Un imperio cruel y violento
Comentando un libro
de Anathea E. Poirter-Young (2)
Eduardo de la Serna
Hace un tiempo comentamos la
primera parte del – a mi juicio – excelente libro de Anathea E. Poirter Young,
Apocalipsis contra Imperio. Teologías de resistencia en el judaísmo antiguo
(Verbo Divino 2016) [http://blogeduopp1.blogspot.com/2018/04/la-resistencia-al-discurso-hegemonico.html]. Quisiera hoy decir algo sobre la segunda parte (los caps.
II al VI), donde presenta los acontecimientos históricos con notable precisión
y detalle. Comentaré aquí los caps II al V dejando el VI, el principal, para
una nueva entrega.
En la segunda parte,
histórica, analiza la dominación seléucida. Lo hace con mucha solidez como
afirma J. J. Collins en el prólogo: “de un modo poco habitual entre los
especialistas (…) desde… Hengel, no habíamos visto una descripción tan densa de
la historia y la política seléucidas (…) el profundo examen del trasfondo
histórico (…) una importante contribución al estudio de Judea bajo la
dominación seléucida y al conocimiento del contexto social…” (10). Los 5
capítulos comienzan con el gobierno helenístico desde Alejandro (cap. 2), la
Judea seléucida (cap. 3), la sexta guerra siria, Jasón y la reconquista (cap.
4), el terror de Estado (cap. 5) y – finalmente – el edicto de Antíoco y la
persecución (cap. 6).
La A. analiza [cap.2]
especialmente a los seléucidas y su ideología imperial a la muerte de Alejandro
como se ve, particularmente, en las monedas acuñadas por Seleuco I. El
territorio de Celesiria (Judea incluida) es reclamado tanto por estos como por
los ptolomeos, lo que causa las diferentes “guerras sirias” hasta que en el año
200 es dominado por aquellos, entre otras causas por el apoyo prestado por los
jefes judíos a Antíoco III. Hay dos documentos, conservados por Flavio Josefo
(A.J. 12,138-144 y 145-146), que marcan la “piedra angular” para comprender la
“Jerusalén seléucida” (E. Bickerman): 1. una “carta a Tolomeo”, gobernador de Celesiria y Fenicia que incluye
un pago del rey al templo (20.000
dracmas de plata), la restauración del santuario y exención de impuestos, el
derecho del pueblo a gobernarse por sus “leyes ancestrales”, la Gerusía está
exenta de impuestos y la exención impositiva por tres años a los que regresen a
Jerusalén luego de la guerra y libertad a los prisioneros que recuperarán sus
propiedades. 2. El programma, decreto
centrado en el templo y pureza dentro de la ciudad. Sin duda ambas favorecían a
los sectores sacerdotales. La ciudad es reflejo del cuerpo (Mary Douglas),
también de sus límites. Ambos textos remiten a una coexistencia pacífica, pero
hay un elemento oculto: los seléucidas son quienes “permiten”, con lo cual su
supremacía queda implícita, las leyes derivan del emperador, no de Dios. Esto
es típico de los imperios de dominación: “toleran la autonomía local, pero
redefiniéndola”, las costumbres y leyes ancestrales derivan del gobierno
seléucida, no de Dios (110). El mantenimiento de la guarnición militar, por
ejemplo, era un evidente signo de sometimiento, sólo la alimentación de los 150
elefantes implicaba proveer entre 150 y 250 kilos de vegetales para cada uno,
algo que provoca un agravamiento de la situación rural, indudablemente. El
empobrecimiento fue notable y el país quedó arruinado (A. J. 12.129) y el
tráfico de esclavos fue en aumento. La grieta entre la elite gobernante y las
clases inferiores crecía y en la práctica, los sacerdotes eran “agentes del
imperio”. No es evidente si por “leyes ancestrales” se refiere a la “ley de
Moisés” o se incluyen tradiciones orales. De todos modos, es bueno notar que no
todos los judíos estaban unánimes al tener esto en cuenta. La tradición (Homi
K. Bhabha) otorga una forma parcial de identificación, no es solamente
heredada, es producida utilizando e inventando el pasado para construir
identidad y significado en el presente (128). Es lo que E. Hobsbawn llama “la
tradición inventada”. Así, escribir implica imponer la voluntad de Dios sea en
acuerdo o en oposición a la autoridad dominante. Aquí encontraremos un importante
medio de resistencia durante Antíoco IV.
