Crónicas salvadoreñas 1
Eduardo de la Serna
Viernes: Salimos a la madrugada de Buenos Aires rumbo a El
Salvador, previa escala en Lima. El viaje fue realmente bueno (aunque se nota
la diferencia de aviones que van a Buenos Aires con los que van a El Salvador).
El Salvador tiene 3 horas de diferencia con Argentina, y al llegar el cansancio
un poco se nota. A las 13:55 hora salvadoreña aterrizamos en el Aeropuerto
internacional Óscar Arnulfo Romero. Nos esperaba el p. Henry ofm donde nos
alojaríamos. Viajamos Marcelo, Jorge y yo (los mismos que años antes visitamos
Chiapas) y esperamos el lunes a Pali, Ignacio y Roberto. Sin duda que tenemos
la clara sensación de que el tiempo no nos alcanzará para las decenas de cosas
que queremos hacer, lugares que queremos ver y personas con las que queremos
hablar. Tendremos que seleccionar y renunciar.
La celebración de la
beatificación será el sábado 23 por la mañana, y no tenemos demasiadas
expectativas en que sea popular (la experiencia de la beatificación de Brochero
fue un indicio de eso, y el que celebrará la liturgia será el mismo cardenal
Amato), pero parece que la vigilia, en la que participarán franciscanos,
jesuitas, claretianos y la fundación Romero, que mantuvieron viva su memoria en
tiempos de silencio eclesial y político puede alentar expectativas. El lugar
del a beatificación será en la Plaza Salvador del Mundo, en zona acomodada de
la ciudad. Nos dicen que los pobres y campesinos van a quedar bien lejos del
altar. Veremos. Pero nos parece muy probable.
Recuerdo que luego del asesinato
de Romero, El Salvador se vio sumergido en una guerra civil. 70.000 muertos,
casi todos pobres. Terminada la guerra, el partido que gobernó fue ARENA,
fundado por el mayor Roberto D’Abbuison, el autor intelectual del asesinato de
Romero. Recién en el último período (acaba de comenzar el segundo mandato) el
gobierno está ligado al ex frente Farabundo Martí (el actual presidente fue
comandante del FMLN). Y el cardenal nombrado por el invierno eclesial
juanpablista fue Lacalle, del Opus Dei (¡lindo sucesor de Romero!). Era
evidente que en ese tiempo político y eclesial Romero sería ninguneado,
silenciado, “desaparecido” (motivo por el cual no hay demasiado “romerismo” en
el clero joven diocesano, según nos dijeron); y la memoria fue conservada por
religiosos, como dijimos.
Hay muchos elementos interesantes
que vamos escuchando. Sería pobre dar ya un primer comentario, pero ya iremos
viendo. La realidad de las maras es un tema importante. Volveremos sobre esto.
Por ahora, simplemente, ¡llegamos!
Sábado: Fuimos al centro, a la tumba de Romero. Sensato lugar para
ser lo primero en ver. La tumba está en un subsuelo de la catedral, irónica
expresión visual de una “iglesia de arriba” y una “iglesia de abajo”. En un
primer momento el féretro de Romero fue depositado en un altar lateral de la
catedral (allí rezó Juan Pablo II a sus pies desviando el recorrido original.
Algunos decían que vino a pedirle perdón). Luego fue llevado al subsuelo, y
luego, allí mismo, corrido al sector lateral derecho. Es notable el incesante
paso de gente, pobres, madres con niños (había una, por ejemplo, que llevaba a
sus hijos por primera vez para explicarles quién había sido ese hombre),
campesinas hablándole a su santito, llorando, despojándose, ancianas arrugadas…
De allí fuimos a la catedral, notable
diferencia. A ambos costados del altar sendos cuadros de Juan XXIII y Juan
Pablo II y a un costado un importante cuadro de san Josemaría Escribá de
Balaguer (creo que era duque, o conde, o algo se eso). Por lo que nos dijeron,
la Iglesia fue totalmente restaurada, así que el altar, los pisos, los cuadros
son totalmente distintos. A lo mejor sirvieron para olvidar todo – o taparlo –
lo gestado por Romero.
Salimos a la plaza (como toda
ciudad española, frente a la plaza mayor está el edificio de gobierno y la
catedral. Desde el primero dispararon a los participantes del cortejo fúnebre
de Romero produciendo una masacre más de las tantas que enlutan el Salvador.
Gente aplastada o colgada de las lanzas verticales de la reja mostraron el
sentimiento de los asesinos.
