«Una fiesta para los despreciados»
4º domingo de cuaresma ciclo C - [6 de marzo]
Eduardo de la Serna
Peter Brueghel, Fiesta de bodas (1567) |
Lectura del libro de Josué 4, 19; 5, 10-12
Resumen: a modo de “espejo” con el relato del éxodo, desde la vocación de Moisés, la salida, el paso del mar, y el maná, se pone fin al tiempo de desierto. La llegada a la Tierra prometida, con características semejantes, marca el final de esta etapa y un nuevo comienzo, el del asentamiento. Cesa de caer el maná y se celebra la fiesta de pascua. El pueblo que vuelve del exilio en Babilonia también debe volver a empezar, reunirse, celebrar.
Resumen: a modo de “espejo” con el relato del éxodo, desde la vocación de Moisés, la salida, el paso del mar, y el maná, se pone fin al tiempo de desierto. La llegada a la Tierra prometida, con características semejantes, marca el final de esta etapa y un nuevo comienzo, el del asentamiento. Cesa de caer el maná y se celebra la fiesta de pascua. El pueblo que vuelve del exilio en Babilonia también debe volver a empezar, reunirse, celebrar.
El libro de Josué constituye un “engarce” entre la ley (o Pentateuco) y la “historia” del Pueblo en la tierra. Es la llegada y asentamiento. Es el fin de una historia y el comienzo de otra. Después de una “pre-historia” centrada en personas (patriarcas y matriarcas, Génesis), nos encontramos con un pueblo, cautivo, esclavo en Egipto. Ese cautiverio y fuga atravesando el desierto, estableciendo una alianza con Dios y recibiendo su ley, se despliega en los libros siguientes: Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio (las etapas, y proceso de redacción de esta literatura es muy interesante y complejo, y no es este el espacio de comentarlo). Finalmente, muerto Moisés, conducido por Josué el pueblo llega a la tierra, para luego de una serie de dificultades, conflictos y conquistas, culminar con otra alianza y dar comienzo a la vida en la tierra (Jueces, etc.). Para confirmar este rol de “gozne”, el texto que hoy presenta la liturgia es parte de una gran unidad donde se repiten muchos elementos que se encontraban en el éxodo, a modo de señalar el fin de una etapa y el comienzo de otra. Veamos los paralelos a suerte de ilustración:
Éxodo
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Acontecimiento
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Josué
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14,21-27
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Paso milagroso del mar / río
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3,14-17
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12,43-51
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importancia de la circuncisión para participar de la pascua
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5,2-9
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12,1-20
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Celebración litúrgica de la pascua
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5,10-12
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16,14-16
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Alimentación con el maná (principio y fin)
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5,12
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14,19
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El ángel del Señor
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5,13-15
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3,5
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Descalzarse en tierra sagrada
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5,15
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Esto nos permite ver que el relato que la liturgia hoy nos propone – y su contexto - funciona a modo de “espejo” con el comienzo.
En realidad, la unidad que la liturgia propone es un pequeño fragmento de todo este bloque, sólo centrado en la celebración de la pascua.
La unidad empieza con un interesante dato cronológico: la fecha de lo que se celebrará. El primer mes, desde el regreso de Babilonia, es el mes de Nisán. En la primavera comienza el “año nuevo”, y el día primero es la luna nueva. La salida de Egipto en primavera invitó a conmemorar este acontecimiento liberador y fundante en ese tiempo, y se celebraba en la luna llena (es decir, el 14 del mes; por eso – entre paréntesis - la Pascua cambia siempre de fecha, porque se celebra en la luna llena de primavera del Norte o en otoño del Sur, es decir, marzo o abril).
El acampe se da en Guilgal, que tiene una interesante tradición bíblica. Figura como un viejo santuario popular en Jue 3,19-26; es el lugar donde Saúl es consagrado rey (1 Sam 11,14-15); es un conocido lugar de reunión (1 Sam 13 y 15), y posteriormente santuario tradicional en el pre-exilio (Am 4,4; 5,5, Os 4,15; 9,15; 12,12, Mi 6,5). Pareciera, entonces, un lugar fácilmente reconocible en los comienzos, aunque no se lo mencione luego y desconozcamos su ubicación. En este caso es el lugar donde se asientan por un tiempo (hasta 14,6). Se lo relaciona con Jericó ya que esta ciudad será en, el cap. 6, el próximo paso en el asentamiento.
