La Navidad, ¿un cuento de niños o una militancia en la historia?
Eduardo
de la Serna
La Navidad tiene mucha
tendencia a ser (o ser vista) como un “cuento
de niños”. Todo lo invita: pesebre, bolas de colores, cantos, regalos, más
colores, y fantasía, mucha fantasía. Sumémosle a eso la mesa y la comida, la
familia que se reúne, los brindis, los fuegos artificiales. Todo invita a un momento
“mágico” ideal para los niños. Y
nadie sensatamente diría que “¡eso no es así!”
Pero también es sensato
profundizar un poco más en este momento “mágico”.
Como ocurre en otros momentos,
el principio es reflexionado tardíamente. Israel, por ejemplo, empieza a pensar
en la “Creación” y el “Dios creador” después que ha profundizado la idea de que
Dios ha “creado” un pueblo, lo acompaña, lo guía, lo reprende. El Dios de la
presencia en la historia es muy anterior al Dios creador en la reflexión
bíblica. Además, fue necesario el cautiverio en Babilonia, donde los opresores
les “restregaban” año a año a Marduc como creador de todo, ¡y dominador! Representando
litúrgica y políticamente para el año que comienza su dominio que
indefectiblemente se repetirá todo este año. El relato creador forma parte de
la propaganda babilónica. Es así que contraculturalmente, Israel empieza a pensar
que su Dios, el único que reconoce, ha de ser creador, pero de un modo nuevo, o
diferente. Es decir, la reflexión por el principio ha de venir después – ¡y bastante
después! – de la reflexión en la historia.
Con Jesús ocurre algo semejante.
El acontecimiento “fundante” es la Pascua, es a partir de aquí que todo se mira
y se “lee”. Y esta Pascua tiene dos caras constitutivas: la muerte y la
resurrección. La muerte es la obra de
los violentos (Jesús no “se murió”, Jesús ¡fue asesinado!). Un
desencadenamiento de violencia culminó con la ejecución: un imperio violento y
dictatorial, un sumo sacerdocio cómplice, testigos falsos, un traidor,
compañeros flojos… Todo confluye en la cruz en la que Jesús experimenta el
drama de la soledad. E incluso el abandono de Dios. Pero, por otro lado, en la resurrección Dios pronuncia su palabra
definitiva que calla para siempre la fuerza todopoderosa de la muerte, la
palabra de vida marca otro rumbo en la historia. De un lado podemos ver los
causantes de la muerte y del otro el Dios de la vida. Sin duda que esto no es “de una vez para siempre” y Pedro, por
ejemplo, y con él los discípulos “abandonadores”, pueden regresar al grupo. Este
acontecimiento de la Pascua, con sus dos caras inseparables (no hay
resurrección sin muerte, y – como dijimos – en este caso una muerte encarnada
en la historia concreta) es histórico; “padeció
bajo el poder de Poncio Pilato”). La predicación cristiana luego mira “para
atrás” y primero mira la vida de Jesús en su ministerio (Marcos) para luego (Mateo
y Lucas) ir todavía más atrás a su “Navidad”. Pero – y acá lo importante – la Navidad
es la Pascua vista en retrospectiva. También acá hay vida y hay muerte.
Como en la “Creación de un
Pueblo” en Mateo hay un rey poderoso
que ve peligrar su trono y decide asesinar a todos los niños varones. Pero Dios
interviene para que triunfe la vida. El nacimiento, como la Pascua, tiene dos
caras de muerte violenta y de vida. La encarnación en el tiempo político juega
la suerte de Jesús. Podríamos decir que “se
exilió bajo el poder de Herodes, el Grande”, parafraseando el Símbolo de
los Apóstoles. Lo cierto es que la luz de la Pascua, con sus dos momentos de
muerte violenta en manos de los poderosos y la intervención de Dios dador de
vida, iluminan los primeros capítulos de Mateo. Por otra parte, “todos los sumos sacerdotes” se niegan a
reconocer al “rey de los judíos”,
cosa que sí hacen los necios y despreciados (los magos son eso en Israel, una vez más a Jesús lo entienden los
rechazados y los necios).
El anuncio del nacimiento en Lucas también es a quienes son despreciados
(los pastores) a los que se llena de alegría. Pero esto implica que Dios toma
partida y “derriba del trono a los
poderosos”. Dios no es indiferente en la historia en un equilibrio
diplomático o prudencial. Con Juan sabemos que Dios salvará “de nuestros enemigos y de los que nos odian”
como signo de la alianza. Así, libres
de los enemigos podremos dejar que Dios reine. La paz, la verdadera, no la “pax romana”, es ahora anunciada con el
nacimiento de Jesús a todos aquellos en los que Dios se complace como se complace en “revelar” las cosas de Dios a los
pequeños.
La Navidad es Dios que entra en
la historia, y esa historia está llena de conflictos, e incluso muerte
violenta. Y Dios entra en la historia para transformarla (la
Encarnación-Navidad será clave en la teología de los padres pre-nicenos, desde
Ireneo, culminando con la famosa frase de san Gregorio: “lo que no ha sido asumido no ha sido sanado” [Epist. 101]). Entrar en la historia para transformarla es lo que
hace Dios y es lo que los cristianos estamos convocados a hacer. Dios asume una
cultura, una historia, una realidad política, religiosa, social y nos convoca a
los creyentes a hacer lo mismo. Para transformarla, para buscar un mundo “conforme a la voluntad de Dios”, un
mundo donde sean felices aquellos en los que Dios “se complace”, una “alegría que
lo será para todo el pueblo”.
La Navidad ha de ser “para los niños”, pero no es una fiesta “de niños”. Una Navidad adulta nos
convoca a mirar de frente la historia. Ya no hay Herodes y Pilato, Sumos sacerdotes
y Judas, ya no hay ejército romano y su “pax” nacida en la violencia. Hay
nuevas realidades que debemos “encarnar” para transformar. Y preguntarnos – no con
la pregunta del curioso o del turista, sino del hermano, del que toma parte de
la historia – ¿qué Navidad tendrán los jubilados? ¿Qué navidad tendrán los
desocupados? ¿Cómo será la mesa de los pobres? ¿Cómo la de los presos
políticos? ¿Cómo será la mesa de los poderosos y de los CEOs gobernantes y – en
contraste – la mesa en nuestros barrios y comunidades? Quizás sea desafiante
recordar que decir “¡Feliz Navidad!” supone un compromiso con la historia y un
posicionamiento ante la cruz y los violentos. Quizás decir ¡Feliz Navidad!, sea
mirar de frente a la cruz, pero también la alegre buena noticia del Dios de la
vida incapaz de ser indiferente y permanecer en silencio ante “el pueblo que caminaba en tinieblas”.
Quiera nuestra militancia en
favor del Evangelio posicionarnos junto a los preferidos de Dios en esta
historia para que el Nacimiento que celebramos nos encuentre brindando por la
vida y alentando la esperanza.
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