Nos contaban, por ejemplo que en
esos tiempos los curas debían llevar las hostias consagradas en los sacos de
maíz, lo mismo que las Biblias, porque todo lo religioso era expresión de
conciencia, de resistencia y los paramilitares y el ejército se ensañaron
especialmente con ellos. Decenas de catequistas, animadores de comunidades
asesinados son un buen indicio de la “otra iglesia”.
De la Catedral nos dirigimos a la
Iglesia Ntra. Sra. del Rosario (unas 3 cuadras) donde fue una masacre. Había un
grupo de sindicalistas que habían entrado a la Iglesia para refugiarse, y el
ejército entró con ametralladoras matando un número muy importante. Algo muy
fuerte fue ver el Sagrario que era de vidrio blindado y tiene el orificio
astillado de una bala.
Muy interesante, también, es ver
el viacrucis hecho por trabajadores, todo representado solo con manos de hierro
forjado.
De allí nos dirigimos a comer en
una comunidad franciscana. La hospitalidad sigue siendo maravillosa. Después de
comer y descansar un rato fuimos a ver las comunidades donde tienen capillas.
Realmente es impactante el ambiente. La gente que vive en lo que llamaríamos
“barriadas” (o veredas, o pueblos del Gran Salvador está conformada en su
inmensa mayoría por desplazados por la guerra. La inmensa mayoría de la gente
trabaja en las maquilas, aunque – como tantos otros países de américa Central –
el mayor ingreso que tiene el país son las “remesas”, es decir la plata que
mandan desde los EEUU los que han podido llegar. Y acá parece estar el “huevo
de la serpiente”. Los chicos que no tienen padres – o los que vuelven
deportados – suelen estar mucho en las calles y así nacen las famosas “maras”.
El ambiente es de una tensión insoportable. Ayer una señora nos decía que no
manda a su hijo a fútbol por el ambiente. “Como están las cosas no lo voy a
mandar a fútbol”. Entramos en las tres capillas de los frailes: Nta. Sra. de
Guadalupe, San Francisco de Las Cañas y San Francisco de Aresco, y en los tres
lugares la presencia de las maras era intimidante. En la segunda, nos
acompañaron (a pesar que venía con nosotros un fraile con su hábito, la gente
de la comunidad; había tres jóvenes como mirando quién viene y quien entra al
barrio, sabíamos que eso podía significar ser o no recibidos, y eso significa
hasta muerte. Pero los acompañantes parecen haber servido de escudo).
Siendo que en las maras está el
corazón de la violencia contemporánea en El Salvador (y Centroamérica) y siendo
que – además – son los que piden “impuestos” a comerciantes, entradas de buses,
etc… y especialmente responsables de la venta de estupefacientes no resulta
difícil sospechar que detrás de ellos hay organizaciones más poderosas que se
sirven de ellos como “carne de cañón”.
De allí fuimos al “hospitalito”,
el hospital oncológico donde vivía Romero y celebraba la misa cuando fue
asesinado. Sólo pudimos entrar a la iglesia, el resto estaba cerrado, y
volveremos. En la Iglesia no se ha tocado nada, y el altar, el piso están como
cuando Romero celebraba. La intensidad del espacio es conmovedora. Daba para
agacharse a tocar el suelo y tomar gracia. Y besar el altar. Nos quedamos un
rato muy grande para beber el aire, y para poner – como habíamos hecho en la
tumba – a todas y todos aquellos que quisimos tener presentes, enfermos, sanos,
comunidades, amigos, conflictos…
A la noche comimos la típica
comida salvadoreña, pupusas. Una especie de torta de maíz con diferentes
agregados que se hacen a la plancha. ¡Muy ricas! Comimos algunas (obvio que hay
diferentes sabores que quedaron sin probar, pero las de queso y ajo, o la de
chicharrón resultaron muy ricas; como nos dijo Henry “se dieron cuenta que son
extranjeros” porque Jorge pidió cuchillo y tenedor, ya que se comen con la
mano).
Domingo: por la mañana participamos en la misa en un cantón, región
campesina, la misa fue con casamiento. Totalmente diferente a los nuestros
claro. Para empezar los padrinos invitan a todos al desayuno, luego almuerzan
todos en casa de los padres de la novia y terminan a la noche en casa de los
padres del novio. Se casaron Hugo (24) con Dinora (19). Con pajes y todo. Una
misa sumamente participada y festiva. Había unas 200 personas.
