Jesús es alimento
para la vida
CUERPO Y SANGRE DE CRISTO - "A"
CUERPO Y SANGRE DE CRISTO - "A"
Eduardo de la Serna
Lectura del libro del Deuteronomio 8, 2-3. 14b-16a
Resumen: Con una invitación central a hacer memoria del obrar de Dios en el desierto, desde la salida de Egipto, hasta la llegada a la tierra de la promesa, Israel es llamado a “no olvidar” el obrar de Dios que, si bien se manifiesta en que Dios alimentó a su pueblo y no se desentendió de él, fundamentalmente lo ha sostenido con su palabra, expresada en los mandamientos.
En el contexto del desierto, el Deuteronomio invita constantemente a hacer memoria. El verbo “¡acuérdate! Se repite insistentemente (5,15; 8,2.18; 15,15; 16,12; 24,18.22). Lo que se invita particularmente a recordar es “que fuiste esclavo en Egipto” y que Dios intervino activamente en su liberación. Por eso Israel tiene con Dios un compromiso de lealtad que queda expresado en los mandamientos que marcan el corazón del libro. La intervención liberadora de Dios está sintetizada en esa frase, pero no se trata solamente de que “te sacó” sino también de su compañía en la travesía. Evidentemente, por la fiesta litúrgica, el texto escogido está centrado en el maná, aunque no sea el único tema del texto. Se ha propuesto que la unidad (8,1-20) está formada de un modo concéntrico:
A.- Exhortación a la
vida (v.1)
B.- Referencia al
desierto (vv.2-4)
C.- Referencia al a
Tierra prometida (v.7-9)
D.- Exhortación
central: ¡no olvidar! (v.11)
C.- Referencia a la
tierra prometida (vv.12-13)
B.- referencia al
desierto (vv.14-16)
A.- Advertencia de
muerte (vv. 19-20).
Como
se ve, en este caso, el texto litúrgico solamente está constituido por la
referencia a la memoria del desierto. El problema estará que al llegar a la
tierra prometida, al vivir en la abundancia, Israel correrá el riesgo (en
realidad es una crítica a lo que de hecho ocurrió según la perspectiva del
Deuteronomio) a olvidar a Dios. La prosperidad (muchas veces atribuida a los
ídolos) hace olvidar al Dios del desierto. Evidentemente el grito “¡Recuerda!”
es paralelo a “no olvidar” (v.11), cf. Dt 4,9.23.31; 6,12; 8,11.14.19; 9,7;
25,19, 26,13; 31,21; 32,18.
Como
a un hijo Dios probaba a Israel para ver lo que había en su corazón (vv.2.16).
El maná era simplemente un elemento, porque la palabra de Dios (= los
mandamientos) son lo que en realidad sostiene al pueblo.
Resumen: Pablo pone en estrecha relación el cuerpo eclesial con el pan y el vino eucarísticos. Esta comida pone en comunión de hermanos a los participantes entre ellos y con Cristo. Esta comunión es la clave de la eclesialidad reflejada en el pan y vino compartidos.
La
unidad y la organización interna de los capítulos 8, 9 y 10 de la primera carta
a los Corintios no es fácil de señalar. En 10,1, con el vocativo “hermanos” comienza una unidad
caracterizada por un comentario bíblico “en
figura” (typos, vv.6.11). El uso
de la conjunción “por eso” (hôste) en
v.14 invita a pensar que todavía sigue el planteo (la referencia a la idolatría
debe entenderse en continuidad con v.7. El v.15: “les hablo como a prudentes, juzguen ustedes mismos” puede ser la
conclusión de toda la unidad pasada, con lo que invita a actuar prudentemente
evitando repetir los pecados de los antiguos, o dar comienzo a la nueva unidad,
con lo que invita a no comer en “la mesa
de los ídolos / demonios” y al mismo
tiempo en “la mesa del Señor”
(vv.20-21). En v.23 retoma el tema de la carne ofrecida a los ídolos (v.28), la
importancia de la conciencia (vv.25.27.28.29) y el problema del escándalo (v.32)
que había sido tema principal en el cap. 8.
