indica otras villas en las que también empezó a haber presencia de curas.  Destaca que todos estos empezaron a reunirse quincenalmente para “orar, reflexionar y mutuamente apoyarse. No serían los primeros – al menos en Capital Federal – en trabajar en villas, pero sí los primeros en aunar sus esfuerzos en un Equipo Pastoral” (p.12). De ese modo, aunque reconozcamos que Mugica fue “cura villero” (cosa que, como dije, pongo en duda), ciertamente no fue “el primero”.


Carlos ¿hoy?

Finalmente, una nota. Se supone que los curas (y todo aquel o aquella con responsabilidades pastorales) tienen la responsabilidad de anunciar el Evangelio en tiempos concretos y situaciones concretas. Los tiempos de ayer son distintos a los de hoy… y mañana serán distintos. El Evangelio es el mismo, las comunidades no. Pretender repetir “a la letra” lo que otro – Mugica en este caso – decía y/o hacía, es liso y llano fundamentalismo. Pero pretender, a su vez, que ese otro – Mugica en este caso – haría y/o diría lo que yo hago, también es falaz. El primero termina negando la realidad, el segundo negando al sujeto (Mugica) amoldándolo al hoy. Mirar a Mugica en su tiempo, y en qué medida supo, pudo, intentó anunciar el Evangelio a los pobres con los que compartió la vida es el paso primero; después, hermenéuticamente, debemos mirar nuestra realidad actual, ciertamente diferente de aquella, con la que compartimos hoy la vida, los dolores, “los gozos y esperanzas, angustias y tristezas” de los pobres para ver cómo anunciar hoy aquella noticia que ayer Carlos (o quien fuere) lo hacía. Pretender igualar el ayer al hoy, o el hoy al ayer es, sencillamente, de una pobreza preocupante. La frase “hoy Carlos diría/ haría/estaría” me resulta, habitualmente, lamentable (además que todos sabemos que nadie sigue una vida “lineal”; estamos llenos de frenos, saltos, curvas, conversiones y negaciones… por lo que no necesariamente alguien que ayer decía “A” lo repetiría tiempo después; es decir, si hoy Carlos viviera (¡con 93 años, además!) no es sensato afirmar que diría o estaría en tal o cual situación (especialmente cuando esta se parece a la que “hacemos nosotros”, lo cual parece una necesidad de “bendición celestial” de aquello que vivimos.


Creo que hoy Carlos merece ser leído, ser pensado, escuchado, mirado (y admirado) para después leer, pensar, mirar nuestra realidad, dónde estamos, cómo vivimos y escuchar sus criterios, sus razones, sus motivaciones para dejar que él nos ayude a vivir con sencilla y rebelde fidelidad, como él lo hizo en nuestro hoy, el favor y desde el lugar de los pobres.


Imagen tomada de https://ute.org.ar/a-47-anos-del-fallecimiento-del-padre-carlos-mugica/