A la tarde fuimos a una
exposición fotográfica sobre Romero, y después a un “parque de la memoria”
donde están los nombres de casi 30.000 asesinados o desaparecidas y
desaparecidos identificados; nos resultó terrible, por ejemplo ver en la lista
del mismo año ¡58! personas con el mismo apellido. A lo que hay que sumar la
constancia de 194 masacres (la masacre del Mozote fue la más emblemática, pero
no la única; de allí que Sobrino se pregunte – siguiendo a Metz cuando
preguntaba si se puede hablar de Dios después de Auschwitz – si “se puede
hablar de Dios después del Mozote”. Fueron masacrados casi 1000 campesinos,
mujeres preñadas abiertas al medio con machetes para sacarles sus hijos… Una
mujer estaba en el campo pudo ver todo desde detrás de un árbol y contarlo.
Murió hace pocos años. Esperamos ir al Mozote en estos días, aunque es lejos.
Mañana al mediodía llegan
Ignacio, Pali y Berto. Esperamos juntarnos por la tarde para combinar todos los
planes de viaje. Lo que tenemos claro es que vinimos por la beatificación, no
para la ceremonia de beatificación. Por lo que nos dicen (dando razón a lo
insinuado) que la liturgia está a cargo del Opus Dei y los cantos a cargo de
los Heraldos del Evangelio. Fea celebración nos espera. Pero el pueblo igual
celebra y festeja. Allí esperamos estar.
Lunes: Hoy empezamos bien fuerte de entrada: fuimos a la UCA. En el
centro Oscar Romero hay una serie de salas cada una con mayor densidad que la
anterior. En la entrada se ven unas cuantas fotos que rodean un busto de Romero
con los “Santos Padres de la Iglesia latinoamericana” (entre ellos se ve una
foto de Enrique Angelelli).
Para empezar, entramos a un cuarto donde hay
afiches de Romero y unos álbumes con todas las fotos de los mártires de la UCA.
Es decir, las fotos de los cuerpos, sangre por todas partes. Terrible ver el
gesto de Elba Ramos queriendo proteger con su cuerpo a su hija Celina (15 años)
con un gesto de pánico y “cocida” a balazos. Ver los cuerpos en las fotos ya
resulta algo impresionante.
De allí fuimos a una especie de museo, que empieza con
cosas de uno de los primeros mártires de la Iglesia Salvadoreña, Rutilio Grande
sj (+1977). Amigo de Romero desde antes de ser obispo (fue el maestro de
ceremonias en su ordenación episcopal) su asesinato cerca de Aguilares, camino
al Paisal marcó a fuego a Romero (de hecho hay una foto donde se ve a Romero
mostrándole una foto de Rutilio a Pablo VI que la bendice). Después hay cosas
de Romero, de las monjas yanquis (3 monjas violadas y asesinadas en una emboscada:
Ita Ford, Maura Clarke, Dorothy Kazel y la misionera laica Jean Donovan; diciembre de 1980). Restos de la masacre del Mozote
donde como dije, asesinaron a cerca de 1000 campesinos y luego, ropas y cosas
personales de los jesuitas asesinados en la UCA (que no es nuestra UCA, esta es
una universidad en serio, Universidad Centro Americana). Como una cosa curiosa,
notamos que a Baró (uno de los jesuitas) le gustaba mucho tocar la guitarra, y
entre sus cosas estaba la letra de “Si se calla el cantor”.
Saliendo de allí
fuimos a la parte superior donde está el jardín. Allí fueron sacados todos
ellos y masacrados. Eso se ve en las fotos. Y una señora que lo vio desde la
ventana de su casa huyó a EEUU de tanto pánico, pero luego declaró. Es que en
esa fecha (1989) la guerrilla realizó una ofensiva y entró a la ciudad de San
Salvador. En la práctica parece que la guerrilla logró su objetivo tomando la
ciudad. En los combates en este contexto ocurre la masacre de la UCA. El
ejército, responsable, pretendió culpar a la guerrilla de las muertes, pero
huellas de botas militares, testimonios y declaraciones responsabilizaron
directamente al Ejército. Poco tiempo después, borracho de sangre el ejército
se vio en la necesidad de convocar a acuerdos de paz. En estos diálogos (en los
que quizás la guerrilla fue derrotada, o al menos no logró todo lo esperado) se
acordó en una amnistía (“borrón y cuenta nueva”, dijo el presidente Cristiani,
luego responsabilizado directamente de la matanza de la UCA). Ese es el motivo,
entre paréntesis, por el que no puede nadie ser juzgado y cientos de genocidas
caminan por las calles (y participan de las misas). El caso de la UCA, por
ejemplo, sigue su cauce el juicio porque está hecho en España por ser 5 de los
6 jesuitas asesinados de esa nacionalidad. La masacre de la UCA parece haber
sido el “manotazo de ahogado” de un ejército que ya empezaba su recta final.
