La paciencia… ¿“todo lo alcanza”?
Eduardo de la Serna
Como se sabe, una pregunta muy
frecuente en la historia antigua, y de difícil respuesta aceptable de un modo
global, es el por qué del crecimiento de la Iglesia cristiana, especialmente en
los primeros siglos. ¿Cómo logra un grupo marginal, de una región marginal, con
una religiosidad marginal llegar a ser en relativamente poco tiempo, la
religión oficial del Imperio Romano? Hemos escuchado decenas de respuestas
infantiles o caricaturescas que no resisten el menor análisis: hablar del “poder”,
de “casamiento con el estado”, o de astucia casi maligna resulta, por lo menos
anacrónico. Otros recurren a respuestas no menos difusas: la presencia del
Espíritu Santo, la voluntad de Dios y su gracia. Algo, por un lado imposible de
mensurar con categorías históricas, y además cuestionables teológicamente como
si Dios fuera una suerte de “titiritero” de la historia. No seré yo quien
discuta la presencia del Espíritu de Dios, pero éste actúa en las causas reales
de la historia (“la gracia supone la naturaleza” dice un viejo adagio
teológico). Y estas son las que cuentan.
Intentando dar una respuesta
aceptable a esto, recientemente Alan Kreider ha publicado su obra: “La
Paciencia. El sorprendente fermento del cristianismo en el Imperio Romano”; ed.
Sígueme, Salamanca 2017 [original inglés de 2016]. Este cristiano menonita de
los EEUU ha publicado esta obra que él, ya jubilado, afirma que reúne “mis conocimientos sobre el cristianismo primitivo”.
En esta obra sostiene que hay
una serie de elementos fundamentales que dan razón al crecimiento: en primer
lugar, la paciencia, en segundo lugar, el habitus
(entendido en el sentido de Pierre Bourdieu) que constituye un fermento en el
seno de la sociedad, y luego, como emergencia de esto, la catequesis y el culto
(centrado en el bautismo, la eucaristía y los sermones y oraciones comunes). Concluye
con dos personajes fundamentales en la emergencia: Constantino y Agustín.
Al hablar de la Paciencia,
como el mismo título lo indica (porque será un tema que atraviesa toda la obra
[en inglés es The Patient Ferment of the Early Church]), no se detiene
solamente en la práctica de la “virtud de la paciencia”, sino en la teorización
de la misma. Esta no era tenida como algo valioso en el mundo greco romano,
pero – sin embargo – sí es valorada y teologizada desde el principio como se ve
en los escritos de diferentes cristianos de muy distintas regiones: Justino,
Clemente, Orígenes, Tertuliano, Cipriano, Lactancio… hasta el punto que decir
que es “la” virtud por excelencia, la más importante, puesto que “Dios es
paciente”. Con matices entre ellos, afirma Kreider, tienen en común que la
paciencia es una cualidad que se referencia al mismo Dios y se hace visible en
Jesús. Es algo que escapa al control humano y, como es evidente, no tiene apuro,
no es convencional, no es violenta (tiene una estrechísima relación con la paz),
promueve la libertad religiosa y se nutre de la esperanza. Muy lejos está de
una supuesta cualidad estoica como la que le atribuyen a la célebre oración de
Teresa de Ávila: la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene, nada le
falta ¡sólo Dios basta! No se trata de esfuerzo, autodominio, sacrificio, sino
de algo que remite siempre a Dios.
Sin duda hoy, la categoría “paciencia”
está cargada de nuevos y variados elementos, matices (positivos y no tanto) … Hay
muchas cualidades que las miramos antropocéntricamente. Y no es malo señalar la
diferencia, simplemente para evitar confusiones. Por ejemplo, yo puedo ser “de
poca fe” con ciertas personas, o tener o no esperanza en determinados
movimientos históricos. Pero cuando hablamos cristianamente de “esperanza”
hablamos de una esperanza puesta en Dios, no en las personas. Pero este Dios,
que no es “titiritero”, es uno que actúa en la historia, allí se manifiesta (lo
que ciertamente no significa que lo que ocurre en la historia sea necesariamente
querido por Dios, por ejemplo). En este caso, entonces, hablar de paciencia, no
debería por un lado entenderse desde una perspectiva meramente humana (tener
paciencia en los procesos históricos), pero tampoco desde una perspectiva
dualista. El Dios en el que creemos (el Dios paciente que actúa en Jesús, para
seguir con lo señalado en el libro) actúa en la historia (teológicamente lo
llamamos “encarnación”). Eso no implica caer en la ingenuidad de creer que
debemos ser pacientes y permitir que fermente “la cizaña” y no “el trigo”. El habitus debe acompañar esta paciencia,
porque se nutre de ella y se vive en la vida cotidiana. Pero es característico
de la “impaciencia” pretender controlar el cambio, acelerar los ritmos
(Constantino) mientras la paciencia tiene adelante el horizonte (esperanza), no
tiene apuro, pero sí un habitus,
cargado de paz, que es fermento para el crecimiento.
No está mal para pensarlo en
estos tiempos donde parece haber tanto impaciente dando vueltas.
Rodeados y rodeadas de medios de comunicación a quienes solo le interesa traer miedo a la sociedad y de esa forma "controlar" lo poco o mucho que queda de Fe para quienes solo la viven en situaciones límites...y ni que hablar de Las redes sociales que se encargan de aprobar o desaprobar lo que interesa de verdad a la inmensa mayoría...pues la paciencia parece esfumarse en medio de estos factores de Poder.
ResponderBorrarLa Fe que nosotres les cristianes experimentamos, queda sujeta a nuestra entera y personal relación con nuestro Padre y donde en estas fechas de liturgias fuertes que sacuden el Alma y el cuerpo y duelen y generan ansiedad también porque el espiral de vida que analizamos junto al Evangelio invita a eso...a que se reavive y se nazca de nuevo tantas veces lo necesitemos para recomensar...somos privilegiadas y privilegiados Señor por tu mensaje y la sabiduría que nos viene de vos para alcanzar la Paz...aunque a veces sea solo por unos instantes...