Un aporte para pensar hoy a Carlos Mugica
Eduardo de la
Serna
Cada año,
cuando se aproxima un nuevo aniversario de su asesinato, empiezan a repetirse
escenas en torno a la persona, vida y muerte de Carlos Mugica. Este año, al
conmemorarse los 50 años de su martirio, no podía ser de otra manera; es más,
se multiplican.
Así se
empiezan a escuchar voces del estilo “yo lo conocí”, con el riesgo, siempre latente,
de escuchar cosas insustanciales, cosas de dudosa veracidad, o, directamente “operaciones”.
Como es
habitual, empiezan a repetirse las notas o comentarios acerca de quiénes
habrían sido los responsables del crimen.
Y, además,
una actitud sistemática de “querer llevar agua para nuestro molino”.
No pretendo aquí
tener la última palabra ni mucho menos; sólo pretendo pensar.
Un
crimen y sus responsables
Por un lado,
ya desde el mismo momento del homicidio resultó significativo que muchos que “ayer”
lo habían criticado o hasta demolido, “hoy” lo abrazaban y condenaban a “los
otros” por ser responsables del hecho. Es sabido – no es novedad ninguna – que la
“derecha” (El Caudillo, la Triple A), que lo había criticado ferozmente, lo “canonizó”
a poco de morir responsabilizando a “la izquierda” del asesinato, mientras que –
por el contrario – la “izquierda” (Montoneros, Militancia), que lo habían
acusado de traicionar las causas del pueblo, rápidamente atribuyó el hecho a “la
derecha”. Y nada de eso sigue faltando en estos días, aunque, puesto que parece
haber más datos posteriores y una causa judicial, lo que se ve ahora son los
intentos de desmentirla para que “los otros” sean los culpables.
Un ejemplo:
Ceferino Reato acaba de publicar un libro sobre la persona de Carlos Mugica. He
podido leer varios fragmentos, y reportajes a Reato o comentarios. Todo lo que
vi y leí me pareció – por lo menos – innecesario; cargado de inexactitudes,
cosas incomprobables, mentiras o falsedades; por ejemplo – lo cual revela más
la ideología de Reato que la seriedad histórica de su trabajo – repitió en más
de una ocasión que Mugica se fue a la villa pero nunca criticó a los ricos,
sino que los seguía frecuentando como antes de su paso al barrio; eso sólo lo
puede afirmar alguien que no leyó una palabra de Carlos o quien tiene una clara
intencionalidad ideológica que deforma persona y palabra. Motivo más que
suficiente para cuestionar el libro tan publicitado por los medios… y – otro –
precisamente por los medios que lo publicitan.
¿el
primer Cura villero?
Otro elemento
es que – como ahora los “curas villeros” tienen bastante visibilidad – se ha
repetido que Mugica fue “el primer cura villero”. Eso merecería algunos
elementos para el análisis.
“Primero”
puede querer decir en “jerarquía” o en “cronología”. Además, suele decirse “primer
cura villero mártir”, lo que relativiza lo anterior. Si de jerarquización se
trata ciertamente es materia opinable, aunque podamos estar de acuerdo, pero si
se pretende indicar que Carlos fue el primer cura en ir pastoralmente a las
villas creo que no es opinable, sino falso.
¿Cura
villero? Empiezo señalando algo que ya dije en otras
ocasiones: creo que Carlos no era un “cura villero”. Para no ser malentendido,
lo explico. Creo que el término nace de la obra de Jorge Vernazza, Para
comprender una vida con los pobres: los curas villeros (Buenos Aires: Guadalupe
1989). Allí Vernazza destaca que estos curas tenían dos características: la
mayoría fueron a vivir a la villa y vivían de su trabajo manual (pp.13.14). Es
sabido que Carlos no vivía en la villa sino en el altillo del departamento
donde vivía su familia y, si bien trabajaba, lo hacía en la docencia, como profesor
en la Universidad del Salvador. A eso se debe sumar que los sábados celebraba
misa en San Francisco Solano (donde fue asesinado) y los domingos por la tarde
en el Instituto de Cultura Religiosa Superior. Nada de esto “encaja” en el
esquema de lo que eran (o son) los curas villeros. Nada de esto le quita ni un
poco a la dedicación de Carlos a la villa, a la pastoral, a lo social, etc.
