Una breve nota sobre Moisés, la Biblia y la historia
Eduardo de la
Serna
Es importante,
antes de señalar lo que aquí nos proponemos, tener muy presente que los
cristianismos históricos y los judaísmos leemos la Biblia de modo muy diferente,
y de ninguna manera pretendo señalar que una lectura sea superior o inferior a
otra, son simplemente diferentes modos de enfrentar los textos. Modos de
lectura que dicen relación a la propia historia, la cultura, la fe…
Es sabido que
hay diferentes judaísmos y diferentes cristianismos, lo cual – creo – enriquece
a ambos colectivos, salvo cuando se pretende – no es aquí el caso – sostener e imponer
un discurso único.
Como todo
grupo tradicional, ambos se nutren de “mitos fundacionales” (en el sentido obviamente positivo que el término “mito” ha sabido conquistar), los mitos son
nutrientes de las creencias. Y, como todo mito, estos deben ser asumidos, o
asimilados por el colectivo.
Pero también,
como todo grupo tradicional, ambos tienen su historia. La historia, como
ciencia, tiene su metodología, sus criterios, sus fundamentos. ¿Los mitos
ilustran la historia? ¡sin duda!, pero en la medida en que se entiendan como
tales y se proceda a desmitologizarlos en orden a aportar a la ciencia. Para
decirlo sencillamente, la historiografía no es una creencia, por más que haya
diferentes interpretaciones de “datos”. Para decirlo, ahora, “en cristiano”, no
es una cuestión “religiosa” la existencia de un personaje llamado Jesús; hay
elementos y datos “históricos” que nos permiten afirmarlo con certeza; lo
religioso, en todo caso, son las consecuencias que afirmamos de su paso por la
historia: liberador, hijo de Dios, etc. Lo primero lo “sabemos”, lo segundo lo “creemos”
(o no, por cierto).
La historia,
es sabido, se nutre de fuentes, entre ellas la arqueología. Esta también – como
las fuentes escritas – debe ser interpretada (y complementada con otros datos;
poco serio es aquel que absolutiza un dato y niega otros para sostener sus
propios preconceptos).
Valga toda esta
introducción para referirnos a Moisés. Para empezar, quiero señalar que lo fundacional
de Israel, por lo que sé, no es ni la persona de Moisés, ni el éxodo, como
salida de Egipto, sino la convicción de que Dios se ha elegido un pueblo.
Señalo esto porque es interesante señalar que entre los grandes estudiosos de
la Historia (bíblica) de Israel, no son pocos los que directamente niegan la
existencia de Moisés (y del acontecimiento del éxodo) y podríamos aquí señalar muchos
de sus nombres; también, como es frecuente, hay posiciones más
conservadoras. Señalo aquí una postura intermedia: una vez hablando con el
enorme Severino Croatto él decía que sostenía que algún movimiento desde Egipto
hacia Canaán debería haber habido (evidentemente él no lo identificaba con la narración bíblica enriquecida teológicamente); “difícilmente – decía – los judíos
hubieran creado un mito fundacional a partir de un personaje egipcio”
(es sabido que el nombre “Moisés” es egipcio). A esto, le acompaño
un breve añadido:
- Un grupo numeroso de
migrantes (o fugitivos) es algo impensado en una época en la que Egipto estaba
en todo su esplendor (lo que incluye lo militar), por lo que – de haber
existido – no es sensato pensar en un grupo demasiado grande.
- El territorio egipcio era extensísimo
y abarcaba también la tierra de Canaán hasta territorio hitita, por lo tanto,
decir que “salieron de Egipto” no aporta ninguna precisión ya que “todo era
Egipto”.
- Las escenas “milagrosas” como la
partición de las aguas, las codornices, las serpientes, el maná, el agua de la
roca y demás, tienen, muchas de ellas una clara explicación “natural”
y otras “teológica”. Por ejemplo, ya desde 1927 se sostiene que el “maná” es
una secreción resinosa que produce el tamarisco a partir de la acción de un
insecto; en cambio, la interrupción momentánea del rio Jordán por un
desprendimiento (como el ocurrido en el año 1267 d.C.) permitiendo el paso a
pie, parece la fuente (lectura retrospectiva) de la “narración fundacional” del
paso del Mar.