Pero el dominio seléucida
luego de la batalla de Panio (200 a.C.) encontró su límite cuando diez años más
tarde Antíoco III fue derrotado por los romanos [cap.3]. Esto llevó a un
tratado en Apamea muy humillante para los helenos: límites en las actividades
en Europa y Asia Menor, desmantelamiento de la unidad de elefantes, reducción
de la marina a solo 10 barcos e indemnización alimentaria y económica: 15.000
talentos de plata, 3.000 de inmediato y 1.000 anuales durante 12 años además
del envío de 20 rehenes reemplazables cada tres años… Los deseos expansionistas
de los seléucidas se vieron muy limitados (aunque no bloqueados del todo). Para
pagar la deuda, Antíoco y sus sucesores (Seleuco IV -187-175- y Antíoco IV
-175-164) recurrieron a nuevas fuentes de ingresos. El templo de Jerusalén fue
una de ellas lo que provocó tensiones en la aristocracia sacerdotal. En este
contexto se ha hallado una estela donde se ve la imposición seléucida de un
nuevo calendario, lo cual marca una clara violencia simbólica. Para los judíos,
es Dios y no el imperio el que establece los tiempos y las estaciones. Los
funcionarios deben cumplir una nueva serie de indicaciones – ahora bajo control
de un funcionario real, Heliodoro – ampliando el carácter de la administración.
Y estas indicaciones “deberán cumplirse”. Esto, grabado en la piedra señala la
perdurabilidad del imperio, y colocado como un monumento pasa a naturalizarse
como un paisaje. La supervisión imperial al templo es vista como necesaria,
como deseable para las elites. Esto goza del beneplácito de los dioses. La
lógica implícita es: sin la aplicación de la política real no hay debido
cuidado, sin debido cuidado los dioses estarán descontentos, con el descontento
de los dioses el pueblo estará inseguro. La lógica del miedo funciona y es
obligatoria y el funcionario delegado lo controla severamente. Esto se
encuentra referido en 2 Mac 3,1-4,6 y ha de haber ocurrido entre 178 y 175
(muerte de Seleuco IV). Seleuco – según 2 Mac – respetaba el Templo, pero se
entromete un “administrador”, Simón. Es este para el autor de 2 Mac (a quien la
A. llama en adelante el “epitomador”)
el sacerdote – que lleva al pueblo por los caminos de infidelidad – y no el rey
el responsable de la crisis. Es la infidelidad de los judíos y no el poder
político el causante. El nuevo sacerdote, Jasón (4,10), y el nuevo rey, Antíoco
IV (4,7) alientan el “modo de vida griego” lo cual preanuncia un desastre
(4,16). Para el epitomador la opresión griega es vista como castigo de Dios por
haber abandonado el pueblo los cominos de Dios. El imperio prefiere un lenguaje
de reciprocidad que le sirve para “convertir la dominación pura y dura en
interacción” (John Ma). La lucha entre distintos grupos para acceder al sumo
sacerdocio y sus privilegios llevó a luchas violentas y nuevas facciones. En
este contexto el “helenismo” es presentado en 2 Mac en oposición al “judaísmo”
como modos de vida opuestos. Pero si bien había tensión entre ambos no
necesariamente han de ser vistos como opuestos. Lo cierto es que Jasón compra
al rey el cargo con tres privilegios: establecer un gimnasio, un centro
educativo y reconocer la ciudadanía de Antioquía para la elite de la ciudad
(4,9). Jasón rebaja las “leyes ancestrales” que Antíoco III había reconocido
