El amor extremo de Dios
SANTÍSIMA TRINIDAD – “A”
Eduardo de la Serna
La
Santísima Trinidad es un tema central y principal de nuestra fe cristiana, pero
no es un tema que se encuentra explicitado en la Biblia. Así, las lecturas no
desarrollan este tema (aunque la lectura de san Pablo lo insinúa, como se
verá). En cierto modo podemos decir que estas son seleccionadas por dos
razones: porque dicen “algo” sobre Dios, y porque comienza –en cierto modo- a
vislumbrarse el tema trinitario. Acotemos que decir que no son temas
explicitados en la Biblia no implica decir que no son temas “importantes”, o
que no tienen “fundamento”, puesto que sí lo tiene, como se dijo. La tradición
eclesial, y en especial la tradición apostólica y sub-apostólica (que también
valoran los hermanos protestantes) se expresa en los primeros concilios, como
los de Nicea y Constantinopla donde el tema es explicitado, y forma, por lo
tanto, parte fundamental de nuestra fe. Sin embargo, aclarado esto, nos
dedicaremos en este espacio a comentar los textos bíblicos, con los límites
señalados, pero para ayudar a descubrir sus riquezas.
Resumen: El Dios de Moisés se presenta como un Dios de cercanía en favor de su pueblo a pesar de su actitud caracterizada por las iniquidades y pecados. Dios se caracteriza por su ternura y su amor.
El
texto del Éxodo, como lo es en general el conjunto de la Torah es confuso y
entremezclado; se ha hablado de una serie de documentos que lo conforman. Lo cierto
es que parecen descubrirse más de una mano en él. Mientras Moisés quería ver la
gloria de Dios (33,18) más adelante Dios le afirma que él mismo escribirá sus
palabras en las tablas de piedra que Moisés ha tallado (34,1). Esta imagen más
antropomórfica de Dios contrasta con lo que sigue donde Dios desciende “en la
nube” (v.5). Moisés allí “proclamó el nombre” de Yahvé. Esto ocupa el centro
del relato, destacándose en él los atributos que la Biblia afirma de Dios:
Como
se afirma en otras partes destacando los atributos propios del Dios de la
Biblia, se lo menciona como «Mas tú, Señor, Dios clemente [rahûm] y compasivo [hanûn], tardo a la cólera [’f],
lleno de amor [jesed] y de verdad [’emet]» (Sal 86,15; 103,8; 145,8; cf. Jl
2,13; Jon 4,12).
Lo primero: “misericordioso y clemente” (Neh 9,17.31; Sal 11,4). Por su parte,
el par “amor y verdad” se encuentra x36 en el A.T., por ejemplo: Sal 25,10;
26,3; 40,11.12; 57,4.11; 61,8; 69,14; 85,11; 89,15; 108,5; 115,1; 117,2; 138,2.
Cada
uno de estos términos merecería un amplio comentario –especialmente porque no
han de entenderse en el sentido que utilizamos habitualmente. Simplemente
resumamos diciendo que rahum
(clemente) puede entenderse como ternura, el amor de madre; hanûn (compasión) se entiende como
misericordia, gracia; ’f (cólera) es
el enojo, resoplido, amargura; jesed
(amor) es solidaridad, responsabilidad, gracia, gratuidad, confianza y ‘emet (verdad) es fidelidad, lealtad,
firmeza, constancia. Todo esto se predica de Dios a quien se lo llama “Yahvé”.
