jueves, 28 de septiembre de 2023

Jesús y las ciudades

Jesús y las ciudades

Eduardo de la Serna



Todos conocemos, aunque no entremos en detalles precisos, que no es lo mismo una ciudad que una aldea, un caserío que una villa. Nadie llamaría ciudad, por caso, a una aldea de 200 habitantes.

En la antigüedad, por ejemplo, las ciudades eran amuralladas, de modo que las puertas de ingreso y egreso eran vigiladas (y cerradas). Pablo, por ejemplo, que tuvo problemas, sin duda políticos, con las autoridades, se encuentra en dificultades para salir de la ciudad de Damasco ya que el representante del rey Aretas lo quiere capturar y tiene guardias en la ciudad para hacerlo (2 Cor 11,32). Una ciudad, entonces, tiene una organización (y su burocracia) que no tiene un villorrio o un poblado. Esa burocracia incluye lo político, lo religioso, lo militar, etc. En una ciudad, además, hay comercio, y hay autoridades (sean autónomas o dependientes de una autoridad superior, según el caso).

La arqueología ha hecho visibles lugares antiguos, y nos ha permitido saber el terreno ocupado, la alimentación, la vida social, cultural, religiosa; y en ocasión conocer las vestimentas, los instrumentos musicales y la defensa.

Es interesante que, Antipas, para reconstruir la destruida ciudad de Séforis y para edificar Tiberias (en honor al César Tiberio, claramente) entre los años 17 y 22 d.C., necesitó muchos artesanos de los alrededores. Un “carpintero” de Nazaret (distante a menos de 10 kilómetros de Séforis) es muy posible que haya sido contratado y que él y su hijo hayan estado trabajando allí.

Por ejemplo, en la región de Galilea existen sólo esas dos ciudades: Séforis y Tiberias. Ambas nos remiten a Herodes Antipas en su gestación o remodelación. Ambas se encuentran junto al lago de Galilea. En ambas hay edificios, teatros, hipódromos, sedes de gobierno. Es interesante que, por lo que sabemos por los Evangelios, Jesús, el Galileo, jamás estuvo en ellas. La única ciudad donde Jesús estuvo - sí atravesó algunas, como es el caso de Jericó - fue en el sur, en Judea: Jerusalén. Es evidente que Jesús desarrolló su ministerio fundamentalmente en ambientes campesinos, no urbanos, y por eso sus ejemplos, como es el caso de las parábolas, son propias del ambiente campesino; desconocemos, en cambio, si Jesús conoce algo del ambiente ciudadano (por ejemplo, la palabra “hipócrita” significa “actor”; Jesús ¿conoció un teatro, por ejemplo, en Séforis?). Si miramos los Evangelios veremos que allí se suele hablar de la ciudad de Nazaret (Mt 2,23; Lc 2,4) o de la ciudad de Cafarnaúm (Mc 1,33; Lc 4,31) o de Betsaida (Jn 1,44). Ahora bien: Betsaida ronda los 3.500 habitantes, Cafarnaúm los 1.700 y Nazaret no llegaba a los 500; en un sentido preciso, nadie llamaría hoy “ciudad” a ninguna de estas.

Todo judío religioso procura – especialmente si vive en las cercanías – peregrinar a Jerusalén (en línea recta de Cafarnaúm a Jerusalén hay menos de 130 kms.); eso implica que, con seguridad, Jesús visitó en varias ocasiones la “Ciudad Santa”. La población de Jerusalén crecía exponencialmente para las grandes fiestas de peregrinación (Pascua, Pentecostés y Tabernáculos) con lo que los poblados vecinos (como Betania) se veían llenos de gente; se dice que Jerusalén tendría unos 55.000 habitantes y, por ejemplo, para una Pascua llegaba a 180.000; esto provocó, concretamente, el surgimiento de gran cantidad de bandidos y ladrones aprovechando la peregrinación y el dinero que se llevaba, por ejemplo, para las ofrendas. Precisamente para evitar tumultos y el quiebre de la “pax romana” es que el procurador romano, que se asentaba en Cesarea Marítima (125 kilómetros de la ciudad), iba con su guarnición militar a la ciudad (ese es el contexto del encuentro de Jesús con Pilatos). En Jerusalén, por la centralidad religiosa, el eje de todo lo constituye el Templo (cosa que, para los judíos, no ocurre en ninguna otra ciudad o localidad; las sinagogas no son templos sino casas de oración); obviamente, en las ciudades del imperio romano sí había varios templos a los muchos dioses y diosas de la ciudad o de los visitantes. Todo eso conformaba una ciudad en su ambiente.

 

Foto de la arqueología de la ciudad de Séforis tomada de https://es.wikipedia.org/wiki/S%C3%A9foris

martes, 26 de septiembre de 2023

Buenas y malas son…

Buenas y malas son…

Eduardo de la Serna



Es bastante habitual, lo entiendo lógico, que los niños y niñas entiendan la vida en un esquema bastante binario de buenos y malos. Fulana es buena, Mengano es malo; los de mi equipo de futbol son buenos, los de mi adversario, malos; nosotros (siempre “nosotros”) somos los buenos y “los otros”, los malos de la historia.

No está mal pensar que, hasta no hace mucho, en las películas, los malos eran malísimos y los buenos, buenísimos. Hasta que, crisis mediante, y conflictos también, en decenas de filmes empezaron a aparecer personas malas con tintes buenos y viceversa (hasta recuerdo una película en la que uno de los malos más malos de la historia, tenía tientes de humanidad y se armó una buena bataola por ello).

No está mal pensar que, quizás, la crisis adolescente empieza cuando nos damos cuenta que nuestros padres no son tan “buenos” como creíamos, y les descubrimos cosas “malas”. Y, siempre quizás, termine cuando nos reconocemos, y vemos que nosotros somos nosotros, no una extensión de quienes nos engendraron, y nosotros también tenemos cosas ambiguas.

No está mal pensar la historia (que no es distinto de lo que pasa en las películas o en nuestras familias) en la que hay momentos de un modo y momentos del otro. Basta pensar en la cantidad de países que hoy son grandes aliados y ayer eran enormes enemigos que se hicieron la guerra y se odiaban mutuamente.

