Me daría vergüenza
Eduardo
de la Serna
La “vergüenza” es una experiencia humana que
encontramos desde el primer al último libro de la Biblia. Con frecuencia,
ligada a la desnudez. Adán tiene vergüenza de que Dios lo vea desnudo (Gen
3,10). Es un miedo por la situación que lo revela de un modo que, ahora,
después de la desobediencia, siente como incómoda. En otras ocasiones es algo
insultante a un modo de obrar (Gen 34,14), o atentar contra la memoria (1 Sam
20,30). Las traducciones bíblicas con frecuencia recurren a la fórmula “cubierto/s
de vergüenza” (2 Sam 10,5; Sal 6,10). Ser o quedar avergonzado supone una
exposición que deja manifiesto ante otros algo ofensivo, molesto, incómodo… En
ocasiones (especialmente para el Israel bíblico, para el que la desnudez es
algo que ha de vivirse al interno de la casa) cubrir o descubrir la vergüenza alude
a la desnudez (Os 2,12). El consejo del ángel a la iglesia de Laodicea, tibia,
desnuda y ciega, es que “le compre” (a Dios) con qué tapar su vergüenza (Ap
3,18).
Las sociedades mediterráneas, que tanto valor dan al
honor (es decir el aprecio o desprecio público) saben que avergüenza hacer algo
que no sea coherente con ese valor público (ver Lc 16,3). Sinteticemos notando
que la vergüenza es algo que expone públicamente a alguien a una incomodidad,
temor o violencia visible. Tapar la vergüenza sería, entonces, evitar que sea
visto – y por lo tanto evaluado – por un público específico, algo que humilla.
El hecho vergonzante existe y, por lo tanto, se quisiera evitar su trascendencia.
Ahora bien, ¿qué ocurre con aquellas personas que por
diferentes motivos no se avergüenzan de lo que a otros / muchos / todos
avergonzaría? Podríamos dejar de lado las razones psicológicas de algunos
(psicópatas, diría un rápido diagnóstico, seguramente superficial). En los restantes,
seguramente – podemos pensarlo – habrá en muchos una contra fuerza muy potente
que hace que la vergüenza sea un peso menor que otro valor. Pero ese valor no
puede exhibirse (porque aumentaría la vergüenza), sólo puede disfrutarse entre
las mismas cuatro paredes que la desnudez bíblica.
Toda esta introducción sólo pretende dirigirse a una
simple conclusión. Mirando hoy, domingo, los diarios Clarín y La Nación… ¡qué
vergüenza me daría, ya no escribir en alguno de estos engendros… hasta
comprarlos! Pero, claro… para eso habría que, o bien ser capaces de “tener
vergüenza” o de no aceptar algo que la esconda bajo la alfombra.
Foto tomada de https://radiocut.fm/radioshow/verguenza-ajena/
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