La fe y la esperanza. ¡Un problema!
Eduardo
de la Serna
Se sabe que la “fe” y la “esperanza”
junto con la “caridad / amor” constituyen el corazón mismo de la vida
cristiana. Son las “virtudes teológicas”
al decir de santo Tomás. Quienes las viven “dicen” algo de Dios. Con el tiempo
se las empezó a llamar “teologales”,
lo cual empobreció el término, pero no es este el lugar para una historia del
tema. Lo que me interesa, de entrada, es señalar precisamente lo “teológico”, lo que “dice de Dios” quien/es tiene/n y vive/n las virtudes en cuestión. Y
quiero dejar de lado la más importante, el amor, porque me interesa mirar algo
que las otras dos “esconden”.
La fe suele entenderse en dos
sentidos: como la confianza en algo que no se ve, poniendo el acento en ambos
puntos: el no ver (todavía) y el confiar. La esperanza, por su parte, también
tiene dos puntos, aguardar confiados, también poniendo el acento en ambos
puntos, el aguardar y el confiar. Si detenemos la mirada en la primera parte, “no
ver” y “aguardar”, sin duda ambas virtudes tienen un límite: el momento en que
se alcanza el objeto; cuando esto ocurre ya no se “espera” ni se “cree” por
cuanto se sabe y se tiene. Si ponemos el acento en la segunda parte, la
confianza, la llegada del momento esperado y la visión la confirman y
fortalecen. Pero – y acá el punto – puesto que se trata de algo “teológico” la
fe y la esperanza están puestas en Dios. Exclusivamente en Dios. Y poner la fe o
la esperanza en lo que no es Dios no sólo sería algo necio, sino también se
aproximaría a la idolatría, bíblicamente hablando. Creer y esperar en Dios
constituye el ser cristiano (o el ser religioso, en general), y no creer y/o no
esperar sin duda lo niega.
Pero nada de esto impide que “creamos”
o “esperemos” en cosas históricas, sociales, humanas, siempre y cuando quede
claro que no estamos hablando teológicamente. Bien puedo decir – por ejemplo – que
no tengo “esperanza” en el futuro político de nuestro país, y nadie debería
pensar que no tengo fe; bien puedo decir que no tengo esperanza en que el poder
judicial administre justicia y nadie debería cuestionarme mi esperanza. Es más,
no tener confianza en algunas personas o instituciones no sólo no es síntoma de
agnosticismo y/o desesperanza, sino que puede ser resultado de la aplicación
sensata de otra virtud: la prudencia.
- ¿Tiene sentido “creer” (por tanto “confiar”) en un sistema que miente, que es injusto, corrupto, y hasta genocida? En realidad, creer/confiar en esto se asemeja más a la torpeza, negligencia, pereza o síndrome de Estocolmo, y hasta casi el suicidio.
- ¿Tiene sentido esperar humanidad, justicia, sensatez de un poder político que – salvando excepciones que lo enaltecen – no hace sino defraudar las expectativas, la justicia y la vida misma?
- ¿Tiene lógica creer en personas que no hacen sino auto beneficiarse y desentenderse de los demás, aunque jamás ni Dios ni la patria se lo demanden?
Sin duda, por tratarse de
humanidad, estamos en el terreno del “barro”. Por no estar en el ámbito “teológico”
hay y habrá siempre miserias, límites, ambigüedades. Y la “prudencia” deberá “medir”, “pesar”, “juzgar”, “discernir” a veces
lo “menos malo”, a veces lo “mejorcito”, o a veces el trigo entre la paja. Sin duda
podemos repetir con el profeta Jeremias: «¡Maldito quien confía en un hombre y busca apoyo en la
carne, apartando su corazón del Señor!» (Jer. 17:5), pero también ¡pobre
de aquel que no tiene un amigo, o alguien en quien confiar: «Más se puede confiar en el amigo
que hiere, que en el beso del enemigo» (Prov. 27:6).
Mirando nuestro presente y los que lo “conducen”, en
nuestro país y en la América Latina y el mundo, debo señalar que soy agnóstico
de casi todos los actuales dirigentes (de los de mi país sin duda que sí), de
los jueces y de los medios de comunicación. Y precisamente por eso no tengo
esperanza. Pero precisamente porque los tiempos cambian, y las personas pasan,
sé que puedo volver a tener esa fe y esa esperanza que me han robado; la fe y
la esperanza tienen un límite, ya se ha dicho. El famoso “pesimismo de la inteligencia y optimismo de la voluntad” del que
hablaba Antonio Gramsci citando a Romain Rolland debe ser motor, pero precisamente
porque hemos tenido momentos, espacios o circunstancias donde hubo un poder
judicial confiable, donde hubo personas (y esto también vale para el seno de la
Iglesia, sin dudas) que mostraron rumbos y mantuvieron fidelidades (nada más
evidente que el testimonio de los mártires, valga la redundancia). Sin duda,
nada de esto nos permite intuir, saber o “esperar” un “mañana mejor”. Quizás sea
“pasado mañana”… O el “año que viene”, pero la experiencia de lo vivido, aunque
sea una sola, nos permite soñar y poner las fuerzas para creer y esperar un
futuro mejor. De eso se trata la militancia.
Imagen tomada de http://tiemposfamiliainternacional.blogspot.com.ar/2012/06/hace-muchos-anos-hubo-una-pequena-aldea.html
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Cualquiera puede comentar y no será eliminado, aunque no este de acuerdo con lo dicho, siempre que sea respetuoso (caso contrario, será borrado). Pero habitualmente no responderé los comentarios, ni unos ni otros, para no transformar este blog en un foro. De todos modos, podrán expresar su opinión.