Las vocaciones, ¿una bendición?
Eduardo de la Serna
Hay
una especie de principio teológico casi indiscutible (a eso lo llamaban theologoumenon)
que dice que allí donde hay vocaciones a la vida ministerial (presbiteral,
religiosa, etc.) está llegando la bendición de Dios. Una congregación,
seminario, casa religiosa en la que abundan las vocaciones se sabe “bendecida”
por Dios.
Entonces,
como – pareciera – Dios se relaciona con nosotros en un esquema casi comercial,
si hacemos las cosas bien (do) Él nos manda vocaciones como regalo (ut
des).
Hace
muchos años, en un encuentro de curas, dos de ellos habían “fundado” una suerte
de congregaciones. Uno tenía bastantes vocaciones, el otro no, y entonces,
aquel le dijo “es que tenés que saber a dónde ir para buscarlas” (él iba a
colegios de la elite, por ejemplo). Ambos dos, fueron acusados y condenados por
abusos. Y “el más bendecido”, incluso, expulsado del ministerio ordenado.
¿De
qué Dios estaríamos hablando al pensar que regala vocaciones en cantidad en un
ambiente y no lo hace en otro sumamente necesitado? Además, ¿no es un poco un Deus
ex machina ese tal “dios”? ¿No será, más bien, reflejo de una sociedad, de
cómo está, a dónde va el medio ambiente?
Quiero
poner un ejemplo… A comienzos de los 70 parecía que todo el mundo,
convulsionado, iba en una dirección: Carlos Mugica decía que “pronto toda la
Iglesia será tercermundista”, “Vicky” dejaba la carrera de trabajo social
porque “la revolución está a la mano, ¡ya viene!”, y, súbitamente, vinieron las
dictaduras, la “reacción”, y todo fue diferente a lo imaginado. Pero, en ese interim,
se llenaron los seminarios, las vocaciones florecían por doquier. Dios
¿bendecía la revolución que venía? ¿Qué habría pasado para que ahora bendiga “lo
contrario”?
En
estos momentos, pareciera que, por un lado, las derechas florecen por todas
partes, aunque también están vivas las propuestas alternativas. Pero, vemos que
los jóvenes, desencantados, quieren seguridades, caminos rectos, firmeza, “romper
todo”, por lo que es lógico que busquen propuestas religiosas donde les digan
qué sí y qué no se debe hacer, y que con firmeza y autoridad puedan sentir el
alivio de “no equivocarse” (“el que obedece no se equivoca” dice la vulgata de
la tontería:
"¿Y
cómo nos manifiesta Dios su propia voluntad? Por medio de sus representantes en
la tierra. La obediencia, y sólo la santa obediencia, nos manifiesta con
certeza la voluntad de Dios. Los superiores pueden equivocarse, pero nosotros
obedeciendo no nos equivocamos nunca” repite Maximiliano Kolbe).
La obediencia, así entendida,
libera la conciencia del error, de la equivocación que, parece, sería la cosa
más espantosa que nos puede ocurrir. Parece que lo que cuenta no es el amor
sino el acierto… Y, entonces, incorporarse a grupos de “obediencia debida” resulta
un “suave alivio del alma”. Y, si, además, tenemos la garantía divina de la
bendición, entonces la seguridad es total. “Podemos respirar en paz y sentir
que el alma se expande”.
Pero, la abundancia de
vocaciones, ¿indica “necesariamente” que eso es lo que Dios quiere (y bendice)?
¿No indicará, más bien, dónde se ubica hoy cierta sociedad? ¿No indicará que
hay una Iglesia que se dirige en esa dirección, lo que no necesariamente indica
que tal sea la voluntad de Dios? Sin duda que los diferentes acontecimientos de
la historia (también la abundancia o la ausencia de vocaciones) nos invitan a pensar,
y a intentar “pensar desde Dios” los signos. Por ejemplo (y sólo a modo de
pensamiento alternativo al “oficial”), la falta de vocaciones al ministerio
ordenado (presbiteral, que no diaconal, en muchas partes), ¿no nos invita a
pensar, más bien, que Dios no quiere una Iglesia “clericalista”?, ¿no será que la Iglesia
debemos pensarla desde el laicado, desde el servicio, desde “las bases”? Ser
muchos o ser pocos ¿es necesariamente garantía de bendición / maldición (o
abandono)? ¿No hemos experimentado en la historia de la Iglesia cientos de
casos en los que una gran mayoría aceptaba, o aplaudía un modo de vivir o ser
mientras que un muy pequeño grupo escogía otro camino que – con el tiempo –
resultó más “de Dios”? ¿No hubo, por ejemplo, aceptación general (incluso de
grandes santos, como Bernardo de Claraval) a las Cruzadas, mientras un grupo
microscópico, encabezado por Francisco de Asís escogió otro camino?
En suma, creo que es falso de
toda falsedad creer que el hecho de que haya o no vocaciones, deba interpretarse
necesariamente como bendición o no de Dios a un grupo, o un modo de ser
Iglesia. Sí creo que eso debe pensarse, rezarse, discernirse para tratar de
buscar cómo caminar mejor, como ser, hoy, más fieles al reinado de Dios (el mismo
que Jesús compara con un grano de mostaza, por cierto); cómo dar, a nuestro
tiempo, la mejor respuesta de vida y esperanza, de verdad y alegría, cómo
anunciar buenas noticias… las mismas que, si no lo son para los pobres
pareciera extraño evangélicamente. No creo que la abundancia de vocaciones sea
indicio de dónde está Dios, sí creo que allí donde los pobres reciben esas
buenas noticias, eso sí es señal de dónde está Jesús. Y, sinceramente, de eso
se trata la Iglesia.
Foto tomada de https://es.catholic.net/op/articulos/49050/cat/347/si-tuvieras-fe-como-un-grano-de-mostaza.html
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