No puedo menos que pensar – una vez más – en la enorme Etty Hillesum (judía holandesa, asesinada en Auschwitz en 1943) en su Holanda natal ocupada por las tropas alemanas, planteándose lo difícil que le resulta “no odiar” a “los alemanes”. La cito en extenso porque lo merece. Hablando de una lectura en común dice:

Cuando llegamos a las palabras: «Bastaría que exista un solo hombre digno de este nombre para que se pudiera creer en el hombre, en la humanidad», siguiendo un impulso espontáneo le eché los brazos alrededor del cuello. Es el problema de nuestra época. El odio feroz que sentimos contra los alemanes vierte un veneno en nuestros corazones. Expresiones como: «¡Habría que ahogar a esta raza asquerosa, destruirlos hasta el último!», han pasado a formar parte de nuestro modo cotidiano de hablar, y a veces tenemos la impresión de no poder continuar viviendo en esta época maldita. Hasta el día en que, hace unas semanas, de repente me vino este pensamiento liberador, que ha brotado como una joven brizna de hierba, todavía vacilante, en medio de una jungla de dificultades: que, aunque no hubiera más que un solo alemán digno de respeto, merecería ser defendido contra toda la horda de bárbaros, y que su existencia nos arrebataría el derecho a derramar nuestro odio sobre todo ese pueblo.

Esto no significa ser indulgente respecto a determinadas tendencias ideológicas, se deben tomar posiciones claras, indignarse ante ciertas cosas que están ocurriendo, procurar entender lo que está pasando, pero aquel odio indiferenciado es la cosa peor que puede haber. El odio es una enfermedad del alma. Odiar no va con mi carácter. Si en estos tiempos llegase verdaderamente a odiar, me sentiría herida en el alma y tendría que ver la manera de curarme lo más pronto posible. Alguna vez me lo expliqué de modo superficial cuando me sentí desgarrada entre el odio y otros sentimientos, y creí que se debía a mis instintos primitivos de judía amenazada por la destrucción y condenada a vivir en conflicto con las concepciones racionales socialistas que había adquirido — y que me había enseñado a mirar al pueblo no como un conjunto, sino como una mayoría buena, engañada por una minoría mala. Se trataba, pues, de un instinto primitivo contrapuesto a un hábito racional de pensar. (Diario, 15 de marzo 1941)

Quizás en los niños se trate de un modo de buscar la propia identidad, de defenderse, de resistir; quizás en la historia escrita, se trate de pensar y pensarnos.

Y señalo todo esto, porque veo con preocupación la negación total de pensar y de pensarnos. Cuando el innecesario presidente le dijo al “querido rey” la “angustia” de los próceres, no solamente le faltó el respeto a la historia (y al presente, remedando el centenario con la Infanta presente y Latinoamérica negada) sino también a la capacidad de pensar y pensarnos. Cuando el impresentable Ramiro Marra habla de “buenos y malos” en Paka-Paka (el cual, además, quiere cerrar por lo que le contó su mamá), no solamente anula todo pensamiento y raciocinio, sino, una vez más, plantea momentos de nuestra historia, como las guerras de la independencia, en “clave Buenos-Malos” (binario y -mal llamado – infantil, por cierto, y, además, olvidando que Paka-Paka es un canal, precisamente, para infancias) es algo, por lo menos, irracional. Francia y Alemania entraron en guerra entre 1870 y 1871, luego entre 1914 y 1918 y finalmente entre 1939 y 1945. Motivos tienen, mutuamente, para verse como malos y buenos y odiarse. Pero desde 1957 con el “Mercado Común” y luego con la “Unión Europea” son grandes aliados. ¿Entonces?

El Himno nacional argentino, sancionado en 1813, tenía muchas más estrofas que las actuales. Fue “cortado” en 1900, cuando Argentina quería ser “europea”. Nada menos que el “Himno nacional argentino” decía:

Se levanta a la faz de la tierra

Una nueva y gloriosa Nación:

Coronada su sien de laureles

Y a su planta rendido un León.


Coro De los nuevos campeones los rostros

Marte mismo parece animar;

La grandeza se anida en sus pechos,

A su marcha todo hacen temblar.


Se conmueven del Inca las tumbas

Y en sus huesos revive el ardor,

Lo que ve renovando a sus hijos

De la Patria el antiguo esplendor.


Coro Pero sierras y muros se sienten

Retumbar con horrible fragor:

Todo el país se conturba con gritos

de venganza, de guerra y furor.


En los fieros tiranos la envidia

Escupió su pestífera hiel

Su estandarte sangriento levantan

Provocando a la lid más cruel.


Coro ¿No los veis sobre Méjico y Quito

Arrojarse con saña tenaz?

¿Y cual lloran bañados en sangre

Potosí, Cochabamba y la Paz?

¿No los veis sobre el triste Caracas

Luto y llanto y muerte esparcir?

¿No los veis devorando cual fieras

todo pueblo que logran rendir?


Coro A vosotros se atreve ¡Argentinos!

El orgullo del vil invasor,

Vuestros campos ya pisa contando

Tantas glorias hollar vencedor.


Mas los bravos que unidos juraron

Su feliz libertad sostener.

A esos tigres sedientos de sangre

Fuertes pechos sabrán oponer.


Coro El valiente argentino a las armas

Corre ardiendo con brío y valor,

El clarín de la guerra cual trueno

En los campos del Sud resonó;


Buenos Aires se pone a la frente

De los pueblos de la ínclita Unión,

Y con brazos robustos desgarran

Al ibérico altivo León.


Coro San José, San Lorenzo, Suipacha,

Ambas Piedras, Salta y Tucumán,

La Colonia y las mismas murallas

Del tirano en la Banda Oriental;


Son letreros eternos que dicen:

“Aquí el brazo argentino triunfó”.

“Aquí el fiero opresor de la patria

Su cerviz orgullosa dobló”.


Coro La victoria al guerrero argentino

Con sus alas brillantes cubrió,

Y azorado a su vista el tirano

Con infamia a la fuga se dio;


Sus banderas, sus armas se rinden

Por trofeos a la Libertad.

Y sobre alas de gloria alza el pueblo

Trono digno a su gran majestad.


