El
11 de la memoria
Eduardo
de la Serna
El 11 de septiembre es día de
memoria en muchas partes. Y muchas de ellas, trascendiendo las fronteras
locales, sean por el hecho en sí o por sus consecuencias.
Un 11 de septiembre de 1888 murió
en Paraguay Faustino Valentín Quiroga Sarmiento, al que luego le añadieron el
nombre “Domingo”, quizás por la devoción de su madre por el santo de Guzmán.
Persona controvertida, sin duda alguna, pero un verdadero “apóstol” de la
educación, hasta el punto de ser llamado “padre del aula”. Todos los 11 de
septiembre, entonces, en Argentina se rememora “el día del maestro”. Algo
especialmente denso cuando cantidades de docentes han de ser además de
maestros, todo un “paquete” de contención, que incluye desde el cuidado de la
salud, la alimentación, la prevención ante violencias familiares, y demás. Hoy,
más que centros educativos, miles de escuelas se han transformado en espacios
de alimentación (y la memoria de Sandra y Rubén, muertos cuando explotó un
artefacto de gas, un jueves en la cocina donde iban a preparar el mate cocido para los niños, sirve de ejemplo y
testimonio). Miles y miles de chicos y chicas van hoy a las escuelas
simplemente a comer, algo que -¿curiosamente?- el ministro de educación (y el
de Cultura haciéndole eco) parece desconocer, o manifestar ostensiblemente la
insensibilidad gubernamental. Algo que no pueden lograr en sus casas por la
debacle económica, social, laboral, etc sin que los “defensores de la familia”
tradicional digan una palabra. Vaya un abrazo a lxs miles y miles de maestrxs,
rurales y urbanxs que día a día siembran vida en millones de chicxs.
Un 11 de septiembre de 1973
murió la democracia en Chile, y a partir de allí se expandió la peste
dictatorial por varios países de Sudamérica. Escuchar al presidente de Brasil
vomitar su neurona anasináptica y referirse a Pinochet y al padre de la ex
presidenta Michelle Bachelet, revela que todavía hoy no son temas terminados,
asumidos e incorporados. Es cierto que, por ejemplo, las simpatías por Pinochet
en Chile son mucho mayores que las que hubiere por Videla en Argentina, como no
es lo mismo los resabios de banzerismo en Bolivia que los de Alvarez en
Uruguay. Cada país tuvo – luego de ese 11 de septiembre – sus “procesos”, y la
resolución de sus conflictos. Pero aquel año empezó una larga noche oscura en
nuestros países, muchas de cuyas consecuencias todavía hoy padecemos. El
neoliberalismo, sin duda alguna, es una de ellas, quizás la más grave (aunque
todavía permanezcamos sin saber y sin alcanzar justicia por lxs desaparecidxs,
lxs niñxs apropiadxs, y la verdad de los centros clandestinos de detención y
sus “patas” civiles).
El 11 de septiembre de 2001
dos aviones comerciales se estrellaron contra las torres gemelas. EEUU sintió
en su propia casa lo que miles de veces ellos provocaron y siguen provocando en
otros. Y entró en pánico. Casi 3.000 muertos revelaron al mundo el rostro de la
crueldad, o de lo que para unos es “venganza” y para otros “terrorismo”. O
ambas. Desde ese entonces, occidente fue, para todos mucho más inseguro. Viajar
por el mundo resultó “eterno” (en especial entrar en los EEUU), todos éramos (y
somos) espiados, todos los derechos quedaban en un segundo (o tercer) lugar
frente a la seguridad (una vez más) divinizada. Nuevas historias de “buenos y
malos” proliferaron las pantallas y la información. Y el mundo musulmán pasó a
ser el gran sospechado de todos los males que pudieran desencadenarse sobre “el
mundo”. Ciertamente este rio revuelto resultó un evidente espacio de ganancia
para los pescadores en medio del dolor, la violencia o la muerte. El espionaje
y los servicios y una nueva omnipresencia imperial en el “patio trasero” fue
una consecuencia de la que no son ajenos muchos triunfos electorales en América
Latina, desde Guatemala a la Argentina, pasando por Perú, Chile, Colombia, Ecuador,
y – por supuesto – Brasil. Sin olvidar la presencia entre trágica y cómica de
Juan Guaidó por las pantallas.
Parece que es bueno, hoy 11 de
septiembre, hacer memoria. Pero no para cantar un himno a Sarmiento, u ostentar
luto por los muertos, sino para tener bien presente (de eso se trata la
historia, de presente, no de pasado) las consecuencias de lo vivido, y las
huellas que todos y cada uno de nosotros podemos marcar en nuestra tierra para
los que mañana empezarán a caminar. Olvidar sería, simplemente, dejar el campo
preparado para nuevas atrocidades.
Gracias profe Eduardo y feliz día!!!!
ResponderBorrar