lunes, 6 de mayo de 2019

Una mirada a la Iglesia y los abusos



Eduardo de la Serna



¡Tema complicado el de la Iglesia y los abusos si los hay!

Hay muchos temas y enfoques colaterales que no pueden dejar de tenerse en cuenta a la hora de enfrentar seriamente el tema, pero no podemos tratarlos acá: que los casos ocurridos en el interno de la Iglesia son comparativamente muy pocos; es sabido que el lugar más peligroso frente a esto se da en el seno de la familia: nuevas parejas de la madre o la abuela, un amigo de la familia, padres, tíos o hermanos, vecinos, etc; y que también se da en otros lugares: escuelas, centros de salud y otras comunidades religiosas. Pero, obviamente, nada de esto es importante para las víctimas de abuso clerical. Que ahora en la Iglesia hay actitud (no siempre concretada, debemos decirlo) de “tolerancia cero”, ya desde tiempos de Benito XVI y reafirmada, y quizás, fortalecida por Francisco. Y podrían decirse más cosas, pero “que los hay, ¡los hay!

Hay abusos de muchos tipos, es evidente: de poder, por ejemplo (e insisto que no es la Iglesia el único, y quizás tampoco el más grave de los casos). Dentro de los casos de abuso sexual, por otra parte, en no todos los casos se trata de menores de edad. Abusos hay muchos; siempre graves, sin duda.

Teniendo todo esto en cuenta me pregunto algunas cosas: la reacción de algunos sectores eclesiásticos, ¿se debe a una firme e inclaudicable postura en favor de las víctimas o se trata de una actitud corporativa de defensa de “la Iglesia” que pierde credibilidad? Tengamos en cuenta que, a la hora de enfrentar el problema, esta pregunta no es importante: la víctima sentirá que es acompañada (algo), se trate de una o de otra motivación. Pero no es lo mismo. Pongo un ejemplo colateral: Pablo dice “si doy todos mis bienes a los pobres para jactarme, de nada me aprovecha” (1 Corintios 13). Evidentemente a los pobres sí les aprovecha, ¡a mí no! Creo que algo semejante ocurre en este caso.

Es sabido que, en muchos casos, lo habitual en la Iglesia era “cambiar al sujeto” con lo cual sólo se barría bajo la alfombra en el lugar del abuso y se creaba el terreno para uno nuevo en otro lugar. Desde la política de “tolerancia cero”, eso pareciera que ha terminado o se ha limitado mucho. Tengamos claro que nunca se podrá evitar un delito (el que fuere), pero sí es posible poner todos los medios para lograrlo, y agotar todas las instancias para que el responsable sea sancionado si este ocurriera. Tapar, invisibilizar o disimular un hecho es muy grave. Y pongo un ejemplo: si soy obispo nuevo en un lugar y me encuentro con un hecho de abuso anterior a mi llegada, es razonable pensar que “en el lugar” el abusador tendrá amigos, cómplices, o actitudes corporativas. Pedir que el caso sea tratado en otra diócesis es la mejor garantía de objetividad e independencia. Obviamente, si yo soy obispo y quiero tapar algo, lo mejor que puedo hacer es que eso se maneje “en casa” donde yo tengo la suma del poder público. Puedo tapar, crear comisiones que investiguen, cajonear, etc.

Me resulta sumamente curioso un hecho: los grandes abusadores (no digo los únicos, que se entienda bien) se han dado en la “derecha” (Karadima, Maciel, la Toca de Asis, Verbo Encarnado, Sodalicios…) y algunos fueron tapados ostentosamente por la derecha en el gobierno (el caso de Marcial Maciel tapado por Juan Pablo II es evidente). Quiero rescatar acá a un hombre de la derecha, Ratzinger, al que su honestidad no le permitía esta connivencia y, cuando tuvo poder, sancionó duramente a los “legionarios de Cristo”. Pero me resulta curioso que ahora, sectores de la derecha levantan los abusos como bandera (quizás como una manera de atacar por elevación a Francisco o actitudes eclesiales contemporáneas).

El ex nuncio Carlo Maria Vigano fue un caso emblemático. cómplice de toda complicidad con los papados anteriores, ahora aparece (pretende) como adalid de la “moral y las buenas costumbres”. sus mentiras fueron evidentes y no ameritan respuesta.

