Ellos no, ¡yo sí!
Eduardo de la Serna
Una de las críticas habituales que se escuchaban decir contra los
sistemas marxistas, en sus diferentes variantes, es que “la gente” no podía
salir de los países. Las balsas de Cuba o el muro de Berlín eran un buen
ejemplo de esto. Y antes de continuar quiero señalar que no voy a cuestionar
esto (aunque debería ser analizado, como ocurre con todos los datos). Y esto,
así mirado, me parece lamentable. Especialmente por las muertes provocadas en
los intentos de fuga.
Por el otro lado, el sistema “liberal-capitalista” nos enseñaba que
la libertad es el valor supremo (cosa que también debería analizarse y
cuestionarse, quizás), y en los países capitalistas los que querían podían
moverse, salir, entrar, viajar… Y este era un dogma inamovible, incuestionable
e intocable.
Pues quisiera “tocarlo”, “moverlo” y “cuestionarlo” al menos un
poco.
Una vez dije, y recibí críticas de todo tipo, que eso no era cierto
ya que los pobres no podían salir o viajar. Esa libertad era (¡es!) relativa.
Es de los que “tienen”, no de los que “son”.
Claro que algunos tienen tan “naturalizado” el sistema que dicen que
los pobres “pueden”, sí, pero no les alcanza. Es decir, tendrían la posibilidad
de hacerlo si tuvieran el dinero, cosa que no ocurre en el sistema comunista en
el que no pueden aunque quieran. Eso es lo que dicen, pero lo cierto es que no
pueden.
Para reforzar esta
idea, Javier González Fraga – economista ligado al gobierno macrista – afirmó
que "le hicieron creer a un empleado medio que su sueldo medio servía
para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse al exterior. Eso fue una
ilusión, eso no era normal". Lo normal es que eso pueda hacerlo solamente
quien tiene dinero. Es una naturalización de la meritocracia (¡palabra
detestable, si las hay!).
Ya había comentado
Leonardo Boff el enojo de “señoras” que ahora no podían ir a París porque allí había
ido el portero de su edificio. Son las “aberraciones” (o una de las) del
populismo. Resulta que pareciera que el tema no es que “la gente” pueda salir o
entrar, sino que “yo” pueda hacerlo. Cuando quiera. Como quiera. Era el enojo
de algunos “cacerolos”: que el gobierno no les dejaba hacer lo que ellos querían.
Pero parece que sí se enojan cuando los “empleados medios” (¡y qué no decir de
los pobres!) viajan (o compran cosas que no debieran). Yo debo poder hacer lo
que quiero, ¡ellos no!
Parece que el único
viaje que les está permitido a los pobres es el de migrar en balsas o sobre
trenes para llegar – los escasos sobrevivientes – a un trabajo casi esclavo en
los “paraísos de la libertad”. Un viaje de placer no les está permitido, el “poderoso
caballero” es – en realidad – amigo de muy pocos. Que puedan hacerlo en sus
sueños o en potencia no significa que realmente puedan concretarlo. Si lo
hicieran, el sistema entero peligra a causa del “populismo”. Desaparecido el “marxismo”,
ateo, perverso y enemigo de la propiedad privada (ahí radica el verdadero ateísmo
que les preocupa) el populismo se ha transformado en “el enemigo”, hasta el
punto que Venezuela se pone en paralelo a Cuba en el “top three” de la
perversión y maldad (Corea del norte sería el tercero), aunque en realidad el
enemigo a vencer sea China.
La cosa es sencilla,
hay que indignarse por los que no pueden salir de sistemas marxistas, pero enojarse
a su vez de los que salen de sistemas capitalistas, salvo cuando sale lo que antes
se llamaba “gente como uno”. Porque los primeros son defensores de la propiedad
privada, los segundos son defensores de la igualdad. Y es evidente que no somos
iguales con los “trabajadores medios”. Ellos deberían aprender que están “condenados
al éxito” de ser empleados nuestros, disfrutar los favores que les hacemos de
pagarles un salario, que debería ser más bajo aún, y disfrutar de algunas ropas
usadas que pueden adquirir en Cáritas. Bastante tienen con eso como para encima
soñar con utopías populistas.
Cuadro tomado de http://historiaybiografias.com/gobierno_populista/
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