“Los desaparecidos que no están”
Eduardo de la Serna
“En
la Argentina no hay fosas comunes y a cada cadáver le corresponde un ataúd.
Todo se registró regularmente en los correspondientes libros ¿Desaparecidos? No
hay que confundir. Hay desaparecidos que viven tranquilamente en Europa”. Con esta infeliz (por decir poco) frase, el entonces
cardenal Juan Carlos Aramburu se refirió (1982) en Europa a la realidad
argentina. No hay desaparecidos. “Yo he
ido a Europa, yo los vi”, acotó la inefable Lita de Lázzari.
Año a año hacemos memoria de “los 30.000” (o “más de 30.000” acaba de decir el Papa Francisco),
pero los cuerpos (la mayor parte de los cuerpos) siguen faltando. Hay cuerpos
aún sin identificar, y miles de cuerpos que permanecen desaparecidos.
El tema de los cuerpos ha sido desde hace milenios
un tema de guerra o de dominación.
En la Biblia, con mucha frecuencia, encontramos la idea de “no sepultar” los cadáveres de aquellos
cuya memoria de quiere mancillar. La obra literaria “Tobías” narra, por
ejemplo, que Senaquerib, rey asirio, mataba a muchos judíos y los arrojaba por
las murallas de Nínive para que permanecieran insepultos. Tobit los enterraba a
escondidas, lo cual provocó la ira del rey (Tob 1,17-20). Ya los hititas le
reconocen a Abraham derecho a sepultar a Sara, su mujer (Gan 23,6). David
reconoce como una obra de misericordia a quienes dieron sepultura a Saúl (2 Sam
2,4-6). Anunciar a alguien que su cadáver no será sepultado es una suerte de
maldición (1 Re 13,22-30; 2 Re 9,10). El salmo lo ve como un mal de los paganos
a su pueblo y espera castigo por eso (Sal 79,2). Para el sabio, se trata de lo
peor que puede ocurrir, la antítesis de una bendición: “Supongamos que un hombre tiene cien
hijos y vive muchos años; pero por mucho que viva si no disfruta de sus bienes
y después no tuviera sepultura, yo afirmo: mejor es un aborto que llega en un
soplo y se marcha a oscuras, y la oscuridad encubre su nombre” (6:3-4).
Es algo propio de la derrota militar (Is 14,19), “yacen como estiércol en el campo” (Jer 8,2; 16,4), el imperio
ordena que sean alimento de fieras y aves rapaces quedando los judíos sin
sepultura (2 Mac 9,15). Durante la persecución romana, por el tiempo que esta
dure, el imperio tampoco permitirá que sean sepultados los cadáveres de los
testigos de Jesús (Ap 11,9). Incluso parece hacer un campo para sepultura de
extranjeros (Mt 27,7) porque los cuerpos insepultos, además, “manchan” la tierra
santa de Dios. Ante la muerte de un hombre de Dios, los suyos lo sepultan: los
discípulos al Bautista (Mt 14,2), hombres piadosos a Esteban (Hch 8,2).
Lograr que los cuerpos
permanezcan insepultos en un modo de humillar; de hacer patente el poder
militar y la violencia del poderoso. Roma, por ejemplo, aplica la crucifixión
como modo no solo de tortura, sino también de escarmiento. Los cuerpos
permanecen allí, en las puertas de la ciudad (por fuera) a fin de que todos
puedan verlos mientras la putrefacción y los animales salvajes dan cuenta de
los cuerpos. Cuando ya nada queda se depositan en una fosa común, es decir, un
lugar (o no-lugar) sin memoria. En el caso de Jesús los judíos piden que todos
los cuerpos crucificados sean retirados y sepultados por ser sábado de Pascua
(Jn 19,31). Por eso, todo lo indica, el cuerpo de Jesús no siguió la suerte habitual
de los condenados.
Lo cierto es que el escarnio con el cuerpo es una
agresión a la memoria de los derrotados. Cada cultura tiene sus habituales
modos de acompañar “a la última morada” a sus seres queridos. Los cementerios,
por ejemplo, son un lugar habitual en muchas culturas (aunque no en todas).
Pero la perversión humana no solamente buscó modos
para humillar a los derrotados y a los suyos, sea arrojándolos o exponiéndolos,
sino también desapareciéndolos. No se trata (aunque también) de dejar volar la
ilusoria esperanza de una vida deseada y recuperada (y alentada por infelices
palabras como las del Cardenal y otras semejantes; “mi hijo a lo mejor está vivo y vuelve”), se trata de dar un cierre,
de abrazar, de entender (por más incomprensible que la crueldad humana nos
resulte). “Nunca vas a tener paz con un
muerto escondido” afirmó el Papa, los cadáveres están “para ser
individualizados”. Ese es el camino de la verdad. Lo escondido es la mentira. Por
eso resulta tan grave los que en nombre de la “seriedad histórica” quieren
perpetuar la mentira (“no fueron 30.000”, “a Mugica lo mataron los montoneros”,
“los desaparecidos de la 1-11-14 tenían armas”, "Angelelli murió en un accidente de auto"). Se trata de esconder con
apariencia de mostrar. Se trata de profundizar la perversión. Pero la memoria
quiere ser “libre como el viento”.
foto tomada de https://elpais.com/ccaa/2013/10/03/andalucia/1380821155_434007.html
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