Jesús y el imperio romano
Eduardo de la Serna
Para
tratar de pensar sensatamente las relaciones entre Jesús y el imperio romano,
lo primero – e indispensable – es no proyectar al ayer las mentalidades de hoy.
Jesús, evidentemente, es una persona de su tiempo, y eso implica que Jesús
tenía una cultura, una historia, una mentalidad, unas costumbres, una mirada de
la realidad que en nada se parecen a las nuestras. Veamos simplemente algunas:
Jesús
era judío, por lo tanto, se sabe miembro del pueblo que Dios se ha elegido para
vivir de un modo distinto a los demás pueblos y así ser “luz de los pueblos”.
Cuando Israel está dominado por otro pueblo (sean los babilonios, los persas,
los griegos o… ¡los romanos!) Israel no puede vivir plenamente conforme a la
voluntad de Dios. Entonces, todo buen judío será crítico a esta situación. El modo
de serlo será diferente según los tiempos, las mentalidades, los grupos de
pertenencia, pero sin duda crítico. En el caso de los romanos, concretamente,
los diferentes grupos de su tiempo tienen actitudes diversas: los saduceos (el
sector de la elite sacerdotal, por ejemplo) tenían una actitud de complicidad silenciosa
para que Roma les permitiera vivir tranquilamente el culto y las celebraciones
[ver Jn 11,48]; los esenios (como los que se fueron a vivir en el Mar Muerto,
por ejemplo; los conocemos por los escritos de la época porque no se los
menciona en la Biblia) eligieron aislarse y vivir su vida religiosa “en el
desierto” (real o simbólico); los fariseos (el grupo más valorado en tiempos de
Jesús) eligieron una resistencia pacífica tratando de dar pasos en la medida de
lo posible [ver Mc 12,13… de los herodianos no se sabe casi nada, aunque el
nombre no remite necesariamente a judíos]; los zelotes (que no existían en
tiempos de Jesús, pero sí poco después de su muerte) eligieron la vía armada…
El pueblo sencillo, “hacía lo que podía” (acá hay que recordar que más del 85%
de la población vivía en los campos, lejos de las ciudades), especialmente eran
víctimas de los impuestos exorbitantes que Roma imponía a las poblaciones (es
bueno recordar con qué frecuencia Jesús habla de “las deudas”). Ahora, que
Jesús tuviera una actitud “crítica” hacia el Imperio no implica necesariamente que
fuera “anti”. ¿Realmente lo era?
Como
buen hijo de su tiempo, para Jesús, el gran adversario del “imperio de Dios” (o
reinado de Dios; tema casi exclusivo de la predicación de Jesús) es Satanás /
el diablo. Por eso – especialmente en san Lucas – la lucha de imperios / reinos
es esa: “he visto a Satanás caer del cielo” (10,18). Las expulsiones de
demonios son, precisamente, manifestación de ese enfrentamiento. Los “soldados”
del diablo (los demonios) son derrotados por Jesús. Pero no se puede ignorar
que “Satanás” actúa por intermediarios… Para Lucas, por ejemplo, Judas lo es,
Pedro pudo haberlo sido, pero “volvió” (22,3.31). La dominación romana también
es instrumento diabólico, hasta el punto que los demonios de Gerasa tienen el
nombre de los “soldados” romanos: Legión (Lc 8,30). La presencia romana por
doquier (con el ejército, con esculturas, monedas y todo tipo de publicidad que
hacía a todos patente la superioridad imperial) también era crítica en Israel,
que no acepta ni reconoce imágenes (ni en monedas, ni en esculturas, ni de otro
modo alguno). Habiendo imágenes romanas [y, para peor, ¡en el Templo!] Jesús
reclama que se “devuelva” a Dios lo que el César le ha arrebatado (Lc 20,25).
El imperio romano, entonces, es un instrumento eficaz del poder de Satanás. Y
esa eficacia se manifiesta claramente en la ejecución de Jesús en cruz, expresión
del poder romano y ejemplificadora para que todos puedan verlo y sepan que con
el Imperio romano “no se juega”.
La
relación de los primeros cristianos con Roma siguió siendo crítica (y de
conflicto, como se puede ver claramente en Pablo) hasta el punto que el imperio
es responsable del asesinato de san Pedro y de San Pablo, concretamente. Aunque
este es otro tema.
Lo
cierto es que sería anacrónico decir que Jesús tuvo una actitud “anti-imperial”,
pero también es falso decir que Jesús se mantuvo indiferente, o que predicó un
Dios “del cielo” en contraposición con las cosas “de la tierra”.
Jesús
tiene claro que todas las personas podemos estar al servicio de Dios o no. Y
eso puede cambiar con el tiempo, por supuesto. Roma no es “el diablo”, pero
puede ser su instrumento (sobre esto mismo se escribe claramente en el Apocalipsis).
Y, en tiempos de Jesús, ciertamente lo es. Y, entonces, como instrumento que
es, el Nazareno lo enfrenta. Para Jesús, y para sus seguidores, por supuesto,
el único imperio que cuenta es el de Dios, porque es un imperio de justicia y
de paz (aunque el imperio romano habla de la paz constantemente [la pax
romana], por eso “mi paz no es como la que da el mundo”; Jn 14,27). El
imperio de Dios es el que pretende que todos los “hijos” (“la buena semilla son
los hijos del reino” [o imperio], Mt 13,38) desplieguen las alas de vida, de
plenitud como verdaderxs hermanxs todxs. Cualquier instrumento (y en su tiempo,
el romano lo es; y en nuestro tiempo otros también lo son) que impida la vida
plena y la posibilidad del amor de hermanxs no es ciertamente instrumento de
Dios. Y sobre esto, Jesús tiene algo que decir. Y, con palabras y actitudes ¡lo
dice!
Imagen
tomada de https://www.redbubble.com/es/i/lienzo/Legio-X-Fretensis-Emblema-De-Jabal%C3%AD-Legi%C3%B3n-Romana-de-zeno27/44104404.5Y5V7
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