Los mojones y las lágrimas
Eduardo de la Serna
Debo confesar que, a mi
sensibilidad, me cuesta mucho no “sentir” una misma reacción, indignación y
militancia en muchos y muchas frente a la violencia de género.
Es verdad que el tema está en
el candelero desde las denuncias de algunas, especialmente Thelma por abuso y
violación y los más recientes casos de “manadas” que, quizás, necesiten aliento
de otros en su impotencia para poder consumar la infamia.
Me indigna ver que algún
diario (que en un tiempo fue periodístico) destaque que una nena fue violada
por cinco adultos porque “estaba donde no debía estar”.
Me indigna ver casos y más
casos de abusos por parte de curas y que en muchos ambientes eclesiales no
hierva la rabia (y se lo vea más como una suerte de “moda” o de “pecado”, y “¡todos
somos pecadores!”).
Me indigna ver al mediático
presidente haciéndose el feminista después, no sólo de haber dicho, que no cree
que a una mujer no le gusta que le digan un piropo aunque venga con grosería, sino que el
mismo año que pasó hizo alusión a la gobernadora de Buenos Aires diciendo que “miren,
está bonita y es soltera” (= ¿presa de caza?). Y, dejo de lado nuestra diferencia
de gustos, para detenerme en – una vez más – la cosificación de la mujer, como
lo fue aquella niña a la que sentó a la fuerza en la campaña sobre sus
rodillas, o al niño que por la fuerza obligó a estar a su lado para la foto. La
imagen de un abusador no puedo quitármela fácilmente de mi mente.
Me indigna un poder judicial –
como lo plantea excelentemente hoy Rita Segato (https://www.pagina12.com.ar/166583-el-de-genero-es-un-crimen-de-exceso-de-poder)
– que no puede no ver a la mujer sino como propiedad.
Recuerdo hace muchos años que
fui a celebrar a una capilla en Florencio Varela. El barrio estaba conmocionado
porque al vecino de al lado lo habían matado hacia pocas horas: lo llamaron, se
asomó, y sin mediar palabra le dispararon. “- Le habría soplado la mina a otro”
dijo instantáneamente Antonio, con comprensión de la situación. Exactamente eso
había pasado. El muerto había estado con una mujer “propiedad de otro” y éste
no lo soportó.
Hace otros muchos años
recuerdo haber confesado a alguien que me dijo (se dice el pecado, no el
pecador) que estuvo a punto de matar a uno porque había violado a su mujer. “-
Es que no hay nada peor que el hecho de que a uno le violen a su mujer. ¿No le parece,
padre?”, me dijo. “- Si, hay algo peor – le dije, e hice un silencio para
suscitar su atención – ¡ser la mujer violada!”. Me miró y me dijo “tiene razón,
padre; es verdad”.
Insisto: no puedo entender la
falta de reacción ante el dolor. ¿Qué es moda?, puede ser; ¿qué hay exageraciones?,
puede ser; pero me cuesta. Ante hechos recientes, otro cura me decía “¡Uh.!” Y
listo. Pasemos a otra cosa.
Es verdad que hace muchos años
no teníamos la sensibilidad que ahora tenemos; es verdad que hay muchas mujeres
que tienen introyectado “el macho”; es verdad que es difícil sentir que debemos
cambiar todo: lenguaje, modos, diálogos y hasta chistes. Es verdad. Es
desafiante (y nos equivocaremos, y deberemos pedir perdón mil veces). Deberemos
aprender a creer. Aprender que “no, ¡es no!” Pero, al menos, tenemos rumbo,
tenemos luces, tenemos – incluso – mojones (muchas, muchos forjados en el dolor
y la violencia). Es un interesante desafío, y ojalá más y más, muchos, muchas y
muches se sumen a la marcha.
http://www.unidiversidad.com.ar/el-indec-midio-la-violencia-de-genero-por-primera-vez-en-5-anos-se-cuadrupilcaron-los-casos
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Cualquiera puede comentar y no será eliminado, aunque no este de acuerdo con lo dicho, siempre que sea respetuoso (caso contrario, será borrado). Pero habitualmente no responderé los comentarios, ni unos ni otros, para no transformar este blog en un foro. De todos modos, podrán expresar su opinión.