Coro Desde un polo hasta el otro resuena

De la fama el sonoro clarín.

Y de América el nombre enseñado,

Les repite ¡mortales! Oíd.

Solo la primera y la última estrofa “nos dejaron” los filo-europeos para que España no se sintiera ofendida y la Infanta paseara por su paseo. Claro, habla de España negativamente (y hasta la compara, negativamente entendido, más de una vez con un león, justo a uno de “la libertad retrocede”; justo habla bien de los hermanos de América Latina, justo rescata a los indígenas (y hasta habla positivamente de un clarín); ¡todo mal para una mentalidad tan “primitiva” (sic). Imagino que Marra, mirando pornografía para su “educación sexual” no ha de haber leído el himno histórico; imagino que Mauricio no ha leído (¡nada!); no la imagino a Pato-no-muy-criollo leyendo. Solo quisiera que, no ellos, de dudosa capacidad de comprensión, sí los lectores, los que escuchan, sepan que es infantil (sic) y binario pensar el mundo entre “buenos y malos”, y saber que eso no quita saber, reconocer y ¡militar! a favor de causas y enfrentar a quienes se oponen a ellas y las combaten. En todo caso, no se trata de personas o grupos buenos y malos, pero sí se trata de buenas causas por las que vale la pena vivir, celebrar, festejar, comprometerse, militar y, a veces, solo a veces, arriesgar la vida.

 

Foto tomada de https://elpais.com/elpais/2020/06/14/mamas_papas/1592117149_889042.html

Comentario a las lecturas del domingo 26º "A"

Mejor que decir, es hacer…

DOMINGO VIGESIMOSEXTO - "A"


Eduardo de la Serna




Lectura de la profecía de Ezequiel     18, 24-28


Resumen: confrontando con la teoría de la retribución según la cual Dios pagaría en los hijos los pecados de los padres, el profeta insiste que la retribución de Dios será individual, aunque deja espacio para el cambio de actitud.

El profeta comienza con una crítica a un proverbio que parece habitual ya que también lo encontramos en Jeremía (31,29). En él se intenta transferir a los hijos la retribución por el pecado ya que la experiencia les indica que no siempre “al malo le va mal”. Sin embargo, ambos profetas son conscientes de la injusticia que esto encierra y afirman que Dios no está de acuerdo con ese dicho.

A continuación, Ezequiel señala una serie de párrafos casuísticos (vv.10.14.21.24.26.27) en este caso enmarcado por el cambio de actitud: del “justo” (vv.24.26) pero también del “malvado” (v.27). En ambos casos la “casa de Israel” afirma que “no es justo” el proceder del Señor, quien retóricamente repite la pregunta y pregunta: ¿no es más bien el proceder de ustedes el que no es justo?” (vv.25.29). 

El criterio es precisamente la retribución individual. Pero tanto el justo como el malvado pueden cambiar de actitud asumiendo la contraria, y esto será tenido en cuenta por Dios en el momento de retribuir a uno u a otro.


Lectura de la carta de san Pablo a los cristianos de Filipos     2, 1-11

Resumen: Pablo invita a la comunidad a vivir en su seno de una manera que la debe caracterizar en su seno por la unidad y la humildad.

La segunda parte de esta lectura, el llamado “himno” fue recientemente comentada en la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Comentaremos, entonces, sólo la primera parte (que es la lectura breve que se propone). Remitimos a ese sitio para completar el texto.

El texto comienza con un “si algo según” presentando cuatro condiciones que parecen suponer el verbo “vale”, o “cuenta”: si algo la exhortación, si algo la consolación amorosa, si algo la comunión del espíritu, si algo lo entrañable y compasivo… Son términos sumamente importantes, sin duda, y aluden al ámbito divino. Pablo invita a los filipenses a vivir de esta manera sublime. Y a estas cuatro características les propone cuatro invitaciones: un mismo sentir, un mismo amor, con-vivir y sentir (sentir en…). Todas aluden a la vida que Pablo espera en el seno de la comunidad. No sabemos si la situación al interno de la comunidad era de armonía (con lo que Pablo los invitaría a mantenerla) o de una cierta discordia (con lo que los exhorta a abandonarla). Lo cierto es que vivir de esa manera es algo que haría plena la alegría de Pablo.

Sabiendo que algunos por “rivalidad” (eritheia) predican el Evangelio allí donde Pablo se encuentra prisionero (1,17), les recuerda que nada hagan con rivalidad, y tampoco por vanagloria (kenodoxía; única vez en el NT). El término está conformado por dos palabras, kenos es lo vano, lo nulo, la nada (de allí la kenosis, el anonadamiento) y la doxa es la gloria. Ambos términos los encontraremos sueltos en el “himno”, pero en sentido contrapuesto ya que por su hacerse “nada” (ekenôsen) Dios le dio el nombre para la “gloria” (doxa) de Dios Padre. No se trata de buscar la vana-gloria sino saber que al hacerse nada, Dios recibe gloria al reconocer a su hijo Jesús. Esta kenodoxia (vanagloria) que se ha de evitar (v.3) tiene como contracara la humildad (tapeinófrosyne) que lleva a verse mutuamente a los otros como superiores a [por encima de] nosotros mismos; por lo que se ha de buscar “lo de los otros” antes que lo de “nosotros mismos”. Es en este contexto que propone el descenso de Cristo (kenosis) como algo que debe imitar la comunidad. Si la comunidad debía tener “un mismo sentir” y “sentir en” (fronéô) ahora se le recalca que debe tener los “sentimientos” (fronéô) de Cristo Jesús. Esto es lo que desarrollará a continuación en el himno.


Evangelio según san Mateo     21, 28-32

Resumen: con una parábola sencilla Mateo provoca a su auditorio a tomar conciencia que la obediencia al proyecto de Dios viene dada por los hechos y no por las palabras. Y esto queda reflejado en la actitud que frente a Jesús tomaron los desplazados sociales por un lado y la aristocracia por el otro.


Mateo presenta una parábola que sólo él transcribe, aunque se ha dicho que esta pareciera ser el “original” de la llamada del “hijo pródigo”, cosa bastante dudosa ya que en el texto de Lucas el contraste entre los dos personajes está dado por el padre y el hijo mayor, mientras que en este texto está dado por los hijos y su obediencia o no al pedido del padre.

