La vocación “sacerdotal” de Teresa de Lisieux
Eduardo de la
Serna
A lo largo de
su vida, Teresa ha pensado y repensado con mucha frecuencia su vocación. Veinte
veces, en sus escritos, repite, por ejemplo “comprendí”, repensándose. Cuando
niña viaja en una peregrinación diocesana a Roma con su papá y su hermana
Celina y allí descubre la necesidad de “rezar por los presbíteros” [en
realidad, en francés, prêtre tiene su origen en presbíteros, no en
“sacerdote”] y afirma “comprendí mi vocación en Italia” (A 56rº). Pero más
adelante, dirá que su vocación es ser “Carmelita, Esposa y Madre” pero en
seguida acota que siente la vocación de “Guerrero, de Presbítero, de Apóstol,
de Doctor, de Mártir” y aclara:
Siento
dentro de mí la vocación de Presbítero (prêtre), con qué amor, oh Jesús,
te llevaría en mis manos cuando, a mi voz, descendieras del Cielo... ¡Con qué
amor te entregaría a las almas!... Pero ¡ay! aunque deseo ser Presbítero (prêtre),
admiro y envidio la humildad de San Francisco de Asís y siento la vocación de
imitarlo rechazando la sublime dignidad del Sacerdocio (Sacerdoce) [B
2vº].
En una carta
a su “hermano espiritual” Adolphe Roulland, recién ordenado (el 28/6/96), le
dice que “ya que no puede ser presbítera” se alegra que al menos un presbítero
“reciba las gracias del Señor y que tenga las mismas aspiraciones, los mismos
deseos que ella” (LT 201 [1/11/96]).
El 21 de
agosto, poco más de un mes antes de su muerte reitera que le hubiera gustado
ser presbítero para predicar sobre la Virgen María y destaca extensamente lo
que hubiera dicho y cómo recibe ella muchos sermones. Rechaza lo que ella llama
“vida supuesta”, cuestionando las leyendas ya que la vida real debe tomarse de
lo que afirman las Escrituras (y no los apócrifos, por ejemplo). Se la suele
mostrar inaccesible y debería ser presentada “imitable” ya que “vivió de fe
como nosotros”. Y para mostrar lo que diría remite a su cántico “Por qué te
amo, María” (DE 21/8/3).
A su hermana
Celina le dice en junio (1897):
“Verás”,
me dijo, “el buen Dios me va a llevar a una edad en la que no habría tenido
tiempo de ser presbítera [muere a los 24 años]... si hubiera podido ser
presbítera, sería este mes de junio, en esta ordenación habría recibido las
Sagradas Órdenes. ¡Bien! para que no me arrepienta de nada, el buen Dios me
permite estar enferma, así no habría podido ir allí y moriría antes de haber
ejercido mi ministerio”.
Pero para
entender mejor esta vocación presbiteral, es de señalar lo que ella dice,
precisamente en su cántico a María:
María, tú me apareces en la cima del
Calvario
De pie junto a la Cruz, como un
presbítero en el altar
Ofrenda para apaciguar la justicia
del Padre
Tu amado Jesús, dulce Emmanuel...
Lo dijo un profeta, oh Madre
desolada,
“¡No hay dolor semejante a tu dolor!”
Oh Reina de los Mártires, permaneciendo exiliada
¡Tú derramas sobre nosotros toda la sangre de tu corazón! (PN 54:23)
Es razonable
que Teresa asuma – como es propio de su tiempo, y más tarde también asumirá
Edith Stein – la concepción anselmiana de la “reparación” como algo querido por
Dios para la muerte de su Hijo, y presente en este “sacrificio” a María como
presbítera, de pie, en el “altar” de la cruz presentando la ofrenda.
Además, visto
su amor por las Escrituras afirma claramente:
Sólo
en el Cielo veremos la verdad sobre todas las cosas. En la tierra esto es
imposible. Entonces, incluso en el caso de las Sagradas Escrituras, ¿no es
triste ver todas las diferencias en la traducción? Si hubiera sido presbítero,
habría aprendido hebreo y griego, no me habría contentado con el latín, así
habría conocido el verdadero texto dictado por el Espíritu Santo (DE 4/8/5).
Ciertamente
hoy han quedado atrás las imágenes del “dictado” divino de las Escrituras, pero
en tiempos en que la Biblia “oficial” era la Vulgata (y en tiempos en que
Teresa, por ejemplo, nunca pudo acceder al Antiguo Testamento, ni siquiera en
latín) la pasión de Teresa por la Biblia, donde encuentra “la verdad”,
ciertamente revela una actitud crítica; la misma que se ve en su “sermón” sobre
la Virgen María. Es interesante, destacar, en esta vocación “sacerdotal” de
Teresa la importancia que ella da – como se ve en momentos importantes de su
vida – a los sermones. No solamente se trata de la celebración de la Eucaristía
(¡que también, por cierto!) sino de la importancia que ella da al sermón. Esa
explicación de la Palabra de Dios, que es, a su vez, el corazón de su vocación
misionera, no es sino la razón última de todas sus vocaciones: “hacer amar al
amor” [la frase estaba en las Ultimas Conversaciones de julio recopiladas por
sor Genoveva, pero ella misma las tachó afirmando que “no estaban en el
autógrafo” y fue introducida en la Historia de un Alma de 1907; las consigno aquí
por tradicionales]. Hacer amar a Jesús: “hacer amar a Dios como yo lo amo” (CJ
17/7). “Sólo tenemos que hacer una cosa durante la noche, la única noche de la
vida, que no vendrá más que una vez: amar, amar a Jesús, con todas las
fuerzas de nuestro corazón y salvarle almas para que sea amado... ¡Sí,
hacer amar a Jesús!” [LT 96; también LT 224].
He señalado
en más de una ocasión que al afirmar que la Biblia es “palabra de Dios” no se
trata ni de un “dictado”, ni tampoco un “manual de cosas que se deben hacer u
omitir"; se trata de un Dios que habla, se revela, porque pretende ser conocido.
Sabe que, si es conocido, será amado. Dios quiere que los seres humanos, a los
que quiere tanto, sencillamente, lo quieran. El Concilio ha resaltado como
primordial en la vocación presbiteral la predicación de la Palabra de Dios (PO
4) … creo que es allí donde encontramos – sencillamente – el punto de partida
de la vocación presbiteral de Teresa de Lisieux.
Foto tomada del archivo de Lisieux
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