aceptando otras en paralelo. Los centros educativos incluían la formación
militar, la virtud principal era la “disciplina” como también lo eran los
gimnasios. Las clases altas pudieron alcanzar sus “propios objetivos de
eficacia” (Arthur M. Frank). La vestimenta (y la desnudez) era típicamente
griega; estos estaban orgullosos de sus cuerpos desnudos que los distinguían de
los “bárbaros”. La desnudez habitualmente era relacionada con la vergüenza en
la mentalidad hebrea (tanto en la Biblia como en Qumrán, por ejemplo). El uso
de aceite es ambiguo, ya que tenía también connotaciones sagradas. Los
sacerdotes dejan de cumplir sus funciones para recibir su parte de aceite
(suministro). La desnudez, por otra parte, dejaba expuesta la circuncisión que
marcaba la condición de judío a la vista, pero era incompatible con el modo
“griego” lo cual dificultaba el “ascenso social”. Esto se manifestaba,
asimismo, en la vestidura griega y el uso del sombrero de ala ancha (“petaso”,
cf. 2 Mac 4,12) sombrero de viajero, típico de Hermes, dios vinculado a los
gimnasios, la educación y a la masculinidad. Sin dudas, la brecha entre las
clases acomodadas y los ambientes campesinos se ampliaba considerablemente. La
adopción de “lo extranjero” es visto por el epitomador como signo de impiedad.
Jasón no sólo es visto como impío sino también como falso sacerdote (4,13). Los
sacerdotes en general han abandonado los sacrificios para asistir a los juegos,
prefieren la lucha al culto (4,14). Pero eso que tanto admiraban se ha
transformado en su castigo (4,16; cf. 1 Mac 1,15). Para ser precisos el
helenismo no es enemigo de la ley de Dios, los reyes no eran promotores
culturales. La cultura helenista, manifestada en las muchas ciudades fundadas
es vista como “superior”, pero la “helenización” es una consecuencia, no una
meta del imperialismo (168). La fundación de ciudades sirvió a las necesidades
económicas, y también militares. Elementos como los gimnasios servían para la
moral de los colonizadores, y eran estructuras esenciales para la gobernación
del imperio. Pero eso no impedía establecer lazos con las poblaciones. Ya
Alejandro adoptó prácticas y vestimentas, y obligó a casarse con mujeres
locales a 92 de sus oficiales cosa que continuaron los seléucidas. Se respetaba
las costumbres, incluida la religión como estrategia de unificación y reforzar
el control real. Eso no impide que entre esos dos mundos haya fronteras (es la
frontera, no el contenido cultural, lo que define a un grupo étnico, F. Barth).
Una comunidad étnica es “una determinada población humana con mitos de
antepasados comunes, memoria histórica compartida, uno o más elementos de
cultura común, vinculación con una patria y sentido de solidaridad entre al
menos alguno de sus miembros” (J. Hutchinson – A. Smith). Pero en la cultura
puede haber “hibridación” ya que ésta puede variar. Es decir, el intercambio
entre las culturas judía y helenista no marcaron la disolución de ninguna de
las dos identidades. Hay un proceso continuo de reconfiguración de las identidades.
No hay un rechazo abierto del helenismo sino crítico de los poderes imperiales.
Pero algunos miembros de la elite intentaron reconfigurar las identidades de
Jerusalén para hacerlas más compatibles con las helenistas lo que conducirá a
nueva venta del sumo sacerdocio (172 a.C.) lo cual culminará violentamente.
