“Estuve desnudo y me vestiste” (Jesús, Mateo 25,36)
Eduardo de la Serna
Todos
quienes quisieron ver pudimos observar una escena conmovedora. [puede verse en https://www.youtube.com/watch?v=JkYpZaH2rWM]
Miles de personas festejaban en el Obelisco, en pleno centro de Buenos Aires,
el campeonato mundial de futbol masculino de Argentina en Qatar. De esos miles,
la enorme mayoría tenía puesta una camiseta de la selección argentina. En una
esquina avanzaba, tirando su carro, un “cartonero”. Lamento no conocer su
nombre, pero para no llamarlo por su oficio, lo llamaré Daniel. Pues Daniel
iba, seguramente por el calor, “en cueros”, “descamisado”. En el video, Daniel
ya está detenido y se le aproxima otra persona. Lo llamaré Miguel, por la misma
razón. Pues bien, Miguel se saca la camiseta argentina y se la da a Daniel.
Éste, conmovido, humilde, abre sus ojos como un “dos de oros”, besa el regalo
con todo el simbolismo que este tiene: el de la fiesta celebrada y
concelebrada, el del triunfo conseguido, del que también Daniel es parte y
Miguel…, y el del don. Sin saber cómo expresar su agradecimiento, porque no parece
sentirse digno de correr a abrazar a Miguel, se arrodilla, toca humildemente el
piso, y da gracias a Dios (se persigna), y se pone la camiseta lentamente.
Miguel repite el gesto: va y le regala a Daniel otro abrazo. Se hermanan. Otros
se acercan a abrazar a Daniel.
En
tiempos en que un grupo de desmoralizadores nos quieren decir que somos “un país
de mierda”, muchos sabemos que es un país lleno de Migueles solidarios y
Danieles agradecidos. Carlos Mugica, que solía conocer desde casi su infancia
una cancha de futbol, sabía lo que significa la fiesta de un partido. Solía
repetir que un gol es como un orgasmo, como un momento sublime en que uno se
abraza interminablemente con el que está a su lado. Con un desconocido.
Esa
fiesta del futbol que, al decir de Eduardo Galeano, es incomprendida por los
intelectuales de derecha y de izquierda, sólo puede entenderla, ¡y vivirla!, el
que no sobrevuela la vida de los otros, sino que se sumerge, con ellos, en sus
dolores, pero también en sus alegrías. Sólo desde un escritorio puede pensarse
que “el ruido mundialista puede adormecer al pueblo” y olvidar la situación,
como temió un prelado. Ya en 1490, Alonso Fernández de Palencia (en el
Vocabulario en Latín y en Romance) hablaba de las “Bacchanalia, juegos… en
los quales pecavan sin ser penados los festejadores” (41b; citado en el
Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico, de J. Corominas – J. A.
Pascual, voz “fiesta”, t. 2, Gredos, Madrid 1984, p. 893). Los puristas no
pueden entenderlo; planean por sobre la vida de las demás personas sin jamás
aterrizar.
Muchos
autores (Horacio Verbitsky, Tuny Kollmann, Mario Wainfeld) repitieron en estos
días estrofas de la maravillosa canción de Joan Manuel Serrat, “Fiesta”:
[…] En la noche de San Juan
Como comparten su pan
Su mujer y su gabán
Gentes de cien mil raleas
[…] Hoy el noble y el villano
El prohombre y el gusano
Bailan y se dan la mano
Sin importarles la facha
[…] Y con la resaca a cuestas
Vuelve el pobre a su pobreza
Vuelve el rico a su riqueza
Y el señor cura a sus misas
Daniel
y Miguel compartieron. Mañana, sus vidas seguirán iguales. O no. Porque Daniel
podrá recordar que alguien, Miguel, un día lo abrazó, lo hermanó, y se sacó su
camiseta para regalársela; y esa camiseta será como un “sacramento” de la
fraternidad y del don. Y Miguel podrá recordar que por las calles hay Danieles,
hermanos Danieles, a los que un día abrazó “sin importarle la facha”.
La
fiesta puede ser un mero paréntesis. Y la situación económica será igual, la
situación social será igual… Y un día un hermano de Daniel puede dormir bajo un
puente y un pariente de Miguel divertirse prendiéndole fuego. Pero también
puede ser que podamos ver uno, o dos, y quizás mañana mil, Danieles, así, con
nombre y rostro, con humildad agradecida, con su fe a cuestas junto con su
carro, y con una camiseta que un día un Miguel, y quizás otro, y otro, y otro…
lo reconozcan como hermano. Porque estoy firmemente convencido que el día que
los Danieles y Danielas sean reconocidos como hermanos y hermanas por los Migueles
y Miguelas, como lo fueron ayer, ¡y lo pueden volver a ser hoy!, ¡y mañana!, ese
día, como país seremos mucho mejor, aunque los desmoralizadores, estos sí, sin
nombre, pero sin olvidarlos, nos quieran hundir en la indiferencia y el miedo.
El abrazo de Miguel y Daniel fue lo suficientemente hermano y hermanado,
demasiado sacramental, para pensar que “otro país es posible”, y la fiesta nos
muestra el camino.
Foto tomada de https://diariolarepublica.ar/deportes/video-le-regalaron-una-camiseta-de-la-seleccion-argentina-a-un-cartonero-en-medio-de-los-festejos-por-el-mundial-y-emociono-a-todos/
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