Señalo esto
simplemente para destacar que es absolutamente razonable que los distintos
grupos religiosos (y esto aplica a judíos, a cristianos y a musulmanes) vean en
Moisés una serie de elementos decisivos en su gestación. Por ejemplo, de Moisés
se dice – en la misma Biblia – que es liberador, que es legislador, que es
profeta… y uno u otro aspecto será más resaltado que los otros en algunos
relatos y no tenido en cuenta en otros.
Una lectura
judía de la persona de Moisés será, por caso, diferente de otras, lo cual
enriquece, notablemente al judaísmo. Es frecuente, desde la Misná al Talmud que
se indique que “rabí X dijo A, y rabí Y dijo B, mientras que rabí Z dijo C”;
después, cada quién aceptará una de ellas y la profundizará; es algo propio del
tradicional pluralismo judío. La lectura cristiana, menos plural, de todos
modos, también destacará a “la ley de Moisés”, o a “un profeta como Moisés”, o
un “nuevo éxodo” en sus textos.
Ahora bien,
todo esto forma parte de las convicciones religiosas. Importantísimas; pero no
son fuentes para la historia, concretamente. Una lectura fundamentalista –
lamentablemente la más habitual – al estilo de la presentada en la serie “Moisés”
del fundamentalismo evangélico brasileño no resiste el mínimo análisis
histórico.
Todo esto
pretende señalar que cualquier persona creyente (incluso el presidente de la República,
si fuera creyente) tiene todo el derecho del mundo de asumir una corriente de
lectura y pensamiento. Muy distinto es que – con ella – comprometa a todo el
país y sus políticas (por ejemplo, bélicas). Es evidente que muchas lecturas
judías y muchas lecturas cristianas serán diferentes, y hasta opuestas, y no
estamos en un régimen teocrático en la que se compromete a todo un pueblo
detrás de limitadas convicciones.
Indudablemente es razonable, y frecuente, que mis convicciones creyentes me muevan a pensar o
decidir de una determinada manera frente a acontecimientos o proyectos, pero –
en ese caso – sería sensato que se las “desmitologice” a fin de presentarlas de
un modo sensato y convincente con el objetivo de que sean debatidas y aceptadas
o rechazadas por la sociedad. Pretender que se acepte acríticamente mis propias
convicciones nos remite a épocas felizmente superadas, aunque en personas o
lugares se resistan a retirarse.
Finalizo con
una idea: la literatura inspirada en el libro bíblico del Deuteronomio señala
que en algún momento Dios enviará un profeta semejante a Moisés. Los cristianos
creemos que Jesús es ese profeta, es decir, alguien que habló de parte de Dios
a su auditorio. Si Jesús nos invita al amor extremo, podemos creer que nada es
mejor que eso para nuestra sociedad y nuestro pueblo. Pero no es lógico decir a la
gente (salvo a los creyentes, por cierto): “debemos amarnos porque Jesús, el
nuevo Moisés, lo ha dejado como mandamiento”; lo razonable es aceptar el
desafío enorme de mostrar en una sociedad alimentada por el odio y el miedo,
que el amor libera, que el amor vence al odio, que el amor construye y edifica
nuestra sociedad, y nos garantiza la justicia y la paz… En fin, que si nos
falta el amor no somos nada. Pero debemos decirlo enfrentando a los odiadores,
los injustos, los violentos, los amantes de la mentira y la opresión.
Enfrentándolos con amor, ciertamente, y mostrando a quienes quieran ver y oír,
que el amor es más fuerte que la muerte. En suma, ¡que vale la pena!
Escultura de Moisés hecha por Michelangelo para la tumba del papa guerrero Julio II.
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