Malas palabras
Eduardo de la Serna
Recuerdo – hace muchos años – una conversación entre curas. Un hondureño temeroso dijo: “-¿Ves cuántas malas palabras dice este?”
escandalizado, quizás, por el lenguaje de otro, argentino él. El interlocutor,
un brasileño, le dijo: “-¡No escuché ninguna! No dijo ‘hambre’, ‘tortura’, ‘injusticia’,
‘pobreza’…”
Me sirve esta anécdota para entender que la densidad
y la “moralidad” de determinadas palabras tienen que ver a veces más con el
receptor que con lo emitido. Y quisiera, entonces, decir algunas malas palabras
(que se podrán fácilmente ampliar a muchas otras).
Populismo – populista: Es una palabra “horrible” que
encierra la palabra ‘pueblo’ (y no ‘gente’). Uno podría casi preguntarse si los
ortodoxos del vocabulario más que el “---ismo” lo que les resulta desagradable
es el “popul---”. En general se suele utilizar para señalar actitudes o
gobiernos que hacen cosas en favor del pueblo a fin de conseguir votos. Esas
cosas no suelen ser importantes, o estructurales, suelen ser una especie de “pan
y circo”. Quizás una pregunta importante sería interrogarse ¿qué tan tonto es
el ‘pueblo’ para estos ‘ilustrados’? o ¿no esconde de un modo nada
imperceptible la idea de que el ‘pueblo’ casi no debería votar porque vota mal
influido por esas “cosas” que los populismos les dan a cambio? Es cierto que
también es lícito preguntarse si declaraciones como las de Durán Barba que tal
cosa no da votos (declaraciones en general) y tal otra sí (adoptar un perro, o tener
presencia en las redes sociales) no son una suerte de populismo, este de “globos
y circo”, porque pan… ¡Pan no! Resulta curioso, además, observar qué regímenes se
consideran populistas y cuáles no. Curiosamente todos los que de una u otra
manera han beneficiado a sus pueblos – y en especial a los pobres – parece que
son “populistas”. El peronismo, se dice, es el populismo paradigmático. Así nos
enseñan los ilustrados. Aunque otros – quizás para mostrarse creativos –
prefieren “neo-populismo” (quizás algún peronista clásico o de papel para no
mancharse demasiado).
Corrupción es una palabra más fea aún. Corromper es “pudrir”,
como la manzana en mal estado. Y, como tal, es contagioso (la Biblia suele usar
para esto la imagen de la levadura). Claro que en este caso (o en el del yogurt,
que es un caso semejante) la “corrupción” produce un efecto positivo. Lo
curioso que tiene el término corrupción es que los de determinan cuándo y dónde
los términos son malas palabras han sabido acotarla en tiempo y espacio. Es
decir, la corrupción fue ayer, no hoy, es Santa Cruz, no Panamá, son los bolsos
de López no los de Michetti (o los de Aranguren). En este caso, uno es
corrupción evidente, lo otro es “campaña desestabilizadora” o hasta subversiva.
Justicia legítima es una palabrota que pertenece a
un ámbito particular, el del desprestigiadísimo poder judicial (no muy
legítimo, quizás). El juez López de Mar del Plata ya aclaró que es una “mafia”
(otra palabra estigmatizante ¡si las hay!). En realidad, especialmente hay algunas
cabezas que se espera que rueden (nada de esto son malas palabras, son maravillas
del lenguaje metafórico) empezando por la de Alejandra Gils Carbó especialmente
molesta, porque ¿a quién se le ocurre que puede haber un poder judicial
independiente? La presencia de los nuevos jueces de la ventana suprema ha
sabido mostrar con su voto que se puede ser cooptado por los poderes
económicos y fungir de independientes. Es que la dependencia, como la maldad de
las palabras, las define el mismo grupo: éstos son mafia, o una asociación
ilícita y aquellos son independientes y jerarquizan la Corte Suprema
simplemente porque estos están de “este” lado y aquellos de “aquel”.
Muchas otras malas palabras se pueden señalar:
militancia, ñoqui, (pesada) herencia, subsidios, y hasta “Marcha Federal”… todo
por no mencionar la quizás peor de todas que es “¡K!” Lo importante siempre está en reconocer que "alguien" define - y debe ser obedecido, obviamente - qué es mala palabra y qué no.
Valga esto simplemente para señalar que algunos no
estamos dispuestos a que una suerte de “Real Academia del buen-lenguaje” nos
diga qué es bueno y qué es malo, especialmente porque en muchos casos nos
ubicamos en las antípodas de su punto de partida y – sobre todo – de su punto
de llegada. Muchos elegimos mirar – como aquel brasileño – desde otra
perspectiva, y si por eso nos llaman populistas pues será porque “el pueblo” es
el lugar donde queremos estar, desde donde queremos mirar y hablar y por
quienes elegimos vivir.
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