Milagros y exorcismos
Eduardo de la Serna
Siendo algo que parecería tener actualidad, no está
de más mirar qué dicen las Escrituras sobre lo que nosotros llamamos “milagros”
y “exorcismos” tanto en la Biblia como – especialmente – por parte de Jesús.
Si miramos biblias en castellano la palabra “milagro”
casi no existe en el Antiguo Testamento. Y, en realidad, cuando ocurre, se
refiere a cosas sencillamente maravillosas, o sorprendentes. Claro que, como es
evidente, siempre depende de las traducciones del hebreo (o arameo) al
castellano. Un par de palabras muy interesante, que sí se encuentra en la
Biblia, es “signos y prodigios” que lo encontramos 27 veces en la Biblia hebrea
(10 veces en Deuteronomio) y 16 en el NT (de los cuales 9 en Hechos de los Apóstoles).
Pero este par está ligado especialmente a los signos que hizo Moisés ante el
faraón, en Egipto y a lo que se supone hará el futuro “profeta semejante a Moisés”
que se espera (Dt 34,10-12). Es interesante que el “falso profeta” anunciado
por Jesús, “realizará signos y prodigios” (Mt 24,24; Mc 13,22). Hacer “signos y
prodigios” es algo propio de toda la Iglesia (no de algunos) para Hechos, signo
de que la Iglesia entera es – o debiera ser – un pueblo profético; es decir un
pueblo que hable de parte de Dios a toda la historia humana.
Los milagros de Jesús, y dejo por un momento el
hecho histórico, son en los Evangelios una predicación, es decir Jesús nos
quiere hacer ver (= fe), nos quiere poner “de pie” o estar “en camino”, etc.
Los Evangelios son una predicación para las comunidades, y la Buena Noticia es
que Jesús nos quiere vivos, creyentes, en camino, etc. Los evangelios casi no nos
dicen cómo fueron históricamente los acontecimientos. Es más, al narrarlos no
dan importancia al modo salvo cuando dicen que Jesús “tocó” o, directamente,
que “dijo”. Lo que los Evangelios quieren destacar, por encima de todo, es que algo
nuevo está comenzando, y a la humanidad ciega, paralizada, le ha llegado el momento
de comenzar de nuevo. Es decir, que Dios empieza a reinar y por eso pueden
vivir plenamente los sufrientes. Por eso hay que decir que los llamados “milagros”
de Jesús son inseparables de su predicación sobre el “reino de Dios”.
En cuanto a la palabra “exorcista/ ---mos” es más
extraño aún. Solo se encuentra una vez en toda la Biblia (Hch 19,13) y se
refiere a unos exorcistas judíos. Ni los primeros discípulos ni Jesús hicieron
jamás un exorcismo. Esto no significa negar que Jesús expulsara demonios, que
¡sí lo hacía! Pero no era algo fruto de rituales, como lo sería un exorcismo,
sino de una palabra pronunciada con autoridad. De nuevo entramos en el tema de
la palabra de Jesús. “Sal de esta persona” era la frase. La autoridad de Jesús
era suficiente para que resultara irresistible para el (o los) demonio(s) que
habían tomado posesión de una persona (generalmente personas vulnerables). Y,
nuevamente, la expulsión de demonios era un signo de que “el reino de Dios”
está presente (Lc 11,20). Tampoco es este el momento de entender qué se
entendía en su tiempo por “demonios” y qué explicación debemos profundizar en
nuestros tiempos, tan diferentes. Lo cierto es que a personas alienadas,
desquiciadas socialmente, con una palabra Jesús las reintegra en la sociedad.
El reino de Dios, lo hemos visto en notas pasadas,
es la plenitud humana donde Dios reina. Y esto incluye también las situaciones
en las que esta está desorientada o alienada en su personalidad.
Hubo un tiempo en el que se decía que los milagros
de Jesús eran una “prueba” de su divinidad. Eso ya no se afirma. La divinidad
no se “prueba”, simplemente se cree o no. Y los “signos” de la divinidad de
Jesús hay que buscarlos en su amor extremo, en su humanidad, en su gratuidad y
cercanía a los pobres y las víctimas. Porque así es Dios. Buscar “pruebas” para
creer es expresión de una notable falta de fe, precisamente. En sus milagros y “exorcismos”
Jesús mostraba su cercanía ante el dolor, que Dios no se desentendía de las
víctimas y que el amor de Dios es lo que cuenta.
Hoy, por tanto, no se trata de buscar shows o
espectáculos que nos lleven a creer, sino de manifestar nuestra cercanía ante
los sufrientes, las víctimas de la sociedad. Los signos de la presencia de Dios
no hemos de buscarlos en supuestos enfermos que son sanados sino en la compasión
(padecer-con) ante el dolor, ni tampoco ante supuestos demonios que son
expulsados sino en el abrazo solidario ante los alienados y descartados de la
sociedad. No se trata de “pruebas” para creer, sino de acercar el amor de Dios,
gratuito y solidario ante el dolor, se trata de expulsar de nuestro ambiente
todo lo que hay de desprecio, de desintegración humana, se trata de “reino de
Dios”. Sencillamente.
Foto tomada de https://terror.com.ar/el-exorcismo-de-dios-the-exorcism-of-god/
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