Esto amenazará la identidad judía lo que llevará a revestir tradiciones,
lugares, prácticas pasadas a resignificarlas con nuevas tradiciones y nueva
identidad. La persecución intentaba borrarlas definitivamente. Esto se definió
como conflicto entre el “judaísmo” y el “helenismo” aunque no fue propiamente
así. Pero los datos en juegos de etnopoder muestran la habilidad y la violencia
simbólica que desplegaban los reyes para hacer visible la dominación. Así, el
“helenismo” era una metáfora del poder y encontró resistencia en quienes creían
que el “judaísmo” se definía por su propiedad, que incluía lo religioso. Pero
nunca ocurrió que los judíos rechazaran “todo lo griego”, sí rechazaban la
helenización intencional de los “reformadores” y los instrumentos y símbolos de
dominación.
La sexta guerra siria (170-168
a.C.) enfrentó a los seléucidas y los ptolomeos [cap. 4], pero la intervención
romana puso fin al conflicto estableciendo nuevas condiciones. Daniel y 2
Macabeos aluden a estos momentos. La presencia de Antíoco IV fue sumamente
grave y no es fácil de comprender en todos sus pasos. Algunos lo interpretan
como loco (Epímanes, releído en Epífanes), si no lo estaba, sí parece
bastante descontrolado luego de la derrota en Egipto. Pero ¿tienen lógica sus
políticas? Todo indica un intento de reconquista del imperio para lo cual la
destrucción, el orden por medio del terror y la gloria por la humillación
parecen comprensibles. Si Seleuco había dejado de pagar la deuda a Roma,
Antíoco pagó prácticamente todo eliminando la dependencia. Reconstruyó la flota
y fue recibido procesionalmente en Jerusalén (la procesión también es
propaganda ideológica que dice legitimidad del poder, protección divina,
riqueza…) señalando públicamente el intercambio: Jasón consolidaba sus
ambiciones sacerdotales en Judea y Antíoco preparaba la guerra. Pero Menelao
prometió a Antíoco pagar 300 talentos de plata más que lo que había pagado
Jasón para obtener el sacerdocio, cosa que favorecía los intentos bélicos del
emperador (2 Mac 4,24). Esto, que aportarían los sectores campesinos de Judea,
resultaba una carga imposible (de hecho, Menelao no pudo cumplir con su pago
prometido). Pero, además, por lo que sabemos, Menelao no pertenecía a la
familia de Josué y – además – con esta acción el cargo más sagrado de Israel
resultaba ahora una mercadería. Para garantizar sus intereses, los seléucidas
habían establecido una suerte de cuartel en la ciudad: el Acra. Cuartel que
recordaba a todos que Judea no era totalmente independiente, ni siquiera con
los privilegios de Antíoco III; era un lugar de gobierno y poder con presencia
militar que amenazaba con violencia en cualquier momento. Sóstrates, jefe de
Jerusalén, reclama el pago que Menelao no puede efectuar, para lo cual recurre
al robo (probablemente saqueando el templo). Onías, antiguo sumo sacerdote, es
asesinado lo cual es referido en Daniel y el Libro de los Sueños [LS]. Menelao
nombra a su hermano Lisímaco a cargo del templo, pero la continuidad de los
saqueos provoca una revuelta popular armada de “piedras, palos y cenizas”
(4,41), esta última quizás para reafirmar el orden de la creación
contrarrestando el sacrilegio de Lisímaco. Pero Menelao, sobornando obtuvo la
absolución y el castigo a la Gerusía.
