Ozías, un rey apestado
Eduardo de la Serna
Varios libros bíblicos hacen referencia a diferentes
reyes. Los libros de los profetas con frecuencia señalan que el profeta “X”
habló en tiempos del rey “Y”. Evidentemente, saber qué pasaba en tiempos de tal
rey nos ayudará a entender mejor el sentido de las cosas que dice el profeta. Hay, también, otros
libros, con apariencia de “históricos” que nos aportan otros elementos sobre
los reyes u otros personajes. La intención de estos libros no es la de ser “libros
de historia”, pero sí mostrar cómo Dios acompaña a su pueblo en la historia.
Cuando se intenta presentar a los diferentes
monarcas, el llamado libro de los Reyes, tiene tres modelos: los que podríamos llamar reyes
“malos”, reyes “más o menos” y reyes “buenos”, y el criterio para evaluar a unos y otros es su
actitud frente a los ídolos, y por tanto, ante Dios. Los reyes que hicieron
templos, o sacrificaron, o que importaron dioses son vistos como “malos”. Los
reyes que combatieron la idolatría, profanaron los templos y altares son vistos
como “buenos” (son muy pocos, solamente dos). Los restantes son reyes “buenos”,
que hacen lo que Dios quiere, “pero…” no enfrentaron la idolatría, no
desaparecieron los lugares de culto, etc. A este grupo pertenecen la mayor
parte de los reyes de Jerusalén. La frase con la que se los presenta es más o
menos así: “hizo lo recto a los ojos de Yahve… solo que no desaparecieron los
altos…”
(por ejemplo, 2 Re 12,4; 14,4; 15,4…). El rey Ozías, es paradigma cabal de esto
(2 Re 15,4).
Señalemos que de este rey hay cosas interesantes que decir, por lo que de él podemos conocer. Como sabemos, Israel cree estar en la tierra que Dios le ha prometido, pero a raíz de los malos reyes esa tierra se ha ido dividiendo y perdiendo. Cada vez va quedando menos, la cual va siendo poseída por los pueblos vecinos. También sabemos que Dios da la abundancia, y – por ejemplo – una sequía es expresión de que Dios “castiga” el pecado. Para sintetizar, Israel va tomando conciencia de la presencia o de la ausencia de Dios según aumente o disminuya la vida plena del pueblo. Lo cierto es que con Ozías se van recuperando tierras que estaban en poder de otros pueblos (2 Re 14,22), como Edom o los filisteos, las fronteras se expanden (2 Cr 26,8), se construyen torres (2 Cr 26,9.10), las cosechas son importantes (2 Cr 26,10), y – sobre todo – en todas partes reina la paz. Todo esto, visto desde la bendición divina, es indicio de que Dios bendice el gobierno del rey. Las murallas de las ciudades hostiles son quebradas, se hacen torres en el desierto, se fomenta la agricultura. El ejército (excesivamente numeroso, 2 Cr 26,13) conquista territorios adversos y contribuye a la paz.
La pregunta que podemos formularnos es, si todo
esto parece idílico, maravilloso y signo de fidelidad, por qué, entonces, se añade un “pero…” En cada circunstancia, los libros bíblicos señalan sus propios planteos. En el
caso de este rey, que parece casi ideal, el "pero" se expresa en que se infectó
“de lepra”. Obviamente, para la mentalidad antigua, el planteo era entender que
“Dios lo infectó”. Algo que no se puede afirmar hoy, pero así lo plantean (con
sus diferentes teologías) los dos libros “históricos”:
Hizo lo recto
a los ojos de Yahveh, enteramente como lo había hecho su padre Amasías. Sólo
que no desaparecieron los altos y el pueblo siguió ofreciendo sacrificios y
quemando incienso en los altos. Yahveh hirió al rey y quedó leproso hasta el
día de su muerte. Vivió en una casa aislada, y Jotam, hijo del rey, estaba al
frente de la casa y administraba justicia al pueblo de la tierra. (2 Re 15:3-5)
Mas, una vez
fortalecido en su poder, se ensoberbeció hasta acarrearse la ruina, y se rebeló
contra Yahveh su Dios, entrando en el Templo de Yahveh para quemar incienso
sobre el altar del incienso. Fue tras él Azarías, el sacerdote, y con él
ochenta sacerdotes de Yahveh, hombres valientes, que se opusieron al rey Ozías
y le dijeron: «No te corresponde a ti, Ozías, quemar incienso a Yahveh, sino a
los sacerdotes, los hijos de Aarón, que han sido consagrados para quemar el
incienso. ¡Sal del santuario porque estás prevaricando, y tú no tienes derecho
a la gloria que viene de Yahveh Dios!» Entonces Ozías, que tenía en la mano un
incensario para ofrecer incienso, se llenó de ira, y mientras se irritaba
contra los sacerdotes, brotó la lepra en su frente, a vista de los sacerdotes,
en la Casa de Yahveh, junto al altar del incienso. (2 Cr. 26:16-19)
Es decir, para “Reyes” que no “desaparecieran” los
lugares altos, donde se sacrificaba a los dioses, fue consecuencia de la lepra.
Para “Crónicas”, su culpa fue que asumiera un rol sacerdotal, que no le
correspondía… Pero, para ambos textos, lo cierto es que algo en el obrar del rey “desagradó” a
Dios. Hoy es insostenible decir que una peste o una pandemia sean “fruto” del
enojo de Dios, o un castigo. Nadie sensatamente diría hoy algo por el estilo.
Pero así se expresaba el mundo bíblico en otra cultura muy diferente a la
nuestra.
Aclaremos, además, que para el mundo bíblico, se entiende como lepra toda
enfermedad de la piel (de hecho, es probable que lo que hoy llamamos “lepra” no
existiera en ese entonces en Israel). Se trata de algo que transforma a la
persona en impura y, por lo tanto, no puede entrar en contacto con Dios, y quien entrara en
contacto con esta persona, sería a su vez impuro (para la Biblia el tema de la lepra no
es tanto un tema de salud cuanto de pureza ritual). Lo habitual es que los
impuros anduvieran por lugares descampados para no transmitir su situación. Pero en este caso se trata de un
rey. Entonces se edifica para él un lugar de aislamiento donde pueda moverse
con libertad, pero sin infectar al resto. Y entre tanto, gobierna como regente
su hijo. Pero esa es otra historia. El aislamiento y la infección es algo de
todos los tiempos, y en la Biblia se los tomó en serio.
Imagen del rey Ozias pintada por Rembrandt, tomada de https://wikioo.org/es/
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