El diácono (o que dice serlo, nunca hemos constatado su diócesis de pertenencia) que cree ser una suerte de Batman calvo, parece creer (o pretende que lo hagamos) que los casos de abuso son culpa del populista Francisco, algo que los diestros santos papas pasados combatieron; además de la corrupción populista contra la que cree decir cosas sensatas.

Los argumentos dados recientemente por Joseph Ratzinger en una suerte de encíclica post-papal (no me queda claro si firmó “Benito XVI” o “Joseph Ratzinger”; si hubiera hecho lo primero me parecería gravísimo y casi cismático) son propios de sus temores atávicos desde el “mayo francés”, que marcó el comienzo de su involución. No merece sensato una respuesta, casi como decirle a un niño que “el coco” no existe.

Y una palabra para algunos colectivos ante los abusos. Toda víctima merece mi respeto, e incluso le reconozco el derecho a equivocarse, exagerar o malinterpretar hechos o personas. Obviamente (como en el caso de los periodistas que le ponen un micrófono a una víctima de la violencia) no espero que lo que digan sea siempre equilibrado, pero merecen ser escuchados, sin duda. Lamentablemente, ante estos hechos aberrantes, como en otros en los que hay víctimas, surgen los que en la jerga se llaman “caranchos”; colectivos con bastante dinero (¿proveniente de…?) súbitamente empoderados. Aves de rapiña que buscan lucrar con el dolor y el sufrimiento. Invitándolos a cambiar declaraciones, a grabar conversaciones y luego editarlas, y demás cosas que no parece que ayuden a sanar heridas, a evitar o poner medios para evitar futuros victimarios y a sancionar con toda la dureza de la ley civil y eclesiástica a los abusadores. La sensibilidad social frente a los hechos me parece muy positiva, pero – es cierto – puede ser manipulada por caranchos, medios de comunicación, exageraciones o malas interpretaciones, sectores anti… 

En lo personal, creo que lo principal es la defensa de las víctimas. Y hay que hacer todo lo sensata y justamente posible para juzgar a los culpables (con todas las garantías de la ley, por cierto; lo que incluye la legítima defensa, ya que todos son inocentes hasta que su culpabilidad no se demuestre), sanar las heridas causadas, poner medios para evitar en la medida de lo posible futuros crímenes… Creo que lo mejor para la Iglesia no se trata de “evitar los escándalos”, sino su fidelidad a Jesús, ese que “pasó haciendo el bien”. Una Iglesia hermana de las víctimas seguramente mostrará a la sociedad toda la buena noticia de la vida. Así será creíble.


Foto tomada de http://www.ecoregistros.org/site/imagen.php?id=207318

1 comentario:

  1. A pesar de que soy atea, en mi familia mi abuela y sus dos hijos (entre ellos mi madre) se refugiaron en la iglesia cuando mi abuelo tuvo graves problemas de salud y mi abuela no tenía trabajo ni casa. Mi madre recuerda con gran estima a las monjas que la ayudaron en esos momentos e inclusive ella misma fue catequista. Es por eso que los abusos a niños de parte de gente de la iglesia me parecen terribles: ¿que le hubiera ocurrido a mi madre si se hubiera encontrado con un cura abusador? Su familia hubiera quedado más destruída de lo que ya estaba. No creo que todos los curas sean abusadores, pero que la iglesia haya ocultado durante tantos años esos abusos es espantoso. Supuestamente la idea del cristianismo es proteger a los débiles, no a los poderosos, incluso si esos poderosos pertenecen a la iglesia. Es lo mismo que siento cuando pienso que el Papa durante la Segunda Guerra Mundial no dió la orden de oponerse al nazismo y al fascismo o cuando pienso que aquí durante la dictadura militar muchos familiares recurrían a Obispos o Arzobispos y estos les negaban audiencias. Si la gente que se piensa cristiana es peor que los ateos ¿por qué nos piden a los ateos que confiemos en Dios? Prefiero ir al infierno que compartir el cielo con ciertas personas. De todas maneras, no toda la iglesia es lo mismo y allí, como ejemplo, tenemos aún vivo a Ernesto Cardenal, gran poeta. Saludos cordiales.

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