Como parábola es muy simple, quizás la más sencilla de las que encontramos en los Evangelios. Sin embargo, hay una serie de elementos que parecen interesante comentar para enriquecer nuestra comprensión del texto.

En primer lugar, Mateo la inserta entre la controversia por la autoridad de Jesús que le plantean los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo (21,23-27) y la parábola de los viñadores homicidas (21,33-46). En cierta manera rompe una lógica del texto de Marcos donde Jesús sí les dice “con qué autoridad” ha obrado, es decir, la del hijo (al que refiere la parábola de los viñadores, cf. Mc 12,6). Además, Mateo añade otra parábola al final de los viñadores (22,1-14) presentando así una serie de tres, allí donde Marcos presentaba sólo una. Hay elementos en común entre estas dando la forma de una cierta unidad temática: entre la primera y la segunda vemos el rechazo de las autoridades de la voluntad de Dios, o el envío de servidores en la segunda y la tercera, por ejemplo. Sin dudas la referencia a Juan, el Bautista que marcaba la pregunta de Jesús y la conciencia que los oyentes “no le creyeron” (v.25) parece atraer este texto (v.32).

Es interesante destacar que el padre de la parábola en nada se parece a un padre propio del patriarcalismo de su tiempo, la característica es que es “desobedecido” en ambos casos, sea por decirle sin dudar “no quiero” o bien sea por “no ir”. No es lo que se espera de un hijo que desobedezca así a su padre.

Podemos señalar que – tal como lo había destacado Mateo en otra parte, cf. 7,21-27 – la fidelidad a Dios no viene dada por la confesión explícita sino por la práctica (una suerte de ortopraxis por encima de la ortodoxia). Puesto que lo que cuenta es la realización de la voluntad de Dios es evidente que la “hizo” el que si bien había dicho “no voy” finalmente fue. 

Un aspecto muy importante en el relato viene dado por el verbo “llegar antes” (proágousin), preceder. Preceder a alguien sin duda es un signo del mayor honor sobre los que vienen detrás. Preceder en el reino es signo del honor mayor, pero la ironía viene dada en el hecho de que para Jesús el esquema se ha invertido una vez más: los ancianos y los sumos sacerdotes estaban en lo más alto de la escala del honor social, mientras que las prostitutas y los publicanos eran lo más bajo, pero sin embargo, estos tienen “precedencia” en el reino sobre aquellos. El motivo de esto viene dado porque “le creyeron” a Juan [el verbo se encuentra en aoristo, lo que remite a un momento concreto, es decir a la predicación de Juan y su presentación de Jesús, y su llamado a la conversión, 3,2.11]. 

Un elemento que suele ser pasado por alto parece importante de tener en cuenta: es sabido que Mateo siempre ha reemplazado el término “reino de Dios”, que ha encontrado en Marcos, por “reino de los cielos”. En este caso, “cielos” es la “morada de Dios”, una manera de aludir a Dios sin nombrarlo para evitar chocar al auditorio ya que nombrar a Dios es algo que se ha de evitar entre los judíos. Sin embargo, es de destacar que en cuatro ocasiones [en algunos manuscritos se agrega una quinta: 6,33] Mateo utiliza “reino de Dios”: una proveniente de Q (12,28), otra de Marcos (19,24) y dos propias de Mateo (una es nuestro texto, la otra es un versículo propio de Mateo en la parábola de los viñadores homicidas, v.43). Es muy probable que de este modo Mateo quiera resultar “chocante” ante su auditorio precisamente por algo que quiere resaltar de un modo muy claro. En este caso, es evidente que la inversión de los valores tradicionales como algo propio del reino es algo que Mateo quiere destacar claramente a su auditorio.


lunes, 25 de septiembre de 2023

sábado, 23 de septiembre de 2023

Pequeños aportes paulinos para la actualidad

Pequeños aportes paulinos para la actualidad

Eduardo de la Serna


 

Es habitual al leer textos antiguos que nos encontremos con una serie de elementos que pueden entenderse en una clave, la cual, con frecuencia no es la adecuada. Acá pretendo, sencillamente, y sin entrar en el debate académico (que cada vez me interesa menos) mostrar dos aspectos, usados en Pablo, los cuales, en una lectura “griega” (aunque Pablo escriba griego, por cierto) reciben una perspectiva ajena al pensamiento y la intención de Pablo.

 

Los cielos en Pablo

Siendo que en la Biblia griega, el término “Cielo/s” (ouranós) se encuentra 955 veces (en los Evangelios 82/18/35/18 además, Hch 26x, Ef 4x, Col 5x, Heb 10x, Ap 52x), es llamativo que en los escritos de Pablo solo se encuentre 11 veces. Veamos:

  1. la cólera de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que aprisionan la verdad en la injusticia; (Rom. 1:18)
  2. No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? –es decir, con la idea de hacer bajar a Cristo– (Rom. 10:6)
  3.  Aunque existiesen en el cielo o en la tierra los llamados dioses, y hay muchos dioses y señores de ésos, (1 Cor. 8:5)
  4.  El primer hombre, salido de la tierra, es terrestre; el segundo, viene del cielo. (1 Cor. 15:47)
  5. Sabemos que, si esta tienda de campaña, nuestra morada terrenal, es destruida, tenemos una vivienda eterna en los cielos, no construida por manos humanas, sino por Dios. (2 Cor. 5:1)
  6. Y así suspiramos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación del cielo, (2 Cor. 5:2)
  7. Sé de una persona en Cristo que hace catorce años –no sé si con el cuerpo o sin el cuerpo, Dios lo sabe–fue arrebatado hasta el tercer cielo; (2 Cor. 12:2)
  8. Pero aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo les anunciara un evangelio distinto del que les hemos anunciado, ¡sea anatema! (Gal. 1:8)
  9. Pero nosotros somos ciudadanos de los cielos, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, (Fil. 3:20)
  10. esperar la venida desde los cielos de su Hijo, al que resucitó de la muerte: Jesús, que nos libra de la condena futura. (1 Tes. 1:10)
  11. porque el Señor mismo, al sonar una orden, a la voz del arcángel y al toque de la trompeta divina, bajará del cielo; entonces resucitarán primero los que murieron en Cristo; (1 Tes. 4:16)

