Con las alas abiertas hacia el «sí»
Eduardo de la Serna
Conozco
Colombia desde 1973. ¡Hace mucho! Y después de eso he venido innumerable cantidad
de veces. Mi pasaporte es testigo. Nunca conocí a “Colombia en paz” a menos que
por “paz” se entienda la paz de los cementerios, la paz del encierro temeroso o
la paz tensa de la no agresión; una supuesta paz que tanto se asemeja a la “pax”
romana del estilo “si quieres la paz, prepárate para la guerra”.
Obvio
que si hace 52 años Colombia no tiene paz, los colombianos se han habituado.
Los seres humanos tenemos una increíble capacidad de adaptación a los momentos
terribles. Me recuerda a los canarios enjaulados que no saben sino de rejas.
Pero “otro mundo es posible”. Y la paz está cerca, la paz de los humanos, la
paz del encuentro y las diferencias, la paz difícil de la democracia.
Obvio
que los “fabricantes de jaulas” no quieren saber nada con esa novedad. Y
entonces, su aparato de propaganda inunda calles y mentes. Las dos frases más
escuchadas son: “están entregando Colombia a la guerrilla” y “vamos camino a
ser Venezuela”. Frases fácilmente desmontables y sólo cómodas a quienes no
quieren volar.
En
La Habana se firmó la paz… meses y años de discusiones, debates, firmas
parciales llevaron al cese el fuego y finalmente la firma de la paz. Ahora,
como corresponde a una democracia, la última palabra la tiene el pueblo
colombiano. Se decidirá un sí a la firma o un no en un plebiscito el próximo 2
de octubre.
Cualquier
persona sensata se plantearía que es casi absurdo el planteo: ¿quién podría
estar de acuerdo con la guerra?, como me dijo una amiga… pues “¡los fabricantes
de jaulas!” ¿O no es hermoso el canto de los canarios?
Azuzando
miedos (a Venezuela o a la guerrilla) la derecha (que se auto proclama “centro”)
empezó una feroz campaña por el “No”. Campaña que no solamente cuenta con los
militantes de la guerra sino con los temerosos de siempre. El miedo suele ser
muy poderoso en las mentes pobres. Y – debemos reconocerlo – una jerarquía
eclesiástica temerosa y conservadora es muy propensa a pavimentar caminos hacia
las jaulas. No importa el reino de la paz (del que un tal Jesús parece haber
hablado), no importa el desafío fascinante de la libertad (que incluye,
obviamente, el error), importan los miedos. Y las amistades, claro; porque no
es falaz reconocer que en ciertos ambientes eclesiásticos (no "eclesiales")
las amistades con el poder parecen más poderosas que el Evangelio. Es llamativo
(hasta ahora) que en un tema tan sustancial (y tan cristiano) como la “PAZ” no
haya una campaña omnipresente de la/s iglesia/s en favor del “SI”. Llamativo no
significa “sorprendente” en esta jerarquía, claro. La misma Conferencia
Episcopal (no su presidente, Castro, que es claro defensor de la paz), que tan
rauda es para hablar de homosexuales o de abortos guarda silencio ante la
guerra, la violencia, las armas y la muerte.
El
“no” significa “seguir como estábamos”, cantando en las jaulas, con la “seguridad
democrática” de estar tranquilos en nuestras casas y de mirar como enemigos a
casi todos. Es el miedo (y el dinero que generan los miedos en cámaras, perros,
armas, guardias, etc…) y la derecha es experta en azuzarlo. Para no andar con
subterfugios, es evidente la feroz campaña por el “no” por parte del dizque “Centro
democrático” (con doble “SIC”) encabezada por su jefe, Álvaro Uribe y – por los
artilugios jurídicos por el poderosísimo Procurador Alejandro Ordoñez, otro
dizque católico. Lefrebvriano él.
Es
más que evidente que la firma de los acuerdos de paz no implica la “llegada de
la paz” sino “el primer paso hacia la paz”. Tantos (de uno u otro lado)
habituados a la violencia difícilmente aceptarán la dejación de armas. Los sedientos
de sangre difícilmente se habitúen al agua, o al vino. Pero resulta patético
que tantos eclesiásticos (no “eclesiales”) prefieran las temerosas, o timoratas
aguas del “ni” antes que la militancia indiscutida por un sí difícil, arduo,
complejo…
La
seguridad democrática de las jaulas impide el vuelo libre con las alas de la
libertad desplegadas hacia la esperanza. Colombia se merece la paz que los
timoratos y los guerreristas le quieren negar. Colombia se merece la vida y que
salga el sol de un nuevo amanecer.
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