En
este marco, la referencia al pan y la copa (vv.16.17.21) marcan la sub-unidad.
La comida y bebida de los sacrificios (thysías)
pone en comunión (koinônoì) con el
altar (thysiastêríou) (v.18) según
cree el “Israel según la carne”.
Pablo, que se sabe judío, sabe también que en general los judíos no han
aceptado a Cristo, no han dado el paso “del
espíritu”, se han quedado en el tiempo de “la carne” (Rom 9,3.5). “Carne” y “espíritu” son dos espacios opuestos en Pablo, pero no han de
entenderse en un sentido antropológico (al estilo platónico) sino como un salto
a una nueva era (la era del espíritu) con lo que la carne ha dejado su fuerza
(Rom 8,4.5.13, Gal 5,17). Los del Israel según la carne son “mis hermanos”, para Pablo, y él trata de
entender por qué no han sabido ser del espíritu y reconocer a Cristo (a eso
dedica todos los capítulos 9 a 11 de la carta a los Romanos). A este Israel se
refiere al hacer referencia a los “sacrificios”
con los que entran en “comunión” con
el “altar de los sacrificios”.
La
conclusión y el contraste de las dos comuniones –con el Señor y con los
demonios- son dos situaciones que no pueden vivirse al mismo tiempo, y Pablo no
quiere que los destinatarios “entren en
comunión con los demonios” porque así provocarían “los celos” del Señor (vv.21-22).
La
primera parte, la comunión con la copa y el pan del Señor, constituyen la
lectura del día. El acento está puesto en la copa – sangre y el pan – cuerpo
como comunión (koinônía) con Cristo.
El
paralelo con la comunión con las víctimas es la clave de interpretación en esta
parte destacando las “tres koinônías”
(con el pan – copa, con las víctimas, con los ídolos). Ahora bien, ¿cómo
entender esta koinônía? En los
escritos griegos es escasa la relación entre comida sacrificial y comunión con
la divinidad, y el tema no se desarrolla en el Antiguo Testamento, por tanto
¿qué estaría diciendo Pablo? En ese sentido es posible que la idea de
“comunión” sea entre los participantes, como se ve en v.17 donde los
participantes son “el cuerpo del Señor”
dando un paso del cuerpo personal de Cristo al cuerpo eclesial. Pero no se
trata de una simple “comida comunitaria” sino de una comida en la que Cristo
participa, y es su cuerpo y su sangre lo que se comparte, se participa de los
beneficios de su “muerte por” en la comunidad de los salvados.
La
doble pregunta de Pablo “no es acaso”
es retórica, y Pablo sabe que los corintios conocen la respuesta afirmativa. La
“copa de bendición” es frecuente en
los banquetes de acción de gracias, y en la cena pascual y en toda comida en la
que hubiera vino. Del mismo modo, la referencia a que el pan es “partido” remite a los primeros tiempos
cristianos en referencia a la cena pascual de Jesús antes de la pasión (cf. 1
Cor 11,24) en la que cuerpo y sangre están unidos (con lo que es razonable
pensar que Pablo está recurriendo a un texto antiguo que Pablo aplica a la
comunidad en v.17 pasando de “un pan”
a “un cuerpo” en sentido eclesial). La
unicidad del pan gesta la unicidad del cuerpo. La misma referencia puede verse
en el relato eucarístico de 1 Cor 11,17-34 donde ante la situación provocada
por los ricos que comen su propia cena sin esperar a los pobres, Pablo les dice
que eso “no es la cena del Señor” (v.20) y les diré que el que “come y bebe”
sin discernir el “Cuerpo”, “come y bebe su propio castigo” (v.29). Estos no han
sabido discernir que su hermano pobre es miembro de su propio “Cuerpo” (ese es
el “cuerpo” que no disciernen, por eso no dice “cuerpo y sangre” a pesar que
inmediatamente antes y después habla de “comer y beber”).
Resumen: En el discurso del pan de vida, donde se nos invita a recibir por fe a Jesús en la vida, se incorpora un texto –aparentemente chocante- donde se da un paso más invitando a los lectores a “comer” y “beber” la carne y la sangre del “hijo del hombre”. Sólo al recibirlo podremos acceder a la vida divina.
