Lo que Jesús quiso… ¡o no!
Eduardo
de la Serna
Cada tanto, en la milenaria
historia de la Iglesia, vuelve al candelero la pregunta fundamental: ¿Jesús
quería?, ¿o querría? o, ¿qué diría? Y, desde el comienzo, debo señalar que creo
que la Iglesia, si quiere ser fiel a Jesús, si quiere ser ¡cristiana! (y claro
que debiera serlo, ¡siempre!) no puede, de ninguna manera, hacer o decir, o
callar algo diferente a lo que dijo o diría, hizo o haría su “fundador”. Pero…
El “pero”, ¡fundamental!, viene dado por una pregunta que entiendo
decisiva. ¿Cómo saber lo que Jesús decía o quería? Sin duda alguna los
contemporáneos estudios sobre el “Jesús histórico” tienen un aporte decisivo
para concluir acerca de esto. Ya ha pasado (entiendo que definitivamente) el
tiempo en el que se creía que no podemos saber nada de Jesús [en este texto
entiendo “Jesús” por el sujeto histórico, distinguiéndolo de todo aquello que
la fe confiesa sobre él: Cristo, Señor, hijo de Dios, etc.]; y también parece
desestimada la idea de que no es importante lo que podamos afirmar sobre Jesús
para nuestra vida creyente, la cual parte de la fe de la Iglesia en el
resucitado.
Una vez que, con los mesurados
modos de acceso a Jesús que podamos aplicar, nos aproximemos a Jesús, queda
todavía una pregunta que, sin duda, considero fundamental: ¿cómo distinguir
sensatamente lo que constituye el querer fundamental de Jesús, lo que
constituye su proyecto (el de Dios), el núcleo por el que comprometió su vida
hasta la muerte, de aquello que es ocasional, de lo que no es fundamental. Creo
que, teológicamente hablando, se trata de la “Encarnación”, es decir, ¿qué
cosas constituyen el proyecto de Jesús, se esté donde se esté y en el tiempo
que se esté, y qué cosas son propias de un tiempo y espacio dados por la
Encarnación. Ironicemos: que Jesús nunca haya comido una papa en su vida no
significa que no podamos comer papas fritas (repito, es un chascarrillo
ilustrativo). Pero yendo a lo profundo: en toda cultura hay un modo de relación
interpersonal, alimentos y dieta, vestuario, fiesta y duelo, juegos y
conflictos que se experimentan y viven de un modo diferente en otras culturas y/o
en otros tiempos. Es decir, afirmar que alguien (Jesús, en este caso) no hizo
ni hubiera hecho algo, la clave para ahondar en esto, me parece, radica en qué
hizo o no porque forma parte de su proyecto (el de Dios, el Reino) y qué cosas hizo
o dejó de hacer porque eran culturalmente apropiadas.
Queda, todavía, un tema. Me
parece que con frecuencia miramos a Jesús y su continuidad eclesial, más desde
el “derecho romano” que desde los Evangelios. Sin duda creo que Jesús eligió un
grupo para que lo acompañara en el anuncio y la predicación del Reino de Dios.
Ese grupo (conformado por varones y mujeres, con lo que marca un camino si no
inédito, sí infrecuente en su tiempo y cultura), que entró en crisis con el
escándalo de la cruz, cobró nuevas fuerzas con el anuncio de la resurrección
(haya sido esta como haya sido). El grupo de Jesús (sin duda bastante más que
Doce, un número claramente simbólico de Jesús para indicar que quiere restaurar
Israel) continúa con el anuncio de Jesús, aunque incluyendo la Pascua del Señor
como “sello” de parte de Dios del camino propuesto por su Hijo. Ahora bien,
afirmar esto no debiera llevar a la explicitación “jurídica” de que Jesús “fundó”,
“instituyó” la Iglesia (y, más dudoso aún, ¿cuándo?, ¿en qué momento preciso? y
acá, los estudios sobre el Jesús histórico tienen mucho por decir). Como bien
se ha dicho, no es tanto cuestión de si Jesús fundó la Iglesia como de si la Iglesia
se funda en Jesús. Y, lo mismo, entiendo que ha de decirse, sobre los
sacramentos (especialmente los dos más evidentemente “fundados” en las
Escrituras: el bautismo y la Cena del Señor = Eucaristía). Sin duda ninguna
creo que bautizar y celebrar la cena es algo que continúa el deseo de Jesús
(muy diferente es el modo de hacerlo, que puede estar cargado de elementos
culturales). Pero afirmar que “en tal momento” o con “tal palabra / gesto”
Jesús instituyó tal o cual sacramento me parece de un juridicismo insostenible.
Creo que la Iglesia, como comunidad de Jesús tiene la tarea de continuar su
obra y su proyecto (el de Dios) en todos los tiempos y espacios, adaptando todo
lo necesario sin renunciar a lo fundamental (el amor que nos constituye
hermanas y hermanos e hijos del Dios Abbá, especialmente). Y, por eso mismo, la
Iglesia puede modificar esto o lo otro, o incluso equivocarse (que no es el fin
del mundo ni la llegada del apocalipsis, sino simplemente equivocarse. Algo que
ocurre todo el tiempo). La presencia del Espíritu Santo garantiza que la
Iglesia de algún modo permanecerá fiel, no que no se equivocará. Algo que la
historia bimilenaria de la Santa Madre ha manifestado sobreabundantemente.
En suma, creo que la pregunta
fundamental sobre el querer de Jesús deberá estar acompañada de un humilde,
responsable y despojado tratamiento de las fuentes, los tiempos, las ciencias sociales,
los estudios bíblicos, evitando todo fundamentalismo que sólo contribuirá a
que, una vez más, la comunidad de Jesús no sepa “hacerse carne y poner su carpa
entre nosotros”. No se trata de “estar a la moda”, sin duda alguna, se trata de
encarnar el sueño de Dios en nuestro tiempo y espacio. Se trata de que, una vez
más, el querer de Jesús suele ser bastante subversivo. Aún para la misma
Iglesia.
Dibujo tomado de https://www.periodistadigital.com/cultura/religion/20180605/celebracion-memoria-subversiva-jesus-noticia-689401147663/
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