Los pobres en tiempos de Jesús
Eduardo de la Serna
Sin
duda, la situación social de los pueblos varía con los tiempos. Hay
circunstancias políticas, climáticas, internacionales, por ejemplo, que
influyen decisivamente en las poblaciones. Veamos, por ejemplo: si un pueblo
está sometido a otro, debe hacer lo que este le diga si no quiere ser
aniquilado, deportado, esclavizado. Y, entre lo que debe hacer, por ejemplo,
está pagar impuestos (exigidos y tasados al arbitrio del dominador), entregar
cosechas, ganado, tierras, y en ocasiones hijos e hijas…
Imaginemos
un sencillo campesino judío. Este tiene unas pocas hectáreas de tierras que cultivar; por supuesto,
productos acordes al clima y la región. Tiene, además, unas pocas cabezas de
ganado menor de las que se provee de leche y lana y eventualmente, muy
eventualmente, de carne. Por vivir en una zona por lugares desértica, no puede estar lejos de las escasas fuentes de agua,
por cierto (ríos, oasis, pozos). La tierra de Israel, además, es lo que se conoce como “clima
subtropical con estación seca”, es decir, llueve en invierno, ¡nunca en verano!
Lluvias tempranas son las que ocurren en otoño y lluvias tardías, las que
ocurren en primavera. Y, por cierto, si en un año las lluvias son escasas, la
subsistencia de ese año, se verá complicada. Agreguemos, además, que los judíos
procuran respetar el “año sabático”, es decir, hay un año cada siete en el que no
trabajan la tierra; lo que esta produce es para los pobres, decían. Por
ejemplo, fue año sabático el período que va de abril del 47 a marzo del 48, por
tanto, también lo fueron los años 26-27, 33-34; 40-41 etc. [siempre contando de
mitad de marzo de un año al otro]… Evidentemente en esos años las dificultades alimentarias eran crecientes.
Pero
agreguemos que ya desde el período persa, y luego durante los griegos y los
romanos, los impuestos eran excesivos. Veamos, a modo de ejemplo… Un campesino,
(era más del 90% de la población) solía relacionarse con otros campesinos
haciendo trueque con el excedente de los productos que tuviere: trigo, cebada,
higos, vino, aceitunas, etc. La moneda, entre ellos, era prácticamente inexistente. Pero cuando
se les empieza a exigir el pago de impuestos, y este no puede darse “en
especias”, necesitará monedas para pagarlo, con lo que debe vender ese
excedente para conseguirlas (y, además, si pudiera pagar “en especias”, no podría luego hacer
trueque). Esto provoca, evidentemente, un endeudamiento y empobrecimiento
crecientes. Las dificultades llevan, en muchísimos casos, a que el campesino finalmente deba entregar la tierra a su acreedor y de haber sido su dueño pasa a ser, ahora, un
jornalero. El dueño, ausente, simplemente aprovecha la renta. Pero el jornalero
también debe pagar impuestos, y en ocasiones contraer deudas, con lo que es
frecuente que al final del ciclo termine siendo esclavo del “patrón”.
Cualquier
lector de los Evangelios sabe la importancia que Jesús dio al tema de las
deudas, a no pagarlas o que estas sean condonadas.
En
el viejo Israel, antes de estar sometido a los diferentes imperios, las relaciones con los pobres eran diferentes de lo que ocurría
en tiempos de Jesús: las tierras o los esclavos después de un tiempo (7 años, o
49) debían ser liberados porque Dios mismo era su garante, pero – evidentemente
– eso no era aplicable durante el dominio imperial que, comprensiblemente, se guiaba por sus
propias leyes y no por las de Israel.
Este
empobrecimiento, evidentemente, conduce, además, a una pésima alimentación en
la población, lo cual, repercute en la salud y, por lo tanto, a una bajísima expectativa de vida
(si el alimento es, prácticamente, solo pan, y a veces algún grano o fruta…
¡solo a veces!, la salud no puede ser buena); de hecho, suele decirse que
cuando Jesús predica la inmensa mayoría de su auditorio era menor que él.
El criterio del antiguo Israel, que es el mismo que guió a Jesús, es el reconocimiento de que todos los que lo rodeaban son verdaderamente hermanas y hermanos. Un judío está invitado a reconocer a todos los demás judíos como hermanos de verdad, y obrar en consecuencia (en los préstamos, la (no) esclavitud, la solidaridad, la atención a sus situaciones difíciles). Este razonamiento de fraternidad y sororidad es el que lleva a reconocer a Dios como un verdadero “papá” (en arameo abbá). El criterio de Jesús, entonces, no es político ni contra-imperial (aunque en la práctica las consecuencias ciertamente lo fueran) sino de profunda fidelidad a la voluntad de Dios (reino de Dios) para el que estamos convocados a vivir “el derecho y la justicia”, buscar a Dios no en el culto y templos, sino en la vida plena de los hermanos y hermanas. Cuando Jesús, en Mateo, dice que lo que hicimos o dejamos de hacer a los hermanos insignificantes y su hambre, sed, frío, soledad, etc. lo hicimos con el mismo Jesús [Mt 25,31-46], está afirmando esto; cuando, en Lucas, celebra que cambie la situación de los pobres, hambrientos, angustiados o perseguidos [Lc 6,20-26], está afirmando esto; cuando nos invita a decir “perdona nuestras deudas como perdonamos a los que nos deben” [Mt 6,12], está diciendo esto…
La
nueva sociedad que Jesús sueña, a la que llama “reinado de Dios”, es,
precisamente, una sociedad donde no haya pobres porque todos sus hermanos y hermanas compartimos con ellos la vida y el pan (Hch 4,34), y nos importa que otros y otras lo
tengan; y por eso nos enseña a pedirlo: “el pan nuestro de cada día, danos hoy”
[Lc 11,3] porque a cada día le basta su propia preocupación [Mt 6,34].
Imagen
tomada de http://usitep.es/apf/reli/dc/jesus-mensaje-obra/predileccin_por_los_pobres_y_marginados.html
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