Carta abierta a vos
Eduardo de la Serna
Una “carta abierta” suele ser un
texto dirigido a alguien (real o ficticio, realmente destinado o no a la
persona) pero que tiene la intención de que “otros” todos, o muchos al menos,
puedan también leerlo. Pues bien, esta es una carta abierta ¡a vos!
Quizás nos conozcamos o quizás
no, nos hayamos cruzado en algún lugar, ¡o no! No lo sé, quizás sepas quién
soy, ¡o no!, pero no creo que eso sea lo más importante. Pero tampoco te
escribo para “decirte la verdad”, ni para “explicarte”, ni para “iluminarte”
(como si yo fuera un iluminado, o no sé qué…). Sólo quiero pensar y, si te
interesa, si lo ves pertinente, si te parece sensato, que pensemos juntos.
“La cosa” está complicada (y por “la
cosa” entiendo “todo”, sencillamente “todo”: el mundo, la patria, la iglesia,
las comunidades, los barrios, las familias, los trabajos… “la cosa”) y cuando
eso ocurre (si es que alguna vez dejó de ocurrir) la primera tentación es
escaparnos, aislarnos, evadirnos. Y la vida nos presenta miles de oportunidades
para ello: el alcohol, la “casa”, la esquina, la TV, una secta, la droga, el
espiritualismo, las pantallas… La historia abunda en estos casos de “fuga mundi”,
ayer y hoy, “individualismo al palo”. Y, debo reconocerlo, ‘¡es más fácil!, y
parece más “sanador”. En muchos viejos casos era “irse al desierto”, hoy hay
otros espacios, pero la cosa sigue siendo escapar. El problema es que “la cosa”
sigue allí. Diré que yo me escapé (o creo haberlo hecho) pero miles… millones de
otros y otras siguen allí. El “pero yo” es individualismo, y no me alegra por
mis amigas, amigos, conocidas, conocidos, vecinas, vecinos…
Otro problema con “la cosa” es
que parece que está en todas partes, que es todopoderosa… casi como Dios (o
como lo que dicen que Dios es). Y, si así fuera, no podemos frente a ella.
Estamos definitivamente derrotados si no nos sometemos sumisa, dócil y servilmente
a ella. Pero resulta que muchos, muchas y muches no es eso lo que queremos para
nosotros y para amigos, familiares, conocidos (y que tampoco entendemos que
Dios sea así) … Asumir y asimilar como “natural” a esa “cosa” es estar
derrotados antes de empezar, ¿no te parece? ¿Queremos ser una masa anónima,
ignota de un montón amorfo de un “destino” que otros han decidido para nosotros
sin consultarnos ni quererlo? Yo, la verdad, me niego a eso.
Es cierto que hay quienes creen
que la única solución es el enfrentamiento. Y, en muchas ocasiones, eso implica
“martirio”. Y, si bien es cierto, que en ocasiones o lugares los y las mártires
son lámparas que marcan caminos, no es menos cierto que con frecuencia es, simplemente,
algo suicida, en lo que nada cambia de “la cosa”, y – además – al menos en estos
momentos, no parece ni que sea sensato, ni eficaz, ni razonable…
Me da la sensación que la clave
está en “los márgenes”, es decir, no estar “en el medio de la cosa”, ni tampoco
fuera de ella. Estando en los márgenes no nos sentimos totalmente parte,
pero tampoco somos totalmente ajenos. Ser marginales no es malo, aunque no
faltarán quienes quieran sentirse bien porque son palmeados en la espalda por
los que mandan (en
griego hêgemones, de donde viene hegemonía). Si nos atrevemos a sabernos
marginales creo que veremos que somos muchos, basta con mirar y ponerse en
medio de los pobres para saberlo. Y eso es bueno (porque una de las fuerzas que
tiene la “cosa” es hacernos creer que estamos “aislados”, del mundo, o de lo
que “de verdad” cuenta (que, curiosamente, son siempre ellos mismos). Y, creo, sabiéndonos
en los márgenes aprendemos a resistir. Aprendemos que, aunque seamos diferentes
entre nosotros, tenemos mucho en común. Para empezar, “no ser de ellos”. Y
aprender a reírnos de ellos, a “exponerlos”, a mirar sus debilidades, a “escracharlos”,
cantarlos, sentirnos “en casa” en esos márgenes.
Y, permitime que te cuente, por
si te sirve… Yo, hace muchos años, conocí a un marginal que me ayudó mucho. Le
dio sentido a mi marginalidad porque entendí que éramos una comunidad de
marginales, una asamblea. Y que con su ejemplo y sus palabras me / nos hizo
sentir “con sentido”, conocer un rumbo, un camino. Se trata de Jesús, uno al
que por marginal lo mataron marginalmente (eso era la cruz, en ese entonces),
pero sigue mostrando caminos. Caminos que seguramente nunca serán hegemónicos,
pero que te ayudan a “sentirte en casa”, a mirar a los, las y les otrxs y
reconocerlxs como compañerxs de camino, o, si querés, como él decía, como tus
hermanxs.
Es decir, no te escribo, para
darte recetas, para enseñarte nada… sólo para que, si te sentís fuera de esa “cosa
todopoderosa”, sepas que somos muchos… y eso de “los hermanos sean unidos”, eso
de “todos unidos triunfaremos”, o como quieras decirlo, vale también para
nosotros. Pensalo… y no olvides reírte de los hegemones; no dejes que además
de todo, te roben la alegría. Allí empieza nuestra vida marginal, y te aseguro
que ¡eso es vida!
Excelente Eduardo, gracias!
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