¿Podemos soñar con una primavera eclesial?
Eduardo de la Serna
En lo personal, nunca fui “francisquista”.
Es decir, hubo cosas del papa Francisco que no me conformaban. Para poner un
solo ejemplo, y podría decir más, creo que nunca entendió la lucha feminista.
Pero no ser “francisquista” no me transforma, ¡ni remotamente!, en “anti”.
Tener una postura crítica, lo sigo creyendo, es constructivo, porque no pretende
ser demoledor, no es “crítica sistemática”, no es – mucho menos – anti eclesial.
Es cierto que no estoy de acuerdo con quienes hablan de “primavera”,
especialmente porque imagino que esta debiera ser “eclesial”, no “papal”, y no
veo, por ningún lado, que la iglesia esté floreciente. Que la Iglesia no es el
Papa es algo evidente; o debiera serlo. Mirar los votos, por ejemplo, en los
documentos sinodales revela, sin duda, para mí, que muy lejos estamos de una
iglesia primaveral. Pero nada de eso impide que crea firmemente que Francisco
fue, ¡por lejos!, el mejor Papa que hemos tenido últimamente. En lo personal,
creo que en algunas cosas superó a Pablo VI, aunque no en otras (pero en aquellos
tiempos sí había “primavera eclesial”). Es cierto que durante el “invierno” (¡curiosa
institución la Iglesia que pasa de la primavera al invierno!) los papas fueron
pocos: Juan Pablo I no puede contarse, obviamente, por lo que fueron solo dos,
aunque Juan Pablo II fue excesivamente largo. Sin duda alguna, quiero
señalarlo, el pontificado de Francisco fue muchísimo mejor de lo que esperaba.
¡Y lo celebro!
Una de las cosas que más le
cuestiono a los pontificados invernales es que con su actitud de intolerancia y
reacción llevaron a un grupo importante, poderoso y ruidoso a sentirse y actuar
como “la única y verdadera Iglesia”. Es decir, “nosotros” (y Francisco) somos
infieles, adversarios de la verdad y de la sana doctrina. ¡Y lo propalan!
En ese “combo” de infieles,
figura desde hace tiempo “Tucho” Fernández. Y aclaro… a Tucho lo vi pocas veces
y nunca fuimos amigos. Saludos cordiales y ¡no más! Puedo decir que, personas
amigas, que lo tuvieron de docente en clases, hablaban excelencias de él. Pero
con él no tengo contacto alguno. Pero ya fue, por lo menos pintoresco, si no
espantoso, cuando al ser elegido en el Dicasterio de la Doctrina de la Fe le
cuestionaran un librito de catequesis sobre el Beso. El evidente apoyo que tuvo
(ya desde el arzobispado de Buenos Aires) y la feroz campaña en su contra de
los sectores integristas argentinos y vaticanos para que no fuera reconocido
como Rector de la Universidad Católica (UCA), hablaban, para mi mirada, en su
favor.
La publicación de Fiducia
Suplicans molestó. A los mismos que molestaba el beso… (es curioso que les
molesten estas cosas y cierren los ojos ante los casos de abusos; o no, no es
curioso… es comprensible). Y, al igual que en tiempos de la UCA, hablaban y
condenaban desde la atalaya amurallada de una doctrina a la que no le importan
las personas (el sábado es más importante). Pareciera que nunca pisaron el barro
de la humanidad y solamente pontificaban desde una doctrina que se siente a
salvo del mal desde su superioridad impoluta.
Luego, debo confesar, cundo se
anunció un documento sobre los títulos marianos me dio un poco de temor. Al
leerlo, sigo reconociendo, celebré con euforia que se reafirmara vehementemente
el Concilio Vaticano II para el cual la mariología se debe pensar en la
eclesiología, no en la cristología. Y, además, la importancia para el diálogo
ecuménico, congelado en los pontificados invernales. Es cierto que hay cosas
que podemos cuestionar (la voz profética de María no aparece, por ejemplo),
pero sin duda, creo, es el camino correcto. Pero, es evidente que, si algo ha
caracterizado a los integristas es la urgencia de “congelar” el Concilio
Vaticano II. Para sintetizar, casi de un modo acrítico, debo confesar que
viendo lo que dicen Sarah, Burke, Müller, Viganó y otros de esa caterva, además
de grupos y medios afines, sé que es en la otra punta donde está el Evangelio.
No sé cómo reaccionará León XIV.
También confieso que es un papado que hasta ahora no ha logrado entusiasmarme,
ni siquiera conformarme. Pero espero que, de una u otra manera, el Espíritu
Santo se cuele, sople e inspire. Y espero que los aires templados permitan que,
aunque menos cálidos que ayer, la Iglesia tenga todos los elementos adecuados
para encaminarse a una primavera.
Iglesia destruida y buitres. Lima, Peru 2023

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