Antes de la conmemoración de la pascua se hace expresa referencia a la circuncisión. Seguramente remitiendo a ritos antiguos (cuchillos de pedernal). Ya Éxodo había señalado que no se puede participar de la pascua sin ser circunciso; esta unidad concluye con una nueva referencia tradicional a Guilgal (5,9). El tema merece un análisis que acá omitimos por no estar en los textos litúrgicos, pero es importante señalarlo por los paralelos que destacamos recién entre Josué y Éxodo.
Al acampar –sigue el relato- los israelitas celebraron la pascua el día 14 (día de la luna llena en el calendario lunar).
Algunos elementos interesantes para destacar son: la relación entre la Pascua y los panes ácimos terminó siendo integrada, pero parecen haber sido originariamente dos celebraciones independientes (la pascua fiesta de pastores, los panes ácimos fiesta de agricultores). Seguramente tanto unos como otros conmemoraban en su fiesta tradicional de la primavera, los frutos del ganado o la cosecha, cuando empezaron a relacionarla con la liberación de Egipto. Más tarde, con el tiempo se integraron ambos recuerdos. Esto invita a notar que el texto debe tenerse por tardío, como lo será – de hecho - la celebración organizada de la Pascua (cf. Num 33,3 y Lev 23,5-6). Probablemente debemos ubicarnos en un contexto posterior a la llamada “reforma de Josías” (fines del s.VII a.C.), seguramente ante el regreso de Babilonia. Estamos ante una fiesta ya no de la familia (como será la pascua en los comienzos, según es posible, y como lo será más tardíamente, en tiempo de Jesús) sino una fiesta de toda la comunidad.
Con la Pascua empezó el éxodo, y con esta pascua finaliza. A partir de ahora, ya en la “tierra prometida”, comen los frutos de la tierra. Y a partir de ese momento, deja de haber maná. El pueblo “ha llegado a casa”. El paso de Egipto a la tierra “que mana leche y miel” fue mediado por el desierto. Se comenzó con un llamado, con la intervención del ángel del Señor, una comida (de pastores o de agricultores circuncidados), un paso milagroso entre las aguas, y un ponerse en camino. El maná fue el signo visible de que Dios acompañaba a su pueblo por este duro trayecto. Llegados a la tierra, cruzan nuevamente de modo milagroso las aguas, se circuncidan (“nuevamente”, sic; 5,2) y comen la pascua. Entonces el maná ya puede dejar de acompañarlos porque “el maná cesó desde el día siguiente… ya aquel año se alimentaron de los productos de la tierra” (v.12). Luego, se hará presente el “jefe del ejército de Yahvé” (v.14; ver Ex 14,9) para acompañar y preparar el siguiente paso: la toma de Jericó, para lo que Josué se debe “descalzar porque está en lugar sagrado”. Así como Dios ha acompañado a Moisés en su misión que ahora finaliza, acompañará a Josué en el asentamiento en la tierra que Dios mismo le ha dado.
Segunda carta de san Pablo a los Corintos 5, 17-21
Resumen: Pablo se presenta como “ministro de la reconciliación”, es decir “acerca de la reconciliación" que nos trae Jesús en la pascua a partir de su solidaridad extrema con la humanidad. Solidaridad que también manifiesta Pablo en su vida y su predicación marcadas por la gratuidad, a diferencia de sus adversarios.
La unidad literaria va de 5,14 a 21; el texto litúrgico recoge sólo la segunda parte En la anterior, Pablo nos ha dicho cómo se ve él ante Dios. Ahora señala que todo esto es obra de Cristo. Estamos ante una de las unidades más cristológicas de la carta. Un juego de opuestos (que volveremos a encontrar en Rom 5,12-21) entre uno y todos da sentido a la muerte de Cristo. Es una muerte de uno por (hyper), palabra que se repite seis veces en esta unidad y parece provenir de la lectura cristológica del texto del cuarto canto del Siervo de Is 53 y señala la acción en favor de todos nosotros (cf. Rom 5,6.8). El efecto de esta muerte es la reconciliación (también en Rom 5,6.8). Y porque estamos reconciliados - se reconcilia el mundo, cf. v.19 -, se nos confía, a los ministros de la palabra, el ministerio de la reconciliación. La misión del apóstol parece claramente hacer realidad (imperativo) lo que ya ocurre (indicativo) por obra de Cristo: estamos reconciliados, ¡reconciliémonos! Y lo que nos debe mover (a todos nosotros) es el amor, que nos apremia, nos oprime y compele (a anunciarlo a todos) por eso el efecto reconciliador busca que los que viven no vivan para sí, sino para el Señor. Solidarios con la muerte de Cristo, como su muerte es solidaria con nosotros, no debe preocuparnos que se desmorone el hombre exterior; por el contrario, eso significa una muerte a ese hombre y la irrupción de la novedad de Cristo, novedad que es presentada como nueva creación. Una nueva paradoja: pecado-justicia se revela en esta “solidaridad por”. Jesús fue hecho pecado por nosotros (se supone: hecho por Dios, es un “pasivo divino”) y en él venimos a ser justicia, así como en él somos nueva creación.
