Mi primera experiencia en Bolivia
Memoria de un viaje “iniciático” (1987)
Eduardo
de la Serna
Yo venía de dos situaciones
difíciles: para empezar, la dictadura cívico-eclesiástico-militar que me había
provocado un “exilio interno” del que fui saliendo muy lentamente (simbólicamente,
y por una serie de acontecimientos suelo pensar recién en 1996 como el “fin”
del exilio) y también la experiencia – que hoy veo muy críticamente – del Seminario en
el que fuimos fomateados, y mis primeros años de cura (1981). Cuando finalmente
me autorizaron a dejar la arquidiócesis de Buenos Aires para ir a Quilmes
(1987), antes de llegar hicimos, con un grupo variado, un viaje a Bolivia:
entramos por Villazón rumbo a Oruro (allí visitamos muchas comunidades
campesinas, en torno al santuario de Quillacas), fuimos a Cochabamba, La Paz y
al santuario de la Virgen de Copacabana. Recuerdo, incluso, irónicamente, que
celebramos y brindamos en La Paz el 11 de febrero porque ese día el cardenal
Aramburu cumplía 75 años y debía presentar su renuncia. Estando en Oruro
recuerdo, también, la fiesta de la ciudad, la fascinante homilía crítica del obispo
y el acompañamiento, después, a recuperar la radio campesina que Banzer había
expropiado. Fuimos con la gente de las Comunidades Eclesiales de Base de Oruro
(fue mi primera experiencia de CEBs, de las que sólo había oído hablar o había
leído). Podría contar anécdotas varias de este viaje, pero no es el caso. Hay
dos elementos que me interesan resaltar.
En la recuperación de la
radio, entre sikus, erkenchos y zampoñas, al llegar al lugar también llegaron
los mineros:
“-Eduardo,
prepara la cámara, llegaron los mineros” me dijo el animador de las CEBs.
“¿Y?”,
le pregunté desde mi ignorancia absoluta y desconocimiento…
“-Ay, Eduardo…
- me respondió casi perdonándome – mineros… ¡dinamita!”
Al rato apareció el ejército,
lacrimógenos y demás. Pero me llamó la atención que no nos cercaron (estábamos
en mitad de cuadra). Bastaba con poner un retén cada esquina y no teníamos
salida.
“- Es
que saben que los indígenas son pacíficos, pero si los rodean ¡avanzan! y los
tendrían que matar” me dijo el que a esa altura ya era mi catequista.
Al volver a Buenos Aires, y ya
empezando mi nueva experiencia eclesial quilmeña, entré en una maravillosa
crisis eclesial. El seminario nos había formateado eclesiocéntricamente. La
obediencia era la virtud casi principal (hasta una vez, un superior, en una
misa dijo ante todo el seminario “prefiero
equivocarme con el superior antes que acertar sin él”; nadie respondió ante
ese desatino). “El que obedece nunca se
equivoca” repiten los eclesiólatras. Y una cosa que descubrí, al ver la
Iglesia boliviana, es que la Iglesia es un movimiento, un pueblo, y que los
obispos, por ejemplo, también deben ser obedientes a la Iglesia, porque “no son
la Iglesia”. Y que es posible (y lo habíamos experimentado) que hubiera obispos
que no fueran obedientes. Y – en ese caso – no era al obispo sino a la Iglesia
a la que debíamos obediencia. La dictadura había sido un ejemplo excelente de
todo eso. La Iglesia no es un gallinero sino una mesa compartida.
Desde ese entonces siento que
tengo una deuda con Bolivia, con su Iglesia, con su gente.
Cuando hoy veo “otra Iglesia”
en Bolivia, o mejor, otra jerarquía, me lleno de dolor, “la Iglesia que Juan Pablo nos legó”, parafraseamos. Gente amiga (de
esos lugares) me volvió a abrir los ojos: la jerarquía tenía gran credibilidad
por sus acciones sociales, sus ONG, su cercanía con el pueblo, en especial los
sufrientes. Pero resulta que vinieron gobiernos que tuvieron más acciones
sociales, más cercanía, empezaron procesos de justicia y la jerarquía quedó
descolocada. Pareciera una cuestión de competencia (acoto yo). La jerarquía
perdió poder. Y en lugar de aplaudir, acompañar y eventualmente, (desde los pobres)
criticar, se posicionó en “la vereda de enfrente” (o grieta, si se quiere).
Y, para peor, avanzan las
Iglesias electrónicas. Nueva competencia religiosa, entonces. Y esto se ve por
doquier, no solamente en Bolivia. Y resulta más triste todavía ver cierta
jerarquía que prefiere quedar cerca o junto a los fundamentalismos a la hora de
cerrar todas las puertas, antes que abrirse a la novedad, al disenso, al debate…
a les diferentes. Y acá aparece la Biblia, leída – expresamente – como “la
Iglesia” dice que no hay que leerla. Y otra vez pretendo ser fiel a “la Iglesia”
y no a los jerarcas que se abroquelan en sus miedos.
Bolivia me enseñó a ver la
realidad de Bolivia hoy, y también la de Chile, la de Brasil, Venezuela,
Colombia, Ecuador y también de la Argentina. ¿Cómo no estarle agradecido?
foto tomada de https://mundo.sputniknews.com/america-latina/201911121089295308-marchas-en-defensa-de-la-bandera-indigena-wiphala-tensan-proceso-politico-en-bolivia/
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