miércoles, 23 de octubre de 2024

Gustavo

Gustavo

Eduardo de la Serna



Hacía semanas se esperaba la noticia. Ahora acaban de informar que hoy murió Gustavo Gutiérrez.

Orfandad. Tristeza. Pérdida.

No es este ni el lugar ni el momento de hacer un “memento”. Sólo quisiera señalar que hoy nos quedamos sin “un Teólogo” (así, con mayúsculas).

Un teólogo es alguien que habla de Dios, y que habla “bien” de Él, lo “ben-dice”. Gustavo supo hablar de Dios cuando decenas de voces lo trastornaban o distorsionaban. Hablar bien de Dios no es ser fieles a un diccionario o a un catecismo, sino dejar que se transparente el papá (mamá) de Jesús. Cuando empezaba la primavera eclesial en el postconcilio, Gustavo supo escuchar, mirar, palpitar a Dios antes de mostrarlo – y hablar de él – en medio de la realidad y la Iglesia que se hacía visible en América Latina. Escucharlo, mirarlo y palpitarlo en la vida de crisis y de esperanza, de injustica y liberación… y después de eso, hablar de Él; a eso él lo llamó “acto segundo”. Ya desde su escrito fundacional (Teología de la Liberación, Perspectivas; 1971) supo escuchar la Biblia para que desde ella Dios se “revelara”. Pocos teólogos – debemos decirlo – supieron o saben hacer de la Biblia el alma de su teología (pocos, ¡muy pocos!). Cuando Gustavo puso a los pobres en el centro, no era desde una ideología, no era desde una praxis (aunque estas existieran), sino desde el pensamiento bíblico (en ese entonces, especialmente inspirado en Gelin y Dupont, concretamente). Cuando los desafíos de la realidad invitaban a decir una palabra, a dejar ver a Dios, Gustavo supo mostrar a Dios. Ante la crisis de la noche oscura, el invierno eclesial de Juan Pablo II, Gustavo mostró, desde una seria y mesurada lectura del libro de Job, que la teología tradicional, aquella que no mira ni parte desde el sufrimiento del inocente, será “tradicional”, pero no habla bien, no “ben-dice” a Dios; no es verdaderamente “ortodoxa”. Hablar bien de Dios debe partir desde el sufrimiento del inocente.

Los pobres fueron siempre “el” tema de Gustavo. Cerca del pobre, cerca de Dios es su obra final, esperada, anunciada… póstuma. Los pobres son un importante lugar teológico, por cierto. Una Iglesia, una teología que no parta desde el pobre y desde la Biblia será “pintoresca”, será hasta “sinodal”, pero no será de verdad teología cristiana (y vale para el actual proceso sinodal donde la Biblia está ausente y el análisis de la realidad en deuda).

Un Teólogo, como Gustavo, lo es con “mayúsculas”, sabe – en la praxis – que eso de tener “un oído en el Evangelio y otro en el pueblo”, es decir, en los pobres; no es un punto de partida sociológico, aunque este no esté ausente. No hay Gustavo Gutiérrez sin Biblia.

Muchas creemos que hoy nos quedamos huérfanos. Desaparecen los teólogos; casi diría que sólo quedan “funcionarios” del aparato académico. No se ven varones o mujeres que escuchen atentamente la palabra de Dios (la Biblia está o bien ausente o es un simple adorno en la Iglesia actual), y no hay quienes acepten el desafío de hablar de Dios a estos tiempos duros y difíciles; un Dios que nos vuelve profetas, que nos desafía.

Se fue Gustavo… ¿habrá quienes tomen la posta? Lamento dudar que eso ocurra en esta Iglesia actual de la mediocridad y el invierno… pero la teología allí seguirá viva para quien quiera escucharla, verla e intuirla para luego compartirla. La Biblia allí sigue – opacada por “conversaciones con el espíritu" (así, con minúscula) y demás cosas que se niegan al desafío y la profecía… Dios allí está para que haya quienes hablen de él – desde los pobres – a estos tiempos de muerte e injusticia, de odio e indiferencia. Dios allí está, y, en algún momento, alguien recogerá su “nombre y lo llevará como bandera a la victoria”.

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