La unidad comienza poniendo el centro en el amor de Cristo. Es ese amor el que da nuevo sentido a la cruz. Y, por ese amor, el acontecimiento de la cruz provoca reconciliación. Ese amor da a Pablo una clave, de la muerte de Cristo saca una conclusión: la unión con Él hace que su muerte provoque nuestra muerte, pero ahora entendida en un sentido metafórico, es muerte al pecado. Y precisamente por eso pasa del pasado al futuro, del don a la tarea. La vida de los que han muerto al pecado (Rom 6,11) es un anticipo de la resurrección porque para el apóstol muerte y resurrección son inseparables. El movimiento de paradojas es ahora entre muerte y vida; hay un interesante juego gramatical: murió y resucitó ocurrieron en un momento puntual, obviamente la Pascua, pero como esto ocurre para ellos (hyper autôn), su efecto continúa en el tiempo, en los que han muerto al pecado - quizá remita al bautismo - y pertenecen al Señor.
Esta acción de Cristo en favor de los suyos, sigue teniendo consecuencias: nos introduce en un nuevo tiempo escatológico aunque el tiempo viejo subsista simultáneamente. La actuación de Dios en Cristo provoca una novedad tan absoluta que no mira lo viejo, los delitos, la carne sino que hay un nuevo modo de mirar las cosas, un modo “escatológico”, reconciliado, de justicia. Se ha querido ver en 5,16b una referencia a que Pablo conoció antiguamente a Jesús según la carne. No parece que el párrafo esté preocupado por esto; no sólo porque dice Cristo, cuando, en ese caso, sería de esperar “Jesús”, sino porque según-la-carne es sinónimo de “a modo humano”, o también viejo, que se contrapone a nuevo. Es un nuevo modo de conocer todo, a lo que Pablo se refiere; por eso es más probable que diga conocer-según-la-carne a Cristo; antes que conocer a Cristo-según-la-carne. En todo caso, también es probable que se refiera a su conocimiento de Cristo antes que éste le fuera revelado, es decir, su conocimiento del Cristo predicado por los cristianos. Ese es según la carne; es un conocimiento incompleto de Cristo que no viene acompañado por la revelación de Dios y que, por lo tanto, no puede alcanzar una plena comprensión. Sabemos y conocimos son paralelos y también lo son ahora no y ya no. El tiempo al que se refiere es el anterior a Damasco. Cuando en los tiempos finales Dios le reveló (apokalypsai) a su Hijo (cf. Gal 1,16), ya no lo conoce según la carne, como lo había conocido en un primer momento; Pablo ya está en Cristo, y recibió en un momento específico, el de su vocación, el ministerio de la reconciliación.
Estar en Cristo, que como se sabe es un “lugar teológico” en Pablo, muestra una in-corporación, entrar en un cuerpo, fundirse en la realidad escatológica de Cristo, lo que se logra por el bautismo. La preposición en, en este caso, está cargada de sentido antropológico, cristológico, eclesiológico y también escatológico. Por eso puede decir algo tan terminante, aplicado a los cristianos lo que no ha de entenderse de un modo individualista: si alguno (está) en Cristo, (es) nueva creación. La semejanza que hemos visto con Rom, la velada alusión a Adán y el nuevo Adán en v. 14bc, y las alusiones al AT (como también las encontraremos en 6,2 donde cita expresamente Is 49,8) parecen invitarnos a pensar en textos como Is 48,5; 65,17; 66,22 donde se presentan los tiempos escatológicos como novedad. Así lo primero, lo viejo, lo anterior a Cristo y según la carne, ya pasó (¿se refiere al bautismo?), y ya estamos (y seguimos estando) en el nuevo eón.
“En Cristo” o “en el Señor” es casi exclusivamente paulino (entre las cartas de Pablo y las de sus discípulos lo encontramos casi 140 veces y sólo 5 veces fuera de Pablo (aunque en ambiente no muy lejano, como es el caso de 1 Pe). Es cierto que “Cristo” no es un “lugar”, por lo que el uso de “en” no es siempre fácil de comprender. Hay diferentes opiniones, pero la imagen “bautismal” (sumergidos en Cristo) parece la más probable.
