Felices los derrotados
- otra Navidad -
Eduardo de la Serna
Celebrar la Navidad es algo que empieza a ser lo habitual en estos días, y
algo que se acelera a medida que se aproxima el 25 de diciembre. “¡Feliz Navidad!”,
decimos y repetimos casi sin entrar en el misterio. Casi sin siquiera creer
excesivamente.
Empecemos señalando que es evidente que en nuestra tierra el niño fue
derrotado por un anciano de risa hueca y cavernosa. El pesebre fue derrotado por
las guirnaldas del árbol. La pobreza por la ostentación. Dios por el Mercado.
Celebrar la Navidad es celebrar una derrota, entonces. Y si así es, no es
insensato preguntarnos si brindamos, abrazamos, nos hacemos uno con el
derrotado o con el derrotador. No es lo mismo, ciertamente. Y veamos:
Es evidente que en los Evangelios hay una estrecha relación entre la
Navidad y la Pascua. Navidad es Herodes y Pascua es Pilatos. Navidad es
pesebre, lugar del estiércol, Pascua es cruz, lugar de salivazos. Navidad es
pañales, Pascua es despojo de las vestiduras. La Navidad es anticipo y
preparación de la Pascua. Navidad y Pascua son expresión del poder romano que
obra a su antojo sin preocuparse por nadie, ni tampoco por la paz y la
justicia.
Sin duda que puede decirse, ¡es bueno decir!, que Dios tiene todavía una palabra. Tiene una palabra que decir en el pesebre “gran alegría para todo el pueblo” (Lc 2,10) como es grande la alegría de los discípulos al verlo resucitado (Lc 24,52) [curiosamente los términos “gran alegría” en los Evangelios solo se encuentran juntos en los relatos de la Navidad y la Pascua en Lucas y en Mateo, 2,10; 28,8, y sólo allí]. Por cierto, ni Herodes ni Pilato ni el Emperador tienen la última palabra en la historia, pero sería vaciarla de contenido ignorarlos. Nosotros hemos domesticado el pesebre y la cruz, pero no es así que los evangelios nos invitan a verlos.
Celebrar la Navidad, entonces, es empezar por una derrota. Derrota del nacimiento en un pesebre porque el Imperio ordenó un censo (Lucas) o porque se debe emprender raudamente la huida de los migrantes porque el rey Herodes, vasallo de Roma, no quiere sombras en su gobierno (Mateo). Derrota porque los que celebran su nacimiento son los pastores insignificantes (Lucas) o varios magos, expresión de la necedad y la ignorancia (Mateo). Derrota que anticipa la derrota suprema de “la muerte, ¡y muerte de cruz!”
Es cierto que todo esto se ubica en el
horizonte de la salvación. De la nuestra; de la de todo el pueblo. Jesús
recibirá el nombre Jeshuah, “Dios salva”, encargado por un ángel (Mateo
y Lucas), que será “hijo de Dios” (Mateo y Lucas); pero un hijo marcado desde su
nacimiento por el conflicto y la derrota. Insisto que la derrota no tiene la
última palabra, pero mal haríamos en negarla o invisibilizarla. Una derrota
anticipada en la Navidad y concretada en la Pascua. Llenada de sentido por Dios
también en la Navidad y la Pascua. Sentido que es vida. Pero vida plena.
Si la Navidad que celebramos es un triunfo
del Mercado, será una nueva derrota sumada a las anteriores. Si la Navidad es hollywoodense
será una derrota con más derrota. Pero si la Navidad nos hace solidarios con
los derrotados de la historia, nos hace abrazar a las víctimas sistemáticas y
perpetuas de los imperios, si la Navidad nos hace uno con la impotencia
avasallada por los poderosos, entonces esa Navidad estará llena de Dios. Se abrirá
en un nuevo horizonte, en una "gran alegría". Será una Navidad en la que la derrota abre misteriosa y
festivamente las puertas de la vida.
Imagen tomada de http://www.xtec.cat/sgfp/llicencies/200203/memories/prodriguez/nuevotestamento/inocenteshuida.htm
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