Desde hace mucho tiempo se sostiene que la unidad que la liturgia hoy propone fue añadida por un redactor al Evangelio con intenciones sacramentales. Jesús había pronunciado un largo discurso presentándose a sí mismo como “pan” invitando a “recibirlo”, el sentido estaba dirigido a que recibir a Jesús por la fe da la vida a los creyentes. El tema es característico del cuarto Evangelio: la fe conduce a la vida divina. Sin embargo, ante algunas ausencias que se consideraban importantes, algún miembro de la comunidad incorporó una serie de temas para que el Evangelio fuera mejor recibido. El texto litúrgico de hoy es un ejemplo de esto.
La
novedad comienza con la referencia a que lo que se come es la “carne” (v.51)
tema que volverá en los versos siguientes: vv.52.53.54.55. El texto típicamente
joánico, por otra parte, con el doble “en verdad” (v.53) parece aportar la
clave, esta “carne” es la del “hijo del hombre” que en Juan tiene un sentido importante
(13 veces; 12 en la primera parte del Evangelio); el “hijo del hombre”, que
parece remitir al personaje del libro de Daniel, hace referencia a la
autoconciencia de sí que tiene el Jesús de Juan, esto es al “hijo” que se hace
“carne” para “dar vida”.
El
clásico malentendido, propio de Juan para avanzar en la revelación se
manifiesta en este caso en la comprensión de los judíos en clave “antropofagia”,
algo ciertamente chocante y que suena a amenaza (Lev 26,29; Dt 28,53-57; Jer
19,9; Ez 5,10…) a lo que Jesús añade algo todavía más duro: “beber la sangre”,
algo no sólo prohibido (Gen 9,4; Dt 12,16.23; Lev 3,17; 7,26-27; 17,10-14;
19,26) sino expresamente condenado a muerte (Lev 7,27; 17,14). La paradoja de
Jesús viene precisamente dada porque en este caso, el del “hijo del hombre”, el
que come y bebe tiene vida, y el que no la como no podrá tenerla (en un clásico
paralelismo antitético), aunque hay que recordar que en Juan zôê – el verbo aquí usado - se refiere a
la vida divina:
- (-) si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes.
- (+) El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. (vv. 53-54)
Pero
esta comida y bebida, su carne y sangre son comida “de verdad” (alêthês), término característico en Juan
para designar las cosas auténticas: “Dios es veraz” (3,33), y como veraz ha
enviado a Jesús (8,26).
Esta
comida y bebida engendran una inhabitación entre Jesús y el que come y bebe.
Esto está expresado con el verbo “permanecer” (menein) que es también importante en Juan para designar esta mutua
pertenencia (cf. 15,1-10).
Otro
término, propio de Juan y característico de esta estrecha relación entre el
Padre y el hijo, y –partiendo de esto- los creyentes es el “envío”. Con la
misma autoridad de quien envía, siendo que lo que el Padre dice o hace, lo dice
o hace el Hijo con su misma autoridad. En este caso, el Padre viviente da vida
al hijo, esa misma vida la reciben los que “coman” a Jesús (“me coma”) (v.57).
El
texto finaliza con una imagen ya utilizada al hablar del maná (pan que comieron
los padres) pero murieron. En este caso, este pan da vida (zôê) eterna.
Una
nota sobre los verbos de “comer”. En el capítulo 6 el verbo esthíô (comer, en aoristo éfagon) es muy usado:
5.23.26.31(x2).49.50.51.52.53.58 pero en vv.54.56.57.58 (y en 13,18) utiliza trôgô (masticar, algo que en un primer
momento se decía de los animales, aunque luego se asimilaron, pero pareciera
más “material”). Seguramente la intención de la mutua asimilación, lo chocante
de la comida humana y la bebida de sangre se ven reforzados con el uso de este
verbo, aunque no debe olvidarse que se trata de “masticar” la “carne” y beber
la “sangre” del hijo del hombre, la palabra encarnada que revela al Padre y de
ese modo nos da la vida divina.
Cuadro
de Mark Chagall tomado de jewishstudies.eteacherbiblical.com
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