Junia, una mujer apóstola
Eduardo de la Serna
Estamos bastante habituados a
hablar de “los Doce Apóstoles”, como
suele leerse en los Hechos de los Apóstoles; pero este autor –a quien solemos
llamar “Lucas”- utiliza ese nombre “apóstoles” con la intención de mostrar una
cadena que va de Jesús, pasando por los Doce, siguiendo por Pablo para llegar a
los “presbíteros” –que son los responsables del anuncio en su tiempo- los que,
guiados por el Espíritu Santo, tienen la responsabilidad de hacer “crecer la Palabra”, como él llama al
anuncio del Evangelio. Pero en otros escritos, san Pablo, por ejemplo, “apóstoles”
son aquellos y aquellas que “han visto al
Señor resucitado” y lo anuncian. Lucas, por ejemplo, jamás llama “apóstol”
nada menos que a San Pablo (porque no es de los Doce) algo que por su lado Pablo
afirma con insistencia. Hubo un número grande de personas que afirmaron que Jesús se
les apareció resucitado, la mayoría de los cuales y las cuales son desconocidos
para nosotros: por ejemplo Pablo cuenta lo que le han dicho: “que (después de a
varios conocidos) se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, la mayor
parte de los cuales todavía viven, aunque algunos murieron” (1 Cor 15,6).
Cuando algunos en Corinto parecen dudar que Pablo sea apóstol (por las cosas
que hace) él les dice: “¿no soy yo
apóstol? ¿Acaso no he visto yo a Jesús, Señor nuestro?” (1 Cor 9,1). Ver al
resucitado y anunciarlo a los demás es la característica principal del
apostolado, para Pablo.
En este sentido no debe llamarnos
la atención que en la carta a los Romanos, en los saludos finales pida a los
destinatarios de la carta que, entre otros, “saluden a Andrónico y Junia,
mis parientes y compañeros de prisión, ilustres entre los apóstoles, que
llegaron a estar en Cristo antes que yo” (Rm 16:7). Si Pablo afirma ser el último al que se le
apareció el Resucitado (1 Cor 15,8) es razonable que ellos hayan llegado “a estar en Cristo antes que” él, y es
posible que sean parte de esos 500 hermanos ya señalados (lo cual seguramente
incluye también “hermanas”). Y acá un elemento curioso para nuestra mentalidad,
aunque no parece curioso para Pablo que lo dice con toda “normalidad”, y es que
Junia es mujer y Pablo a ella y a Andrónico (probablemente su pareja) los llame
-¡a ambos!- “apóstoles”. Y agrega “ilustres”.
Curiosamente en el mismo capítulo 16 de la carta a
los romanos Pablo llama “parientes” a
otros muchos: Herodión (v.11), Lucio, Jasón y Sosípatro (v.21); no parece que se refiera a parentesco biológico; es probable que
se refiera a un grupo de su mismo “clan” (la tribu judía de Benjamín), o su grupo
cercano como judío, “compatriotas” (así lo dice en 9,3 donde se manifiesta
preocupado por “mis ‘parientes’ según la carne”, sus “hermanos” y se refiere a
los “israelitas”). Es decir, Andrónico y Junia son judíos –probablemente del
ambiente griego, no de Palestina, aunque no sabemos de qué región- que en algún
momento anterior al encuentro de Pablo con el Resucitado, se incorporaron a la
Iglesia primitiva y anunciaron el Evangelio.
De ellos añade, además, que fueron “compañeros de prisión”. Es muy probable
que se refiera a una prisión muy complicada que Pablo padeció en Éfeso hasta el
punto que creía que no sobreviviría (2 Cor 1,8); otros estaban con él en la
cárcel: en Filemón 23 habla de Epafras, conocido sin dudas por Filemón. Sabemos
que Pablo se aloja en casa de Aquila y Priscila cuando está en Éfeso (ver 1 Cor
16,19). Parece que ellos arriesgaron mucho (“sus cabezas”, Rom 16,4) y lograron
que Pablo y los suyos fueran liberados. Así mientras Pablo se dirige para
seguir la misión hacia Troade, Aquila, Priscila, Andrónico y Junia (y quizás
algunos más, como Epéneto, cf. 16,5) se dirigen a Roma donde las cosas están
más tranquilas, si no es que fueron expulsados de la ciudad. Ahora bien, si ambos estaban en la cárcel sin duda se debía a
su participación junto a Pablo en la tarea misionera. Varios en Éfeso
trabajaron intensamente porque “se ha
abierto una puerta grande y prometedora, pero los enemigos son muchos” (1
Cor 16,9).
Pero en Roma, los “apóstoles” no pueden sino seguir
la misión. Y así Pablo (que espera ir pronto a la ciudad) les manda saludos y
pide que preparen el terreno para seguir anunciando el Evangelio cuando vaya.
Hoy nos resulta curioso que una mujer sea llamada “apóstola”, pero no debería ser extraño:
en el mundo antiguo los discípulos de los diversos maestros no eran más que
varones (por eso no existía el término “discípula”), pero como el grupo
cristiano tuvo mujeres desde los orígenes, inventaron el término “discípula” (ver Hch 9,36), tampoco
existía todavía el término “diaconisa” (por eso Pablo a una mujer, Febe, la
llama “diácono”, Rom 16,1-2), pero el grupo de los orígenes no dudó en
incorporar mujeres en todos los ámbitos: a la par de los varones las mujeres
eran anunciadoras del Evangelio (ver Rom 16,6.12 donde “trabajar” se refiere al
“trabajo apostólico”), y entre ellas se ha de destacar desde el principio una
“apóstola”: “¡qué grande ha de haber sido
la sabiduría de esta mujer para haber sido llamada apóstol!” (San Juan
Crisóstomo).
Imagen de Junia tomada de http://www.escogidasparaservir.com/el-ministerio-de-las-mujeres-en-la-iglesia-cristiana-primitiva-junia/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Cualquiera puede comentar y no será eliminado, aunque no este de acuerdo con lo dicho, siempre que sea respetuoso (caso contrario, será borrado). Pero habitualmente no responderé los comentarios, ni unos ni otros, para no transformar este blog en un foro. De todos modos, podrán expresar su opinión.