Marción, uno de los primeros “herejes”
Eduardo
de la Serna
En los primeros años del siglo
II nació Marción en la región del Ponto, Asia Menor. Hijo del obispo del lugar,
y de considerable riqueza por ser poseedor de barcos. Viajó a Roma a los 30
años donde quiso colaborar en la profesión de la fe. Pero pronto entró en conflicto
con los presbíteros de la ciudad a raíz de sus posiciones teológicas con lo que
le devolvieron el dinero que había donado (año 144). Una tradición confiable
sostiene que el motivo por el que deja su ciudad para dirigirse a la capital
del Imperio fue a raíz de ser excomulgado por su propio padre.
Influido por una teología
dualista, entendía que Jesús revelaba el Dios del bien, mientras que el Dios
manifestado en Israel (el Antiguo Testamento), era incompleto y malo, por lo que no podía aceptar los
libros judíos de la Biblia, sea esta la Biblia hebrea como la traducida al griego.
El Dios allí revelado es el Dios de una justicia sanguinaria y violenta a
diferencia del Dios del amor manifestado en Jesús.
Esta posición, que defendía
con mucho tesón y dinero, resultó bastante aceptada por muchos y tuvo discípulos, por lo
que pronto fue tenido "oficialmente" en el grupo de los “herejes” (hay bastantes escritos de
los primeros cristianos “contra Marción”, como por ejemplo Tertuliano, Justino,
y otros referidos por el historiador Eusebio, etc.). Sabemos poco de su vida después del
conflicto romano, aunque sí conocemos su influencia posterior. Sabemos que continúa
su predicación y finalmente muere, probablemente fuera de Roma, en el año 160.
¿Por qué es importante
Marción? Es verdad que muchos, todavía hoy, mal informados y mal formados, piensan
que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios cruel y sanguinario a diferencia
del Dios que revela Jesús en el Nuevo Testamento. Pero – ¡y acá la importancia!
– una lectura extraña de San Pablo, contrastando la tensión entre la ley y el amor, lleva a
Marción a afirmar que los únicos libros que deben ser aceptados de la Biblia son las cartas de Pablo
(no todas) y el Evangelio de Lucas (excluyendo los dos primeros capítulos). Sólo
esos libros formaban la “lista” oficial (el canon) para él. Esto motivó a las distintas
comunidades (de Roma, Grecia, Asia Menor, Palestina-Siria, Egipto) a ir
pensando y discutiendo las "verdaderas" listas de libros; es decir, hasta entonces, no existía
una lista de libros aceptados; simplemente se los iba apropiando y recibiendo.
Vimos, en una nota anterior, que Ireneo de Lyon fue decisivo en la aceptación
de los cuatro Evangelios que todavía hoy reconocemos; sin duda su planteo de evitar
que el Evangelio fuera aceptado solamente uno tenía en el horizonte el planteo
de Marción (= solo Lucas).
Lentamente, y con variantes iniciales según las regiones, se fue conformando el canon (la lista de los libros que se
consideran “inspirados” por las comunidades cristianas). Además de los
Evangelios muy pronto se aceptó a Pablo y su escuela (ver 2 Pedro 3,15). La
aceptación del Evangelio de Lucas llevó “naturalmente” al reconocimiento de los
Hechos de los Apóstoles (el segundo tomo del mismo; ver Hechos 1,1) y, la
aceptación del Evangelio de Juan, condujo a la recepción de las Cartas de Juan.
La referencia a la autoridad implícita en las cartas de Pedro, Santiago y Judas con proveniencia
apostólica también fue siendo aceptada. Los dos libros que se demoraron más en ser
reconocidos fueron el Apocalipsis y la carta a los Hebreos. En Oriente el
Apocalipsis no era muy valorado por su clara posición crítica del Imperio
romano; Hebreos fue tardíamente aceptada en Occidente a raíz de la practica
penitencial que esta suponía (ambos fueron finalmente aceptados en el s. IV).
Es decir, la actitud decidida
(y bastante aceptada en muchas regiones) de Marción de conformar su propia lista de libros bíblicos llevó a las
comunidades a profundizar algo que, hasta entonces, no se había discutido ni
planteado y conformar (insistimos en que fue algo lento y paulatino, y no
uniforme en un primer momento, según las regiones). Es decir, no fue que “un día
un Papa” decidió y armó una lista "oficial". En este sentido, fue muy importante que los
diferentes libros aceptados fueran universales, que tuvieran raíz apostólica
(no significa “escritos” por un apóstol, pero sí provenientes de la tradición
de algún apóstol). Había escritos (algunos muy valorados, todavía hoy) que
tenían una recepción universal, pero no una tradición apostólica (por ejemplo,
algunos de los primeros Padres de la Iglesia, que se llaman “apostólicos”, por la cercanía con los tiempos de los apóstoles, como es el caso de la llamada
Didajé, el Pastor, de Hermas, etc.); había otros escritos que se atribuían a
Apóstoles, pero no tenían una recepción universal (Evangelio de Tomás, o de
Felipe, por ejemplo). Estos dos elementos conjuntos, entonces: la universalidad
(catolicidad) y la apostolicidad fueron llevando a las comunidades a subsanar una
laguna importante en las comunidades cristianas que la predicación de Marción
había puesto de manifiesto.
Imagen tomada de http://www.eltrigoahogado.com/2009/03/marcion-el-cristianismo-desde-la-optica.html
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