Siguiendo en el mismo contexto, ahora Pablo pasa a desarrollar algo nuevo: cinco veces usa el término reconciliar/reconciliación en esta unidad, pero siempre la iniciativa parte de Dios y la reconciliación es con él. No se entiende que Dios se reconcilie con nosotros, sino nosotros con él. Pero, ¿cómo entender la voz pasiva de v.20d? ¿Reconcíliense - por Dios - con Dios? O ¿reconcíliense con Dios, colaboren con su obra? El tiempo concreto parece remitir a la Pascua; el uso de nosotros [habitualmente es difícil en 2 Cor comprender quiénes son esos “nosotros”] puede referir en toda la unidad a Pablo y hacer alusión a la reconciliación de Pablo con Dios en camino a Damasco, o referir a los cristianos (en 18bc es evidente que se refiere a él mismo y quizá también a sus colaboradores). No es fácil saber si ministros (diakonos) refiere a un tipo de ministerio propio de las comunidades paulinas, de sólo algunas comunidades (cf. Flp 1,1), o si es un título usado por los adversarios. Todas son posibles y no son todas excluyentes; pensamos probables la segunda y la tercera. Como se ve en esta perícopa (y también en Rom 5,10-11) la reconciliación con Dios es el fruto por excelencia de la muerte y resurrección de Cristo (5,15), y por lo tanto es el contenido principal de la predicación apostólica; el ministerio de la reconciliación es aquí sobre, acerca de, la reconciliación predicada como efecto de la Pascua. Los apóstoles deben ser ministros, deben comunicar esta novedad comenzada y que ya podemos conocer. Sumergiéndonos en Cristo ya viviremos para él y seremos justicia de Dios.
En v.19 el acento está puesto en la obra de Dios, obra siempre caracterizada por la gratuidad, por eso no cuenta los delitos. Con el lenguaje económico se contrasta nuevamente por un lado, la gratuidad de Dios - que no saca cuentas -, y que Pablo quiere imitar, y por otro la explotación o paga que pretenden los adversarios.
Reconcíliense supone una urgencia, ¡ya!; sin embargo los corintios ya estaban reconciliados - convertidos. ¿Entiende Pablo que los adversarios – con los que se enfrenta tan frecuentemente en la carta - han deshecho la obra de Dios y los corintios deben renovar la reconciliación? El uso del término embajadores parece que debe entenderse como un reclamo de status, seguramente en comparación con el que la comunidad da a los otros; y pretende también tener en cuenta el lugar que debe ocupar el mensaje, la liturgia y beneficencia, que debe transmitir el embajador de parte del Emperador (embajadores de Cristo). Lo evidente es la instancia mediadora entre Cristo y los corintios.
Es extraña la frase que indica que Cristo fue hecho pecado. No conocer el pecado es un semitismo por no experimentarlo en la vida. Es un tema frecuente en el Nuevo Testamento la afirmación de que Jesús no pecó (cf. Jn 9,16.31; Rom 6,10; Heb 4,15; 1 Pe 2,22; 1 Jn 3,5), mientras que manifiesta solidaridad con el pecador. La frase, sin embargo, no parece remarcar esta solidaridad sino que fue hecho pecado; la voz pasiva - como es frecuente - remite a Dios (pasivo divino: “hecho por Dios”). Este tipo de paradojas son habituales en Pablo para señalar los frutos reconciliadores de la obra de Cristo (ver también 8,9; Gal 3,13; Rom 8,3-4; el tiempo pasado en hecho pecado parece remitirnos a la Pascua). Preposiciones como para (hina) y también por (hyper) apuntan a dar un sentido a la muerte de Jesús que no ha perdido su dimensión de escándalo. Cómo se debe interpretar este ser hecho pecado: el mismo Pablo en la carta a los Romanos nos da una clave de lectura, Dios ha “enviado a su propio Hijo de modo semejante a la carne de pecado (sarkòs hamartías) y con respecto al pecado, condenó el pecado en la carne” (Rom 8,3). Es un “hecho carne” en el sentido de “solidario con” la carne de pecado, es representante de todos los pecadores. En este sentido es semejante a murió por todos - todos pecaron de v. 14 y forma inclusión literaria con ellos enmarcando todo el relato.
