Huelga, ayuno, dieta… y otras yerbas
Eduardo de la Serna
Aunque
los términos digan más o menos lo mismo, cada uno tiene su contenido, y en
ellos encierra matices. Y, por lo tanto, no dicen lo mismo aunque parezcan. Y
que son distintos es algo que bien saben los mentimedios, al decir de Mempo
Giardinelli, los mentirosos o los poetas.
El
término ayuno pertenece al lenguaje
religioso. Se supone que haciendo tal cosa (o, en este caso, dejando de
hacerla) es más pleno, o más fluido, o sólo así eficaz el contacto o encuentro con
la divinidad. No son pocas las culturas religiosas que exigen un ayuno a sus
fieles para estar disponibles a la intervención de Dios. Bien se puede señalar,
mirando la antropología cultural, que el control sobre los orificios (alimento
y sexo) suele ser expresión también del modo social de relacionarse (Mary
Douglas); el control de los cuerpos refleja el control social. En esto, el
ayuno manifiesta, en cierto modo, cómo es el Dios en el que determinada cultura
cree. En el Israel bíblico, por ejemplo, sabemos que el ayuno es expresión de
verdadera religiosidad en diferentes grupos como los fariseos, los esenios o
los discípulos de Juan el Bautista. Aunque Jesús ha parecido distante de esta
práctica sí parece frecuente en el inmediato cristianismo; pero no tanto como
práctica religiosa necesaria – que no lo es – sino como signo. Sin duda no se
significa con esto que el alimento sea malo, aunque en algunas culturas puede
ser visto como preparatorio a desenfrenos (especialmente en la bebida). De este
modo, el ayuno es visto como “auto-control”, como algo que capacita para estar
bien preparado para el encuentro con la divinidad.
La
dieta suele ser presentada como un
acto concreto en orden a cuidar o mejorar la salud. Sea por un problema
orgánico que requiere evitar determinados alimentos, sea por motivos estéticos
en los que – con razón o sin ella – uno o una pretende verse mejor. En estos
casos puede ocurrir que uno pueda o deba prescindir de determinado alimento,
pero no de otros ya que son ciertas propiedades las que debe evitar o cuidar. “Estar
a dieta” por problemas orgánicos (vesícula, riñón, páncreas…) o por verse mal (habitualmente
gordura) lleva a exigirse una (rigurosa) dieta. La esclavitud del “cuerpo bello”,
especialmente ante la falsa propuesta de determinados varones o mujeres como “modelos”
de lo que se supone debiéramos ser, invita en muchos casos a la pregunta de la
sensatez de determinadas dietas.
Una
huelga, en cambio, suele ser un gesto
visible de solidaridad. Una huelga de trabajo, es decir la suspensión del
mismo, suele tratarse de un acto solidario en el que un colectivo pretende que
determinada situación, que afecta a un grupo con el que se está en relación, cambie.
En cierta manera una huelga es un acto de firmeza, vigor y – hasta, en
determinados casos – de violencia. Una huelga de transporte es un acto de
violencia controlada y limitada que pretende manifestar la solidaridad y
conseguir con la “molestia” un llamado de atención y, eventualmente, un cambio.
Una “huelga de hambre” puede
entenderse como “la menos violenta de las huelgas” en cuanto que no afecta a
terceros, pero quizás también la más firme o vigorosa. En general, como hecho,
es más simbólico que real, pero no deja de ser muy movilizador. Ha habido casos
que terminaron en muertes, pero lo habitual no es esto. La huelga de hambre es
una denuncia pública y visible, en muchos casos fundamentalmente simbólica; y
en esto sí afecta a la sociedad.
En
los tres casos se trata de un mismo hecho: no
ingerir alimentos, pero el nombre cambia según sea la motivación. Ayuno si esta es religiosa, dieta si es estética o médica y huelga (de alimentos) si es política (lo
que no quita – sin duda – que una motivación religiosa puede llevar a una
huelga, ¡que casos hay por miles!). En el primero de los casos la motivación
religiosa es primero Dios (sea por creer que para el encuentro con la divinidad
es preferible o bueno; en estos casos no es diferente del ascetismo); en el
segundo una motivación física para recuperar la salud, real o ficticia; en el
tercero para conseguir o evitar un fin social o político. En ninguno de los
casos se sostiene (aunque en el primero podría haber alguna desviación en ese sentido
y en el segundo alguna patología) que el alimento sea algo malo.
