¿Hay una reconciliación nacional?
Eduardo
de la Serna
Pasado ya un buen tiempo de
la maravillosa marcha contra el fallo fallado de la Corte por el 2x1, y su
sincronicidad con la falla episcopal insistiendo en la reconciliación nacional
y la cultura del encuentro, me surge una reflexión que quizás aporte.
No sé si los obispos sabían
o no de la inminencia del fallo de la corte. Hay indicios o sospechas
encontrados.
Supongo (quiero suponer) que
varios obispos no estaban de acuerdo con las invitaciones a una serie monocolor
de personas para “informarse” sobre la “violencia” de hace ¡41 años! Imagino en
ese caso que actitudes corporativas, presiones ad intra o el pago de derecho de piso o incluso una extraña
teología que confunde comunión con uniformidad motiva silencios, lo cierto es que no se
escucharon (más que off the record)
voces disidentes.
Es fácil imaginar quién o
quiénes motorizaron la medida episcopal que, si bien es cierto no fue el tema
central de la asamblea, sería de enorme torpeza y desconexión con la realidad
ignorar que trascendería casi como si fuera lo único de lo que los obispos
hablaron e hicieron. Es triste, en ese caso, que un obispo emérito parezca
llevar de las narices a un plenario movido por sus miedos y por una dizque
teología que en la práctica ignora. Basta con mirar otros episcopados
(recientemente ante la huelga general del 28 de abril en Brasil ¡104 obispos
(20 arzobispos)! adhirieron a la misma sin que a nadie se le moviera un pelo pensando en
la ruptura de la comunión episcopal).
Pero veamos un poco más. No hace
falta señalar que muchas cosas se hacen, obviamente, en nombre de bellas
palabras. Nadie diría “¡vamos por la violencia!”, por el contrario insistirán
en la paz y –a lo sumo– dirán que esta violencia actual es del pasado y se
intenta solucionar. Nadie dirá “somos corruptos”, sino que la corrupción es de
otros y se está intentando apagar el pasado populismo. La reconciliación, por
caso, es una “buena palabra”. ¿Quién negaría que es bueno que unos amigos se
reconcilien? Ahora bien, si un matrimonio se ha separado por violencia de
género, la deseada reconciliación implicaría –sin duda– que el violento haga
desaparecer de raíz todo gesto o signo de violencia, manifieste todo el
arrepentimiento necesario, pida perdón a la víctima, etc. Que ambos se reúnan
sin todo esto no es reconciliación sino una suerte de suicidio anticipado.
Pero… además, es importante
señalar que esa reconciliación (o no) es personal. Sin duda alguna, la víctima
tiene todo el derecho del mundo en no quererla y nadie tiene derecho a
pretenderla. Es posible que un amigo intente convencerla de que “ha cambiado”, “quiere
otra oportunidad”, etc… (lo cual suele ser excusa y mentira, es sabido) pero nadie
puede negarle a la víctima el derecho de no aceptarlo.
Otro pero… la reconciliación
es algo personal. Como lo es la reconciliación sacramental en la que una
persona “pecadora” pide a Dios por intermedio de un ministro el perdón. ¿Es
posible una “reconciliación nacional”?
Es evidente que es posible
(y así ha ocurrido) que un representante de una comunidad ofensora pida público
perdón. Y –como en los casos anteriores– es posible que alguien les crea y
otros no. Son derechos de unos y otros. Pero eso no implica que haya esa tal
reconciliación. Veamos ejemplos: en Colombia, la guerrilla de las FARC han
firmado con el Gobierno colombiano unos acuerdos de paz (algo que hemos celebrado)
pero eso no implica que todos los guerrilleros de las FARC estén de acuerdo con
ello, o que todos los miembros de las Fuerzas Armadas lo estén. De hecho hay
disidentes que siguen en su actitud de uno y otro bando. El general Balza puede
haber pedido perdón a la sociedad argentina por lo hecho por el Ejército
argentino, pero eso no impide que muchos militares le dieran la espalda al presidente
y Jefe de las Fuerzas Armadas de la Argentina, Néstor Kirchner cuando dio un
discurso. Los obispos pueden haber pronunciado un lavado pedido de perdón que
no implica que todos los obispos firmaran. En ese caso, ¿de qué reconciliación
se hablaría?
Me permito una analogía. En
los casos de abuso sexual de niñas o niños por parte de curas, hay muchos que persisten
en el ocultamiento. Se trata de un pecado –dicen– y todos somos pecadores. Si
hay reconciliación sacramental es suficiente. Ignoran que una es la
reconciliación sacramental y otra, ¡muy otra!, es la situación civil. Además de
pecado, hay un delito y ese delito tiene sus penas (no todos los pecados son
delito, como no todos los delitos son pecado, recordemos).
Si los genocidas se han
reconciliado sacramentalmente es un tema (discutible, por otra parte, ya que el
“pecado” es público, por lo que el pedido de perdón también debe serlo), pero nada de
eso impide que la sociedad civil siga su curso de Memoria, Verdad y Justicia.
Pretender una supuesta
reconciliación nacional (y más cuando quienes la proponen están claramente del
lado de los ofensores como parece el caso del Episcopado Argentino en general) es –sin duda alguna– una búsqueda de impunidad. Y nada
atentaría más contra esa supuesta reconciliación que la impunidad. No es eso lo
que buscamos ni pretendemos. La institución eclesiástica, antes que nada debería reconciliarse con el Evangelio del Reino, reconciliarse con la sociedad, y hasta consigo misma antes de pretenderlo para "otros". La reconciliación no tiene nada que ver en esto, y
entorpecer la justicia (aunque más no sea con discursos o lobbis) no se parece
en nada al Evangelio ni a la Patria que deseamos. No olvidamos, no perdonamos, ¡no nos reconciliamos!
Foto tomada de youtube.com
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