Estas son todas las veces que encontramos el término. En 1 Tes 1,10; 2 Cor 5,1 y Fil 3,20 se encuentra en plural (como es habitual en hebreo, shamaîm, 425 veces), mientras que las restantes están en singular. Como puede verse en los textos citados (los menciono por el número de orden), parece tratarse de un “lugar superior”, allí donde Dios “está” [cf. 3], y – con Él – sus ángeles [8] o Cristo [2.4.9.10.11] o una palabra o mensaje [1] que provienen de Dios y donde los seres humanos se encontrarán con el glorificado y con Dios [5.6] y donde “místicamente” Pablo “fue arrebatado” [7], lo que se dice del “tercer cielo”, o del “paraíso” [2 Cor 12,4; única vez en Pablo] y donde muertos y vivos se encontrarán “con el Señor en los aires” (1 Tes 4,17).

Precisamente por ser la “morada de Dios”, es, con frecuencia un modo de aludir a Dios mismo sin llamarlo por su nombre [2.4.5.7.8.10.11], como es evidente, en el Evangelio de Mateo, al hablar de “reino de los cielos”. La pregunta que me surge, entonces, es si al decir que somos “ciudadanos de los cielos”, Pablo no está aludiendo a Dios (y no al lugar donde se espera que lleguemos o que “tendamos”). No se trata de tener una tensión escatológica, entonces, tener la mirada puesta en “el cielo”, sino de un modo de vida (cf. Fil 1,27: “ser ciudadanos del Evangelio”). El referente de esta ciudadanía, entonces, no es el César, sino Dios mismo, no es al Emperador a quién se debe fidelidad (fides) sino a Dios (fe), no es a sus decretos sino al Evangelio.

Sobre el tema, así dice Filón de Alejandría:

  •          «Pero esas palabras encierran además una doctrina sapientísima que enseña que en rigor de verdad solamente Dios es ciudadano, siendo todo ser creado, extranjero y forastero; y que los llamados ciudadanos reciben ese título más por abuso de término que por que lo sean realmente. Mas para los hombres sabios es don suficiente el ser contados como extranjeros, forasteros junto a Dios, el único ciudadano, ya que en ningún caso un necio llega a ser extranjero y forastero en la ciudad de Dios, siendo, evidentemente un desterrado y nada más. (De Cherub. 34.121)
  •          «Y los hombres de Dios son sacerdotes y profetas que no han aceptado tener parte en la comunidad del mundo y ser ciudadanos de él; y, remontándose más allá del ámbito de lo sensible, se han trasladado hacia el mundo perceptible por la inteligencia, y allí residen incorporados a la comunidad de las incorruptibles e incorpóreas formas ejemplares» (De Gigantibus 13.61).
  •          «De ese modo, una vez que, situadas temporariamente en cuerpos, han contemplado a través de ellos bascosas sensibles y mortales, elévanse nuevamente hacia el lugar del que primeramente habían salido, entendiendo que su patria es la región celestial, de la que son ciudadanos; y que la terrestre, donde residieron de paso, es tierra extranjera» (De Conf.Ling.16.78)
  •          «Todas estas cosas se refieren a los terapeutas, es decir, a aquellos que han abrazado con amor la contemplación de la naturaleza y de cuanto ella contiene; que viven solo para el alma, como ciudadanos del cielo y del mundo, unidos legítimamente al Padre y Hacedor del universo por obra de la virtud, la que les ha procurado la más apropiada de las prerrogativas, la amistad de Dios, don superior a toda prosperidad y que alcanza la cumbre misma de la felicidad» (De Vita Contemp. 11.90)

Como se ve, Filón, como platónico que es, entiende un mundo superior y otro “de abajo”, la sabiduría, la contemplación pertenecen a un estado “del cielo”. Un sabio debe saber “salir de sí” (= éxtasis) para entrar en “otro mundo”, un mundo que se ha separado de la historia.

Para Pablo, concretamente, ser “ciudadanos de los cielos” no se trata de “salir del mundo” para ir “al cielo” sino de encontrar a Dios (= el cielo) en este mundo.

 

Militar en la vida

En castellano, el término “militar” puede ser un sustantivo, adjetivo o verbo. En todos los casos, su origen es bélico, pero el verbo asume, rápidamente, también un sentido metafórico. La RAE reconoce la acepción “Haber o concurrir en una cosa alguna razón o circunstancia particular que favorece o apoya cierta pretensión o determinado proyecto”.

Pablo, por ejemplo, recurre al verbo a modo de ejemplo, entre otros (1 Cor 9,7) para señalar a alguien que sirve a un ejército y es mantenido económicamente por este. En cambio, en 2 Cor 10,3 el sentido es metafórico ya que habla de un “combate según la carne”. Aquí se refiere al enfrentamiento con algunos de la comunidad que lo han enfrentado y afirman, según Pablo, que proceden “según la carne”, de allí que afirma que sus “armas” no son “carnales” sino que son capaces de “arrasar fortalezas” porque son “para la causa de Dios”. Y lo aclara: deshacemos (el verbo puede implicar exterminio, pero también arrasar, o tirar/llevar abajo algo) “razonamientos” y “altanería” que se subleva contra el “conocimiento de Dios”, “aprisionando” (se refiere al que es derrotado en la lucha militar, cf. Rom 7,23) toda mentalidad para la “obediencia de Dios”. El contexto y el lenguaje, como se ve, es claramente militar, aunque evidentemente en un sentido metafórico.

El término “lucha” (y sus variantes) es usado como enfrentamiento a la oposición que Pablo tiene en la predicación del Evangelio (1 Tes 2,2). En su referencia a la prisión escribiendo a los Filipenses, habla de la “lucha en que me encuentro” (1,30). No se trata, obviamente, de una “lucha” literalmente, pero sí de una actitud muy conflictiva incluso físicamente. En 1 Cor 9,25 se refiere a los combates atléticos. Y, en este sentido, es frecuente la referencia a la “corona”. Pablo entiende que haber “conquistado” a los miembros de Tesalónica y de Filipos son para él una “corona” (1 Tes 2,19; Fil 4,1).

