El negro, el blanco… los (pocos) grises… ¡y Susana!
Eduardo
de la Serna
En nuestra frecuente
incapacidad de análisis, o en las simplificaciones que nos son habituales, nos
movemos entre extremos: bien y mal, blanco y negro, vida y muerte y otros
tantos. Dejemos claro – de entrada – que es habitual, y no necesariamente
negativo, hablar de este modo. En la
Biblia, por ejemplo, es frecuente hablar entre “las dos puntas”. A eso se lo
suele llamar “merismo”, es decir, el modo
poético-retórico que pretende abarcar el todo mencionando dos puntas (por
ejemplo: “los cielos y la tierra”, es
decir, todo el universo, también “los mares”). La literatura apocalíptica,
asimismo, suele moverse entre puntas, pero en este caso por motivaciones
socio-políticas, no quedan otras variantes: “si no hacés esto, ¡te mato!”, no hay tercera posición (aunque queda
la trampa, que es simular que lo hago, pero no; pero contra esto la
apocalíptica es durísima, porque, aunque no se haga, el ejemplo que se da a los
demás es negativo).
Pero, fuera de estos terrenos,
moverse entre extremos de blancos y negros se vuelve por lo menos simplista. Y
ese simplismo puede ser peligroso. Una foto en blanco y negro no es un esténcil.
Hay luces y sombras, grises y más grises… Hace mucho me contaron una anécdota
que es ilustrativa: un profesor de arte fue con los alumnos a un parque. Y les
dijo: “pinten… pero miren bien: ¿de qué color son los árboles?” “Verdes” le
respondieron les alumnes al unísono. “Bien, ¿cuántos verdes ven?” Esa era la
cosa: no es “verde” sino “verdes”, cientos de verdes… Desde que la conocí, me
resultó maravillosa una pintura de Botero, una naturaleza muerta solo de
naranjas. Y el fondo, también naranja. Decenas de colores naranjas.
En nuestra sociedad, por
ejemplo, podemos mirar los extremos del colectivismo total y el individualismo
absoluto. En el primero, el individuo sólo cabe en función de un todo, es una
suerte de engranaje. Solo eso. En el segundo, el todo no importa sino en función
de mí, si “me” aporta o perjudica. Pero en nuestras sociedades, los modos de
vivirla, los modos de relacionarnos con les otres, esas actitudes son
fundamentales. Y, como los grises, o los naranjas, hay miles. Tantos como
habitantes, seguramente. Los hay quienes propugnan el individualismo más
absoluto: que cada quién viva y sea responsable de su vida y de su suerte. No
hay que pagar impuestos, todo según los propios méritos. Y si para hacerlo,
tengo cuentas en el extranjero, en Panamá, por caso, o escondo un automóvil comprado
como si fuera discapacitado/a para evadir impuestos, eso habla de una
discapacidad humana, pero no es el tema. La solidaridad es mala palabra, el
otro solo cuenta si “me” beneficia (mi amor) o perjudica (al que mata hay que
matarlo, o revolearle un cenicero por la cabeza). Y también los hay para quienes
solo cuenta el todo, y lo personal desaparece. O se mata (o manda a Siberia).
Pero entre ambos, no hay, exactamente hablando, una “tercera posición” sino que
hay cientos de terceras posiciones, como los verdes o los naranjas. Esto se
manifiesta políticamente en las opciones electorales, y solamente en la segunda
vuelta quedan “dos opciones”.
Entre el “yo” y el “otro” hay
muchas combinaciones, muchos encuentros y desencuentros. Hay vida.
Los cristianos (católicos y
evangélicos… siempre los no-fundamentalistas, claro) estamos invitados a mirar
desde un horizonte que, más que colectivo (aunque lo sea) es bueno llamar “comunitario”.
De comunidades se trata (es interesante notar que en la única carta personal a
alguien que Pablo dirige, a Filemón, esta carta es, a su vez, comunitaria: “a
toda la iglesia de tu casa”). El Evangelio es buena noticia a un Pueblo, a una
comunidad. Y como garantía de que sea “para todos”, empieza desde abajo. Sólo
cuando “los últimos”, las víctimas, los pobres, los des-preciados son
valorados, tenidos en cuenta, asumidos como hermanes, sólo ahí hay “Evangelio –
Buena Noticia”. Y esto debería ser “el lugar” desde el que miramos la vida, la
sociedad, el mundo… y los impuestos. Algo que no pueden entender los Camachos,
las Jeanines… ni las Susanas. En una comunidad, todos cuentan (contamos),
porque todos somos vida en ella. Aportan y aportamos, alegría y sueños, bailes
y llantos, cultura y bienes. El yo y el tú se celebran en un nosotros. Un
nosotros en el que nadie desaparece, sino que todos compartimos, donde cada
quién brilla por su vida y que encuentra en los demás a quienes potencian sus
capacidades y fortalecen las carencias. A lo mejor por eso alguien habló de “comunidad
organizada”.
Foto tomada de https://erasmusccp.wordpress.com/2012/05/25/fernando-botero-y-la-naturaleza-muerta/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Cualquiera puede comentar y no será eliminado, aunque no este de acuerdo con lo dicho, siempre que sea respetuoso (caso contrario, será borrado). Pero habitualmente no responderé los comentarios, ni unos ni otros, para no transformar este blog en un foro. De todos modos, podrán expresar su opinión.