Así – simbólicamente – lo grueso de la guerra parece haberse desencadenado a
partir del asesinato de Romero, y empezado su fin con la matanza de los
jesuitas.
Del jardín pasamos a un cuartito donde hay unos sillones. Allí se
escondieron Elba y Celina, allí entraron y allí las abrieron al medio con sus
balas.
Y de allí a la capilla de la Universidad. Llama la atención – casi a modo
de vía crucis – dibujos en blanco y negro de cuerpos torturados, atados,
masacrados (no es habitual ver cuerpos de mujeres o varones desnudos en una
capilla). Allí están las tumbas de los 6 jesuitas sumadas a la de otros
comprometidos con los derechos humanos. Algunas todavía esperan ser ocupadas.
La guerra ha terminado, las heridas no.
Saliendo nos encontramos con Fernando Cardenal y Rafael de Sivatte, jesuitas,
profesores de la UCA. El primero no estaba ese día, cuando la matanza, y así
salvó su vida. El otro reemplazó a sus compañeros. Allí vive Jon Sobrino a
quien esperamos poder ver en estos días. Por lo que vimos, los jesuitas tienen
que participar resignadamente de la celebración de la beatificación para que “no
parezca que nos oponemos a la beatificación”, pero como quien toma un trago
amargo.
De allí nos dirigimos nuevamente
al hospitalito. Allí pudimos entrar a la casita donde Romero vivía, donde está
su cama, su silla, su grabador y máquina de escribir, y en el baño sus máquinas
de afeitar, cepillos de dientes, etc. En la entrada se ve su biblioteca. Allí
se ven unos cuantos libros muy interesantes, particularmente algunos que según
Jesús Delgado Romero no había leído. Están allí algunos dedicados (como Jesús
el liberador, de Sobrino, otros como la lucha de los dioses, libros de Hans
Kung, y hasta ¡las venas abiertas de América Latina! La monjita encargada nos
contaba dos anécdotas curiosas: cuando visitó el lugar el cardenal de Panamá,
que celebró la memoria de monseñor en marzo, fue acompañado por gente de la
curia. Y dice que cuando Jesús Delgado vio los libros les dijo que esos libros
no eran importantes en la biblioteca de Romero… La monjita le dijo que habían
puesto más a la vista los libros que habían sido dedicados a Romero. Estos lo
estaban. Pero además, contaba que están
con miedo que el arzobispado quiera quedarse con la casita entera, y que ya les
pidieron la camisa que Romero tenía donde casi imperceptible se ve el agujero
de la bala. Nos pareció que la curia quiere quedar como la única garante de la
memoria del “romerismo”, y para eso necesita apropiarse también de lo
simbólico. La apropiación parece un paso importante o indispensable para
después atreverse a decir – como Delgado ya comienza a insinuarlo – Romero “era
así y no era asá”. Pero el pueblo conserva su memoria, y lo transmite de padres
a hijos. Así si era Romero.
De allí volvimos a la capilla.
Resulta imposible estar allí y no mirar ese suelo y quedarse casi como pegado.
El grito de la sangre llama.
De allí nos dirigimos en un viaje
más o menos largo casi hasta la frontera con Honduras y Guatemala, a un
pueblito llamado La Palma. Un lugar donde se conserva una interesante tradición
de pintura típica y un pintor popular (Fernando Llort) gestó cooperativas y
decenas de artesanos pintan la madera, telas, etc… Incluso había pinturas suyas
en la catedral que el obispo hizo sacar argumentando deterioro.
A la vuelta fuimos para el Paisal
a visitar el lugar de la muerte de Rutilio Grande y luego a la parroquia (hoy
del clero, con un cura que estudió en Navarra, con el Opus Dei) donde Rutilio
Grande y los dos compañeros que viajaban con él están sepultados. Nos habían
avisado que unos peregrinos, argentinos, andaban por allí y nos encontramos con
Raúl Gabrielli concelebrando en la misa. Quedamos en encontrarnos con él en la
beatificación (aunque no manifestó deseo de estar en la celebración sino entre
la gente).
Al llegar a la casa nos
encontramos con Pali y Berto (Ignacio quedó en casa de unos amigos) con lo que
pudimos combinar bien los próximos días y los recorridos. Mañana, desde
temprano, pensamos seguir recorriendo tierra de mártires llegando hasta el
Mozote, y otros lugares con historia de tanta vida sembrada. Y tantos hijos de
la guerra que todavía están marcados por el dolor y la barbarie.
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