De Ars a La Rioja
Eduardo de la Serna
Juan María Vianney (1786 – 1859)
fue, casi toda su vida presbiterial cura (= párroco) de Ars, un pueblo de 250
habitantes, vecino a Lyon, Francia. Tuvo muchas dificultades en la preparación
a su ordenación por tener enormes problemas para el estudio; incluso fue
expulsado por eso del seminario, pero avalado por un reconocido monseñorino de
la diócesis pudo finalizar su preparación. Unos dos años y medio después de
ordenado fue enviado a Ars donde pasó el resto de su vida. De una vida fuertemente
austera (en alimentaciones, penitencias y descansos), se caracterizó,
particularmente, por su dedicación al sacramento de la reconciliación en el
que, por largos años, dedicaba hasta 18 horas diarias. Su fama de buen
consejero trascendió las fronteras de la región llegando hasta recibir 20.000
peregrinos en un año para escuchar sus palabras. Murió un 4 de agosto.
En ocasiones, se lo ha comparado
con otro cura, José Gabriel Brochero, aunque el modo de ejercer el ministerio y
la extensión territorial ciertamente fueron muy diferentes (el Valle de
Traslasierra, donde fue Cura José Gabriel Brochero, contaba con 10.000 habitantes).
De hecho, así como Vianney es patrono de los párrocos en la Iglesia, Brochero
lo es de los curas en Argentina.
Para ser sensatos, no existe “un”
modo de ejercer el ministerio ordenado, y, por lo tanto, sería falso evaluar el
modo de ejercerlo de uno a la luz del ejercicio de otro. En estos tiempos, y en
América Latina, por ejemplo, no parece posible ser cura de sólo 250 “feligreses”,
y, además, tampoco que el cura pase sus horas solamente en la administración de
sacramentos (no fue el caso de Brochero, tampoco). Pero nadie cuestionaría la
enorme dedicación al “cuidado” (= cura) de las “almas” de parte de unos o de
otros.
Con poco más de 200.000
habitantes en 1976, la Provincia de La Rioja, Argentina tuvo también sus curas.
Curas dedicados al “cuidado” (= cura) de las personas (ya no se hablaba de “almas”).
Y esos curas, también tenían quien, a su vez, los “cuidaba”: su obispo, Enrique
Angelelli. Pastor que no quiso abandonar a su pueblo ni a sus curas cuando se
iba cerrando el espiral de violencia sobre su persona.
Celosos de la fama que iba
alcanzando el Cura de Ars, muchos curas vecinos lo denunciaron ante el obispo.
Y muchos laicos, curas y obispos, también, denunciaron a Angelelli. Las
autoridades eclesiásticas no dieron cabida a ambas denuncias, pero, en este
caso, en La Rioja, se había implantado la muerte en las esferas del poder, y la
complicidad o el miedo en las eclesiásticas. Y Angelelli, también un 4 de agosto,
fue asesinado. Sencillamente. Y silenciado. Debieron pasar muchas aguas bajo
muchos puentes, y levantarse muchas voces – quizás el caso más insistente, aunque
no el único – fue el del obispo de Neuquén, Jaime de Nevares, para que el poder
judicial y el poder eclesiástico reconocieran el martirio.
Ser cura implica una dedicación
de servicio al cuidado de aquellas personas que nos han sido confiadas. Al modo
del ministro, ciertamente. No fueron lo mismo Vianney, Brochero y Angelelli.
Pero – en todos los casos – había un pueblo y, cada quien, a su modo, con sus
capacidades, vivió, se gastó y desgastó hasta el final de sus días a su
servicio. Servir y no ser servido, claramente. De eso se trata ser cura; ¡y
ejemplos tenemos!
foto de Vianney tomada de Wikipedia, y del cadaver de Enrique Angelelli de https://www.periodicodesdeboedo.com.ar/angelelli-2/
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