domingo, 22 de junio de 2025

Sacarlo (¿todo?) afuera

Sacarlo (¿todo?) afuera

Eduardo de la Serna



Dentro de los numerosos prefijos que suelen acompañar el verbo latino “vocar” (= llamar), como e-vocar, con-vocar, in-vocar, re-vocar, podemos notar, como con-vocante en estos días, el verbo pro-vocar: llamar para que salga fuera. Este en ocasiones, es un término casi afectivo, como es el caso – por ejemplo, en Colombia – cuando dicen “¿le provoca un tinto?” para preguntar a una persona si quisiera tomar un café, pero – habitualmente, entre nosotros – se utiliza en el sentido de “Irritar o estimular a alguien con palabras u obras para que se enoje” (RAE, 2da acepción). Y surge alguna pregunta…

¿Cuál es el objetivo de esa intención de hacer enojar? Y creo que no es demasiado difícil concluir algún aspecto.

Por un lado, para molestar lo más posible a la persona a la que se detesta. Se la o lo provoca “para que explote”, y, en ocasiones se celebra que eso ocurra por todo el daño que, a la persona “provocada”, la explosión le provoca.

En otras ocasiones, y – lamentablemente – lo vemos a diario, se provoca a un colectivo buscando una reacción. Lo evidente es que se pretende esa reacción a fin de poder descargar, a causa de ella, más violencia, represión. Se trata de una excusa para una violencia ya preparada y deseada. Nuevamente, el objetivo está dirigido contra el objeto de la provocación. Ciertamente, confiando en la mayor capacidad de reacción del provocador sobre el provocado. Es evidente, sin embargo, que puede haber errores de cálculo que serían, a la postre, perjudiciales para aquel y benéficos para este.

Los “juegos de la guerra” que amenazan día a día el mundo en nuestros días, nacen de provocaciones y respuestas, muchas de las cuales – al menos hoy – no tenemos la capacidad de mensurar en reacciones y consecuencias, y se temen catastróficas.

Pareciera, además, que el gobierno argentino, incapaz de generar propuestas, alimentado de mero odio, sólo busca reacciones a las amenazas que profiere en el día a día, a sus provocaciones, sean dirigidas a colectivos o a personas seleccionadas. Pareciera que de eso se nutre, con ese motor anda [¡y pensar que desde esos ambientes se criticaba al marxismo por hacer referencia a la lucha de clases!]. Y, ciertamente, no es menos cierto que ha encontrado caldo de cultivo en ambientes de limitada capacidad de análisis o atrapados por el miedo o el odio (que se parecen). En ese caso, esa “explosión” provocada es benéfica para los provocadores, por cierto, y, quizás, sea el objetivo final; conseguir adherentes en una suerte de “club del odio”.

Los tradicionales filmes de vampiros nos mostraban unos seres “de la noche” (fotofóbicos, por cierto) que mordían a personas descuidadas, habitualmente en el sueño, sorbiendo su sangre y alimentándose de ella. Se trata, entonces, de seres que para vivir necesitan “chuparles toda la energía (= sangre)” a otras personas. Y, más allá de la ficción, es innegable que esas personas existen, como existen los vampiros (no los de ficción, sino los quirópteros), los mosquitos, las garrapatas o las vinchucas… Y de estos últimos también los hay, no sólo en el reino zoológico sino en nuestra realidad cotidiana.

Como pareciera que provocar es el pan de ellos de cada día, les tocará a los provocados actuar con sensatez, con prudencia, con inteligencia. Y esto implica que el obrar y decir sea, precisamente, lo que se quiere decir u obrar (y cuando se quiere, cómo se quiere, y sólo lo que se quiere) y no aquello que los provocadores pretenden a consecuencia de una “explosión”, de haber sacado afuera odio, violencia o rabia en lugar de construcción, “como la primavera”.


Foto tomada de https://luigibosca.com/primavera-de-nuevo-brota-la-vida/

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