Yahvé
es el nombre que la Biblia da a su Dios. Decir el nombre es en cierta manera
definirlo, es reconocer función, o capacidad. Todas estas capacidades se dicen
del Dios de Israel; a esto ha de sumarse que el mismo nombre alude al “ser” [el
nombre puede querer decir “yo soy el que soy” en el sentido reduplicativo que
contrasta con los ídolos, que no son, o también “yo soy el que estoy (contigo)”
en el sentido del Dios que camina con su pueblo]. Este es el Dios al que Moisés
proclama, al que le reconoce que:
“castiga
los males hasta la tercera generación pero perdona y ama por mil generaciones”
[este párrafo, v.7 está omitido por la liturgia]. El acento aquí está
–obviamente- en el contraste entre tres o cuatro que castiga y que persona “por
miles”. Israel no ha sido un pueblo fiel, pero…
A
continuación se afirma que Moisés “cae en
tierra” y desde allí –precisamente por la capacidad de perdonar de Dios,
que acaba de señalar, pide el perdón para Israel que es “un pueblo duro de
cabeza” recibiéndolo como su herencia. Postrarse es algo que se hace ante Dios
(Gen 24,26.48; Ex 4,31; 12,27; Num 22,31; 1 Cro 29,20; 2 Cro 20,18; 29,30; Neh
8,6) aunque también es posible una postración reverencial ante un rey (Ex
43,28; 1 Sam 24,8; 1 Re 1,16.31) o ante un hombre de Dios (1 Sam 28,14). “Si
hallé gracia (hen, favor; muchas
veces semejante a hesed), camine el
Señor (’adôn) con nosotros” perdonando nuestras “iniquidades (‘ôn) y pecados (hama’t)” y “haciéndonos tu herencia (nhl)”. Dios camina en medio de su pueblo a pesar de ser “cabeza dura” (Ex 32,9; 33,3.5; Dt
9,6.13).
La
Biblia no “define” a Dios, no dice “cómo” es en un sentido teórico, pero no
duda en mostrar su obrar en la historia caracterizado por su actitud siempre
presente en favor de su pueblo.
Lectura
de la segunda carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 13, 11-13
Resumen: Terminando su carta a los
corintios, Pablo los invita a un modo de vida concreto, caracterizado por el
amor y la paz lo cual será reflejo de la presencia de Dios entre ellos,
expresado como gracia, amor y comunión como una especie de característica de
Cristo, el Padre y el Espíritu respectivamente.
Con un nuevo vocativo, hermanos,
Pablo concluye exhortativamente la carta. Lo que él pretende de la comunidad
son frutos de la presencia del espíritu como la alegría y la paz, que
deben comunicarse entre sí. Pero también pretende la plena preparación (katartizô), que se consuelen (parakaleô, 18 veces en 2 Cor), y tengan
un mismo sentir (Flp 2,2; 4,2; Rom 12,16), es decir, que la comunidad
crezca unida, frente a tantas semillas y signos de desunión que ha enfrentado.
De este modo, estará presente entre ellos el Dios del amor y la paz.
El saludo mutuo, beso santo y
el saludo de parte de los santos es propio de las conclusiones paulinas
(Rom 16,16; 1 Cor 16,20; 1 Tes 5,20). La novedad, quizá de las más
sorprendentes, viene dada en el versículo final, uno de los textos
aparentemente más trinitarios del NT sólo comparable al final de Mateo (28,20).
¿Es un texto tomado de alguna liturgia? Es posible, pero parece preferible
suponer que el texto fue luego adoptado por su ritmo litúrgico. Probablemente
la división frecuente de los corintios y los signos de desunión lo hayan hecho
presentar como contraposición la unidad divina. Las operaciones son atribuidas
a cada persona ya que la gracia la remite a Cristo, el amor
a Dios (Padre) y la comunión es fruto de la presencia del Espíritu.
Si el Dios de amor y paz está en medio de la comunidad pacificada
y unida, estos dones definitivos se harán presentes definitivamente y serán
generadores de unidad, de común-unidad.
Los frutos definitivos de la presencia del
Espíritu, don escatológico por excelencia, son la paz, y la unidad. Pablo
entiende que esto también es iniciativa divina, pero que debemos pedir, y
trabajar para que llegue a nosotros. Por eso lo principal es ver que esos
mismos dones, junto con el amor se dan en el seno mismo de Dios (Trinidad). Por
eso es de esperar que también se den en el seno de la comunidad cristiana y por
ello debemos trabajar y -especialmente- debemos pedir a Dios sus dones. Podemos
decir que la unidad y la diversidad en la Trinidad son el reflejo de lo que
deben ser todas las relaciones humanas, desde las políticas a las eclesiales.
Así la comunidad llena de Dios estará en condiciones de anunciarlo con la vida
a los varones y mujeres de todos los tiempos y lugares.
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 3, 16-18
Resumen: Dios ama paradojalmente a aquellos que lo rechazarán, y la manifestación de ese amor es la donación de su Hijo único, el amado. El amor es lo que muestra a Dios tal cual es.