Pero el clima de guerra civil estaba preparado. Entre tanto, el ex sumo
sacerdote Jasón preparaba un ejército y la falsa noticia de la muerte del rey
lo alentó a dirigirse a la ciudad (5,5). Por un tiempo la ciudad apoyó a Jasón,
pero le duró poco enfrentándose contra su propio pueblo (5,6) lo que lo llevó a
huir a tierra amonita hasta el fin de sus días (5,7-10). Esto no implica una
ciudad dividida en dos bandos, ciertamente. Pero esto motivó a Antíoco a
aplastar la rebelión, algo que continuó después de la fuga de Jasón: expulsó a
Onías IV, aspirante al sumo sacerdocio, proscribió toda práctica sacerdotal,
buscando ampliar al máximo el poder seléucida disminuyendo al máximo toda
autonomía judía. Antíoco había llevado a cabo dos campañas en Egipto (169 y 168
a.C.). No hay unanimidad acerca de la suerte de estas campañas. Parece que en
la primera no logró llegar a Alejandría por lo que emprende la segunda que es
frenada por intervención del Senado romano el “Día de Eleusis”. Algunos han
visto aquí una derrota de Antíoco (como ya lo había dicho en p.185). Pero ¿cuál
era la intención de Antíoco? A pesar de la orden de retiro, Roma reconoce el
derecho seléucida sobre Celesiria y Fenicia además que había frenado un intento
bélico que los Lágidas estaban planeando. En ese sentido, la aparente derrota
debería verse como un gran éxito además de asegurar la amistad de los romanos.
No es seguro, además, que el texto de Dn 11,30-31 aluda a esta situación sino a
la gravedad de su edicto. La lógica de Antíoco, entonces, tiene que ver con la
reconquista y el terrorismo de estado; la conquista aportaría beneficios
materiales, pero sobre todo simbólicos y prácticos más estimables. El rey era
visto como un dios que podía así recrear todo, y que era amenazado por la
insurrección. Así Antíoco puede recrear el imperio. Según el epitomador 40.000
fueron asesinados y otro tanto vendidos como esclavos (aunque en p.221 n.11
relativiza las cifras); los habitantes fueron tomados como “cautivos”, y un
conquistador helenista tenía poder absoluto sobre los conquistados. Para ser
recreador, recurre a la represión y el terror de Estado buscando una
perspectiva que expresamente quisieron revelar.
El mecanismo principal para la
reconquista de Judea, aplicado por Antíoco fue el “terror de Estado” [cap. 5].
De hecho, “el miedo, la ansiedad y hasta el terror formaron siempre parte del
contexto para la interacción judaica con el imperio seléucida” (219). Pero el
terror lleva a la persona “al borde de la ruptura”, es empleado como mecanismo
de control social: matanzas, secuestros, invasión de hogares y saqueo del
templo como un espectacular despliegue de poder imperial acaban, por el terror,
con la ilusión de una Judea autónoma. El rey no intentó en ningún momento una
respuesta legal sino desde el poder. No buscaba a los responsables sino
implantar el terror para rehacer una ciudad nueva creación suya con un nuevo
orden. Todos, en especial los indefensos (viejos, mujeres, niños, doncellas,
infantes, cf. 2 Mac 5,13) fueron ejecutados o esclavizados. Los asesinatos en
las casas llevaban el terror al espacio de la intimidad, la seguridad
transformándolos violando los límites espaciales, sociales y personales, como
si el cosmos hubiera vuelto al caos. Los límites (semejantes a los de pureza e
impureza) están anulados, la muerte infecta a la vida. Los secuestros (en
general para vender como esclavos, lo que reporta beneficios económicos; unas
67 dracmas por esclavo) también son actos de terror llevándolos a una muerte
social en la que Antíoco es el amo sin control ni límite alguno. La violencia
se inscribe en el cuerpo subyugados con un tiempo y un espacio simbólicos
suprimiendo la historicidad. Pero en este caso, el objetivo no era el
“desaparecido” [utiliza ese término, tomado de 2 Mac 5,13 aplicado en concreto
a los casos de secuestros] sino los que permanecían y sus efectos traumáticos
de tensión y esperanza cargada de miedo. Esto va unido al saqueo del templo por
valor de 1.800 talentos (2 Mac 5,15-16.21), pero – como en el caso de los
secuestros – lo económico es secundario siendo primordial la afirmación del
poder. La santidad de Dios, del pueblo y del templo eran claramente negadas
(con la complicidad del sacerdote Menelao). Pero, además, el saqueo era una
suerte de guerra mágica y psicológica. Aunque no se tratara, en este caso, de
las imágenes de los dioses, los objetos de culto mostraban la impotencia; se
trataba del puente entre el pueblo y Dios y cooperaban en el “orden del mundo”.