De aquí que el “esfuerzo” evangelizador es visto como combate para le que ha de utilizar “armas”, enfrentando las “armas de injusticia” (Rom 6,13) o de “tinieblas” (Rom 13,12) con las armas de la justicia y la luz. Pablo ha enfrentado numerosas dificultades a las que califica de:

tribulaciones, necesidades, angustias; en azotes, cárceles, sediciones; en fatigas, desvelos, ayunos; en pureza, ciencia, paciencia, bondad; en el Espíritu Santo, en caridad sincera, en la palabra de verdad, en el poder de Dios; mediante las armas de la justicia: las de la derecha y las de la izquierda; en gloria e ignominia, en calumnia y en buena fama; tenidos por impostores, siendo veraces; como desconocidos, aunque bien conocidos; como quienes están a la muerte, pero vivos; como castigados, aunque no condenados a muerte; como tristes, pero siempre alegres; como pobres, aunque enriquecemos a muchos; como quienes nada tienen, aunque todo lo poseemos (2 Cor. 6:4-10).

Los conflictos evidentes (y físicos) que Pablo padece los enfrenta con armas ofensivas (derecha) y defensivas (izquierda), como quien tiene una espada y un escudo. Y, de hecho, a compañeros del “esfuerzo” evangelizador, los llama “compañero de armas” (Fil 2,25; Flm 2; ambos escritos en un contexto de opresión, puesto que Pablo está preso).

Las imágenes militares, entonces (que en ocasiones se confunden con las de los juegos gimnásticos, que también denotan esfuerzo, preparación, “sacrificios”, entrenamiento y competición, o “lucha” y “carrera” [Rom 9,16; 1 Cor 9,24.26; Ga 2,2; 5,7; Fil 2,16]) son muy frecuentes en Pablo para aludir a las frecuentes dificultades (en ocasiones graves, e incluso en las que su vida está en riesgo) que la predicación del Evangelio implican. Se trata de una causa, la causa de Dios, “continuamente entregados a la muerte por Jesús” (2 Cor 4,11) las que lo han llevado a los padecimientos descriptos (cf. 2 Cor 11,23-30) en las que Pablo – sin decirlo explícitamente – se muestra como “crucificado” (cf. 2 Cor 11,30; 12,9-10; 13,4; Ga 2,19; Fil 3,10).

Es muy importante no leer esta “milicia” de Pablo en la clave estoica, con la que en ocasiones se lee. Para estos, la vida es una “militia spiritualis”, refiriéndose a las virtudes; así algunos han leído 1 Tes 5,8 («permanezcamos sobrios, revestidos con la coraza de la fe y el amor, y con el casco de la esperanza de salvación»). Un autor recientemente lo afirmó así:

Su mensaje era evangelio, “un anuncio gozoso centrado no en esfuerzos humanos de ningún tipo, sino más bien en un acto de Dios que acababa de ocurrir, que aún estaba ocurriendo, que ocurriría de manera culminante en el futuro cercano”. Específicamente, con el euangelion se refirió y amplió lo que identificó en primera instancia como el nuevo acto militante de Dios en el envío invasivo de su Hijo Jesucristo (J. L. Martyn).

Como en tantas ocasiones, no es infrecuente el uso del lenguaje popular, lo que, no significa una utilización filosófica, ciertamente. Como en tantas ocasiones, el trasfondo del lenguaje y teología paulinas deben entenderse en clave bíblica, aunque el uso cotidiano recurra a terminologías del ambiente.

 

Breve conclusión

 

Las imágenes de la militancia y la ciudadanía de los cielos han sido, con frecuencia, interpretadas en “clave griega”, con lo que la “encarnación histórica” han desaparecido de la vida de las comunidades: debemos salir de nosotros mismos por ser ciudadanos del cielo, debemos entrar en nosotros mismos para “militar” las virtudes. En cambio, la concentración y esfuerzo conflictivo (= militancia) que busca proponer a todos y todas conocer y seguir el Evangelio, confrontar con quienes se le oponen, soportar las dificultades (e incluso martirios, acotemos) son propias de quienes intentan vivir el Evangelio en la historia (= ciudadanos) confrontando con otros modelos, sabiendo que otro mundo (= reinado de Dios) es posible. La causa de Jesús (= ciudadanía) invita a esa dedicación (= militancia). De eso se trata la “fe”. De eso se trata “ser cristianos y cristianas”.


Foto tomada de https://cvraulisea.wordpress.com/2018/10/30/mi-cruz-tu-cruz-nuestra-cruz/

 


jueves, 21 de septiembre de 2023

Algunas fiestas judías

Algunas fiestas judías

Eduardo de la Serna



Como todo pueblo religioso, Israel tiene sus fiestas litúrgicas a las cuales da una importancia suprema. Después hay, también, como todo pueblo, otras fiestas más políticas, más históricas, más culturales…

Dentro de las muchas celebraciones, además, hay varias que van adquiriendo nuevos elementos, nuevos contenidos, nuevos modos de celebrarlas a lo largo de los tiempos.

Veamos simplemente a modo de ejemplo: es razonable que un grupo de pastores, al llegar la primavera pueda vislumbrar, según la cantidad de ganado preñado o no, cómo será el año por venir. Del mismo modo los agricultores saben cómo será la cosecha y, nuevamente, el año que les espera. La primavera, entonces, es una fiesta casi “obligada” para agradecer, o pedir a Dios ante el porvenir que se avecina. Así se le ofrecerán un corderito o espigas, por ejemplo, para agradecer o para pedir.

Pero si, más adelante, en una primavera el mismo grupo tiene una experiencia novedosa, como es la de liberarse de la esclavitud, la vida que antes se celebraba, adquiere ahora un nuevo contenido. Eso es lo que ocurre con la fiesta de la Pascua (originalmente de pastores) y de los Ázimos (originalmente de agricultores); ahora en ambas (que se integran mutuamente) se celebra la liberación. Y en adelante, además, se celebrarán todas las nuevas experiencias de liberación.

La antigua fiesta, campesina como la anterior, del fin de la cosecha, adquiere – también ella – nuevo sentido, es Pentecostés y se celebra el fruto de la Ley dada por Dios a Moisés en el desierto. Y, también, estos en otoño, la celebración de la recolección de los frutos, es otra vez releído en Israel, haciendo memoria – ahora – de las carpas en el desierto (ya no las tiendas de los recolectores).

