Roboam, un rey necio
Eduardo de la Serna
Según la Biblia, a la muerte de Salomón (cerca del año 930
a.C.) lo sucedió su hijo Roboam. Fue rey durante 41 años, pero se dice que fue causante de
una gran fractura en el pueblo. En ese entonces – por lo que leemos en los textos –
había dos reinos, uno al norte y otro al sur, con sus capitales en Siquem y en
Jerusalén respectivamente, pero estaban unidos por un mismo monarca. Cuando un rey era coronado,
luego de muerto el anterior, el sucesor debía ser ungido, y debía
hacerlo en las dos ciudades para ser a su vez rey del norte y del sur
conjuntamente. Muerto Salomón, su hijo Roboam, después de ser ungido en Jerusalén se
traslada a Siquem (1 Re 12,3) y allí los habitantes le piden que sea menos duro
con ellos que lo que había sido su padre (1 Re 12,4) quien fue sido particularmente
rígido con el Norte (él era del Sur) a lo que él responde que le den tres días
para pensarlo y consultar. Entonces se hace asesorar por los ancianos,
consejeros que habían servido a Salomón, quienes le recomiendan que sea cercano
a su pueblo, que sea «servidor de su
pueblo y les dé buenas palabras» (12,7). Pero Roboam no siguió este consejo
y pidió entonces asesoramiento a los jóvenes (12,8) quienes le recomendaron
“endurecer” más aun lo que había hecho Salomón: «–Si mi padre los cargó con un yugo pesado, yo les
aumentaré la carga; si mi padre los castigó con azotes, yo los castigaré con
latigazos». (12,14). Esto - obviamente - provocó que todo el Norte
decidiera romper con el Sur, eligiera su propio rey y, a partir de este momento,
hubiera – para siempre – dos reinos separados, independientes y por muchos
momentos, reinos enemigos.
Fue tal la consecuencia de esto que muchísimos años después
un sabio escribió:
«Salomón descansó con sus padres [= murió] y dejó
por sucesor a uno de sus hijos: rico en locura y falto de juicio, que con su
política hizo amotinarse al pueblo. Surgió uno – no se pronuncie su nombre –
que pecó e hizo pecar a Israel.» (Sirácida
[= Eclesiástico] 47,23).
No nos interesan, aquí, las
complejas tramas y problemas históricos, sino lo que dice el texto bíblico; y no
nos detendremos en la política de Roboam, que no es en este momento un tema que interesa a la
Biblia (aunque destaca que no fue servidor de su pueblo), sino en su tontera,
su necedad. Y lo interesante es que esa tontera es vista como haber “seguido el
consejo de los jóvenes” y no haber “escuchado a los ancianos”. El tema
aquí importante es que, para la Biblia, como para muchas de nuestras culturas
(no así para una sociedad que se guía por la “producción” y exalta la fortaleza
y la vitalidad) la juventud es sinónimo de falta de experiencia, de falta de
sentido, mientras que los ancianos son todo lo contrario, sabiduría y sensatez.
Así lo dice la primera carta de Pedro:
«De igual manera, jóvenes, sean sumisos a los
ancianos; revístanse todos de humildad en sus relaciones mutuas, pues Dios
resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes» (1Pe 5,5).
Los ancianos, para la
Biblia, son en general modelo de sabiduría y experiencia, mientras los jóvenes
no lo son. Incluso es interesante que cuando se encuentra un joven que
manifiesta mucha sabiduría, como es el caso de Daniel (Dn 13,45), se dice de él
que “Dios te ha dado la dignidad de la
ancianidad” (13,50). En el libro de Judit se cuenta que en la ciudad hay un
“Consejo de Ancianos” (4,8; 11,14; 15,8).
En este sentido, otro libro de sabiduría lo dice expresamente:
«…tres clases
de gente odia mi alma, y su vida me llena de indignación: pobre altanero, rico
mentiroso, y viejo adúltero, falto de inteligencia. Si en la juventud no has
hecho acopio, ¿cómo vas a encontrar en tu vejez? ¡Qué bien sienta el juicio a
las canas, a los ancianos el tener consejo! ¡Qué bien parece la sabiduría en
los viejos, la reflexión y el consejo en los ilustres! Corona de los viejos es
la mucha experiencia, su orgullo es el temor del Señor» (Sir 25,2-6).
El modelo de sabio en
la Biblia es el anciano o anciana, ya que es quien ha vivido, a quien su
experiencia lo lleva a saber
distinguir lo bueno de lo malo; y – por el contrario – el modelo de necio, el
no-sabio, es el joven. El rey Roboam no supo escuchar a los sabios, a los que
pueden aconsejar con la experiencia vivida, que le aconsejaban tener un pueblo
feliz (algo que deberían aprender los políticos de todos los tiempos y lugares)
y se dejó asesorar por la inexperiencia y la necedad juvenil. En muchas
culturas de nuestro mundo hay comunidades que respetan de modo casi sagrado a
los ancianos, como se respeta la vida; y son escuchados, consultados,
valorados; mientras en otras culturas los ancianos son descartables, y casi una
molestia. La actitud de Roboam nos debería servir para aprender a valorar a
nuestros “abuelos” y “sabios” y aprender de su experiencia para conducir
nuestras vidas y nuestras culturas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Cualquiera puede comentar y no será eliminado, aunque no este de acuerdo con lo dicho, siempre que sea respetuoso (caso contrario, será borrado). Pero habitualmente no responderé los comentarios, ni unos ni otros, para no transformar este blog en un foro. De todos modos, podrán expresar su opinión.