Buenas y malas son…
Eduardo de la Serna
Es bastante habitual, lo entiendo lógico, que los
niños y niñas entiendan la vida en un esquema bastante binario de buenos y
malos. Fulana es buena, Mengano es malo; los de mi equipo de futbol son buenos,
los de mi adversario, malos; nosotros (siempre “nosotros”) somos los buenos y “los
otros”, los malos de la historia.
No está mal pensar que, hasta no hace mucho, en las películas,
los malos eran malísimos y los buenos, buenísimos. Hasta que, crisis mediante,
y conflictos también, en decenas de filmes empezaron a aparecer personas malas
con tintes buenos y viceversa (hasta recuerdo una película en la que uno de los
malos más malos de la historia, tenía tientes de humanidad y se armó una buena
bataola por ello).
No está mal pensar que, quizás, la crisis
adolescente empieza cuando nos damos cuenta que nuestros padres no son tan “buenos”
como creíamos, y les descubrimos cosas “malas”. Y, siempre quizás, termine
cuando nos reconocemos, y vemos que nosotros somos nosotros, no una extensión
de quienes nos engendraron, y nosotros también tenemos cosas ambiguas.
No está mal pensar la historia (que no es distinto
de lo que pasa en las películas o en nuestras familias) en la que hay momentos
de un modo y momentos del otro. Basta pensar en la cantidad de países que hoy son
grandes aliados y ayer eran enormes enemigos que se hicieron la guerra y se
odiaban mutuamente.
No puedo menos que pensar – una vez más – en la
enorme Etty Hillesum (judía holandesa, asesinada en Auschwitz en 1943) en su
Holanda natal ocupada por las tropas alemanas, planteándose lo difícil que le
resulta “no odiar” a “los alemanes”. La cito en extenso porque lo merece. Hablando
de una lectura en común dice:
Cuando llegamos a las palabras: «Bastaría que exista
un solo hombre digno de este nombre para que se pudiera creer en el hombre, en la
humanidad», siguiendo un impulso espontáneo le eché los brazos alrededor del cuello.
Es el problema de nuestra época. El odio feroz que sentimos contra los alemanes
vierte un veneno en nuestros corazones. Expresiones como: «¡Habría que ahogar a
esta raza asquerosa, destruirlos hasta el último!», han pasado a formar parte
de nuestro modo cotidiano de hablar, y a veces tenemos la impresión de no poder
continuar viviendo en esta época maldita. Hasta el día en que, hace unas
semanas, de repente me vino este pensamiento liberador, que ha brotado como una
joven brizna de hierba, todavía vacilante, en medio de una jungla de
dificultades: que, aunque no hubiera más que un solo alemán digno de respeto,
merecería ser defendido contra toda la horda de bárbaros, y que su existencia
nos arrebataría el derecho a derramar nuestro odio sobre todo ese pueblo.
Esto no significa ser indulgente respecto a
determinadas tendencias ideológicas, se deben tomar posiciones claras,
indignarse ante ciertas cosas que están ocurriendo, procurar entender lo que
está pasando, pero aquel odio indiferenciado es la cosa peor que puede haber.
El odio es una enfermedad del alma. Odiar no va con mi carácter. Si en estos
tiempos llegase verdaderamente a odiar, me sentiría herida en el alma y tendría
que ver la manera de curarme lo más pronto posible. Alguna vez me lo expliqué
de modo superficial cuando me sentí desgarrada entre el odio y otros
sentimientos, y creí que se debía a mis instintos primitivos de judía amenazada
por la destrucción y condenada a vivir en conflicto con las concepciones
racionales socialistas que había adquirido — y que me había enseñado a mirar al
pueblo no como un conjunto, sino como una mayoría buena, engañada por una
minoría mala. Se trataba, pues, de un instinto primitivo contrapuesto a un
hábito racional de pensar. (Diario,
15 de marzo 1941)
Quizás en los niños se trate de un modo de buscar la
propia identidad, de defenderse, de resistir; quizás en la historia escrita, se
trate de pensar y pensarnos.
Y señalo todo esto, porque veo con preocupación la
negación total de pensar y de pensarnos. Cuando el innecesario presidente le
dijo al “querido rey” la “angustia” de los próceres, no solamente le faltó el
respeto a la historia (y al presente, remedando el centenario con la Infanta
presente y Latinoamérica negada) sino también a la capacidad de pensar y
pensarnos. Cuando el impresentable Ramiro Marra habla de “buenos y malos” en Paka-Paka
(el cual, además, quiere cerrar por lo que le contó su mamá), no solamente
anula todo pensamiento y raciocinio, sino, una vez más, plantea momentos de
nuestra historia, como las guerras de la independencia, en “clave Buenos-Malos”
(binario y -mal llamado – infantil, por cierto, y, además, olvidando que Paka-Paka
es un canal, precisamente, para infancias) es algo, por lo menos, irracional.