Una
breve nota merece – en continuidad con el control de los orificios ya señalado –
la vigilancia sobre determinado tipo de alimentos. El tema ritual (con lo que se aproxima al ayuno en este aspecto) indica que
determinado alimento o determinado modo de cocción está vedado por voluntad de
la divinidad. El tema de la pureza y los tabús (también lo plantea Mary
Douglas) merece un buen análisis y es – por ejemplo, en el mundo bíblico –
característico de Israel que no puede comer determinados animales impuros (cerdo,
mariscos), y otros puede comerlos matados de determinada manera (desangrado) o
cocinados de otra (no cocinar el cabrito en la leche de su madre). Del mismo
modo que determinada vestimenta caracteriza a determinadas culturas, lo mismo –
se entiende – ocurre con determinados modos o costumbres de alimentación. Se
trata, en estos casos, de una cuestión de identidad.
Otra
nota merece una grave patología de nuestro tiempo: la bulimia y la anorexia.
Sin duda se tratan de enfermedades que merecen atención clínica y psiquiátrica,
pero – en cuanto al aspecto visible – se trata de lo mismo: no ingerir
alimento. Sin dudas las motivaciones (ocultas) han de buscarse en otros lugares
a los mencionados, aunque se racionalice – a veces, al menos – como una suerte
de “dieta” encubierta.
Pero
queda un elemento más, sin dudas el más grave. El principal. El urgente: ¡¡¡el hambre!!! Hay millones de personas que
no ingieren alimento y no hay motivaciones religiosas, médicas o solidarias que
le den sentido al (no)hecho. Hay injusticia, inequidad, ¡¡¡hay derroche!!! Y,
por el otro lado, hay pobreza, carencia… muerte. Hay sistemas que provocan justa
distribución del ingreso, mientras que hay sistemas que propugnan el
individualismo, la indiferencia, la meritocracia emprendedora. Hay, en la
inmensa extensión mundial, millones de personas que no ingieren alimentos (o
ingieren algunos de pésima calidad nutricional), y mal harían los que en nombre
del ayuno religioso entienden su actitud como “encuentro con la divinidad”, mal
harían los que desperdician alimentos y los que pretenden solidaridad con
causas nobles no dimensionando que el alimento del que prescinden bien serviría
– al menos en parte pequeña – para los hambrientos del mundo.
Y
hay momentos en los que algunas circunstancias confluyen: algunos creemos que el ayuno puede permitir un mejor
encuentro con la divinidad en la medida en que ese alimento sirva para saciar
al menos una boca de herman*s; algunos creemos que los sistemas económicos de
hambre se despreocupan (o, lo que es peor, preocupan, porque así les “cierra”
su esquema de la copa llena que jamás rebalsará) de los dolores y angustias de l*s
herman*s; algunos creemos que hay una solidaridad urgente que despierte a los
miles de dormidos e indiferentes. La economía hambreadora del macrismo nos exige
a los creyentes en el Dios de la vida una palabra y una intervención. Una
huelga de hambre, movida por el caso concreto de la injusticia flagrante contra
Milagro Sala es a su vez un grito contra un modelo. Porque Milagro representa
un modelo a la vez que Gerardo Morales representa exactamente el contrario
(sólo que Morales tiene poder y un séquito de obsecuentes judiciales que le
dicen “sí, patroncito” a la vez que él repite lo mismo en los ingenios). Ambos
representan modelos que, precisamente, tienen que ver con la comida de los pobres,
con la vida digna. La huelga de hambre es, precisamente, un grito de
solidaridad para que los sordos oigan, para que los mudos hablen y se abran los
ojos de los ciegos, precisamente y especialmente de aquellos que eligen no ver,
oír o hablar. La huelga de hambre no es para los huelguistas, es para que no
tengan hambre los hambrientos, para que tengan justicia las víctimas del estado
policial jujeño y – sobre todo – para que muchos y muchas, ojalá la mayoría, empiecen
a gritar ¡basta!, ¡pará la mano! E insistir en aquello del pueblo unido.
Aplicar una política de hambre no es un derecho que un gobierno tiene; es más,
resistir contra ella es una obligación de los cristianos. Algunos nos llamarán “golpistas”,
“intolerantes” y “sembradores de violencia”… la ironía es que, por ejemplo, entre
otros, eso lo digan en los almuerzos televisados.
Foto tomada de complicidades.wordpress.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Cualquiera puede comentar y no será eliminado, aunque no este de acuerdo con lo dicho, siempre que sea respetuoso (caso contrario, será borrado). Pero habitualmente no responderé los comentarios, ni unos ni otros, para no transformar este blog en un foro. De todos modos, podrán expresar su opinión.