A lo ya hecho por Nabucodonosor cuatro siglos antes, se añade el candelabro
(garantía de la presencia de Dios) y la cortina (separaba lo sagrado, el orden
del tiempo y el espacio establecidos por Dios). Antíoco destruía como paso
previo a la re-construcción. El simbolismo de la creación acompaña todo el
ambiente de terror ya que el templo es el espacio que refleja el cosmos y es
punto intermedio entre la presencia de Dios y su pueblo. El rey niega el poder
de Dios allí donde se hace visible e incuestionable. Para los apocalípticos, la
santidad de Dios acabará imponiéndose (Dn 8,14). Esto lleva a Jerusalén a la
“vergüenza” que es un mecanismo de control social y suele ser explotado en ese
sentido. En algunos puede servir para provocar la resistencia replanteándola
desde el “honor”. Así juega un rol la lamentación y puede servir para la restauración
de la relación con Dios (Dn 9,7).
Pero después del saqueo del
templo, Antíoco nombra nuevos gobernadores para administrar el orden y las
finanzas (recordando a los capataces egipcios, Ex 1,11, son puestos para la
opresión del pueblo, 2 Mac 5,22). Filipo es excepcionalmente salvaje y lo
acompaña el jefe militar Apolonio, con 22.000 mercenarios. Originalmente llegan
con palabras de paz ganándose la confianza para súbitamente comenzar una nueva
oleada de matanzas y deportaciones incluyendo la destrucción de las murallas de
la ciudad (“una ciudad sin murallas no es ciudad”, Dion Crisóstomo, Pausanias)
y el reforzamiento de las del Acra. El sábado Apolonio realizó un desfile
militar, que son estudiadas manifestaciones de poder manipulando la identidad
colectiva, sumadas a la admiración y el miedo, y manifestando “control sobre la
propia violencia”, así el orden imperial protege la paz civil. El objetivo, una
vez más, es aterrorizar a la población. Un ejército de mercenarios entra en
Jerusalén, como en su casa, recordando el poder del rey y que estaban para
quedarse. Hacerlo en sábado, además, refuerza el intento del rey de ponerse en
el lugar de Dios. Como una fiesta de Año nuevo se afirma el orden sobre el
tiempo al identificarse al general o rey triunfante con la divinidad creadora.
Cuando el pueblo estaba reunido para el espectáculo estalló la escena de
destrucción. Las referencias a los gimnasios (carreras, dromos, luchas) remarcan la crueldad del contraste sangriento con
lo que había atraído a los ciudadanos jóvenes. Las torturas y ejecuciones
públicas mostraban la violencia descontrolada de la fuerza imperial.
Los apocalipsis mostrarán que
esto no es ni necesario, ni verdadero, ni eterno. Un grupo (2 Mac 5,27) huirá
al desierto, mostrando un nuevo modo de resistencia, centrándose en Judas
Macabeo. La importancia simbólica del desierto es fuerte en Israel desde
tiempos de Moisés. Es estar fuera de la ciudad y del alcance de la maquinaria
del terror. Allí se pueden seguir los preceptos de Dios con lo que comienza una
nueva etapa de liberación en la que Él es el protagonista. En el Apocalipsis de los Animales (en LS) los
judíos son representados como ovejas, mientras los reyes helenísticos son
buitres, águilas, milanos y cuervos que los ciegan y devoran (1 Hen 90,2-3).