Cuando él renuncia al cargo de asesor al Ministerio de Bienestar Social lo hace
por la falta de dedicación a “los villeros” y la renuncia la hace “de común
acuerdo con mis hermanos villeros”. La villa era su “lugar”, el “desde dónde”,
pero no el único lugar. Por eso me pregunto si “encaja” en el esquema de los “curas
villeros”. A modo sintomático, es de notar que Vernazza (que sin ninguna duda
era su amigo) el libro de los curas villeros lo dedica a: «Mi reconocimiento a
mis compañeros sacerdotes: Héctor Botán, Daniel de la Sierra, Jorge (sic)
Meisegeier sj, Pedro Lephaile, Rodolfo Richardelli (sic), Miguel Valle, Orlando
Yorio cuyas vivencias y entera dedicación hicieron posible este relato». Como
se ve, no menciona a Carlos Mugica (aunque es posible que se esté refiriendo a
los que entonces vivían ya que también falta Jorge Goñi que había muerto en
1982).
¿Primero? Vernazza
destaca una “simultánea inspiración” de varios curas que empiezan a trabajar
pastoralmente en Villas; menciona en primer lugar a Carlos Mugica, pero – sin un
orden aparente – indica otras villas en las que también empezó a haber
presencia de curas. Destaca que todos
estos empezaron a reunirse quincenalmente para “orar, reflexionar y mutuamente
apoyarse. No serían los primeros – al menos en Capital Federal – en trabajar en
villas, pero sí los primeros en aunar sus esfuerzos en un Equipo Pastoral”
(p.12). De ese modo, aunque reconozcamos que Mugica fue “cura villero” (cosa
que, como dije, pongo en duda), ciertamente no fue “el primero”.
Carlos
¿hoy?
Finalmente,
una nota. Se supone que los curas (y todo aquel o aquella con responsabilidades
pastorales) tienen la responsabilidad de anunciar el Evangelio en tiempos
concretos y situaciones concretas. Los tiempos de ayer son distintos a los de
hoy… y mañana serán distintos. El Evangelio es el mismo, las comunidades no.
Pretender repetir “a la letra” lo que otro – Mugica en este caso – decía y/o
hacía, es liso y llano fundamentalismo. Pero pretender, a su vez, que ese otro –
Mugica en este caso – haría y/o diría lo que yo hago, también es falaz. El
primero termina negando la realidad, el segundo negando al sujeto (Mugica)
amoldándolo al hoy. Mirar a Mugica en su tiempo, y en qué medida supo, pudo,
intentó anunciar el Evangelio a los pobres con los que compartió la vida es el
paso primero; después, hermenéuticamente, debemos mirar nuestra realidad
actual, ciertamente diferente de aquella, con la que compartimos hoy la vida,
los dolores, “los gozos y esperanzas, angustias y tristezas” de los pobres para
ver cómo anunciar hoy aquella noticia que ayer Carlos (o quien fuere) lo hacía.
Pretender igualar el ayer al hoy, o el hoy al ayer es, sencillamente, de una
pobreza preocupante. La frase “hoy Carlos diría/ haría/estaría” me resulta,
habitualmente, lamentable (además que todos sabemos que nadie sigue una vida “lineal”;
estamos llenos de frenos, saltos, curvas, conversiones y negaciones… por lo que
no necesariamente alguien que ayer decía “A” lo repetiría tiempo después; es decir,
si hoy Carlos viviera (¡con 93 años, además!) no es sensato afirmar que diría o
estaría en tal o cual situación (especialmente cuando esta se parece a la que “hacemos
nosotros”, lo cual parece una necesidad de “bendición celestial” de aquello que
vivimos.
Creo que hoy
Carlos merece ser leído, ser pensado, escuchado, mirado (y admirado) para
después leer, pensar, mirar nuestra realidad, dónde estamos, cómo vivimos y
escuchar sus criterios, sus razones, sus motivaciones para dejar que él nos
ayude a vivir con sencilla y rebelde fidelidad, como él lo hizo en nuestro hoy,
el favor y desde el lugar de los pobres.
Imagen tomada de https://ute.org.ar/a-47-anos-del-fallecimiento-del-padre-carlos-mugica/
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