Desde hacía ya mucho tiempo, todas las fiestas litúrgicas ya no se celebraban en cada lugar, sino que debían celebrarse en el Templo (o desde el Templo; ya que la Pascua se celebraba en casas, pero el cordero pascual debía ser matado en el Santuario).

Así, en tiempos de Jesús, en Israel hay tres grandes fiestas en las que todo judío está invitado a participar y dirigirse al Templo de Jerusalén. Como había muchísimos judíos dispersos por la zona del Mar Mediterráneo (se lo llama la “Diáspora”), muchos podían participar solamente una vez en su vida de alguna de estas fiestas, pero lo cierto es que la población de la ciudad Santa se multiplicaba notablemente para estas tres grandes fiestas: Pascua, Pentecostés y Tiendas (o Tabernáculos). Por ejemplo, Jesús será asesinado en Jerusalén ya que como buen judío peregrinó a la ciudad para la Pascua y allí es capturado. En otra fiesta, como un Pentecostés, muchos discípulos, encabezados por Pedro, llenos del Espíritu Santo, aprovechan para predicar a los peregrinos de muchas regiones (Hch 2,9-11).

Había muchas otras fiestas religiosas en Israel, la más importante de las cuales es el llamado Yom Kippur, la fiesta de la expiación, el único día en el año en el que el Sumo Sacerdote podía entrar en la parte más sagrada del Templo (y pronunciar el sagrado nombre de Dios, Yahvé) y pedir por el perdón de todo el pueblo (a esta fiesta hace referencia la carta a los Hebreos). También se conmemora, además, la fiesta en la que pudo liberarse el Templo de la profanación a la que había sido sometido por los griegos (fiesta de la Dedicación). Y, como decimos, hay muchas otras celebraciones más.

A esto, además, ha de sumarse la fiesta semanal del sábado (shabbat) y muchas conmemoraciones más (lunas nuevas, por ejemplo).

El calendario religioso judío es primeramente lunar. Es por eso que las fiestas no caen siempre en la misma fecha de nuestro calendario solar (eso lo podemos ver, evidentemente, en la celebración de la Pascua que ocurre en la luna llena de la primavera del Norte). Además, es interesante, para distinguirlo de nuestra mentalidad, que, para el mundo judío, el día comienza con la tarde del día anterior (según nuestra perspectiva), es decir, el día sábado comienza en el atardecer de nuestro viernes (y, obviamente, finaliza en el atardecer del sábado; es decir: una cena de shabbat se come – según nuestra perspectiva – la noche del viernes, que para los judíos ya es shabbat).

Es interesante recordar que, entre los cristianos, fue motivo de fuertes discusiones la celebración de la fiesta de la Pascua: Se debatía si debíamos celebrarla – cristianizada, por supuesto – en la misma fecha que los judíos o no. Finalmente resulto “triunfante” la propuesta de celebrarla en la misma fecha, pero “corrida” hacia jueves, viernes, sábado y domingo (y no en el día de la semana que ocurra) para hacer memoria del Día de la resurrección, el domingo.

 

Foto tomada de https://www.istockphoto.com/es/foto/blowing-the-shofar-gm1219380458-356663003

martes, 19 de septiembre de 2023

Un problema de transmisión

Un problema de transmisión

Eduardo de la Serna



Como es sabido, transmitir es “meter” desde “más allá”. Algo que se ha experimentado, celebrado, vivido se comunica y se “mete” en otros. 

Ahora bien (o mal), con mucha frecuencia podemos constatar que lo “metido” es efímero; solo permanece allí un breve tiempo hasta que se disuelve o es reemplazado por otro elemento. Y, para empezar, quisiera señalar tres ejemplos de alta transmisión y una probable razón de su perdurabilidad:

Es sabido que, en muchas comunidades indígenas, las “tradiciones”, perduran décadas o hasta siglos “ancestrales”. Pero la “transmisión” no es meramente oral. ¡Aunque también! Se transmite, sí, de boca de abuela a oído de nieto (con tolo lo que abuelas y abuelos significan), pero, además, se transmite por colores, olores, músicas, bailes, alimentos, ropas, mitos… 

Es sabido, también, que el pueblo judío es sumamente “memorioso”. Dudo que haya un judío o judía que desconozca lo que significa Auschwitz. Y esto, tampoco es solamente oral, ¡aunque también lo sea! Nuevamente los abuelos y abuelas transmiten a sus nietos los números marcados en sus brazos, los dolores y las lágrimas, las solidaridades y clamores de justicia. Todo judío que, religiosa o culturalmente haya celebrado la pascua sabe que hay un hilo conductor que pasó de Egipto a Babilonia, de allí a los romanos, siguió en la Shoah y sigue por la AMIA… Encendiendo velas o quemando levadura se transmite la vida y la muerte.

Y, también, aunque pareciera infinitamente menos hondo, no es menos real. Es frecuente que los hijos pueden dejar las culturas de sus padres, la fe de los padres, las opciones políticas de los padres, pero no la pasión transmitida por ellos (por ejemplo, en un club de fútbol, como lo muestra “El Secreto de sus ojos”). Nuevamente hay una transmisión que son colores, cantos, pasiones de dolor o de alegría, ritmos y fiestas.

Acá, me parece, radica algo fundamental. La transmisión no es una mera repetición, sino un “introyectar” … “Meter” algo que echará raíces, pondrá cimientos, generará “cultura”. Entendiendo así la “cultura”, como algo que crea raíces profundas y resistentes ante la tormenta y la adversidad comprenderemos por qué determinadas “transmisiones” perduran en el tiempo. Y, quizás, por eso otras son lo suficientemente efímeras como para estar allí, quedar allí, permanecer allí.

Dos preguntas generaron esto: ¿por qué son tantos y tantas quienes abandonan la fe de sus antepasados? ¿Será que no se ha sabido transmitir? No se trata de, por ejemplo, bautizar a los hijos, hacerlos tomar la primera comunión… (aunque también); no se trata de transmitir la fe del pueblo viendo a los abuelos y abuelas celebrando, “tomando gracia” de las imágenes, etc. (aunque también) … pero si esto no se ha encarnado en “cultura”, dudo que eche raíces.