Daniel presenta una imagen humana en contraste con las bestias, especialmente
la cuarta (helenistas). El anciano restablecerá el orden justo entre el pueblo
y Dios. Para esto es necesaria la “memoria”: “la respuesta ordinaria a las
atrocidades es desterrarlas de la conciencia. Ciertas violaciones del pacto
social son demasiado terribles para referirse a ellas en voz alta: este es el
significado de la palabra indecible”
(J. Herman). Pero, para el individuo y la nación el único modo de salir adelante
es recordar y hablar; “recordar y contar la verdad sobre acontecimientos
terribles son requisitos previos para la restauración del orden social y para
la curación de las víctimas individuales” (263). El epitomador impidió que se
apagase o borrase el recuerdo. Pero el trauma tiene el efecto de “detener el
tiempo”, el terror se asoma una y otra vez en el presente por lo que las
víctimas se desconectan de la historia y son incapaces de esperanza. Es que el
trauma se graba en la memoria de modo diferente a otras experiencias,
resistiéndose a la forma narrativa. Se codifican como sensaciones e imágenes
intensas. Esto ocurre hasta que el recuerdo puede ser ubicado en un nuevo
esquema de orden que permite “entender”. Los apocalipsis reconectan pasado,
presente y futuro a fin de que los lectores recuperen la historia y caminen
hacia adelante con esperanza. Se abren a nuevos entendimientos, reciben
nuevamente lenguaje, tiempo y significado.
Breves notas:
Llama la atención las
frecuentes referencias a países o situaciones del Tercer Mundo, algo no
habitual en los estudios académicos del así llamado “Primero”: “Latinoamérica”
(p.219 n.4), Colombia (ib. n.8); Zaire y Camboya (275 n.22); México (297
nn.67.70); la resistencia aborigen en Australia (576 n.22); Sudán del Sur (578
y n.27); y especialmente es llamativa la referencia a la Argentina (p.189 n.12;
198; 200 n.50 [“guerra sucia” ¿vista como “guerra civil”?], p.225 y n.21
[“guerra sucia”]: “Los estudios antropológicos sobre el terrorismo de Estado en
Argentina, que están en la vanguardia de la investigación científica sobre este
fenómeno de una manera más amplia, proporcionan también un recurso importante
para la comprensión de la dinámica del terrorismo de Estado en el mundo
antiguo”, 229 n.38; 247 [aunque no había publicitación de los hechos sino
ocultamiento por los MCS]; 290 n.58 [no se entiende la referencia a que “se
combatió en el terreno inexplorado del alma humana. Se trataba de forzar a la
gente a romper tabúes y violar convicciones religiosas y personales como un
medio de destruir la identidad”]). Las referencias ocurren especialmente al
hablar de “terrorismo de Estado”, lo cual es razonable. Y justo. Quizás se
podrían precisar o pulir algunos conceptos, como el de “guerra sucia”, puesto
que no hubo “guerra alguna” sino, precisamente terrorismo de Estado. Y la
gestación de un clima de terror no fue “pública”. Se contó con la oportuna
complicidad de los Medios de comunicación (debidamente favorecidos por Papel
Prensa, por ejemplo) y con la negación psicológica de buena parte de la población:
“en algo andarían”, “por algo será” o cosas semejantes. Lamentablemente, ese
esquema mental sigue funcionando en otros climas de opresión, dominación o violencia
no solamente en Argentina.
La publicitación del “poder”
con su propaganda es particularmente vigente, especialmente en tiempos de “posverdad”
y de proliferación de “fake news”. La
sensación de que un poder oscuro se ha vuelto a imponer en américa Latina y el
Caribe no parece que deba entenderse como ajena a las realidades de opresión e
imperio. Pero esto no llega – aún, aunque hay excepciones – al extremo de los
martirios (casos como los de Bertha Cáceres, por ejemplo y la actual situación en
Nicaragua nos invitan a mantener un alerta profético que es indispensable).
Pero sobre los martirios corresponde hablar en la próxima entrega.
Foto tomada de http://www.apuntesdehistoria.com.ar/blog/terrorismo-de-estado-en-america-latina/
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