El cap. 3 de Juan presenta el encuentro y diálogo entre Jesús y Nicodemo; sin embargo, en algún momento (entre los vv.13 y 15) el texto parece abandonar el diálogo y pasar a ser un monólogo de Jesús y Nicodemo desaparece; algunos afirman que se pasa a un himno cristiano sobre el amor de Dios. Ciertamente esto ocurre antes de v.22 donde Jesús se traslada a Judea.
Lo que se destaca es que “Dios amó al mundo”, y
tanto que “dio” a su “Hijo único”. Es interesante que, en general, el término
amor (verbo y sustantivo) en la primera parte del Evangelio (Jn 1-12) fundamentalmente
se dice de Dios o de otros, mientras que en la segunda parte (Jn 13-20/21) se
dice del Hijo. En este caso, se destaca el destinatario del amor de Dios: el
mundo, y la medida: dar al Hijo. El mundo, en general, en Juan es el ambiente
hostil a Dios y a Jesús, sus enemigos. Sin duda el ambiente en el que la
comunidad joánica vive se encuentra con un amplio ambiento hostil a la que
cualifican de “mundo” (kosmos). Dios,
que ama primero, lo amó, pero el mundo lo ha odiado: “no lo conoció” (1,10)
aunque quite “el pecado del mundo” (1,29) y es “el Salvador del mundo” (4,42),
da “vida al mundo” (6,33) y es su luz (8,12; 9,5; 12,46; cf. 1,9) pero odia a
Jesús y a los suyos (7,7; 15,18; 17,14; cf. 16,20) porque Jesús no es “de este
mundo” (8,23), ni lo son los suyos (15,19; 17,16), que tiene como “príncipe” al
diablo (12,31; 14,30; 16,11), por eso no recibe al Espíritu (14,17), no conoce
a Dios (17,25), porque no tiene la paz verdadera (14,27), con su Pascua Jesús
ha “vencido al mundo” (16,33) porque su “reino no es de este mundo” (18,36). Es
decir, no se refiere a dos “universos”, como el “cielo y la tierra” sino a dos
grupos diferenciados por creer o no en Jesús.
Lo paradojal viene dado en que Dios ama a quienes
serán sus adversarios, y como manifestación de ese amor se señala la donación
de su Hijo, al que llama “único” reforzando el amor y la intimidad (1,14.18;
probablemente pensando en Abraham e Isaac, cf. Gen 22,12.16). En Juan el “amor” (agapê) es tema clave. Dios amó “al mundo” (3,16; 1 Juan 4,9) aunque los “hombres” amaron las
tinieblas (3,19), tanto ama que nos
llama hijos (1 Juan 3,1). El Padre ama al hijo (3,35; 10,17), y el hijo al Padre (14,31), los amigos se aman (11,5). El amor de Jesús
“a los suyos” fue hasta “el extremo”
(13,1) e invita a amar “como él”
(13,34; 15,12), “hasta dar la vida”
(15,13; 1 Juan 3,16), tanto que el “amor” revela a los “discípulos” (13,35).
Hay relación entre “amor” y “mandamientos” (14,15) pero el mandamiento es el
del amor (15,17). Hay una interrelación de amar a Jesús, a Dios, y ser amado
(14,21.23.24; 15,10; 17,23.26; 1 Juan 4,7.12). El que ama a su hermano
permanece “en la luz” (1 Juan 2,10), tanto que no ama a Dios quien no ama a su
hermano (1 Juan 3,17; 4,20), pero Dios siempre
ama primero (1 Juan 4,10.19) y el amor hace desaparecer el temor (1 Juan
4,18). El amor del Padre por el mundo viene mostrado por su “don”, Jesús es don
de Dios para que el mundo se salve y tenga vida.
La relación viene dada por “creer”, y el contraste
entre “perecer” – tener “vida eterna” que en v.17 se aclaran como “juzgar” y
“salvar”. Esta relación “perecer” – “ser juzgado” y tener “vida eterna” y
“salvación” viene dada por el verbo “creer” y “no creer” (en tiempo perfecto,
es decir, no haber creído y seguir en esa actitud increyente), que es creer “en
él” (el Hijo único) o no creer “en el nombre” (= la persona). Los que “no
creen” son los que constituyen “el mundo” a pesar del amor que Dios les ha
manifestado ya que su salvación-vida eterna es lo que Dios quiere y ha
manifestado en su amor.
Icono
tomado de mertonpito.blogspot.com
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