Notas breves
Eduardo de la Serna
Hay varias cosas sueltas que me invitan a decir una palabra. Breve palabra. De opinólogo, nomás.
I.- Los aumentos y los aumentadores
No es fácil, al hablar de la inflación y creer que, en realidad hay infladores, porque hay quienes aumentan porque sí, por si acaso y porque no, mirar a determinados responsables, si, además, el mismo gobierno aumenta los combustibles, avala el aumento de la luz y el gas (después, especialmente, del brutal aumento de ellos mismos cuando fueron gobierno, en el pasado reciente). Si el gobierno aumenta los combustibles, por ejemplo, lo mismo que electricidad y gas, ¿cómo no tendrán argumentos para aumentar, “porque….”, los aumentadores seriales? ¿¿Y la gente? ¿Y los pobres?
II.- El peronismo
En
sus recientes discursos, el presidente ha comenzado a repetir que es peronista.
Quizás se lo han aconsejado, especialmente vistas las encuestas en las que es
comparado más a De la Rúa que a los pasados gobiernos kirchneristas. En la “ancha
vereda del peronismo”, como repite alguna, es evidente que resultan absurdos (y
en algún caso, además de cómico, lo es) los que pretenden tener el peronómetro,
por lo que no me atrevería a negarlo. Quizás sea bueno hacer una cierta
analogía con el cristianismo, que tiene también una muy “ancha vereda”. En lo
personal, por ejemplo, no me atrevería a afirmar que alguien no es cristiano,
aunque me sienta casi en las antípodas de sus pensamientos y planteos (eso no
quita, por cierto, que todos los que dicen serlo lo sean, pero es otro tema).
Me parece, en estos casos, que lo importante no es tanto que alguien afirme y
crea ser peronista, por ejemplo, sino quién es su referente (obvio que serán
Perón y Evita, pero, como ironiza Saborido, hay “muchos perones”). Así, no me
parece importante el peronismo autopercibido del presidente sino el peronismo
concreto en las distintas políticas que ejecuta. Y, mi sensación, al menos, es
que esa “me la debe”.
III.- La “E” y la inclusión
El
ministerio de salud acaba de comunicar que utilizará el lenguaje inclusivo. Y
lo celebro. Sólo me queda una pregunta. Con más que justa razón el / los feminismo
/ s han levantado su voz por la invisibilización de las mujeres en el
masculino. Decir “todos” debería, reclaman los reales académicos, incluir
varones y mujeres sin aclarar por qué, o por qué no podría ser al revés, o
estadístico, y usar el género según la mayoría presente… A raíz de eso comenzó
a usarse, en el lenguaje escrito, la @ o también la X. Y, actualmente, la E. Y
acá mi pregunta, ¿no se vuelven a invisibilizar a las mujeres con la E? Porque
una cosa es decir todos, todas, todes y otra decir, simplemente todes. En lo
personal creo que la lucha de las mujeres retrocedería con una nueva
invisibilización. La E incluiría el universo no binario, pero sin los otros
géneros, insisto, invisibilizaría. Creo. Por eso suelo utilizar, cuando puedo,
la a, la o y la e. Me parece más inclusivo.
IV.- Poner o no poner nombre, that is the question.
Pero ponerlos o no, según justicia y no según las intenciones
de los mandantes que quieren nombrar acá y callar allá.
A.- La guerra y los nombres
Ya
he señalado lo “curioso”, que no es tal, del enojo contra el papa Francisco por
no poner nombres a los responsables de la guerra en Ucrania. Curiosamente Juan
Pablo II no puso nombres en la guerra de Malvinas y nadie se extrañó. Pero es
lo mismo que ocurre con su comentario de que la propiedad privada en un derecho
secundario ya que por encima está el destino universal de los bienes: “comunista,
y zurdo” le gritó Milei (con algún insulto más como es su costumbre), “montonero”,
afirmó un catedrático español. Curiosamente lo mismo habían dicho antes las
encíclicas Rerum Novarum 6 (1891), Quadragesimo Anno 49 (1931), Mater
et Magistra 11.119 (1961), Pacem in Terris 22 (1963), Populorum
Progressio 23 (1967), Laborem Excercens 14 (1981), Sollicitudo Rei
Socialis 42 (1987) y el Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 71 (1965)
sin merecer tales epítetos.
Los
medios, sí, ponen nombres, dividiendo el presente entre buenos y malos según respondan
a sus intereses. Y, por supuesto, logrando que millones de inocentes lectores
demonicen o canonicen según los deseos (es decir, nuevamente los intereses) de
los mandantes. En lo personal creo que lo grave, lo muy grave, más que Fulano o
Mengano, es la guerra. La guerra es el gran mal, alimentada por los vendedores
de armas (que curiosamente son los mismos que nos dicen que los malvados son
los otros), y la guerra es expresión patente de la degradación humana incapaz
de solucionar de otro modo los conflictos.
B.- El nombre de las cosas
Mencionar
las cosas que pasan supone un diagnóstico. Mal se haría en aplicar remedios
para una enfermedad “C” a quien en realidad tiene una dolencia “M”. En estos
casos, es indispensable un buen diagnóstico. Diagnóstico que tiene nombres. Cuando
uno escucha hablar, sea a obispos argentinos o a autoridades políticas
argentinas de los males que nos aquejan, y ve que faltan nombres, pues, en lo
personal, al menos, me resulta totalmente insatisfactorio. Porque esos males,
son impulsados por malvados. Y, cuando da la sensación que no se los nombra
para no quedar mal con ellos, entonces hay un problema (curiosamente se hace en
nombre del diálogo y la tolerancia). Y el problema, me parece, es que todo
indica que se han parado en el lugar de los malvados poniendo voz de buenos. Y
lo mismo vale, también, para muchos sindicalistas por más cayetanos o carolinos
que sean. Si la Jerarquía eclesiástica, los sindicatos o el gobierno no están
parados y hablan desde el lugar del pobre, en lo personal creo que han perdido
credibilidad. Y su voz, entonces, es voz del eco, no la voz de los que no tienen
voz, como se decía antes, por ejemplo, de Evita. Mi sospecha es que ella no lo
haría y, además, les diría algunas cosas. Y ya sabemos cuáles.
Imagen tomada de https://pixabay.com/es/illustrations/nota-apuntes-anotaci%C3%B3n-escribir-3545527/
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