Evangelio según san Lucas 15, 1-3. 11-32
Resumen: la introducción presenta a Jesús comiendo con pecadores; este hecho desencadena la murmuración de los religiosos de entonces. La parábola que Jesús propone contrasta la actitud del Padre, derrochando ternura, con la del hijo mayor, que reclama justicia y no acoge a su hermano que ha vuelto. Presentando dos actitudes, Jesús nos confronta con “nuestra” actitud frente a los hermanos despreciados, y pecadores.
La así llamada “parábola del hijo pródigo” comienza con un marco que le da expreso sentido: la comida de Jesús con pecadores (15,1-3). Ante la “murmuración” de fariseos y escribas, Jesús “les” cuenta una serie de parábolas. Se las ha llamado, justamente, “de la misericordia”. En 16,1 continúa con parábolas, pero el destinatario son “sus discípulos” por lo que podemos suponer un cambio de escena, y también de temática, porque hablará de la idolatría del dinero (16,1-13) y son testigos los fariseos, que eran “amantes del dinero” (16,4). Las parábolas que Jesús narra ahí son tres, las dos primeras perfectamente paralelas presentando, como es habitual en Lucas (¿y en su fuente, a la que llamamos “Q”?) un varón y una mujer, en este caso un pastor que pierde una oveja (15,4-7) y una mujer que pierde una moneda (15,8-10). El tema principal, en ambas, es la alegría por lo perdido que ha sido encontrado. La narrativa de ambas es claramente paralela. La tercera es, precisamente, la mal llamada “del hijo pródigo”, y que hoy nos propone la liturgia. Veamos el contexto y el relato.
Con clara intención polémica y acentuando el “lugar” de Jesús, Lucas señala que “todos” los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús. Este par contrastará en seguida con el otro: fariseos y escribas; al “acercamiento” de unos se opone la “murmuración” de los otros. Finalmente, al contenido de esa murmuración, Jesús contra-propone las parábolas (sólo la tercera – con la introducción - está incluida en la liturgia de hoy). Pero veamos, para comenzar esta primera parte:
La dupla “publicanos y pecadores” es frecuente en los Sinópticos (Mc 2,15.16; Mt 9,10.11; 11,19; Lc 5,30; 7,34; 15,1; por otra parte, mirando las citas señaladas vemos que es usada por Marcos, por Q y quizás también por la fuente propia de Lucas). Y lo interesante es que en todos los casos lo que se destaca es el contexto de que Jesús come con ellos. Las comidas parecen ser el punto de partida del escándalo que Jesús provoca (“dichoso el que no se escandalice de mí”, Lc 7,23). El “acercamiento” de estos, se corresponde con la “acogida” de Jesús. Hay muchos elementos muy importantes en esta introducción, y merecen ser presentados.
Se señala que “publicanos y pecadores” (puede entenderse también como “publicanos, que son pecadores”) se “acercan” a Jesús. El verbo acercarse tiene su peculiaridad, especialmente en Lucas. Por cierto, con alguna frecuencia se habla de “acercarse a un lugar” (por ejemplo, Mt 21,1; Mc 11,1; Lc 7,12; 18,35; 19,29.37.41; 24,28) o que se “acerca un momento” (incluso importante, como “la Pascua” [Lc 22,1], “la hora” [Lc 21,8.20; Mt 26,45], “la liberación” [Lc 21,28]). También puede acercarse “alguien”, como es el caso de Judas a Jesús en el huerto (Lc 22,47; Mc 14,42; Mt 26,46), o de Jesús a los peregrinos de Emaús (24,15). Pero también, acercarse a Jesús, como es el caso del ciego, provoca salvación (18,40); pero es particularmente importante recordar que con Jesús, “el reino se acerca” (10,9.11; cf. Mc 1,15; Mt 3,2; 4,17; 10,7).
Y se “acercaban para oírle”. Como es obvio, el verbo “oír” es muy frecuente en el NT (x 428). Pero en Lucas tiene algunos matices que son importantes destacar. Por ejemplo: en algunas personas, “escuchar” a Jesús produce “ira” (4,28), burla (16,14) u oposición (Pilato, 23,6; Herodes, 9,9; 23,8) y condena (22,71). Sin embargo, “escuchar a Jesús” es el primer paso del discipulado. Oír debe ir acompañado de “comprender” (8,10), por eso dirá “oigan bien” (8,18). Por momentos pareciera que con “oír” basta (5,1; 10,16), el pueblo lo escucha (19,48), enseña en el Templo (habitual en Lucas) y es escuchado (21,38). Aunque para los judíos basta con “oír a Moisés y los profetas” (16,29.31), al manifestarse Jesús, la voz de Dios dirá “a él, escúchenlo” (9,35); y es escuchado también en la voz de los suyos (10,16). Por eso, el prototipo de discípula es María, hermana de Marta, que “a los pies de Jesús” escucha la palabra (10,39).
