jueves, 9 de marzo de 2023

Marción, uno de los primeros “herejes”

Marción, uno de los primeros “herejes”

Eduardo de la Serna



En los primeros años del siglo II nació Marción en la región del Ponto, Asia Menor. Hijo del obispo del lugar, y de considerable riqueza por ser poseedor de barcos. Viajó a Roma a los 30 años donde quiso colaborar en la profesión de la fe. Pero pronto entró en conflicto con los presbíteros de la ciudad a raíz de sus posiciones teológicas con lo que le devolvieron el dinero que había donado (año 144). Una tradición confiable sostiene que el motivo por el que deja su ciudad para dirigirse a la capital del Imperio fue a raíz de ser excomulgado por su propio padre.

Influido por una teología dualista, entendía que Jesús revelaba el Dios del bien, mientras que el Dios manifestado en Israel (el Antiguo Testamento), era incompleto y malo, por lo que no podía aceptar los libros judíos de la Biblia, sea esta la Biblia hebrea como la traducida al griego. El Dios allí revelado es el Dios de una justicia sanguinaria y violenta a diferencia del Dios del amor manifestado en Jesús.

Esta posición, que defendía con mucho tesón y dinero, resultó bastante aceptada por muchos y tuvo discípulos, por lo que pronto fue tenido "oficialmente" en el grupo de los “herejes” (hay bastantes escritos de los primeros cristianos “contra Marción”, como por ejemplo Tertuliano, Justino, y otros referidos por el historiador Eusebio, etc.). Sabemos poco de su vida después del conflicto romano, aunque sí conocemos su influencia posterior. Sabemos que continúa su predicación y finalmente muere, probablemente fuera de Roma, en el año 160.

¿Por qué es importante Marción? Es verdad que muchos, todavía hoy, mal informados y mal formados, piensan que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios cruel y sanguinario a diferencia del Dios que revela Jesús en el Nuevo Testamento. Pero – ¡y acá la importancia! – una lectura extraña de San Pablo, contrastando la tensión entre la ley y el amor, lleva a Marción a afirmar que los únicos libros que deben ser aceptados de la Biblia son las cartas de Pablo (no todas) y el Evangelio de Lucas (excluyendo los dos primeros capítulos). Sólo esos libros formaban la “lista” oficial (el canon) para él. Esto motivó a las distintas comunidades (de Roma, Grecia, Asia Menor, Palestina-Siria, Egipto) a ir pensando y discutiendo las "verdaderas" listas de libros; es decir, hasta entonces, no existía una lista de libros aceptados; simplemente se los iba apropiando y recibiendo. Vimos, en una nota anterior, que Ireneo de Lyon fue decisivo en la aceptación de los cuatro Evangelios que todavía hoy reconocemos; sin duda su planteo de evitar que el Evangelio fuera aceptado solamente uno tenía en el horizonte el planteo de Marción (= solo Lucas).

Lentamente, y con variantes iniciales según las regiones, se fue conformando el canon (la lista de los libros que se consideran “inspirados” por las comunidades cristianas). Además de los Evangelios muy pronto se aceptó a Pablo y su escuela (ver 2 Pedro 3,15). La aceptación del Evangelio de Lucas llevó “naturalmente” al reconocimiento de los Hechos de los Apóstoles (el segundo tomo del mismo; ver Hechos 1,1) y, la aceptación del Evangelio de Juan, condujo a la recepción de las Cartas de Juan. La referencia a la autoridad implícita en las cartas de Pedro, Santiago y Judas con proveniencia apostólica también fue siendo aceptada. Los dos libros que se demoraron más en ser reconocidos fueron el Apocalipsis y la carta a los Hebreos. En Oriente el Apocalipsis no era muy valorado por su clara posición crítica del Imperio romano; Hebreos fue tardíamente aceptada en Occidente a raíz de la practica penitencial que esta suponía (ambos fueron finalmente aceptados en el s. IV).

Es decir, la actitud decidida (y bastante aceptada en muchas regiones) de Marción de conformar su propia lista de libros bíblicos llevó a las comunidades a profundizar algo que, hasta entonces, no se había discutido ni planteado y conformar (insistimos en que fue algo lento y paulatino, y no uniforme en un primer momento, según las regiones). Es decir, no fue que “un día un Papa” decidió y armó una lista "oficial". En este sentido, fue muy importante que los diferentes libros aceptados fueran universales, que tuvieran raíz apostólica (no significa “escritos” por un apóstol, pero sí provenientes de la tradición de algún apóstol). Había escritos (algunos muy valorados, todavía hoy) que tenían una recepción universal, pero no una tradición apostólica (por ejemplo, algunos de los primeros Padres de la Iglesia, que se llaman “apostólicos”, por la cercanía con los tiempos de los apóstoles, como es el caso de la llamada Didajé, el Pastor, de Hermas, etc.); había otros escritos que se atribuían a Apóstoles, pero no tenían una recepción universal (Evangelio de Tomás, o de Felipe, por ejemplo). Estos dos elementos conjuntos, entonces: la universalidad (catolicidad) y la apostolicidad fueron llevando a las comunidades a subsanar una laguna importante en las comunidades cristianas que la predicación de Marción había puesto de manifiesto.

 

Imagen tomada de http://www.eltrigoahogado.com/2009/03/marcion-el-cristianismo-desde-la-optica.html

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Cualquiera puede comentar y no será eliminado, aunque no este de acuerdo con lo dicho, siempre que sea respetuoso (caso contrario, será borrado). Pero habitualmente no responderé los comentarios, ni unos ni otros, para no transformar este blog en un foro. De todos modos, podrán expresar su opinión.