miércoles, 2 de octubre de 2024

La vocación “sacerdotal” de Teresa de Lisieux

La vocación “sacerdotal” de Teresa de Lisieux

Eduardo de la Serna



A lo largo de su vida, Teresa ha pensado y repensado con mucha frecuencia su vocación. Veinte veces, en sus escritos, repite, por ejemplo “comprendí”, repensándose. Cuando niña viaja en una peregrinación diocesana a Roma con su papá y su hermana Celina y allí descubre la necesidad de “rezar por los presbíteros” [en realidad, en francés, prêtre tiene su origen en presbíteros, no en “sacerdote”] y afirma “comprendí mi vocación en Italia” (A 56rº). Pero más adelante, dirá que su vocación es ser “Carmelita, Esposa y Madre” pero en seguida acota que siente la vocación de “Guerrero, de Presbítero, de Apóstol, de Doctor, de Mártir” y aclara:

Siento dentro de mí la vocación de Presbítero (prêtre), con qué amor, oh Jesús, te llevaría en mis manos cuando, a mi voz, descendieras del Cielo... ¡Con qué amor te entregaría a las almas!... Pero ¡ay! aunque deseo ser Presbítero (prêtre), admiro y envidio la humildad de San Francisco de Asís y siento la vocación de imitarlo rechazando la sublime dignidad del Sacerdocio (Sacerdoce) [B 2vº].

En una carta a su “hermano espiritual” Adolphe Roulland, recién ordenado (el 28/6/96), le dice que “ya que no puede ser presbítera” se alegra que al menos un presbítero “reciba las gracias del Señor y que tenga las mismas aspiraciones, los mismos deseos que ella” (LT 201 [1/11/96]).

El 21 de agosto, poco más de un mes antes de su muerte reitera que le hubiera gustado ser presbítero para predicar sobre la Virgen María y destaca extensamente lo que hubiera dicho y cómo recibe ella muchos sermones. Rechaza lo que ella llama “vida supuesta”, cuestionando las leyendas ya que la vida real debe tomarse de lo que afirman las Escrituras (y no los apócrifos, por ejemplo). Se la suele mostrar inaccesible y debería ser presentada “imitable” ya que “vivió de fe como nosotros”. Y para mostrar lo que diría remite a su cántico “Por qué te amo, María” (DE 21/8/3).

A su hermana Celina le dice en junio (1897):

“Verás”, me dijo, “el buen Dios me va a llevar a una edad en la que no habría tenido tiempo de ser presbítera [muere a los 24 años]... si hubiera podido ser presbítera, sería este mes de junio, en esta ordenación habría recibido las Sagradas Órdenes. ¡Bien! para que no me arrepienta de nada, el buen Dios me permite estar enferma, así no habría podido ir allí y moriría antes de haber ejercido mi ministerio”.

Pero para entender mejor esta vocación presbiteral, es de señalar lo que ella dice, precisamente en su cántico a María:

María, tú me apareces en la cima del Calvario

De pie junto a la Cruz, como un presbítero en el altar

Ofrenda para apaciguar la justicia del Padre

Tu amado Jesús, dulce Emmanuel...

Lo dijo un profeta, oh Madre desolada,

“¡No hay dolor semejante a tu dolor!”

Oh Reina de los Mártires, permaneciendo exiliada

¡Tú derramas sobre nosotros toda la sangre de tu corazón! (PN 54:23)

Es razonable que Teresa asuma – como es propio de su tiempo, y más tarde también asumirá Edith Stein – la concepción anselmiana de la “reparación” como algo querido por Dios para la muerte de su Hijo, y presente en este “sacrificio” a María como presbítera, de pie, en el “altar” de la cruz presentando la ofrenda.

Además, visto su amor por las Escrituras afirma claramente:

Sólo en el Cielo veremos la verdad sobre todas las cosas. En la tierra esto es imposible. Entonces, incluso en el caso de las Sagradas Escrituras, ¿no es triste ver todas las diferencias en la traducción? Si hubiera sido presbítero, habría aprendido hebreo y griego, no me habría contentado con el latín, así habría conocido el verdadero texto dictado por el Espíritu Santo (DE 4/8/5).

Ciertamente hoy han quedado atrás las imágenes del “dictado” divino de las Escrituras, pero en tiempos en que la Biblia “oficial” era la Vulgata (y en tiempos en que Teresa, por ejemplo, nunca pudo acceder al Antiguo Testamento, ni siquiera en latín) la pasión de Teresa por la Biblia, donde encuentra “la verdad”, ciertamente revela una actitud crítica; la misma que se ve en su “sermón” sobre la Virgen María. Es interesante, destacar, en esta vocación “sacerdotal” de Teresa la importancia que ella da – como se ve en momentos importantes de su vida – a los sermones. No solamente se trata de la celebración de la Eucaristía (¡que también, por cierto!) sino de la importancia que ella da al sermón. Esa explicación de la Palabra de Dios, que es, a su vez, el corazón de su vocación misionera, no es sino la razón última de todas sus vocaciones: “hacer amar al amor” [la frase estaba en las Ultimas Conversaciones de julio recopiladas por sor Genoveva, pero ella misma las tachó afirmando que “no estaban en el autógrafo” y fue introducida en la Historia de un Alma de 1907; las consigno aquí por tradicionales]. Hacer amar a Jesús: “hacer amar a Dios como yo lo amo” (CJ 17/7). “Sólo tenemos que hacer una cosa durante la noche, la única noche de la vida, que no vendrá más que una vez: amar, amar a Jesús, con todas las fuerzas de nuestro corazón y salvarle almas para que sea amado... ¡Sí, hacer amar a Jesús!” [LT 96; también LT 224].

He señalado en más de una ocasión que al afirmar que la Biblia es “palabra de Dios” no se trata ni de un “dictado”, ni tampoco un “manual de cosas que se deben hacer u omitir"; se trata de un Dios que habla, se revela, porque pretende ser conocido. Sabe que, si es conocido, será amado. Dios quiere que los seres humanos, a los que quiere tanto, sencillamente, lo quieran. El Concilio ha resaltado como primordial en la vocación presbiteral la predicación de la Palabra de Dios (PO 4) … creo que es allí donde encontramos – sencillamente – el punto de partida de la vocación presbiteral de Teresa de Lisieux.


Foto tomada del archivo de Lisieux

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