Pero también se añade otro elemento para el discipulado, un segundo paso, y es “guardar” lo escuchado (11,28), a lo que se proclama “bienaventurado”. Por guardar parece entenderse “poner en práctica” esa “palabra de Dios” que se ha escuchado (6,47.49; cf. 8,12-15) lo cual nos introduce en la “familia de Jesús” (8,21).
Lo cierto es que este acercamiento y esta escucha provocan en escribas y fariseos “murmuración”. Este verbo también es muy importante. En el NT sólo lo encontramos aquí y otra vez en Lc (19,3) nuevamente provocado por el encuentro de Jesús con un publicano. El verbo se encuentra 10 veces en la Biblia griega, y salvo una vez (Sir 31,24) siempre se trata del rechazo al enviado de Dios (especialmente Moisés y Aarón: Ex 15,24; 16,2.7.8; Nú 14,2.36; 16,11; Dt 1,27; Jos 9,18).
El contenido de esta murmuración, de todos modos, es muy importante: “acoge a los pecadores y (hasta) come con ellos” (v.2). Es interesante que en Mc 15,43 / Lc 23,51 se hable de José de Arimatea como uno que “acoge el reino”. Pablo pide que los romanos acojan a Febe (diácono y patrona en Cencreas; 16,2), y a los Filipenses que acojan a Epafrodito (2,29). Es interesante que de las 14 veces que el término se encuentra en el NT, la mitad esté en la doble obra de Lucas. Se usa, por ejemplo, en referencia a Simeón y Ana (una nueva doble mención de varón-mujer en Lucas; 2,25.38). Es una actitud que, en este caso (y en 19,3 que hemos señalado) se relaciona con la hospitalidad (tema que será muy importante especialmente en la tercera y cuarta generación cristiana).
Sobre la comida de Jesús con pecadores se ha escrito mucho recientemente; y es particularmente importante en Lucas. Tanto que uno llegó a afirmar “a Jesús lo mataron por como comía”. En un mundo como el antiguo, “comer-con” significa “ser-como”. No se come con quien no es “como uno”, especialmente porque eso implica una estigmatización pública: “comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores” (7,34). En ese sentido debe entenderse “¡y come con ellos!” Esto – por otra parte - tiene que ver directamente con la consideración del honor público que determinados colectivos tienen o del que carecen. Es evidente que fariseos y escribas tienen un honor mucho mayor que el de los “publicanos”, que están en el “fondo”, lo último, comparable a las prostitutas (por eso la provocación de Jesús en Mt 21,31).
Por tanto, la introducción nos prepara el terreno poniendo dos colectivos frente a frente. Es en este contexto que surgen las parábolas. Las dos primeras, como dijimos, señalan la alegría por lo perdido encontrado, en referencia a “un solo pecador que se convierta” (vv.7.10); el marco de los “99 justos” (v.7) nos recuerda que no se está destacando que los fariseos y escribas sean injustos, o “pecadores”; es verdad que no lo son, y sobre esto volverá en la siguiente parábola, la del padre y sus dos hijos.
La parábola. En realidad, el paralelismo de la segunda y la tercera parte de la misma nos ponen ante una de las clásicas parábolas de “dos personajes” [como la del fariseo y el publicano (Lc 18,9-14), el rico y el pobre Lázaro (Lc 16,19-31), “el rey que perdona y el siervo que no” (Mt 18,23-35), etc.]. Si habitualmente en las parábolas se debe buscar “el tema” principal (como la alegría ante lo perdido encontrado, en las parábolas antedichas), en las parábolas de dos personajes, lo importante está en el contraste entre dos actitudes [es importante recordar que las parábolas no apuntan a la reflexión, la oración o al intelecto, sino a la acción, a la voluntad: “vete y haz tú lo mismo”]. Por tanto, afirmar que estamos ante una parábola de dos personajes (cosa que mostraremos) nos lleva a concluir que se contrasta la actitud del padre y del hermano mayor ante el hijo/hermano que vuelve a casa.
La parábola comienza con una presentación de la situación. En esta parte, el personaje central es el hijo menor. Esta parte está marcada por la partida y el regreso del hijo (“se marchó… volvió”, vv. 13. 20). La segunda y la tercera parte marca el contraste entra las actitudes del padre y el hermano frente a esta vuelta. Ambas partes finalizan con la misma fórmula (que nos recuerda las parábolas anteriores): “estaba perdido y ha sido hallado” (vv. 24. 32).
