“Llorar es un sentimiento, mentir es pecado”
Eduardo de la Serna
Hace
muchos años, el (¿último?) gran dirigente sindical, Saúl Ubaldini, a quien
criticaban de lacrimógeno, usó la frase que elegimos de título. Una señora de
barrio se la había dicho. Y no está de más volver a insistir con este tema.
En
tiempos de “posverdad”, “fake news” y demás joyitas no está de más. Por
posverdad suele entenderse la actitud de creer, asumir como verdad, lo que yo
quiero creer. Sea o no cierta yo quiero creerlo. Siguiendo los clásicos, Perón
había señalado que “la única verdad es la realidad”. Para el mundo bíblico, la
verdad tenía que ver con la fidelidad de una palabra con la cosa. Así, aunque
hoy no suela identificarse (“es”) parece difícil negar que entre la verdad y la
realidad hay una relación estrecha. Pero, para ser justos, hay que distinguir
técnicamente, la mentira del mentiroso. Veamos.
Yo
puedo estar convencido, por un error, por mala información, por confiar o creer
en fuentes que no son ciertas que algo “es” o que algo ocurrió. En ese caso,
cuando yo lo repito, no digo la verdad, puesto que eso no ocurrió, o así no fue;
el hecho en sí “es mentira”, pero – por mi parte – no hay una intencionalidad
de mentir. Yo creo en la verdad del hecho. Me he equivocado (sea por mala
información, por ingenuidad, por pereza, o – en ocasiones – porque no quiero
creer otra cosa). El hecho es mentira, pero propiamente no soy un mentiroso sino
un equivocado. Distinto es cuando yo sé que algo no ocurrió, o que no “es” como
yo digo. En ese caso, el hecho es mentira y yo soy un mentiroso.
Pongamos
un ejemplo reciente: la jefa de “juntos-por-no-se-sabe-qué” acaba de afirmar que
“la premisa del PRO es «no mentir»” y, como puede saberlo cualquiera que simplemente
elija informarse, ¡eso es una mentira! Y es muy difícil creer que se trate de
una ingenuidad, o una equivocación. A veces, mentira y mentiroso/a van de la
mano, como ya hemos dicho.
Es
sabido que la mamá del ex presidente dijo que en ocasiones tuvo que pegarle a
su hijo cuando niño porque mentía todo el tiempo; cosa que todos sabemos que
sigue haciendo, si queremos mirar (“solo hay que saber mirar”).
Es
sabido, también, que una denunciadora compulsiva dijo que no iba a denunciar a
la mujer del presidente por su fiesta de cumpleaños porque no hace denuncias en
tiempos electorales. Pero cualquiera puede saber que se debía precisamente a
que ella hizo exactamente lo mismo, y con más gente y menos cuidados que el
expuesto en Olivos. Además, que ella hizo una denuncia falsa en su propia casa
ofrecida como escenario para una filmación escenográfica contra “la Morsa” en
tiempos electorales.
Es
sabido que se repitieron mentiras una y otra vez en una práctica goebbeliana
para lograr ser creídos (y se sigue haciendo) “algo queda”: que se robaron
todo, que no hubo golpe en Bolivia, que el gobierno anterior fue corrupto, que
no se pretende un poder judicial macrista, que se pretende una prensa
independiente... y hasta hubo quien creyó que ese era “el mejor equipo de los
últimos 50 años”.
Una
vez alguien dijo “¡la TV miente, la heladera no!” o que “Clarín miente” (lo que
es un pleonasmo, como subir arriba, o entrar adentro), o que el Covid era una
gripecita que no debía quitar el sueño, o que la vacuna era veneno, o que no
iba a haber vacunados, o que podíamos marchar para las fiestas patrias con un
flota-flota y quemar barbijos, y hasta poner bolsas mortuorias, o decir que defendemos
la libertad insultando al que libremente piensa distinto, y mentir sobre la
dictadura…
Sencillamente
recuerdo que mi viejo decía “si fulano me dice ‘buen día’, corro a buscar un paraguas”.
A lo mejor en “juntos por una mentira” (y el odio) podrían poner una fábrica de
paraguas. Sería una forma honesta (algo que desconocen, debo decirlo) de
ganarse la vida sin perjudicar a los demás.
Foto tomada de https://www.alamy.es/foto-cherburgo-noroeste-de-francia-fabrica-de-paraguas-le-veritable-cherbourg-126782839.html
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