Oración en medio del Covid
Eduardo de la Serna
Una vez, después de encontrarme con “M”, golpeada por su pareja,
amenazada y aterrada, me preguntaba a mí mismo, ¿cómo puede “M” rezar?
Era, además, una continuidad y profundización de la pregunta, anterior
en el tiempo, acerca de cómo puede rezar el o la que se levanta a las 4-5 de la
mañana para salir a trabajar, viajar hacinado/a, ser maltratado/a por el patrón
o empleador, cuando no acosado/a, y volver a su casa donde les hijes lo esperan
con esto del colegio, que un compañero le pegó, que aquello del barrio, que la
hija tiene un atraso, o el hijo no puede salir de la droga. ¿Cómo puede rezar?
Y eso contrasta con el cura, el religioso o la religiosa que serenamente
puede entrar en oración y tiene tiempo para “rezar”. Casi pareciera que “por
eso” al cura y a les religioses “Dios los escucha”, porque están “más cerca de Dios”.
Y lo primero que recordaba es que la Biblia no duda en repetir una
y varias veces que Dios “escucha el clamor”. El clamor es el grito que nace del
dolor, de los capataces y sus látigos, de la sangre del hermano asesinado, de
la violencia… Me imagino que “M” en su llanto dirá “¡Ay, Dios!” y estoy convencido
que ese grito es más escuchado por Dios que la oración mejor hecha, bien
formulada y más estructurada de curas y monjas, como la mía. No digo que no sea
buena esta, no digo que no sirva, no digo que no sea oración… digo que Dios se
conmueve visceralmente ante el grito del dolor, y no puede (no que no sepa, no
que no quiera, ¡no puede!) permanecer indiferente ante el “ay” de M, o de todo
un pueblo.
Y relacionaba esto con las iglesias cerradas, y los que reclaman
que se abran para rezar… Porque una comunidad abierta para la celebración
comunitaria de la Eucaristía es una cosa (una cosa ciertamente deseable mañana
pero inconveniente por ahora), y otra es el reclamo de un espacio abierto para
rezar. Jesús hablaba (o Mateo, para ser más exactos) de encerrarse en lo
secreto de tu aposento (Mt 6,6). No hace falta un lugar especial (menos aun un
lugar sagrado) para el encuentro personal con Dios. No dejo de recordar,
además, a Esteban, que es lo suficientemente escandalizador como para decir “Dios
no está en el templo” hecho “por manos humanas” (no dice “Dios no está
solamente en el Templo” sino “no está allí”; cf. Hch 7,48). Y, entonces, me
viene la doble pregunta:
A.- cuando los que reclaman templos abiertos son los curas, me
pregunto si hemos formado laicos adultos y maduros capaces de vivir su fe “en
lo secreto”, o si nuestros reclamos son manifestación evidente de una mala
formación de los laicos, o – peor aún – si no nos sacude una motivación
económica, porque las parroquias “no tienen ingresos”. Simón el Mago,
agradecido.
B.- cuando los reclamos nacen de los laicos y laicas, me pregunto si
curas y religioses sabemos darles razón de la fe vivida en lo cotidiano, sin
necesidad de espacios sagrados, a la espera de la oportunidad de la fiesta
compartida por y con todos cuando mañana celebremos con alegría la vida y el encuentro.
Mientras tanto, en un barrio atestado por el covid-19, “rodeados”,
preocupados, creo que nuestra oración debería parecerse más al “ay” de “M” que a
la liturgia bien preparada, organizada y pulcra; todo lo cual que me hace formularme la
pregunta dolorosa: ¿qué Dios sería ese al que estamos rezando? El Dios de la Biblia
parece bastante ajeno a todo eso.
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