Sacarlo (¿todo?) afuera
Eduardo de la
Serna
Dentro de los
numerosos prefijos que suelen acompañar el verbo latino “vocar” (= llamar),
como e-vocar, con-vocar, in-vocar, re-vocar, podemos notar, como con-vocante en
estos días, el verbo pro-vocar: llamar para que salga fuera. Este en ocasiones,
es un término casi afectivo, como es el caso – por ejemplo, en Colombia –
cuando dicen “¿le provoca un tinto?” para preguntar a una persona si quisiera tomar
un café, pero – habitualmente, entre nosotros – se utiliza en el sentido de “Irritar o estimular a alguien con
palabras u obras para que se enoje” (RAE, 2da acepción). Y surge
alguna pregunta…
¿Cuál
es el objetivo de esa intención de hacer enojar? Y creo que no es demasiado
difícil concluir algún aspecto.
Por
un lado, para molestar lo más posible a la persona a la que se detesta. Se la o
lo provoca “para que explote”, y, en ocasiones se celebra que eso ocurra por
todo el daño que, a la persona “provocada”, la explosión le provoca.
En otras ocasiones, y – lamentablemente – lo vemos a diario, se provoca a un colectivo buscando una reacción. Lo evidente es que se pretende esa reacción a fin de poder descargar, a causa de ella, más violencia, represión. Se trata de una excusa para una violencia ya preparada y deseada. Nuevamente, el objetivo está dirigido contra el objeto de la provocación. Ciertamente, confiando en la mayor capacidad de reacción del provocador sobre el provocado. Es evidente, sin embargo, que puede haber errores de cálculo que serían, a la postre, perjudiciales para aquel y benéficos para este.
Los
“juegos de la guerra” que amenazan día a día el mundo en nuestros días, nacen
de provocaciones y respuestas, muchas de las cuales – al menos hoy – no tenemos
la capacidad de mensurar en reacciones y consecuencias, y se temen
catastróficas.
Pareciera,
además, que el gobierno argentino, incapaz de generar propuestas, alimentado de
mero odio, sólo busca reacciones a las amenazas que profiere en el día a día, a
sus provocaciones, sean dirigidas a colectivos o a personas seleccionadas.
Pareciera que de eso se nutre, con ese motor anda [¡y pensar que desde esos
ambientes se criticaba al marxismo por hacer referencia a la lucha de clases!].
Y, ciertamente, no es menos cierto que ha encontrado caldo de cultivo en
ambientes de limitada capacidad de análisis o atrapados por el miedo o el odio
(que se parecen). En ese caso, esa “explosión” provocada es benéfica para los provocadores,
por cierto, y, quizás, sea el objetivo final; conseguir adherentes en una
suerte de “club del odio”.
Los
tradicionales filmes de vampiros nos mostraban unos seres “de la noche” (fotofóbicos,
por cierto) que mordían a personas descuidadas, habitualmente en el sueño,
sorbiendo su sangre y alimentándose de ella. Se trata, entonces, de seres que
para vivir necesitan “chuparles toda la energía (= sangre)” a otras personas. Y,
más allá de la ficción, es innegable que esas personas existen, como existen
los vampiros (no los de ficción, sino los quirópteros), los mosquitos, las
garrapatas o las vinchucas… Y de estos últimos también los hay, no sólo en el
reino zoológico sino en nuestra realidad cotidiana.
Como
pareciera que provocar es el pan de ellos de cada día, les tocará a los provocados
actuar con sensatez, con prudencia, con inteligencia. Y esto implica que el
obrar y decir sea, precisamente, lo que se quiere decir u obrar (y cuando se
quiere, cómo se quiere, y sólo lo que se quiere) y no aquello que los
provocadores pretenden a consecuencia de una “explosión”, de haber sacado
afuera odio, violencia o rabia en lugar de construcción, “como la primavera”.
Foto tomada de https://luigibosca.com/primavera-de-nuevo-brota-la-vida/
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