Francia y Alemania entraron en guerra entre 1870 y 1871, luego entre 1914 y 1918
y finalmente entre 1939 y 1945. Motivos tienen, mutuamente, para verse como
malos y buenos y odiarse. Pero desde 1957 con el “Mercado Común” y luego con la
“Unión Europea” son grandes aliados. ¿Entonces?
El Himno nacional argentino, sancionado en 1813,
tenía muchas más estrofas que las actuales. Fue “cortado” en 1900, cuando
Argentina quería ser “europea”. Nada menos que el “Himno nacional argentino”
decía:
Se levanta a la faz de
la tierra
Una nueva y gloriosa
Nación:
Coronada su sien de
laureles
Y
a su planta rendido un León.
Coro
De los nuevos campeones los rostros
Marte mismo parece
animar;
La grandeza se anida en
sus pechos,
A
su marcha todo hacen temblar.
Se conmueven del Inca
las tumbas
Y en sus huesos revive
el ardor,
Lo que ve renovando a
sus hijos
De
la Patria el antiguo esplendor.
Coro
Pero sierras y muros se sienten
Retumbar con horrible
fragor:
Todo el país se
conturba con gritos
de
venganza, de guerra y furor.
En los fieros tiranos
la envidia
Escupió su pestífera
hiel
Su estandarte
sangriento levantan
Provocando
a la lid más cruel.
Coro
¿No los veis sobre Méjico y Quito
Arrojarse con saña
tenaz?
¿Y cual lloran bañados
en sangre
Potosí,
Cochabamba y la Paz?
¿No los veis sobre el
triste Caracas
Luto y llanto y muerte
esparcir?
¿No los veis devorando
cual fieras
todo
pueblo que logran rendir?
Coro
A vosotros se atreve ¡Argentinos!
El orgullo del vil
invasor,
Vuestros campos ya pisa
contando
Tantas
glorias hollar vencedor.
Mas los bravos que
unidos juraron
Su feliz libertad
sostener.
A esos tigres sedientos
de sangre
Fuertes
pechos sabrán oponer.
Coro
El valiente argentino a las armas
Corre ardiendo con brío
y valor,
El clarín de la guerra
cual trueno
En los
campos del Sud resonó;
Buenos Aires se pone a
la frente
De los pueblos de la
ínclita Unión,
Y con brazos robustos
desgarran
Al
ibérico altivo León.
Coro
San José, San Lorenzo, Suipacha,
Ambas Piedras, Salta y
Tucumán,
La Colonia y las mismas
murallas
Del
tirano en la Banda Oriental;
Son letreros eternos
que dicen:
“Aquí el brazo
argentino triunfó”.
“Aquí el fiero opresor
de la patria
Su
cerviz orgullosa dobló”.
Coro
La victoria al guerrero argentino
Con sus alas brillantes
cubrió,
Y azorado a su vista el
tirano
Con
infamia a la fuga se dio;
Sus banderas, sus armas
se rinden
Por trofeos a la
Libertad.
Y sobre alas de gloria
alza el pueblo
Trono
digno a su gran majestad.
Coro
Desde un polo hasta el otro resuena
De la fama el sonoro
clarín.
Y de América el nombre
enseñado,
Les
repite ¡mortales! Oíd.
Solo la
primera y la última estrofa “nos dejaron” los filo-europeos para que España no
se sintiera ofendida y la Infanta paseara por su paseo. Claro, habla de España
negativamente (y hasta la compara, negativamente entendido, más de una vez con
un león, justo a uno de “la libertad retrocede”; justo habla bien de los
hermanos de América Latina, justo rescata a los indígenas (y hasta habla
positivamente de un clarín); ¡todo mal para una mentalidad tan “primitiva”
(sic). Imagino que Marra, mirando pornografía para su “educación sexual” no ha
de haber leído el himno histórico; imagino que Mauricio no ha leído (¡nada!);
no la imagino a Pato-no-muy-criollo leyendo. Solo quisiera que, no ellos, de
dudosa capacidad de comprensión, sí los lectores, los que escuchan, sepan que
es infantil (sic) y binario pensar el mundo entre “buenos y malos”, y saber que
eso no quita saber, reconocer y ¡militar! a favor de causas y enfrentar a
quienes se oponen a ellas y las combaten. En todo caso, no se trata de personas
o grupos buenos y malos, pero sí se trata de buenas causas por las que vale la
pena vivir, celebrar, festejar, comprometerse, militar y, a veces, solo a
veces, arriesgar la vida.
Foto
tomada de https://elpais.com/elpais/2020/06/14/mamas_papas/1592117149_889042.html