Primera parte: (15,11-20a). El hijo reclama su parte de la hacienda. El padre (en un acto que lo muestra como lo opuesto de los padres patriarcales, autoritarios o dominadores [lo que también es coherente con otros “padres” en parábolas, lo que ayuda a entender qué tipo de “padre” es el Abbá de Jesús]. Este hijo llega “hasta el fondo” del alejamiento de aquello que se espera de un buen hijo judío: se va al exterior, vive de modo libertino, y hasta cuida cerdos (animal impuro por excelencia para los judíos). Al destacar que tiene hambre empieza el drama (incluso algún estudioso supone que al decir que nadie le daba el alimento de los cerdos, supone que robaba para comer, añadiendo un nuevo elemento de gravedad a su situación). Lo cierto es que llegando al fondo, el acento se pone – como en toda esta parte - en el hambre: no le dan alimento, me muero de hambre, los jornaleros de mi padre tienen pan abundante (trátame como a uno de tus jornaleros, es decir: dame pan). Ante el hambre, el hijo “entra en sí mismo”, analiza la situación y concluye que debe volver a su padre. No debemos olvidar el contexto de la unidad, es decir las comidas de Jesús con pecadores, con lo que el tema del hambre, pan, comida, novillo cebado, cabrito, fiesta, “devoró tu hacienda con prostitutas” nos pone “en ambiente”. El campo semántico del hambre y la comida refuerza el sentido de la unidad. La formulación del hijo “he pecado” no debe entenderse desde nuestra concepción de pecar / pecado. Se trata de obrar mal (ver Hch 25,8) contra “el cielo” (= Dios) y ante ti”. En nuestro lenguaje, el hijo no parece “arrepentido”, lo que tiene es “hambre”. Y arma su estrategia para ser recibido. De todos modos, lo que importa en esta parte es sencillamente que el hijo decide volver. Su “vuelta” es la que desencadena “las dos actitudes”.
Primera actitud, el padre (15,20b-24). La actitud del padre ante el hijo que regresa es claramente impresionante para cualquier auditorio oriental. Lo primero que se destaca en el padre es su “compasión”. El término griego “splagjnizomai” es sumamente importante. En el NT sólo se dice de Jesús, salvo cuando se usa en parábolas, y en estas caracteriza la actitud que es de desear tener (Mt 18,27; Lc 10,33; 15,20). Es la com-pasión, se refiere a las “entrañas” (splagjnon). Dios mismo tiene “entrañas de misericordia” (Lc 1,78). La compasión mueve a Jesús a alimentar una multitud (Mc 6,34), tocar y limpiar un leproso (Mc 1,41) o resucitar un hijo único de una viuda (Lc 7,13). Esa imagen casi maternal vuelve a caracterizar a este “padre” de la parábola. Al verlo, “corre”. La actitud de correr revela “prisa” o “ansiedad”. En el NT Pablo lo utiliza en sentido provocativo aludiendo a la “gimnasia” (que es chocante para su auditorio), o para referir a su “carrera / trabajo” evangelizador. Se encuentra en los relatos de la pascua, pero no en un contexto semejante. Sólo un endemoniado poseído por una Legión corre y se postra ante Jesús y exclama (Mc 5,6); Marcos acota: “es que Jesús le había dicho… sal de ese hombre” (v.8). De ninguna manera se espera de un padre oriental que “corra” al encuentro de su hijo. La parábola quiere mostrar una actitud de ansiedad, por cierto. El derroche de afecto que viene a continuación lo confirma (se echó al cuello y lo besó afectuosamente, algo que sólo encontramos de modo parecido – y también con alta afectividad - en Hch 20,37). Cuando el hijo va a comenzar su “discurso” el padre no lo deja terminar y se dirige a sus esclavos: ¡rápido! deben vestirlo con el “mejor (primer) vestido”, y vestirlo, ponerle el “anillo” [única vez en el NT, es donde está el “sello” de la familia; en AT a veces refiere a anillo de nariz (cf. Gen 24,47; Is 37,29) ver Gen 41,42; Est 3,12; 8,8.10], y calzarle las sandalias (algo propio del amo de casa que habitualmente el esclavo sacaba al llegar a casa; cf. Mt 3,11; Lc 3,16; Hch 13,25; un escrito rabínico afirma que el discípulo debe hacer con su maestro lo mismo que hace un esclavo, excepto quitarle las sandalias). Pero el desborde de afecto no concluye aquí, falta la última orden: celebrar una fiesta con el “ternero cebado”, “comer”, porque “mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado”. El ternero cebado es la comida festiva por excelencia, dispuesta para cuando llegue una ocasión importante (1 Sam 24,28), o también una ofrenda de excelencia para Dios (2 Sam 6,13). El contraste que encontramos en Prov 15,17 muestra que se trata del mejor plato posible. El derroche de afecto y generosidad es lo que caracteriza la actitud del padre ante el regreso del hijo.
