El poder detrás del poder, y sus macrionetas
Eduardo
de la Serna
¿Hace falta decir que hay un “poder
detrás del poder”? ¿Decir que quienes aparecen no son los que manejan los hilos?
Y ponerle nombre al poder no
es fácil. Hay nombres, sobrenombres, seudónimos que “algo dicen”, pero que
siempre es más lo que esconden. Y más allá de los rostros, tantas veces no
expuestos (“no se olviden de Cabezas”) siempre es fácil decir “el diablo”, “el
padrino”, “la mafia” … y serán verdad en parte, pero solo en parte.
Y, para peor, hay mucho poder que
tiene por encima más poder. Sabemos historias de quienes se han “creído vivos”
y están “nadando con los peces”, otros conocen sus límites y ejercen poder sobre
impotentes, sabiéndose micropotentes a su vez ante otros. ¿Y cómo hacer ante el
poder que maneja nuestros propios hilos? Podemos resignarnos y cerrar los ojos
musitando un “¡si bwuana!”, por ejemplo. Hay varios autores que han expresado
las diferentes lógicas de la resistencia. Se suele hablar, esquematizando
bastante, de cuatro posiciones en referencia al discurso político ante el poder:
- el discurso público externamente conformista
- el discurso oculto resistente
- el discurso público resistente, pero camuflado
- el discurso público abiertamente resistente
Todos conocemos ejemplos de
todos estos. Y sus consecuencias, ventajas, desventajas, conveniencias. Todos
podemos pensar hasta dónde llega la dignidad y hasta donde ceder, o hasta donde
el instinto de supervivencia o subsistencia. Y muchas veces creeremos que con
slogans podremos enfrentar el poder: “no pasarán”, “el pueblo unido, jamás será
vencido”, “todos unidos triunfaremos” (dichos que encierran algo de cierto pero
que no bastan… y la historia miles de veces lo ha demostrado).
Los que creemos que la
resistencia nos constituye en la fidelidad al Evangelio y al pueblo, allí donde
deben estar puestos nuestros oídos, podemos saber prudencial u osadamente hasta
donde hablar, decir, callar, pensar. Pero, y acá el punto, al menos es
importante visibilizar, racionalizar, conceptualizar, poner nombres, palabras,
rostros al poder que nos oprime. Al menos para saber de dónde viene la vida y
de dónde no. De dónde solo cabe esperar abuso, violencia e injusticia.
El poder no necesariamente es
negativo. Evangélicamente el poder puede ser visto como servicio. Pero no está
mal mirar a quienes tienen poder, para estar seguros que sirvan y no “se sirvan”
de los que les son confiados. La vida, el bienestar, la felicidad, la paz de
los pobres son el test de los poderosos. Test en el cual, debemos reconocerlo,
muchísimas veces son reprobados.
Claro que, y no lo ignoramos,
muchos con poder y que quieren servir a sus pueblos, deben también hacer frente
a quienes son más poderosos aún que ellos (y que, si le son desagradables o
rebeldes, procurarán cuestionarlos, degradarlos, atacarlos con todos los estamentos
de poder a su alcance, como el mediático y el judicial y el económico, por
ejemplo). Sean estos instituciones, corporaciones, estados... Casi todo “patrón”
tiene a su vez patrones y quienes le son “clientes”. Sólo los patrones-de-todos-los-patrones
(cuyos nombres desconocemos, cuyos rostros ignoramos, aunque algunos
vislumbremos) no han de rendir cuentas a nadie, salvo a su conciencia (que
suele ser muda, ciega y sorda). Pero, en ese caso, quienes ejerzan poder, podrán
también ellos ser resistentes ante los que son más poderosos, o ser sus
marionetas. Hay quien “maneja los piolines
de la marioneta universal” y “ha
marcado las barajas y recibe siempre la mejor”. Pero del otro lado, puede
haber resistentes rebeldes, en favor de su pueblo, quienes mucho, o poco pelean
o luchan en favor de “los suyos”, o podrán ser simplemente “Macrionetas” de los
más-poderosos. Y nos toca reconocerlos, para que nuestra vida no dependa en
todo de ellos, y podamos nosotros manejar algunos hilos (el voto, por ejemplo).
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