jueves, 18 de abril de 2024

Junia, una mujer apóstola

Junia, una mujer apóstola

Eduardo de la Serna



Estamos bastante habituados a hablar de “los Doce Apóstoles”, como suele leerse en los Hechos de los Apóstoles; pero este autor –a quien solemos llamar “Lucas”- utiliza ese nombre “apóstoles” con la intención de mostrar una cadena que va de Jesús, pasando por los Doce, siguiendo por Pablo para llegar a los “presbíteros” –que son los responsables del anuncio en su tiempo- los que, guiados por el Espíritu Santo, tienen la responsabilidad de hacer “crecer la Palabra”, como él llama al anuncio del Evangelio. Pero en otros escritos, san Pablo, por ejemplo, “apóstoles” son aquellos y aquellas que “han visto al Señor resucitado” y lo anuncian. Lucas, por ejemplo, jamás llama “apóstol” nada menos que a San Pablo (porque no es de los Doce) algo que por su lado Pablo afirma con insistencia. Hubo un número grande de personas que afirmaron que Jesús se les apareció resucitado, la mayoría de los cuales y las cuales son desconocidos para nosotros: por ejemplo Pablo cuenta lo que le han dicho: “que (después de a varios conocidos) se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, la mayor parte de los cuales todavía viven, aunque algunos murieron” (1 Cor 15,6). Cuando algunos en Corinto parecen dudar que Pablo sea apóstol (por las cosas que hace) él les dice: “¿no soy yo apóstol? ¿Acaso no he visto yo a Jesús, Señor nuestro?” (1 Cor 9,1). Ver al resucitado y anunciarlo a los demás es la característica principal del apostolado, para Pablo.

En este sentido no debe llamarnos la atención que en la carta a los Romanos, en los saludos finales pida a los destinatarios de la carta que, entre otros, “saluden a Andrónico y Junia, mis parientes y compañeros de prisión, ilustres entre los apóstoles, que llegaron a estar en Cristo antes que yo” (Rm 16:7). Si Pablo afirma ser el último al que se le apareció el Resucitado (1 Cor 15,8) es razonable que ellos hayan llegado “a estar en Cristo antes que” él, y es posible que sean parte de esos 500 hermanos ya señalados (lo cual seguramente incluye también “hermanas”). Y acá un elemento curioso para nuestra mentalidad, aunque no parece curioso para Pablo que lo dice con toda “normalidad”, y es que Junia es mujer y Pablo a ella y a Andrónico (probablemente su pareja) los llame -¡a ambos!- “apóstoles”. Y agrega “ilustres”.

Curiosamente en el mismo capítulo 16 de la carta a los romanos Pablo llama “parientes” a otros muchos: Herodión (v.11), Lucio, Jasón y Sosípatro (v.21); no parece que se refiera a parentesco biológico; es probable que se refiera a un grupo de su mismo “clan” (la tribu judía de Benjamín), o su grupo cercano como judío, “compatriotas” (así lo dice en 9,3 donde se manifiesta preocupado por “mis ‘parientes’ según la carne”, sus “hermanos” y se refiere a los “israelitas”). Es decir, Andrónico y Junia son judíos –probablemente del ambiente griego, no de Palestina, aunque no sabemos de qué región- que en algún momento anterior al encuentro de Pablo con el Resucitado, se incorporaron a la Iglesia primitiva y anunciaron el Evangelio.

De ellos añade, además, que fueron “compañeros de prisión”. Es muy probable que se refiera a una prisión muy complicada que Pablo padeció en Éfeso hasta el punto que creía que no sobreviviría (2 Cor 1,8); otros estaban con él en la cárcel: en Filemón 23 habla de Epafras, conocido sin dudas por Filemón. Sabemos que Pablo se aloja en casa de Aquila y Priscila cuando está en Éfeso (ver 1 Cor 16,19). Parece que ellos arriesgaron mucho (“sus cabezas”, Rom 16,4) y lograron que Pablo y los suyos fueran liberados. Así mientras Pablo se dirige para seguir la misión hacia Troade, Aquila, Priscila, Andrónico y Junia (y quizás algunos más, como Epéneto, cf. 16,5) se dirigen a Roma donde las cosas están más tranquilas, si no es que fueron expulsados de la ciudad. Ahora bien, si ambos estaban en la cárcel sin duda se debía a su participación junto a Pablo en la tarea misionera. Varios en Éfeso trabajaron intensamente porque “se ha abierto una puerta grande y prometedora, pero los enemigos son muchos” (1 Cor 16,9).

Pero en Roma, los “apóstoles” no pueden sino seguir la misión. Y así Pablo (que espera ir pronto a la ciudad) les manda saludos y pide que preparen el terreno para seguir anunciando el Evangelio cuando vaya.

Hoy nos resulta curioso que una mujer sea llamada “apóstola”, pero no debería ser extraño: en el mundo antiguo los discípulos de los diversos maestros no eran más que varones (por eso no existía el término “discípula”), pero como el grupo cristiano tuvo mujeres desde los orígenes, inventaron el término “discípula” (ver Hch 9,36), tampoco existía todavía el término “diaconisa” (por eso Pablo a una mujer, Febe, la llama “diácono”, Rom 16,1-2), pero el grupo de los orígenes no dudó en incorporar mujeres en todos los ámbitos: a la par de los varones las mujeres eran anunciadoras del Evangelio (ver Rom 16,6.12 donde “trabajar” se refiere al “trabajo apostólico”), y entre ellas se ha de destacar desde el principio una “apóstola”: “¡qué grande ha de haber sido la sabiduría de esta mujer para haber sido llamada apóstol!” (San Juan Crisóstomo).


Imagen de Junia tomada de http://www.escogidasparaservir.com/el-ministerio-de-las-mujeres-en-la-iglesia-cristiana-primitiva-junia/

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