Segunda actitud: el hijo mayor (15,25-32). Los verbos que más arriba escuchamos (acercarse, oír, de los pecadores con Jesús) se aplican ahora al hijo mayor. Se acerca a la casa, oye la música, pero queda fuera. Nuevamente intervienen los esclavos que le informan lo que ocurre dentro de la casa, la causa de la fiesta. Esto provoca “irritación” y se niega a entrar a la casa. Las otras dos veces que encontramos en el NT el verbo “irritar” (Mt 22,7; Ap 12,17) aluden a la violencia del imperio romano contra el Pueblo de Dios. Nuevamente el padre sale fuera de la casa, y le suplica. La respuesta del hijo muestra su actitud ante el regreso del otro hijo. Los términos son precisos: “cuánto te sirvo”, “nunca pasé un mandamiento tuyo” en cambio “tú nunca” me diste ni un cabrito para “festejar” con mis amigos (la palabra fiesta es recurrente en la unidad, cf. vv. 23.24.29.32). El contraste es evidente: obediencia – desobediencia; cabrito - ternero cebado; fiesta – no fiesta. El otro hijo, como se ha dicho, “ha devorado tu hacienda con prostitutas” (es decir, adelantamos, no ha “cumplido los mandamientos”). El padre responde al hijo reforzando, por un lado las palabras que éste ha dicho: “siempre estás conmigo”. El padre no cuestiona las razones del hijo mayor, porque tiene razón. No está en cuestión la fidelidad del mayor, ni su “estar” en la casa. Por eso “todo lo mío es tuyo”. “Pero”, era necesario, “debía” (el término griego “dei” con frecuencia alude al plan de Dios; Lc 2,49; 4,43; 9,22; 11,42; 12,12; 13,16.33; 17,25; 18,1; 21,9; 22,7.37; 24,7.26.44; cf. 13,14; 19,5) hacer fiesta y alegrarse (obviamente quiere reforzar) pues “tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado”. El “pero” y el “deber” constituyen la clave.
Contraste de actitudes: Ciertamente el contraste es evidente; sin embargo es importante resaltar algunos elementos. En el contexto en que la(s) parábola(s) es pronunciada (o narrada por Lucas) un grupo de judíos fieles y religiosos (fariseos y escribas) rechazan a otros por ser “pecadores” (15,1-3). Esta actitud contrasta – y lo señalan claramente - con la actitud de Jesús que hasta “come con ellos”. El rechazo que les provoca la actitud de Jesús es el desencadenante del relato. Jesús, como “parábola de Dios”, muestra en sus comidas cómo es el Dios que predica. Las comidas de Jesús bien pueden verse como una parábola en acto, Jesús muestra en esto un reino presente, ya que Dios reina cuando “las ovejas perdidas del pueblo de Israel” participan del banquete del reino. Los fariseos y escribas tienen razón, ellos no desobedecen los mandamientos de Dios (como el fariseo de otra parábola de dos personajes lo recuerda, y también lo hace en contraste con un publicano, precisamente; 18,9-14). Es importante retener que no se trata de que los fariseos mientan o exageren, ellos dicen verdad. Son verdaderamente fieles y obedientes al Padre. Sin embargo – y aquí una de las claves de la parábola y de la actitud que la genera - lo grave es que se niegan a reconocer a los otros como hermanos. Es interesante que mientras tanto el padre como el esclavo le hablan de “tu hermano” (vv. 27.32), el hijo mayor le dice al padre “ese hijo tuyo” (v.30). Jesús “debe” comer con pecadores, para mostrar la fiesta de Dios que acoge a todos como hijos, las puertas abiertas del padre que derrocha ternura casi maternal, y que hace todo lo contrario a lo “esperado” con tal de recibir a su hijo. Los hijos mayores, por el contrario, son religiosos, obedientes, justos, pero si no se conmueven, si no reconocen al otro como hermano, sea este quien fuera, corren el riesgo de murmurar, y quedarse fuera de la fiesta.
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