Además, ¿qué ha pasado que no hemos sabido transmitir los dolores que significaron en nuestras vidas e historia la dictadura cívico-militar con bendición eclesiástica, las hiperinflaciones y la explosión de un país vendido y entregado? ¿Será que nos hemos negado a transmitir y comunicar dolores a nuestros hijos y nietos? Etty Hillesum afirma que Occidente no conoce “el arte del sufrimiento? (D 2/7/42) y que es fundamental tener los ojos abiertos … y no huir de la realidad (D 29/5/42). La resistencia de la pareja indígena en el subterráneo de Buenos Aires ante una maleducada e ignorante entrevistadora revela, precisamente, no solo la resistencia sino la firme capacidad de enfrentar el dolor con paz (seguramente con rabia). No menor es la resistencia del pueblo judío que por milenios ha mostrado su presencia diciendo “¡acá estamos!” Los cantos de tribuna “en las buenas y en las malas” confirman lo que digo. Temo que no hemos aprendido de los dolores, no hemos sabido comunicarlos y hemos vuelto a nuestros hijos y nietos frágiles ante el dolor. Y, mucho hemos sufrido en la dictadura, mucho hemos padecido en las crisis que se repiten. Pero si no somos capaces de encarnar en cultura nuestra fe y nuestra historia, estaremos condenados y condenando a nuestra descendencia a la repetición.

Temo que estas líneas sean “nostálgicas”. La nostalgia no es mala, por cierto, pero no puede quedar todo en solo eso. Pero, a lo mejor, sirvan para mostrar debilidades y proponer caminos. Sin dolor difícilmente exista una sensata esperanza. Ciertamente a nadie le gusta el dolor, pero ante él nos queda negarlo (otro negacionismo más, ¡y van!) y escapar, o mirarlo a los ojos y enfrentarlo. Ser derrotados a veces (o muchas veces), pero aprender a poner cimientos. Al fin y al cabo, el verbo hebreo ‘aman (y su sustantivo ‘amén) significan, precisamente, estar firmes en buenos cimientos, y – por ello – edificar sobre roca. ¡Y que vengan las tormentas!


Foto tomada de https://www.mantenimientoelectrico.com/lubricacion/lubricacion-transmision-cadenas-n1837

Discutiendo con el Espíritu

Discutiendo con el Espíritu

Eduardo de la Serna



A raíz del próximo Sínodo sobre la sinodalidad, se ha propuesto como metodología lo que se ha llamado “Conversación en el Espíritu”. Algunos parecen haber quedado cautivados por este método, y hasta algún osado afirmó que este daba “cristiana sepultura al método Ver – Juzgar – Actuar”.

Señalemos, antes que nada, que cualquier método ha de tener aciertos y a su vez límites, y que – además – puede ser bien o mal usado. Y, además, defensores y detractores. No escapa a nadie que el método Ver – Juzgar – Actuar fue el método utilizado particularmente en América Latina, incluso en las conferencias Episcopales, y que – a raíz del invierno eclesial, y, particularmente impulsado por los “invernadores” se dejó expresamente de lado, por ejemplo, para la asamblea de Santo Domingo, para ser, luego, retomada en Aparecida. Esto me invita a pensar si los intentos de sepultarlo no representan más una perspectiva ideológica y no a que nos encontremos ante un método superador.

Pero mirando la “Conversación en el Espíritu” me atrevo a indicar algunas críticas. No para anularlo, sino para marcar límites que, dentro del método o fuera de él, quizás puedan ser tenidas en cuenta.

Empiezo con algo evidente: es ingenuo. Podemos pensar en la maravilla de la oración y el pedido de recepción del Espíritu en el grupo que está “conversando”, pero, ¿alguien, sensatamente, podría imaginar a Burke, Viganó o los cientos de Agueres episcopales dispuestos a cambiar sus ideológicas convicciones movidos por un espíritu en el que nada indica que crean? Y, en ese caso, el grupo en conversatorio tendrá algunos que creerán firmemente en la escucha del Espíritu mientras otros, en el mismo encuentro, tratando de imponer sus ideas a como dé lugar.

Sigo: la asamblea de Aparecida comenzaba diariamente con la invocación al Espíritu Santo:

Veni Creator Spiritus,

Mentes tuorum visita,

Imple superna gratia,

Quae tu creasti, pectora.

Pero pareciera que no quedaron conformes con lo que el Espíritu había inspirado y creado y lo modificaron en escritorios vaticanos.

Avanzo: debate, discusión, acuerdos y desacuerdos ¿para cuándo? Cada quien habla (y escucha) pero no hay debate, no hay acaloramiento, preguntas, respuestas y nuevos desacuerdos… ¿Así se puede avanzar o nos movemos en un ambiente irénico de paz casi celestial y nada histórica?

Finalizo: ¿y nada de praxis? Nos quedaremos en la teoría de haber escuchado a cada participante hablar tres veces, en un sereno clima de oración y cada quién, al finalizar se retira. ¿Obrar? No se plantea (y evaluar todo, tampoco).

Sinceramente, me parece un método que escapa al conflicto, en el que se busca expresamente evitar los debates, y pareciera que termina responsabilizando de todo eso, que puede fácilmente conducir a la nada, al Espíritu Santo. 

Debo confesar que cada vez tengo menos expectativas puestas en el Sínodo. Se hace un Instrumentum Laboris y después, tres peritos hacen una síntesis de lo que ellos interpretan como principal (vista la pereza reinante, todo indica que esta síntesis servirá para que no se lea el instrumentum)… Así, decenas de cosas que fueron planteadas no aparecen en el instrumentum; algunas planteadas en el Instrumentum se invisibilizan en la síntesis… El rol ministerial de las mujeres es un excelente ejemplo de eso: grupos pidieron el pleno acceso de las mujeres al ministerio ordenado; el Instrumentum solo destaca, y sin excesivo énfasis, la posibilidad de diaconado femenino, y la síntesis lo relega aún más y plantea "otros ministerios para las mujeres" (sic, sic, sic). ¿El espíritu? ¡Te lo debo!